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Lo que voy a contarles ocurrió hace unos días, al término de una reunión de trabajo. El asunto que abordamos: La evaluación de lo efectuado en la Ciudad de México en el contexto de un operativo nacional, para mayores pistas, el operativo más grande que se lleva a cabo periódicamente en este país. Participamos unas veinte personas, gente convencida de la importancia de nuestra chamba, todos con mucha experiencia. Después de las conclusiones, echamos la vista al porvenir, particularmente a los retos que se nos vienen encima en el segundo semestre y al siguiente gran operativo, a realizarse en el 2025. Fue entonces que mi amigo XY dijo que en realidad no podemos saber qué va a suceder, que el futuro es incierto, que hay que estar preparados ante cualquier escenario…
— Ojalá dispongamos de recursos y las circunstancias nos permitan trabajar…
Aquí intervine, primero para manifestar mi acuerdo: lo único seguro es que quién sabe, el mañana es cada vez más equívoco y la aceleración del cambio ha vuelto prácticamente todo eventual. Por ahora, por lo pronto… Comenté que quizá uno de los saldos positivos de la pandemia sea que cada vez hay más gente consciente de que el porvenir es incierto, que no hay nada escrito y que de hecho estamos escribiéndolo. La historia no sólo no se ha acabado, sino que transita por momentos coyunturales, decisivos. Muchas de las que considerábamos tendencias indefectibles están quebrándose a golpes de timón. Caminos que parecían francos, de pronto, a la vuelta de una esquina, resultan ser callejones sin salida. Las sorpresas aparecen en el menú de todos los días.
— En suma, es cierto, no podemos saber qué va a pasar. Pero, estarán de acuerdo en que, como no había sucedido en un montón de tiempo, al menos en México podemos permitirnos el optimismo.
— Bueno, no hay que olvidar que en 2024 hay elecciones…
— ¿No vieron los resultados de las de junio pasado?
— Pero no todo es miel sobre hojuelas… A ver, aquí mismo, entre nosotros, rápido, una encuesta a mano alzada: ¿quiénes consideran que el país está tranquilo?
Antes de que nadie levantara la mano, interrumpí: — La pregunta así está mal planteada. Optimismo y tranquilidad no son antónimos. Es más, la respuesta es evidente: ¡habría que ser un inconsciente redomado para estar tranquilo!
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No se requiere ser un experto en relaciones internacionales y geopolítica para saber que estamos, y me refiero al mundo entero, en una situación endiabladamente peligrosa. En una entrevista publicada hace poco (La Jornada), Noam Chomsky explica la trascendencia de la invasión de Ucrania por parte de Rusia. De entrada, la califica, como “un crimen comparable a la invasión estadunidense de Irak o a la invasión de Polonia por Hitler y Stalin”. Más allá, el académico señala que el trance puede traer “consecuencias colosales”; en concreto enuncia tres:
- Hambre: “… decenas de millones de personas en Asia, África y Medio Oriente enfrentan la hambruna conforme el conflicto avanza y corta suministros agrícolas muy necesarios, procedentes de la región del Mar Negro…” Y la FAO ha alertado que el impacto se propagará.
- Hecatombe atómica. “Es muy fácil construir escenarios plausibles que conducen a una rápida intensificación del conflicto. Por nombrar uno, ahora mismo Estados Unidos envía avanzados misiles antinaves a Ucrania. Ya han hundido el buque insignia de la armada rusa. Supongamos que haya más ataques. ¿Cómo reaccionará Rusia? Por mencionar otro escenario, hasta ahora Rusia se ha abstenido de atacar las líneas de suministro usadas para enviar armamento pesado a Ucrania. Supongamos que lo hace y entra en confrontación directa con la OTAN…” Chomsky advierte que, por si le faltara leña al fuego, en su país circula la propuesta de “instalar una zona de exclusión aérea, lo que significa atacar instalaciones antiaéreas dentro de Rusia.” ¿Cómo respondería Putin?
- Crisis climática. “La invasión de Ucrania ha revertido los esfuerzos muy limitados de enfrentar el calentamiento global, que muy pronto se convertirá en achicharramiento global”.
Y además de las pavorosas desgracias que puede desatar la que de por sí ya es una, la guerra, Chomsky atinadísimamente dice que la tranquilidad del mundo también está siendo socavada por la insensatez y el cinismo: corroída toda posibilidad de discurso y diálogo serios, campea la inquietud, la zozobra. Esto, en nuestro país, es más que evidente; si no, nada más recuerde cualquier diatriba de un diputado o diputada prianista.
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Y si a nivel internacional las cosas están color de hormiga, qué podemos decir de lo que ocurre aquí. Bueno, desde julio de 2018 —porque López Obrador comenzó a ejercer el poder al día siguiente de las elecciones— estamos viviendo tiempos de cambios impulsados desde el poder público. Nadie engañó a nadie: desde la campaña (de 2006) AMLO lo advirtió con todas sus letras, como hace poco recordó en una mañanera: “Yo siempre he dicho que nuestro movimiento, la transformación, iba a ser pacífica, sin violencia, pero radical, porque íbamos a arrancar de raíz —la palabra ‘radical’ viene de ‘raíz’— el régimen de corrupción, de injusticias y de privilegios y es lo que estamos haciendo”.
Así que tranquilos, que estamos cambiando.
Hacemos comunicación al servicio de la Nación y si así no lo hiciéramos, que el chat nos lo demande.
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