Tan sencillo como eso: nuestra presidenta Claudia Sheinbaum enfrenta tiempos complejos, no por falta de voluntad, sino porque la transformación verdadera requiere más que discursos. Este verano no solo ha sido caluroso por el clima, sino por el contraste evidente entre la vida de los políticos y la realidad del pueblo.
Mientras muchos mexicanos ya no pudieron viajar a Estados Unidos por las nuevas restricciones migratorias impulsadas por el presidente Trump, algunos de nuestros políticos y figuras públicas aprovecharon para disfrutar de unas vacaciones en Europa: desde la madre patria hasta la Riviera italiana o incluso el disciplinado Japón. Tal vez con la intención de traer ideas nuevas, o simplemente para darse un respiro… en clase ejecutiva, por supuesto. Por cierto, saludaron a Doña Beatriz Paredes viajando de España a México en primera clase. Así, sin más.
Y mientras eso ocurre arriba, en tierra firme la gente camina. Camina para ir al trabajo, para llevar a sus hijos a la escuela, para buscar atención médica, para defender lo poco que tiene. Y la pregunta es obligada: ¿Cuántos de nuestros funcionarios caminan el pueblo, lo escuchan, lo sienten?
Más que reformas estructurales o cambios constitucionales, lo urgente hoy es la coherencia moral y el compromiso social de quienes gobiernan. No se trata solo de administrar recursos, sino de gobernar con humildad, con los pies en la tierra. Que los políticos no vivan como virreyes ni hablen desde la distancia. Que renuncien al privilegio y abracen la realidad.
México necesita servidores públicos con vocación, que vivan como el pueblo, que recorran las calles sin escoltas, que sepan lo que cuesta el kilo de tortillas, la consulta médica, el pasaje en camión. No se puede gobernar a un país que no se conoce.
Sería valioso y más aún simbólicamente poderoso que todos los funcionarios del gobierno, desde el más alto hasta el nivel medio, firmaran un compromiso claro: cumplir los principios de austeridad, honestidad y servicio, y en caso de desviarse de ellos, presentar su renuncia voluntaria. Así de claro. Así de justo.
Porque hay millones de mexicanas y mexicanos capaces, honestos, con ganas de servir. No es falta de talento. Es falta de voluntad política para abrir los espacios y renovar las estructuras desde abajo.
La transformación real empieza cuando los representantes se convierten en reflejo de su pueblo, no en su élite.

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