La entrega pasada hablé sobre la posibilidad de una apropiación del espacio social llamado América y cómo era necesario apropiarnos de ser parte del continente. Después del texto me puse a pensar en los ejemplos que tengo de un extremo de la apropiación. Sentirse parte de un lugar como si fuera un tesoro que no debe compartirse es una actitud contraria. En las últimas semanas lo he visto de cerca y sigo pensando en puntos medios que nos hagan tolerantes y al mismo tiempo responsables de nuestras acciones. Me explico.
No conozco muchos pueblos indígenas, pero tengo referencia de algunos que he visitado. He conocido personas nativas y originarias, dos conceptos que no son lo mismo, distinción que será recurrente en varias partes del país, pero que tiene una connotación radical en contextos indígenas y sobre todo rurales. Los nativos son personas que nacen en un lugar pero que circunstancias de movimientos migratorios generan el asentamiento del lugar donde radicas. La típica pregunta de un citadino a otro en la Ciudad de México, donde muchas personas proceden de todo el país y nacemos ahí sin tener nuestras raíces familiares. Originario significa tener una estirpe procedente de un lugar en específico, generaciones de personas que tienen antecesores con historias situadas en esos espacios geográficos.
La semana pasada una persona de un pueblo murió, los usos y costumbres del sitio determinan que sólo los nativos de la zona pueden enterrarse en el panteón del poblado. El difunto no cumplía con los requisitos así que comenzó un peregrinar para la familia porque en varias zonas aledañas al lugar se sigue la misma costumbre. Cosa contradictoria, ya que la familia vive a un par de cuadras del lugar donde pudo haber descansado el cuerpo. Es curioso que sucedan estas cosas, pero son muy comunes en espacios donde las personas tienen una apropiación tan fuerte que resulta casi imposible cambiar las formas de organización.
Recuerdo que, en un estado de la república, cerca del bajío, conocí una comunidad indígena que, por cuestiones de vínculos universitarios nos aceptaron para realizar algunas prácticas. Fuimos bien recibidos por los ámbitos que nos relacionaban, pero sólo por eso. Si fueras un visitante, poco hubieses conocido sobre cuestiones íntimas de los habitantes. Descubrimos que también existe segregación de su parte hacia las personas que llegan a laborar desde otros lugares, tienen una palabra especial para nombrarlos y no comparten cierta información. También existe discriminación entre ellos, si te atreves a compartir formas de hacer ciertos alimentos o menjurjes curativos, con todo y el secreto que hace que le dé un plus al preparado, te alejan del grupo.
En otro lugar, también una comunidad indígena, ahora del sureste del país, si no eres originario nunca podrán tener acceso a los permisos para la explotación de los recursos naturales de los bienes comunitarios. No formas parte del grupo que toma decisiones y las generaciones futuras estarán por debajo de los derechos que las personas con historia en el lugar mantienen. Esto limita el desarrollo de las familias que “llegan” a habitar el lugar, sin embargo, tus generaciones futuras podrán tener más oportunidades si deciden quedarse ahí.
Martin Heidegger, un filósofo alemán, en un texto muy bonito titulado Serenidad nos hace reflexionar sobre los extremos y el punto medio del uso de la tecnología. Dice que no hay que decir sí, pero tampoco hay que decir que no, necesitamos encontrar un punto medio sobre los extremos de las cosas para tener mejores decisiones y dar un mejor uso a las herramientas, en su caso tecnológicas. En el tema que trato ahora, yo diría que tenemos que encontrar el punto medio de la pertenencia. Evitar que nos alejen de todo lo que somos y apropiarnos de nuestros lugares, pero al mismo tiempo evitar sentirnos tan parte de, que no dejemos a lo otros que se desarrollen o limitemos sus derechos.
Lo que más me da gusto es que muchas comunidades indígenas comienzan a abrir la posibilidad de cambios fuertes. He visto que las mujeres comienzan a tener cargos dentro de los espacios de decisión. También que se prioriza el diálogo para realizar gestiones o tomar decisiones, siempre preservando la cosmovisión de su cultura. Me da gusto y celebro a los pueblos que están orgullosos de sus tradiciones, comida típica y lugares históricos. Los museos locales siempre hablan de la necesidad de preservar su memoria histórica, no olvidemos visitarlos.
Por último, hay un cambio de generación, los jóvenes son importantes para preservar la cultura y son quienes pueden desarrollar esta pertenencia equidistante de los extremos. Espero que ellos valoren y tengan el temple para encontrar la serenidad necesaria para preservar sus comunidades. El reto que tienen es construir las formas nuevas de pertenecer a su grupo social.
Hacemos comunicación al servicio de la Nación y si así no lo hiciéramos, que el chat nos lo demande.
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