Etiqueta: Sergio Macías

  • PEPE Y AMLO, VIDAS PARA LEERLAS

    PEPE Y AMLO, VIDAS PARA LEERLAS

    Ambos nacieron en lugares humildes. José Mujica nació en el barrio Paso de Arena, territorio semirrural de Montevideo; Andrés Manuel López Obrador proviene del México más profundo: Tepetitán, Macuspana, Tabasco, un estado que entonces ocupaba los primeros lugares en pobreza y desigualdad. Ambos políticos ejemplares lucharon desde jóvenes por una nación mejor, más justa; por rescatar a los pobres de la ignominia, de la indiferencia de sus gobiernos. Ambos batallaron por años de manera diferente, pero en milagros gemelos alcanzaron la presidencia de sus países: Pepe Mujica del Uruguay y AMLO de México.

    José Alberto Mujica Cordano murió el 13 de mayo pasado en Montevideo y muchos no acabamos de aceptarlo. López Obrador vive retirado de la política en su finca de Palenque, Chiapas, donde escribe libros de historia. Muchos todavía extrañamos al viejón.

    A pesar de que Pepe y AMLO tienen infinitas coincidencias, en nuestro país muchas personas “de izquierda”, “progresistas” o “buena ondita” idolatran al primero y desprecian al segundo.

    Me he preguntado por qué esa animadversión por un “aldeano” que le cambió el rumbo al país poniendo las cosas en su lugar, que hizo que los grandes empresarios pagaran sus impuestos; que incrementó el salario mínimo al doble; que procuró pensiones para adultos mayores, personas con discapacidad y madres trabajadoras, así como becas para estudiantes de todos los niveles; que generó obra pública de gran calado y programas como Jóvenes Construyendo el Futuro, La Escuela es Nuestra, Sembrando Vida, entre muchas otras acciones.

    No lo entiendo ni lo entenderé…

    Seleccioné algunos textos que hacen coincidir a ambos personajes. 

    Corrupción

    Pepe. Se piensa que triunfar en la vida es acumular dinero y que quien no acumula dinero tiene negado el acceso a la felicidad. En el mundo desarrollado existen otras trampas, fenomenales trampas de corrupción con la apariencia de normalidad, como se suele dar en el intercambio comercial de los gigantes transnacionales entre sí. / Para nosotros, la corrupción es una falla moral, es una falla ideológica.

    AMLO. La corrupción que había en nuestro país no es un fenómeno cultural, sino el resultado de un régimen político en decadencia. El combate a la corrupción ha significado un ahorro de un billón de pesos y, gracias a ello, el 90 por ciento de los mexicanos recibe una pequeña parte del presupuesto público. Al eliminar las malas prácticas en el gobierno se permite destinar más recursos a los más necesitados mediante las transferencias de recursos por los programas sociales. 

    Mercado

    Pepe. Hemos creado una civilización hija del mercado, hija de la competencia, que nos ha proporcionado un progreso material portentoso y explosivo. Pero lo que fue economía de mercado ha creado sociedades de mercado, y ha producido esta globalización en la que hoy vivimos. ¿Es posible hablar de solidaridad y de que estamos todos juntos, encontrándonos dentro de una economía que se basa en la competencia despiadada?

    AMLO. Banamex se vendió a Citigroup en 12 mil millones de dólares sin pagar un centavo de impuestos. Este tipo de operaciones no se da en ningún lugar del mundo; lo subrayo porque los defensores del modelo neoliberal son muy dados a utilizar el discurso demagógico de la legalidad, la globalización, el libre comercio, la competencia, “las mejores prácticas” y “los más altos estándares internacionales”, siempre y cuando, claro está, sean ellos los beneficiados.

    Jóvenes

    Pepe. A los jóvenes me gustaría decirles: no dejen que les roben la libertad. Una cosa es la necesidad de trabajar para no vivir a expensas de los demás y otra muy diferente es vivir solo para trabajar. / Una de las tragedias de la política es haber abandonado el campo de la filosofía y haberse transformado en un recetario meramente económico.

    AMLO. Nunca más se le dará la espalda o se le condenará a la marginación y al olvido a este sector de la población [el de los jóvenes], que antes era tratado de manera despectiva por el hecho de no trabajar o estudiar, debido a la falta de oportunidades. / Antes eran discriminados y tratados como “ninis” porque ni estudian, ni trabajan (…). Ningún joven se quedará fuera del trabajo o del estudio.

    Pobreza

    Pepe. En mi humilde manera de pensar –lo definían también los viejos pensadores Epicúreo, Séneca y los aimaras–: pobre no es el que tiene poco; pobre es, en realidad, el que necesita infinitamente mucho y desea y desea y desea más y más. 

    Queremos una vida política orientada a la concertación y a la agregación, porque de verdad queremos transformar la realidad. / Queremos de verdad terminar con la indigencia. / Queremos de verdad que la gente tenga trabajo.

    AMLO. Atendemos a los pobres por convicción y por humanismo, pero también lo hacemos porque creemos que si destinamos recursos a los menos favorecidos habremos de lograr una más rápida reactivación de la economía para salir de la crisis. / La educación y la salud nosotros las concebimos como derechos, no como privilegios, no son mercancías.

    ***

    En México, durante el gobierno de López Obrador se registró un logro histórico: 13 millones 410 mil personas salieron de la pobreza, de acuerdo con el reporte del Inegi. Esta cantidad representa –ahí pobremente– cuatro veces la población de Uruguay. Aunado a esto, también hubo una reducción importante en los índices de pobreza extrema. 

    ¿Qué dirán ahora los detractores de Andrés Manuel que no pueden ver lo que no quieren ver?: que en nuestro país la economía va en ascenso, que se protege al compatriota más que nunca, que hay una lucha constante contra la pobreza y la desigualdad y que esta se está ganando. 

    ***

    Mientras tanto, en Palenque, nuestro expresidente AMLO debe de estar feliz, feliz, feliz, como él mismo decía.

  • LA PALABRA GENOCIDIO

    LA PALABRA GENOCIDIO

    Miras esa fotografía en el sitio web de La Jornada. Es de la agencia de noticias AP y fue tomada el 23 de julio pasado. En la imagen aparece de perfil, casi de espaldas, un niño de dos años. Yazan Abu Ful lo único que ha visto en su vida, tan breve como un grano de arroz, es la asquerosa e instantánea luz de la guerra; lo único que ha escuchado ha sido el estruendo de las bombas, el ruido de los aviones, y no ha sentido más que el miedo y el dolor del hambre. Sin embargo, paradójicamente, ha tenido la suerte de vivir ahora en un campo de refugiados de Shati, en la ciudad de Gaza; bueno, si los heraldos negros de Netanyahu no disponen otra cosa.

    Miras el video que por WhatsApp te envía tu amiga Tania. “Tú no eres chillón, pero, por cualquier cosa, prepárate para llorar”, me escribe. “No me conoces. Lloro hasta con las películas de perritos”. “Este video me partió”, me dice. En él, una niña palestina pide la llave de su casa que ha sido destruida por soldados israelíes. “Urid almiftah”, dice. “¿Para qué quieres la llave?”. “Quiero guardarla como recuerdo de mi casa”. La hermosa pequeña llora mientras entre las ruinas dos hombres jóvenes cargan una losa. Luego mira al horizonte como si tratara de encontrar allá a lo lejos un mundo mejor, con casa, en paz. La cámara, la niña palestina, la rabia de mi colega y la mía esperan que todo esto termine.

    Más de 60 mil seres humanos han sido asesinados en Palestina, casi 150 mil personas han sido heridas, más de 70 mil se han quedado sin vivienda y cerca de dos millones de personas están siendo desplazadas. “Gaza se muere de hambre: Llamados de auxilio en medio del bloqueo”. Así titula en su nota principal el boletín Mirada global. Historias humanas de la Organización de las Naciones Unidas. “Un florero”, decía de la ONU Andrés Manuel López Obrador: “Lo único que hace es tomar partido y enviar armamento en las guerras. Si todo ese dinero que utilizan para armamentos, que solo beneficia a la industria bélica y que causa muerte y destrucción, se utilizara para el desarrollo de los pueblos, para garantizar oportunidades de trabajo, de estudio, estaríamos viviendo en un mundo más fraterno, más justo, más humano”.

    Te detienes en otro video que en redes ha circulado por todas partes. En él un grupo de mujeres y hombres adolescentes rechazan unirse al ejército israelí para hacer el servicio militar a pesar de que tendrán que ir a la cárcel. Se trata de objetores de conciencia que públicamente queman sus papeles de reclutamiento. “Me negué porque no voy a ser parte de un genocidio en Gaza, no se puede permanecer en silencio. Nunca más”, dice un joven. 

    Lees en la prensa: Alex de Waal dice que la hambruna no es solo “la experiencia individual del cuerpo consumiéndose”, sino también una “experiencia colectiva de deshumanización”. De hecho, el académico asegura que la hambruna en Gaza es totalmente provocada.

    Para el escritor israelí David Grossman, la palabra “genocidio” ya no puede evitarse. El gobierno israelí está perpetrando un crimen contra la humanidad. El escritor vivo más valorado en su país se hace la misma pregunta que muchos de nosotros: “¿Cómo hemos llegado hasta aquí? El solo hecho de pronunciar la palabra ‘genocidio’ con referencia a Israel, al pueblo judío, el simple hecho de que se pueda hacer esta asociación, debería bastar para darnos cuenta de que algo muy malo nos está sucediendo. […] La ocupación nos ha corrompido. La maldición de Israel comenzó en 1967. Hemos sucumbido a la tentación de nuestro poder absoluto”.

    Observas con detenimiento una entrevista en el canal de YouTube de Los Periodistas. Ari Volovich, escritor y periodista nacido en Jerusalén, le comenta a Álvaro Delgado y a Alejandro Páez Varela que en Israel los palestinos no eran vistos como personas. Eran siluetas o gentes en segundo plano, pues había una negación en torno a su existencia. 

    “Me acuerdo de una anécdota: estaba en un asado en casa de mi tía en Ashdod, la ciudad donde yo crecí, que está muy cerca de Gaza, y estaban bombardeando por enésima vez a la población gazatí. Nosotros sentíamos las olas expansivas de los bombardeos y yo le preguntaba a mi tía: ‘Oye, ¿no estás escuchando esto?’. ‘¿De qué me hablas? Es el viento’. (…) No existe Gaza. (…) No se dibuja al palestino como una persona”.

    Ari Volovich habla del asesinato de Isaac Rabin y la consecuente fuga de las mentes cuando la disidencia intelectual de Israel se fue para todos lados diciendo que “esto ya no tiene solución”, y advierte que ahora “demográficamente, los religiosos y ultrarreligiosos están al siete por dos en relación a los laicos. ¿Por qué no hay una disidencia grande? Tiene que ver con la fuga de las mentes de los años noventa”. El periodista, escritor y cronista termina diciendo con todas sus letras la palabra para muchos negada: “Esperemos de verdad que este genocidio termine pronto, por favor”.

    Piensas en el genocidio, en la desaparición (mal llamada ocupación) del Estado palestino por la fuerza de Israel y sus aliados…, pero ahora solo intentas dormir.

    https://www.jornada.com.mx/noticia/2025/08/01/mundo/la-palabra-genocidio-ya-no-puede-evitarse-dice-el-escritor-israeli-david-grossman

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  • DEL ALMA EN LAS IMÁGENES Y DE LA MIGRACIÓN

    DEL ALMA EN LAS IMÁGENES Y DE LA MIGRACIÓN

    Pedro Valtierra

    Cuando los grandes fotógrafos retratan a los migrantes casi siempre los toman desde atrás, a veces en fila india. Observo de nuevo a las mujeres de Chimborazo, en Ecuador, con sus sombreros y sus cargas, caminando entre las montañas para ir a vender porque sus hombres emigraron a las grandes ciudades. Sebastião Salgado las retrata, y también miro a las familias en Mali, huyendo del África devastada…

    Pero lo que hoy me maravilla son las fotografías del fotorreportero Pedro Valtierra, un cronista con imágenes. En Volver a la tierra del quetzal documentó la fortaleza de los exiliados de Guatemala. Corrían los primeros años de la década de los ochenta y los indígenas huían de la dictadura.

    Y es que la lucha por la sobrevivencia se da en cualquier parte y en cualquier época. Ahora mismo el Ejército de Israel comete un genocidio en Palestina y sus ataques con bombas destruyen incluso los campos de refugiados. 60 mil muertos. Lo oí en alguna parte: “El siglo XXI va a ser el siglo de Gaza”.

    Digresión

    Si los padres de mi madre, Crescencio y Josefina (provenientes de Durango y Salvatierra, respectivamente), no se hubieran conocido en Chicago y los de mi padre, Gregorio y Guadalupe (él de Chihuahua y ella de Tamaulipas) no se hubieran conocido en Chihuahua, y si no se hubieran venido a vivir todos a la Ciudad de México –unos huyendo de la Gran Depresión y los otros por causa del trabajo–, mis padres, Sergio y Lore, no se habrían conocido y, en consecuencia, yo, que he vivido toda la vida en la ciudad donde nací, tampoco habría visto luz alguna, y eso sin hablar de la parte biológica. La gran chiripada es vivir.

    Tal vez no todos somos migrantes, pero en todos hay un pedazo de migración. Demasiados mexicanos tenemos algún pariente o amigo en Estados Unidos. Yo mismo ignoro cuántos primos y sobrinos son parientes míos y del tío Pancho.

    El tío Pancho, hermano de mi madre, se fue al país vecino del norte a los diecisiete con una mochila cargada de miedos y un boleto de viaje a lontananza. Se había involucrado con una vecina allá en la colonia Doctores, pero ella estaba casada con un militar de alto rango. Mi abuelo Crescencio le dijo: “Eres gringo” y le dio su acta de nacimiento. El tío Pancho no regresó. Si acaso a visitar a sus padres, y eso cada que la luna se interponía entre la tierra y el sol, por decir.

    ***

    Los padres de mi madre, patas de perro, emigraron en busca del sueño americano. Josefina era la mayor de las hermanas que en Salvatierra lograron esconderse de la lujuria de tirios y troyanos, de federales y revolucionarios. Toda su vida de 89 años, Jose preparó arroz con leche y piloncillo, pues era lo que podían comer durante los años de la Revolución. No había azúcar pero sí arroz. Mi abuela seguía viviendo su Revolución.

    Crescencio no se atrevía a cambiar un foco, pero en Chicago consiguió trabajo. Dijo que era técnico en reparación de radios General Electric. Él sabía de números y de muchas cosas, pues era autodidacta. Eso me comentaba cuando yo era un niño y me mostraba la Enciclopedia Quillet mientras veíamos las peleas de box de los viernes. Rápido aprendió inglés allá en el norte y puso un negocio de veladoras. Se llevó a sus cuñadas a Illinois. Sin embargo, llegó la Gran Depresión del 29. Mis abuelos maternos regresaron a la Ciudad de México, donde nació mi madre.

    Mis abuelos paternos vivieron en Chihuahua y llegaron a la misma ciudad en el 42, con ocho hijos varones. Por eso digo que tal vez no todos somos migrantes, pero en todos hay un pedazo de migración. 

    ***

    Mira bien esa fotografía de Pedro Valtierra: las mujeres van cargando grandes bultos para cruzar el río y los hombres con sombrero no las ayudan. Solo uno y, bueno, hay otro que carga sus zapatos… Algo de calma se siente quizá porque ya van llegando a México. En esta otra imagen hay dos guerrilleros jóvenes: ella se recarga en el hombro de él; están parados entre la maleza y quién sabe qué miran, quizá un futuro juntos y mejor. 

    En el primer plano de esta otra imagen se ve de espaldas a la guerrillera con su cola de caballo, su gorra, su fusil y su traje de soldada. Ella sigue la fila donde otros guerrilleros, borrosos, caminan. Hay que tener cuidado con los animales y con la persecución. Dice un guerrillero: “El hambre de la libertad lo convierte a uno inmune a esas cosas, compita”.

    Ahí están los niños… Donde quiera que sea, esas familias que apenas tienen para comer están llenas de niños. Esta fotografía de Valtierra se parece a otra que Sebastião tomó en la Amazonia: frente a una gran choza de palma, todos los cipotes posan para una foto. Se tocan el pecho y sonríen ante la cámara. Parecen felices. Quizá no saben lo que pasa a sus alrededores: la guerra cruel. Y aquí van otros hermanos guatemaltecos cruzando el río Suchiate en cámaras de llanta de camión parchadas e impulsadas por niños. “Vamos a Chiapas para que no nos maten”. La luz y las sombras, el yin y el yang, la imagen del fotorreportero.

    Con sus fotografías, Pedro Valtierra nos dice que el amor puede estar entre las balas o los fusiles de los guerrilleros, y nos habla con sus ojos y su olfato de sabueso cazador de imágenes. Porque Pedro Valtierra retrata las almas de las personas, las estudia, las arranca, pero no se la roba: se las devuelve en un trozo de papel repleto de esperanza.

  • “Algo huele mal en Dinamarca”

    “Algo huele mal en Dinamarca”

    Algo anda muy mal en el ser humano cuando el anuncio más antiguo del que se tiene registro, hecho en escritura cuneiforme, trata de la búsqueda de Shem, un esclavo que huyó, y promete una moneda de oro a quien se lo entregue a su “noble dueño Hapú”, cuya casa “ofrece las mejores telas de Tebas”. Esa pieza arqueológica, que data de hace tres mil años –pues pertenece a la cultura sumeria–, se conserva en el Museo Británico.

    Otros “anuncios clasificados”, pero estos encontrados bajo las ruinas de Pompeya, indican que un esclavo “entiende perfectamente por sus dos orejas y ve perfectamente por sus dos ojos. Yo garantizo su frugalidad, su probidad, su docilidad”, mientras que de una esclava, sin tapujos, apuntan: “¡Qué firme carne! ¿Es una jovencita la que usted quiere? Yo garantizo su inocencia. Usted la verá ruborizarse” (Eulalio Ferrer, La historia de los anuncios por palabras).

    El racismo y el clasismo son un mal histórico de la humanidad. En la América colonial surgió una nueva clasificación humana y, por ejemplo, al hijo de blanco con negra se le llamó mulato, pues no se le consideraba más que una resistente y estéril mula. Así, el ser humano iba descendiendo en la escala social según su mestizaje, y el hijo de español y mestiza era el cuarterón, seguido del quinterón, el zambo de indio, el cholo o coyote (con lo que de plano se le arrancaba su cualidad humana), y el chino, el zambo, el prieto, el albino, el saltapatrás, el chamizo, el cambujo, el harnizo, el lobo, el jíbaro, el tente en el aire, el no te entiendo, y así…

    Por cuestiones de trabajo, hace unos años me alojé en un enorme hotel de Cancún cuyos propietarios eran españoles. Sus paredes nos mostraban, con lujo de superioridad, los dibujos de las castas con las que se iba denigrando, según la “combinación de su sangre”, a las personas cada vez más desposeídas. ¡Más de trescientos años después!

    Algo anda mal, algo debe de andar muy mal en el mundo cuando en Israel se educa a los niños con el fascismo más aterrador, y cualquiera puede escuchar en las redes sociales, interpretada con voces angelicales, una canción que para los que no conocemos el hebreo pareciera hermosa y tierna y, sin embargo, invita a los soldados israelíes a acabar con Gaza. “Niños de la Generación de la Victoria” insta a los judíos a matar. “Aniquilaremos a todos en Gaza […], dentro de un año no quedará nada allí […] y el mundo verá cómo eliminamos a nuestro enemigo”. Instruir a los jóvenes en los caminos de la guerra es la fórmula para que el sionismo no pueda sepultarse ante la luz que irradian las pertinaces mentes progresistas.

    Algo anda muy mal cuando “el mundo –dice Eduardo Galeano– trata a los niños pobres como si fueran basura, para que se conviertan en basura. Y a los del medio, a los niños que no son ricos ni pobres, los tiene atados a la pata del televisor, para que muy temprano acepten, como destino, la vida prisionera”. Esa pata ahora está en los teléfonos “inteligentes”.

    “Algo huele mal en Dinamarca”, clama Hamlet al enterarse de que su padre ha sido asesinado por su hermano Claudio para casarse con la reina y usurpar el trono. Con ese contubernio, Shakespeare hace una alegoría de los problemas y crueldades ocultas que corrompen a la sociedad. “Ojalá mi cuerpo pudiera deshacerse en lágrimas”, dice el príncipe, y eso decimos ahora que en pleno siglo XXI nos hemos vuelto saltamospatrases.

    Algo anda mal, algo debe de andar muy mal, cuando un monigote que se cree rey, que se siente Dios, con un racismo inusitado expulsa a los nuestros con lujo de violencia, y con el mandamiento de “armaos los unos a los otros” obliga a todo el orbe a seguir sus pasos: obedecerás a Trump sobre todas las cosas; honrarás a tu padre Estados Unidos; robarás, mentirás, consentirás y cometerás actos impuros, y codiciarás los bienes ajenos. A Trump, el “gobernador del mundo”, lo gobierna sin embargo el dinero.

    ***

    Hace tres milenios la esclavitud obligó a Shem a escapar. Por lo menos desde entonces las civilizaciones están fundadas en el beneficio de unos cuantos dada su ambición por el poder y el dinero. Como un oasis a la mitad del desierto de esa iniquidad que ahora nos somete con la desinformación, corrupción, vileza y desigualdad, y que se ha propagado como el hongo por el mundo, destaca nuestro México, cuyo primer gobierno de la Cuarta Transformación logró lo impensado: sacar a once millones de la pobreza.

    ¿Cómo ha sido posible una acción de tal envergadura? Con un proyecto de nación que incorpora reformas sociales, económicas y laborales; políticas de igualdad hacia las mujeres y de reconocimiento a los grupos minoritarios; pensiones para los adultos mayores, mujeres y personas con discapacidad; becas para los estudiantes; beneficios para los sembradores; obra pública, seguridad social y más, aún cuando lamentablemente algunos gremios, como el de ciertos intelectuales, no lo comprenden.

  • ¿Y para qué?

    ¿Y para qué?

    “Las guerras mienten. Ninguna guerra tiene la honestidad de confesar ‘yo mato para robar’. Las guerras siempre invocan nobles motivos: matan en nombre de la paz, en nombre de Dios, en nombre de la civilización, en nombre del progreso, en nombre de la democracia. Y si por las dudas, si tanta mentira no alcanzara, ahí están los grandes medios de comunicación dispuestos a inventar enemigos imaginarios para justificar la conversión del mundo en un gran manicomio y un inmenso matadero”.

    Eduardo Galeano

    La guerra es una muerte que arrebata y persigue otra guerra y otra más, y es un estigma de la humanidad, esa “rebelión de esclavos”, decía Fernando Pessoa, el poeta que vivía en guerra consigo mismo: “Sea como sea, mejor sería no haber nacido, porque, de tan interesante que es en todos los momentos, la vida llega a doler, a marear, a cortar, a rozar, a crujir”.

    Venimos de una guerra y entramos en otra. Eso. Ayudemos a la muerte a hacer su tarea, que al fin y al cabo a veces ni trabajo le cuesta. La guerra no viene llegando: no se ha ido. Nunca. Y nos da cátedra del fracaso que somos; por culpa de los pecadores mueren los justos. Es la antiespecie, la anticivilización, la guerra. Todo lo mata, todo lo rompe y lo corrompe, todo lo destruye y solo deja un vacío insuperable y columnas rotas en antiguas ciudades. No se ha ido, siempre está con nosotros, por culpa del dinero, del poder, del fascismo, del supremacismo. 

    “Con nosotros no hay guerra”, pero sí… y es de baja intensidad: guerra del presidente-rey con los migrantes, del racismo y clasismo que a diario enfrentamos, que no podemos arrancarnos del alma, o la de los energúmenos que montan satélites, explotan cohetes y personas y sueltan mentiras en la televisión comercial, en la radio.

    La guerra con un pueblo o con un país, la guerra con una nación del Medio Oriente, la guerra de Estados Unidos y el sionismo israelí, la maldita guerra ahora ha matado la poesía.

    Tumbaron un edificio para liquidar a un científico nuclear y asesinaron a Parnia Abassi, la poeta veinteañera; mataron a su hermanito, a sus jóvenes padres y a un mundo de gente.

    Lapidaron la poesía.

    “Lloré por ambos
    por ti 
    y por mí

    soplas
    a las estrellas mis lágrimas

    en tu mundo 
    la libertad de la luz
    en el mío
    la persecución de las sombras 

    tú y yo llegaremos al fin
    en algún lugar 
    el poema más hermoso del mundo 
    enmudece”.

    Parnia, la poeta más hermosa del mundo, ha enmudecido y no lo soporto…

    La mataron el salvaje y el inmundo, esos gobiernos viles. Y ahora queda el polvo y el dolor y sus fotografías en las redes: Parnia enormes lentes redondos y sonrisa enigmática, Parnia sonriente frente a una lap y delante de los costales de café, Parnia pensativa y oyendo música, Parnia llena de flores, Parnia cabellos, Parnia sangre, Parnia en su cama y sus sábanas rosas, Parnia debajo de las duras rocas, Parnia estrella extinta. Parnia…

    Y apenas empieza la guerra.

    Una corona de flores para la poesía. Bien dice Pepe, el enorme uruguayo: somos animales tan inteligentes y tan estúpidos. No lo decía así, pero eso decía.

    La guerra, la mentirosa, la rabiosa, la raposa, la que no regresa porque nunca se fue, pero que siempre vuelve… ¡Y dale con que vuelve la guerra que no se ha ido!

    Una corona de flores por el genocidio en Gaza, con sus 55 mil muertos, la mayoría civiles, un fuerte aplauso para los gobiernos de Europa, de Canadá y Estados Unidos, y por la muerte de sus pueblos originarios.

    Estados Unidos tiene grabado en sus barras y estrellas el signo de la muerte. ¿Cuántos grupos indígenas quedan en Australia, en Sudáfrica, en Tasmania, en Gringolandia

    Con la bendición de la guerra, Estados Unidos se robó medio México, se robó Hawái, se robó Alaska.

    “El ser humano es más grande que la guerra” –dice Svetlana. Tal vez, pero esa joven poeta de sonrisa enigmática y lentes enormes y redondos, la de la laptop y los costales de café, la que no pudo ya “plañir el murmullo de la vida” y será “una estrella extinta en el cielo como humo”, ha muerto.

    ¿Y para qué? ¿Para qué?

  • Voces de los migrantes

    Voces de los migrantes

    Las imágenes no hablan: rugen, vibran, claman por que se detengan los abusos. Un hombre en motocicleta carga una gran bandera de México y le da vueltas a una patrulla en llamas mientras los guardias esperan. No lleva casco, sino un paliacate y una gorra puesta al revés. El humo negro, los migrantes y la guardia nacional convierten la escena en una ciudad apocalíptica; mientras tanto, algunos detenidos son arrastrados con furia y xenofobia.

    Son muchos los que están, los que acusan, los que narran todo lo vivido a otros mexicanos más jóvenes: los tiktokeros que graban todo en un celular, en una cámara, para dejar constancia, quizá para la próxima administración gringa, o más bien para nosotros, los que estamos aquí, en el México de este lado. Los inmigrantes mexicanos llevan el corazón en las manos ajadas, en las manos que habían estado trabajando, cargando las cosas pesadas; en las mujeres que preparan comida para los paisanos que cada día se forman en la puerta trasera de los grandes comercios buscando trabajar para sacar el sustento: el alimento, la renta, la escuela de sus hijos, el envío de dólares a sus mamás, es decir, las remesas que ahora también los farsantes quieren rasurar.

    1.

    La tristeza es cuando ves a un compañero de trabajo de muchos años irse a la chingada porque el presidente gringo no nos quiere. La tristeza es no tener dinero que mandarle a mi jefa y a mi hermanita con parálisis. / Me he quedado sin ir a trabajar a la plaza. Los que quedan son los que estaban formados en el Home Depot. / Si es el centro de Los Ángeles, ¿por qué los ángeles no nos ayudan? Los de la Migra están más concentrados en las personas latinas, aunque también se llevan a los chinos. / Yo les empecé a dar el pitazo a todos para que no se presentaran por acá. / Ese Trump es bien ojete. Es la verdad, es lo que yo pienso de ese güey. Se van contra la gente que viene honradamente a este país. 

    2.

    Si no fuera por los latinos, este país no fuera nada. Los gringos no pueden ir a trabajar al campo: no aguantan. / Se llevaron a las mujeres que estaban vendiendo allá los alimentos. / ¿Cuántos se llevaron? Están hablando que son como 20 y 25. Quiere Trump que le den las cuentas. Yo pienso que… [llora]. Da tristeza, la verdad, uno se queda como parado, sin poder hacer nada. Estamos buscando trabajo, cada día. Es un día lamentable, triste para los compañeros.

    3.

    Vamos a ver jugar a la selección. A ver si no nos hacen redada, pero yo quiero ver a mi equipo, manque pierda y no juegue a nada. / Le llamábamos la Migra y ahora es el ICE y quiere hacer tres mil arrestos diarios, con los arrestos quiere detener al país, pues son los trabajadores inmigrantes quienes levantan al país. [Los tiktokeros reportan en vivo]. 

    4. 

    Ellas se esconden. Nomás agarraban gente. ¿No pedían documentos? No nada. Nomás agarraron a los que pudieron y se fueron. / Ya sabíamos que iban a venir. Si ya nos toca, nos va a tocar. / ¿Por qué nos llevan si nosotros somos jornaleros? Nosotros somos trabajadores de la construcción, ¿verdad que sí? [El hombre callado, el chaparrito, por fin se atreve a hablar, mientras levanta una llave, una herramienta enorme]: Nosotros estábamos sentaditos. Llegaron y se echaron a correr todos. Hasta los niños. Pobrecitos. Ahorita ando bien agüitado yo, pues se llevaron a mi compa. Si vienen otra vez, ahora sí les vamos a chingar a todos sus carros. 

    5.

    Él estuvo cuidando los negocios. Es la banda que sí defiende, que sabe cómo sufrimos. [El de la voz es un tiktokero que le regala unos billetes al que apenas habla español]. Aunque sea para una coquita, eres un chingón, ¿eh?, eres un chingón, porque no dejaste a la raza sola. Las vendedoras salieron corriendo. / Ellos no venían por alguien. Buscaron al montón de gente que está buscando trabajo y vámonos. Se fueron para allá. Por favor. Yo nomás te explico. Si tú puedes, rescátalas. / Somos mayas, somos indígenas. Sí, ¿no? Miren cómo se lastimó [el chaparrito muestra un enorme moretón en su brazo]. / Yo nomás te explico… Por ellos. Yo ya soy grande. / Ellos están ganando mucho, y ¿por qué nos molestan a nosotros que estamos ganando poquito? / Todos los que se llevaron son conocidos. Se llevaron a nueve de ellos, pero son más. ¿Por qué no agarran a los ladrones?, ¿por qué a nosotros? / Esta es una guerra del gobierno contra nosotros, es una guerra declarada.

    6. 

    California está siendo objeto de redadas por la Migra. Solo se escuchan las sirenas, se llevan decenas de personas arrestadas, se llevan a los trabajadores. Es el centro de Los Ángeles, el Distrito de la Moda. Ahora atacan a las ciudades Santuario. Es el viernes negro. Algunas entrevistas las hizo Sury en su canal QueFich TV, una tiktokera que ha tenido que cambiar de página de Facebook ante la censura de Meta. / Está pendejo el güey, él quiere ser Dios, pero no es nadie [dice una señora ante una foto de Trump vestido como papa]. / ¿Dónde están esos artistas, influyentes que viven de la comunidad latina en Estados Unidos? ¿Dónde está su apoyo?, dice en X Chepe, antes Chesperrito. 

    Es la guerra que ha declarado Donald Trump, el presidente criminal, el fascista y delincuente enfermo de racismo y de poder. Es la guerra otra vez. “Hagamos a México grande otra vez”, dicen, en protesta, por ahí.

    ***

    Once millones de mexicanos salieron de la pobreza entre 2018 y 2024, el sexenio de AMLO, de acuerdo con una nueva estimación del Banco Mundial. Nada más que decir al respecto.

  • “Pajarito, pajarito”

    “Pajarito, pajarito”

    La fotografía es icónica. Centenares de personas rodean al presidente Andrés Manuel López Obrador, quien para llegar al Zócalo ha tenido que caminar muy lentamente, a la velocidad que lo han permitido centenares de personas que quieren estar cerca de él, que hacen cualquier cosa por saludarlo, por tomarse una selfie. Decenas de brazos con celulares en mano se alzan dirigiéndose al presidente: son los tentáculos de un enorme y amigable pulpo. Cerca de él, exhaustos, van algunos funcionarios de su gabinete. Atrás, sonriente y agotada, está Claudia Sheinbaum, la jefa de Gobierno de la Ciudad de México, que ya se perfila como la próxima presidenta (¿quién si no ella para continuar la épica odisea?). También se alzan las cámaras fotográficas y alguna de cine; la tuba y los platinos se confunden con los sombreros que protegen del sol, pero aún no llega la música, pues parece esconderse tras las banderas de Morena. No falta el verde, blanco y rojo de nuestras banderas, como tampoco las gorras de colores, las boinas, un casco de motociclista. Al fondo, un cartón verde escrito a mano reza: “La paz es fruto de la justicia”.

    La fotografía es icónica. Por eso el presidente la pidió para la portada de su libro ¡Gracias! Su autor, Luis Antonio Rojas, es un joven fotoperiodista nacido en Aguascalientes. Como él, la mayoría de la gente es joven; los viejos nos hemos rezagado y hay muy pocas cabezas calvas. Yo casi lo estoy… y por ahí andaba, pero no tan cerca como para aparecer en la foto, ya que Eva, mi hijo Sergio y yo mejor nos regresamos hasta el Palacio de Bellas Artes buscando una sombra o un refugio para sentarnos; y sí, encontramos un pasto y desde ahí pudimos ver y oír el discurso en una gran pantalla. 

    En la camisa del político tabasqueño está lo más blanco de la curva tonal de la instantánea. Andrés Manuel es el punto de enfoque, si bien hay una gran profundidad de campo y se aprecia todo, hasta la sonrisa de algunas o el cansancio de otros. Lo que no entiendo es cómo un dron pudo captar un signo de interrogación en la cara del presidente. Parece que desde arriba le hubieran gritado “pajarito pajarito”. Es la magia del fotógrafo que captura ese momento del 27 de noviembre de 2022, cuando la marcha convocada por el presidente alcanzó una afluencia que superó con mucho el millón de personas. La multitud parece girar en torno al personaje que logró lo imposible: sacar a nueve y medio millones de la pobreza. Nada más… o sí, ya que falta que el Inegi actualice la cifra y sume los datos de 2024. 

    Todavía se pueden ver dos o tres cubrebocas, reminiscencia del covid-19 que puso en jaque al mundo entero. Pasaron años para que llegara Andrés Manuel a la Presidencia y parece que también hubieran pasado décadas para que él pudiera llegar al templete donde habría de decir sus palabras y agradecer el apoyo de su pueblo.

    Tenemos ahora una gran presidenta, pero seguimos extrañando al viejo incansable, al de aquella marcha en la que yo estaba al borde del infarto, aquella marcha en la que conocimos al joven apodado el Cuatroté, que venía de Zacatecas de ida y vuelta para regresar al trabajo, el muchacho que no tenía pulgares y saludaba orgulloso con sus cuatro dedos. Aquella marcha en la que también encontramos a una aguja en un pajar llamada Tania.

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    Claro que hay quienes quisieran ver preso a López Obrador y sin pruebas lo acusan de relacionarse con el narco o de negligencia criminal e incluso de genocidio, quizá por la pandemia, sin entender que los compatriotas que murieron al contraer el SARS-CoV-2 tenían la comorbilidad de la obesidad, la comorbilidad de la diabetes, la comorbilidad de la hipertensión arterial, debido a las pésimas prácticas alimentarias provocadas por el contubernio de políticos neoliberales con las empresas de comida chatarra, que nos dejó sin suficientes médicos especialistas, sin suficientes hospitales. Esos críticos insufribles no se dan cuenta –o no quieren hacerlo– de que se concluyeron o construyeron 90 hospitales, se atendió a la gente infectada y se vacunó a la población en tiempo récord, y se desbarató un entramado de empresas corruptas que en medicinas se robaban miles de millones de pesos al año.

    Los pejefóbicos –los que afirman serlo y los que no– acusan también a AMLO de no atender la delincuencia, de dejar vía libre a los narcotraficantes y, con el “argumento” de que saludó a la mamá del Chapo o de que liberó al Chapito, no quieren ver más allá de sus narices o de las narices de Aristegui, Reforma, Proceso o El Universal. Quieren meter al bote al presidente que logró detener la bola de nieve de los asesinatos e incluso los redujo en 10 por ciento. Ellos solo hablan de números absolutos, como absoluta es su… falta de razón.

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    Me hubiera gustado conocerlos. Sé que eran jóvenes y que trabajaban por una ciudad mejor, por un país mejor, pues siempre fueron dos luchadores sociales muy inquietos. Pero los seres humanos podemos ser sublimes o nefandos. Ximena, José: ojalá se logre hacer justicia. Ojalá que sus familiares y amigos encuentren la paz que ustedes siempre buscaron.

  • Sebastião

    Sebastião

    Recuerdo muy poco de aquella fotografía. La guardo en mi mente, pero hay más sombras que luces. Un hombre trabaja. Es muy fuerte, está cansado y desde el fondo de su mirada la cámara ha capturado su angustia, su rabia. ¿Cuándo vi aquella imagen? Quizá hace cuarenta años. Esa mañana, la fotografía del brasileño Sebastião Salgado transformó al joven que se fugaba de su depresión en el Museo de Arte Moderno del bosque de Chapultepec.

    “Lo que quiero –dice el fotógrafo brasileño– es que el mundo recuerde los problemas y a las personas […]. No quiero que la gente los mire y aprecie la luz y la paleta de tonos. Quiero que miren dentro y vean lo que representan las imágenes y el tipo de personas que fotografío”. Yo, querido Sebastião, quedé cimbrado desde la primera imagen que vi salida de tus ojos, tus manos y tu cámara.

    Sobre la tierra africana, el hombre avanza como un perro. Solo piel cubre sus largos huesos. Al fondo, una habitación de tela y, detrás, la oculta mirada de la lente atestiguan las pocas horas que le quedan. También yo, también nosotros, sufrimos ese instante que detuviste, que dibujaste con la luz y que miles de mujeres y hombres miramos.

    Un joven posa con la mano en la cadera donde por las inmensas escaleras centenares de trabajadores bajan en busca de oro. Son las minas que nos revelan la importancia del oro, del dinero, que convierte a la mayoría de las personas en seres explotados, y en otra fotografía veo que un joven por fin ha llegado al final de la escalera mientras una mano espera para rescatarlo del abismo. Salgado nos muestra la explotación humana, y en otra imagen los hombres escarban la tierra buscando el metal precioso, pegados a una montaña sin protección, como cabras montesas, de las que las vidas penden de los hilos de la avaricia de los dueños de esas tierras malditas de Minas Gerais.

    “Cuando llegué al borde de ese inmenso agujero –explica Salgado– vi pasar ante mí en fracciones de segundo la historia de la humanidad, la historia de la construcción de las pirámides, la historia de la torre de Babel, las minas del rey Salomón”.

    ¿Por qué sonríe ante la cámara ese minero mientras al fondo otro se asoma? ¿Qué chiste le contaste, Sebastião? Ese personaje me recuerda a los juegos de los albañiles mexicanos que practican boxeo y se tocan sus partes con extraños juegos que solo ellos entienden mientras cuentan chistes tontos y albures en los pocos minutos de descanso. El libro: Trabajadores.

    Lélia Wanick, la esposa de Salgado, ha hecho la maravilla. Ella crea los conceptos de sus proyectos, es su editora, su museógrafa y su amor, y lo ha acompañado toda su octogenaria vida. Ahora que la migración humana está en boca de media humanidad debido al avance del fascismo y la ultraderecha, hay que echar una mirada a Éxodos, que documenta a los refugiados del mundo, a los desplazados, a los migrantes que caminan en fila por causa del desastre sociopolítico y la pobreza que otra fatalidad, la miseria humana, engendra.

    El brillo de los ojos de los tres niños africanos reluce y entre las cobijas solo se ve parte de sus rostros. ¿Qué estarán pensando ahora que son retratados por Sebastião? Otro grupo se protege del sol y del frío y camina entre los pastizales. El artista los retrata de espaldas y un niño sonriente se asoma a mirarlo.

    Ahora son muchos migrantes que se detienen a descansar. El pequeñito parece preguntarle a su madre si todavía le queda un poco de leche mientras levanta su blusa; la gente, las tiendas de campaña y a lo lejos el implacable cielo nublado parecen observarlo todo.

    En la fotografía de Sebastião no todo es blanco y negro; hay demasiada riqueza en la gama de grises: gris explotación, negro devastación, oscuro gris guerra y hambre, blanco resistencia y solidaridad, gris verde belleza de la Tierra, porque también están los pingüinos, el elefante solitario, la cola de la ballena, el mar vuelto río, los niños en la balsa; en fin: la belleza de los pueblos originarios que habitan el mundo…

    Pero, luego de estar en Ruanda, Salgado enfermó. Había visto tantas muertes que estaba muriendo. Lélia lo motivó a replantar la selva que había desaparecido. Dejó la fotografía, pero en diez años regresaron hectáreas de selva y volvieron las aves, los insectos y los mamíferos. Revivió la selva… resucitó él.

    En “Amazonia”, la exposición que se acaba de ir del Museo de Antropología, pudimos ver cómo el dinero es solo una trampa de la humanidad, porque es sinónimo de muerte y genocidio. ¿Qué hace que ahora mismo exista un brutal exterminio en Palestina? ¿Por qué tanta guerra en pleno siglo XXI? ¿Quién llevó a un millonario e inescrupuloso delincuente a la Casa Blanca? Fueron los otros poderosos, es decir, los dueños del dinero. 

    Existen, sin embargo, comunidades felices, pueblos encerrados en la selva, en el paraíso, que no lo necesitan, que viven de lo que cazan y pescan, lo que recogen de los árboles, a los que respetan como el agua dulce y limpia de las vertientes del gran río.

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    Zedillo aseguraba que el monto del Fobaproa ascendería a 180 mil millones de pesos. Se equivocó, pero solo por ¡2 billones 384 mil 472 millones! Y todavía este cínico viene a criticar el manejo de los únicos dos gobiernos progresistas.

    De las masacres en tiempos de Zedillo y de la diáspora de nuestros compatriotas luego hablamos…

  • ¿Cómo podré abrazarte?

    ¿Cómo podré abrazarte?

    No puedo dejar de mirar esa fotografía. Te la tomó Samar Abu Elouf en el complejo de refugiados que comparte contigo en Qatar y ha sido galardonada con el World Press Photo. La luz del sol se refleja en tu rostro moreno, más que triste, pensativo. Tu brazo derecho ha sido amputado y de tu brazo izquierdo solo queda una pequeñísima parte. Quisiste regresar para animar a tu familia a seguir adelante y te explotó una bomba, una bomba israelí.

    Tal vez reflexionas sobre la vida esta que ha traído tanto mal, infortunio, muerte, destrucción; o piensas en los amigos que ya no están; en si todavía tiene caso estar vivo; en si es un privilegio que puedas aún ver a tus padres; en el futuro que te espera; en si podrás coger cosas y valerte por ti mismo si bien ya sabes usar el celular, escribir y abrir puertas con los pies; en si llegarán un día los nuevos brazos, unos de esos que los médicos –esos ángeles sin alas– llaman prótesis. Quizá piensas en Gaza, tu ciudad, o en lo que queda de ella. Tal vez lo único que haces es sobrevivir. Un día, hace nueve años, naciste en Palestina, en la región donde nació Jesús, ese revolucionario que muchos llaman Dios. Tus padres te nombraron Mahmoud Ajjour y en la religión que te heredaron se venera a otro Dios. 

    Ahora que te has librado de ese infierno podrás, Mahmoud, volver a la escuela y tendrás un mejor futuro, pero otros como tú aún viven en ese lugar asediado, destruido, o murieron masacrados por la decisión de un asesino, Benjamín Netanyahu, y con la complicidad de otro, Donald Trump, pero también por la inacción de casi todos los gobiernos, de casi todos los países, que no dicen nada, que no hacen nada, tal vez porque no pueden hacerlo. 

    “¿Cómo podré abrazarte ahora?”, le dijiste a tú mamá. ¿Cómo podremos abrazarte a ti? ¿A ti y a los 60 mil muertos de Gaza? ¿A los cerca de 20 mil niños que han perdido la vida? ¿A los 120 mil heridos como tú? ¿Qué hemos hecho como humanidad para padecer esto en pleno siglo XXI? ¿Cómo podemos, Mahmoud, mirarte a la cara?

    Miro de nuevo la fotografía. Eres delgado, se te remarcan las costillas, la clavícula, pero tu rostro es perfecto. Todo indica que crecerás, que serás un hombre de bien, no como esos dos pseudolíderes que deben ya poner fin a este genocidio que algunos inescrupulosamente llaman guerra.

    Cierro los ojos y te sigo viendo, como miro las otras imágenes, las de tu ciudad completamente destruida. Cierro los ojos y de todas maneras te veo, porque estás ahí, como lo están todos los muertos, todos los heridos, todas las ruinas de Gaza, tu ciudad, porque ahí estarán hasta que podamos darle vuelta a esa página negra de la historia del mundo.

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    Hay otra imagen. Es un fotograma. El rostro es de Katy Perry, una cantante que hace canciones que yo, sexagenario, no comprendo. Ella está a 100 kilómetros de la Tierra y tiene en sus manos y sus brillantes uñas plásticas una flor blanca, su cabello vuela y sus ojos verdeazulados parecen hechizarnos. Una de sus canciones dice “El mundo es de las mujeres, y tienes suerte de vivir en él”. Sí, Katy Perry, el mundo es de las mujeres, pero no de las palestinas, que han tenido que dejar sus casas, que tienen que comer de la escasa ayuda humanitaria, que han perdido a sus hijos, a sus esposos, a sus madres. Katy, seguro que el mundo no es tan maravilloso como dice la canción que has cantado en la estratósfera, “What a wonderful world”, mientras mirabas la redondez de la Tierra, y a decir tuyo te vinculabas más con la naturaleza, aunque –híjole– la nave en la que posas quemará en su viaje de ida y vuelta 90 toneladas de dióxido de carbono. 

    Diablos, Katy, seguro no sentirías tanto, tanto amor propio, seguro no gastarías medio millón de dólares en ir 10 minutos al espacio ni sentirías que vivir esta experiencia fue como cuando te convertiste en mamá. Quizá si tu corazón no solo fuera una señal con tus manos repudiarías a Blue Origin, la empresa de Jeff Bezos, a Elon Musk y al turismo espacial, la diversión de los ricos. Pero no, Katy, tú eres parte de ellos. 

    Los periodistas de “La Base Comanche” le llaman bestialización del capitalismo o necropolítica a la de estos ultrarricos, los tecnoligarcas que han decidido, según ellos, trasladarse a otro planeta una vez que hayan destruido este. No les va a dar tiempo. Son locos, y más los que le siguen el juego, como la cantautora o la presentadora Gayle King o la productora Kerianne Flynn o la comunicadora y prometida de Bezos, Lauren Sánchez (dejó fuera a la activista Amanda Nguyen y a la ingeniera aeroespacial Aisha Bowe por razones que no caben en este texto). 

    Estamos perdidos, pero no en el espacio, sino en el tema de la desigualdad social.

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    El Fondo Monetario Internacional ha reportado que México es la única economía del G20 con una previsión negativa de crecimiento, pues será –dicen– de menos 0.3 por ciento. Por el contrario, Argentina (que se ha endeudado con 20 mil millones de dólares) y Ecuador (cuyo presidente se acaba de robar las elecciones) tendrán “un repunte importante”, de 5.5 y 1.7 puntos porcentuales, respectivamente. 

    Bien dice Mafalda después de ver el globo terráqueo: “Vivimos cabeza abajo”. 

  • Pulgarcito y los tristes más tristes

    Pulgarcito y los tristes más tristes

    En esta cárcel maldita
    donde reina la tristeza
    no se castiga el delito
    se castiga la pobreza.

    Roque Dalton

    Miras la imagen. Es el Centro de Confinamiento del Terrorismo, ubicado en El Milagro, Tecoluca, El Salvador, donde antes se cultivaba el maíz y se asoma, majestuoso, un volcán de nombre paradójico: La Paz. 

    Miras la imagen. Ella es Kristin Noem, secretaria de Seguridad Nacional de Estados Unidos. Rodeada de guardaespaldas, visita la cárcel con un atuendo nada adecuado. Su playera blanca y su pantalón ajustados solo revelan provocación. Ella es alta y delgada. Sus grandes pechos parecen escaparse, como los ojos de algunos condenados de esta pequeña tierra.

    Miras la imagen. Todo parece un capítulo de El Juego del Calamar, la popular serie surcoreana en la que decenas de personas ambiciosas encerradas van a morir si no saben jugar. Pero esto no es una ficción: es la realidad de un pequeño país, el Pulgarcito de América, y esta es la prisión más grande: una gigante que no brinda los derechos más fundamentales. Muchos de los hombres fueron apresados ilegalmente. El delito de algunos fue haber nacido en Venezuela y querer vivir mejor. La mayoría son jóvenes y fueron atrapados y rapados. Los mayores, salvadoreños, eran unos niños cuando se les deportó de Estados Unidos, en donde se habían integrado a las bandas a las que muchos pertenecían. No todos.

    “Ellos comen basura, están allí pero no hicieron nada, ellos no tienen manchas en el cuerpo”. La mujer vende comida y cuenta que tres de sus hijos fueron detenidos sin orden de aprehensión, sin juicio, sin posibilidad de defenderse, sin deberla ni merecerla. 

    Roque Dalton, el gran poeta salvadoreño, ya había adivinado estos momentos: “los arrimados, los mendigos, los marihuaneros, / los guanacos hijos de la gran puta, / los que apenitas pudieron regresar, / los que tuvieron un poco más de suerte, / los eternos indocumentados, / los hacelotodo, los vendelotodo, los comelotodo, / los primeros en sacar el cuchillo, / los tristes más tristes del mundo, / mis compatriotas, / mis hermanos”.

    Miras la imagen. Los condenados de la pequeña tierra ven cómo la funcionaria gringa se toma una gran selfie, se hace grabar mientras los utiliza como fondo sin importarle que ellos ya han tocado fondo. La mujer dice en inglés algo así, y algunos la comprenden: “Si vienes a Estados Unidos ilegalmente, esta es una de las consecuencias que vas a enfrentar: serás removido y procesado. Sepan que esta es una de las instalaciones que usaremos si ingresan ilegalmente a Estados Unidos”.

    Los condenados de la pequeña tierra tienen entre 20 y 35 años y no ven la luz del sol, no reciben visitas y tampoco comen carne, pollo o pescado; no duermen en colchonetas ni pueden leer un libro. Todos morirán en esa cárcel y no tendrán una segunda oportunidad. Cierto, la mayoría son criminales y pertenecen a una de las tres pandillas: 18 Sureños, 18 Revolucionarios y Mara Salvatrucha-13, pero en un Estado de excepción siempre hay lugar para encerrar inocentes.

    Nunca le pasó por la cabeza a Nayib Bukele, el impresentable presidente de El Salvador, atender las causas de la delincuencia en su país. Nunca pensó en abatir la pobreza ni en apoyar a sus compatriotas que viven en Estados Unidos. Ni por asomo intentó darles educación o un trabajo decente: una segunda oportunidad. El presidente millonario prefirió mantener el Estado de excepción en su país, sitiar comunidades, desaparecer personas y encarcelar a miles y miles de salvadoreños, y ahora a recibir a extranjeros para encerrarlos sin juicio previo, sin poder siquiera defenderse, en una cárcel más grande que su país.

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    Pero en México, por fortuna, todo ha sido diferente.

    Si bien en los sexenios de Calderón y Peña Nieto los reclusorios fueron un negocio que benefició a empresas privadas con contratos milmillonarios y en condiciones muy desfavorables para el país, desde el primer gobierno de la Cuarta transformación, Andrés Manuel López Obrador renegoció los contratos con los empresarios abusivos y, principalmente, decidió atender las causas de la violencia y el narcotráfico. 

    Por eso incrementó en dos millones y medio los empleos, dejando al país con una de las tasas de desempleo más bajas del mundo. Mientras que en esos sexenios anteriores los jóvenes fueron llamados ninis (ni estudian ni trabajan), en el primer sexenio de la Cuarta Transformación se invirtió en ellos cerca de 140 mil millones de pesos: 20 veces más que en los cinco sexenios anteriores juntos. Gracias a las becas y a los programas para el bienestar, se logró disminuir el abandono escolar. También se crearon programas como Jóvenes Construyendo el Futuro y las universidades Benito Juárez. 

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    Ahora enfrentamos días difíciles, pero tenemos a Claudia Sheinbaum, una presidenta inteligente y serena que ha sabido sortear todos los males, así haya “periodistas” preocupados porque acumula ya tres meses ¡con el 15 % de desaprobación!