Donald Trump culminó el derribo del ala este de la Casa Blanca para construir un gigantesco salón de baile valuado en 300 millones de dólares. El presidente afirma que el proyecto será financiado por donantes privados, entre ellos Benjamin León Jr., nominado como embajador en España. Las obras, criticadas por alterar el patrimonio histórico, avanzan sin revisión pública y han desatado polémica por su costo, dimensiones y simbolismo.
Las excavadoras terminaron este jueves con la demolición completa del ala este de la Casa Blanca, parte del plan de Donald Trump para edificar un nuevo salón de baile presidencial. La estructura, que albergaba las oficinas de la primera dama y un cine privado, sucumbió bajo un proyecto que ya se convirtió en símbolo del estilo personalista del mandatario. Lo que empezó como una remodelación discreta se ha transformado en una intervención millonaria que reconfigura uno de los edificios más emblemáticos de Estados Unidos.

El presupuesto inicial de 200 millones de dólares se elevó a 250 millones a inicios de semana y ya alcanza los 300 millones. Trump asegura que la totalidad del gasto será cubierta por él mismo y un grupo de 37 donantes privados. Entre los aportantes figuran empresas como Amazon, Apple y Microsoft, así como magnates republicanos y el empresario Benjamin León Jr., recientemente designado embajador ante España y Andorra. La Casa Blanca sostuvo que “ni un solo centavo” provendrá de los contribuyentes.
El presidente, que se define como “constructor de corazón”, mostró los planos del nuevo salón, de más de 8 mil metros cuadrados y con capacidad para 999 invitados. Defendió la demolición del ala este alegando que mantenerla “habría dañado un añadido muy caro y hermoso”. Sus palabras provocaron indignación entre conservacionistas y legisladores demócratas, quienes consideran la obra una afrenta al patrimonio nacional y una metáfora del carácter destructivo de su presidencia.

El proyecto no fue sometido a revisión pública, lo que generó críticas del National Trust for Historic Preservation, que denunció la falta de transparencia. Cadenas como CNN han instalado cámaras para seguir en directo los trabajos, mientras el personal del Departamento del Tesoro —ubicado frente al sitio— recibió órdenes de no divulgar imágenes. Las dimensiones del nuevo salón superarán las del resto de la mansión ejecutiva, que tiene poco más de 5 mil 100 metros cuadrados.

Frente a la polémica, la Casa Blanca respondió con sarcasmo: denominó “Síndrome de Trastorno por el Salón de Baile” a la oleada de críticas, recordando que varias administraciones previas también modificaron la residencia presidencial. Sin embargo, esta vez la alteración no solo transforma la arquitectura, sino también la simbología del poder en Washington: el ala este, inaugurada en 1902 y ampliada por Harry Truman en 1942, ha desaparecido bajo el estilo grandilocuente y empresarial del actual ocupante del Despacho Oval.
Con información de El País.


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