Etiqueta: Miguel Martín

  • Cuidado con los ídolos

    Cuidado con los ídolos

    Desde mi más tierna infancia, antes de aprender a leer, Lucía, la hermana más cercana a mí en edad y que cursaba la secundaria cuando yo tenía entre 4 y 6 años, tenía mucha cercanía conmigo para contarme historias de aparecidos, brujas, monstruos y demás fenómenos paranormales. Ella solía leerme pasajes de un libro que aún se puede conseguir en librerías de viejo, editado por Selecciones, del que mi papá había hecho acopio junto con otros suculentos volúmenes que me maravillaron de niño, tales como Grandes Acontecimientos del Siglo XX, Enciclopedia Selecciones, Enciclopedia del México Antiguo, La Segunda Guerra Mundial, el Atlas Mundial, entre otros. Pero aquel libro que me marcó, de pasta verde pistache, era un delicioso mamotreto llamado El Gran Libro de lo Asombroso e Inaudito.

    Con aquel libro como punto de partida, y maravillado por temas como el monstruo del lago Ness, las caras de Bélmez, los experimentos de criogenia, los avistamientos de críptidos y demás temas fascinantes; fui explorando en los tiempos previos a internet a través de revistas como Duda, Más Allá o Año Cero. Cuando por fin tuve computadora y pude acceder a páginas web, profundicé aún más en esos y otros temas.

    Allá por el año 2005, aquella época en que aún no se diluían las esperanzas de modernidad y renovación que el cambio de milenio traía consigo, por las mañanas trabajaba como auxiliar de oficina del IMSS y por la tarde cursaba el último semestre del nivel medio superior en el IPN, con la carrera de técnico en construcción asistida por computadora. Desde esos primeros años en que ya se ofrecían opciones para escuchar música en mp3 de forma portátil, pude comprarme primero un reproductor Zen Xtra de Creative y luego un iPod. No solo escuchaba música, pues debido a ese pasado de afición por lo heterodoxo, comencé a descargar programas españoles de misterio clásicos y después uno de actualidad que se realizaba cada semana y que yo descargaba puntualmente el domingo para escucharlo por partes a lo largo de la semana. Su nombre era Milenio 3.

    Aquel programa era conducido por un personaje peculiar. Se trataba de Iker Jiménez, un periodista vasco que lograba transmitir la pasión por los temas no solo paranormales, sino también históricos y científicos. Jiménez estaba empeñado en alejarse lo más posible del espectáculo televisivo barato en que se convirtió el misterio en España durante los años 90, pues las pantallas se llenaron de clarividentes, iluminados de túnica y demás personajes estrambóticos que simplemente no podían tomarse en serio.

    Varios colaboradores pasaron por el proyecto, aunque mención especial merecen Santiago Camacho, Santiago Vázquez, Javier Sierra y Juan Jesús Vallejo. Lo acompañaba también su esposa Carmen Porter. Era ella quien ya daba visos de aquello en lo que ella y el titular del espacio devendrían años más tarde, pues evidenciaba un fuerte apego a la religión católica y era más dada a expresar opiniones políticas, tanto echando loas a la derecha, como puyas a la izquierda, debido a la tradición, muy de la realidad española, en que las tendencias progresistas estaban muy ligadas al ateísmo y al escepticismo en general.

    Del trabajo realizado en Milenio 3 y después en Cuarto Milenio, la versión televisiva del proyecto, se desprendieron muchos libros escritos por distintos miembros del equipo. Disfruté muchos de ellos, así como de otros tantos de autores anteriores que en los programas se reseñaban y se les daba trato de clásicos. Cuando terminé de estudiar lingüística, y muy influido por aquel mundillo al que estaba expuesto, me decidí a estudiar periodismo. Por cierto que yo, siempre de izquierda, siempre contestatario, nunca llegué a ver una discordancia entre los temas de misterio y mi ideología política, así que ambos campos de conocimiento coexistieron en mi cabeza durante toda la carrera, a pesar de que otras personas de pensamiento progresista consideraran que hacer escarnio de los temas de misterio daba prestigio social y por sí mismo implicaba ostentar superioridad intelectual.

    A través de radiodifusoras por internet regentadas por exalumnos de la UNADEM, tuve la oportunidad y me di el gusto de hacer durante dos años un programa semanal totalmente inspirado en Milenio 3, aunque con interludios musicales. Ese entrañable proyecto se llamó El Club del Misterio y se puede a día de hoy escuchar a través de la plataforma iVoox (https://acortar.link/PXSRd0). Debo confesar que me ruboriza un poco al escucharme actualmente intentando ser Iker Jiménez y al mismo tratando de innovar en un entorno en que los temas de misterio han quedado rebasados. En octubre de 2019, habiendo ya obtenido el título de periodista, decidí dar por terminado el proyecto y enfilarme hacia el periodismo independiente de temática política y con un enfoque totalmente de izquierda. Sentí que la realidad del país lo demandaba y actualmente sigo en ese camino. No me arrepiento de mi decisión.

    Desde que en junio de 2015 se emitió el último programa de Milenio 3, gradualmente les fui perdiendo la pista a Iker Jiménez y compañía. De vez en cuando descargaba un podcast suelto, pero ya no tuve la misma constancia. Sin embargo, en 2020, durante la pandemia, metido ya en el ajo del periodismo político, era muy fácil identificar a los personajes de derecha y ultraderecha, aquellos que se pronunciaban en contra de la administración de vacunas, que hablaban de malévolas conspiraciones mundiales para control de masas, así como de chips, transhumanismo y demás paparruchas que en el fondo solo escondían el apego a ciertas ideologías reaccionarias. Iker Jiménez fue de los más activos en España en lo que a organizar “mesas de análisis” se refiere.

    Conforme fueron pasando los años, yo iba tomando cada vez más vuelo. Hice un primer libro que daba cuenta del proceso de cambio político y social que vivimos en México, y un segundo que propone reflexiones sobre la lengua desde el humanismo. Me he consolidado como panelista fijo en Sin Censura y genero contenido en mi propio canal. He adquirido cierta relevancia y credibilidad a base de tesón y mesura. Ahora, con sus loas a Trump, Musk y el partido Vox, Iker Jiménez me parece un loquito que en el fondo siempre tuvo pensamiento reaccionario, y que ahora lo expresa sin tapujos, incluso habiendo paulatinamente cambiado los temas de misterio por conspiranoia política rancia. Es un personaje que supo hacer negocio con el misterio mucho más que aquellos pioneros que no gozaron de las mieles de la fama ni el encumbramiento por parte de una gran empresa de medios como Mediaset.

    Lo dije antes con Joaquín Sabina y lo refrendo con Iker Jiménez: no tengamos miedo a desembarazarnos de aquellos falsos ídolos que en el fondo solo son proveedores de entretenimiento aunque su entorno y su repercusión los hagan sentir que tienen autoridad moral para opinar sobre temas políticos, cuando en realidad llevan mucho tiempo moviéndose dentro de círculos privilegiados. Mucho conocimiento, apertura y tacto para tratar y reivindicar diversidad de temas pude adquirir en mis escuchas de Milenio 3, pero ahí queda. Ahora Iker Jiménez y todo aquel que defienda a la derecha, se cuenta dentro de mis adversarios. Bastantes mentes hay por abrir y bastante hay que hacer por el pensamiento comunitario como para seguir cargando ese tipo de lastres ideológicos.

  • Añoranzas calderonistas

    Añoranzas calderonistas

    Felipe Calderón Hinojosa fue presidente de México de 2006 a 2012. Suponiendo sin conceder que no haya habido una manipulación de los resultados electorales en la jornada del 2 de julio de 2006, que le dio el triunfo por un margen de 243,934 votos sobre AMLO; nunca debemos dejar de señalar que se trató de una de las campañas más sucias de la historia, donde descaradamente cerraron filas los poderes fácticos y utilizaron a los medios como instrumento de coacción para cerrarle la puerta a quien entonces calificaron como «un peligro para México».

    Vicente Fox había ascendido al poder en 2000, después de una de las campañas de marketing político más intensas de la historia de México. Pese a ser el PAN una fuerza política ultraconservadora que se creó en 1939 justamente para combatir a la versión más progresista de lo que ahora es el PRI, el espectro radioeléctrico se volvió un monumental coro de sirenas que en su canto nos decía que con Fox llegaría la auténtica democracia, se terminaría la corrupción y los problemas económicos se disolverían por arte de magia. Evidentemente el tiempo se encargó de refutar todas esas quimeras. Pero en 2006, aunque tenía una bajísima popularidad e hizo corajes cuando la cúpula panista y empresarial le impuso a Calderón por encima de su consentido Santiago Creel, Fox reconoce que operó incansablemente para llenar de piedras el camino de AMLO, que venía de desempeñarse exitosamente como jefe de gobierno del entonces Distrito Federal.

    Calderón ascendió al poder con el beneplácito de los medios y los empresarios, pero no de gran parte de la población, que no reconocía su triunfo y lo consideraba espurio y fraudulento, por lo que decidió lanzar su famosa guerra contra el narcotráfico en 2007, sin una planeación previa, impulsivamente y, sobre todo, con el fin de legitimarse, pues si ganaba sería un héroe y garantizaría la continuidad del panismo en el poder. Como en el caso de Fox, a día de hoy sabemos que nada de aquello salió como él pensaba, aparte de que periodistas de renombre como Pepe Reveles, Paco Cruz u Olga Wornat, señalan que la famosa guerra de Calderón consistió básicamente en proteger al cártel de Sinaloa y allanarle el camino a la vez que se simulaba un combate frontal al narcotráfico en general.

    Ese sexenio estuvo marcado por la violencia, por la falta de pluralidad en los medios corporativos e incluso por la censura. Figuras televisivas campaban a sus anchas en multitud de programas basura dirigidos a distintos grupos etarios. Por aquellos días, la gente se entretenía con Adela Micha, Facundo, Paty Chapoy, el Compayito, Omar Chaparro, Eugenio Derbez, Joaquín López-Dóriga, Adal Ramones y demás monigotes televisivos de los cuales muchos se encuentran en decadencia; disfrutan de una vida muy cómoda, pero carecen de credibilidad, su fama se va apagando poco a poco y en muchos casos reciben el repudio popular a través de las redes sociales, a donde de vez en cuando se asoman a dar sus opiniones, en el caso de algunos, desinformadas, y en otros casos, perfectamente pensadas para seguir desinformando. El cambio social que experimentamos les sentó pésimamente.

    Mientras las pantallas televisivas proyectaban aquella sensación de comodidad y un estatu quo idílico, puesto que había pasado el peligro de López Obrador; las sierras y los entornos suburbanos eran zonas de guerra, donde los jóvenes se integraban con toda normalidad a las filas del crimen organizado. A la postre, esa franja de la sociedad, la de los jóvenes pobres y sin opciones que soñaban con ser primero sicarios y luego jefes de plaza, terminaron siendo simplemente carne de cañón dentro de la cifra de 70,000 muertos, a quienes, cual general desalmado de película gringa, Calderón llamaba “daños colaterales”. Al ser un grupo etario y de un estrato social muy concreto, podemos tranquilamente hablar de una limpieza étnica velada.

    El desfalco de la estela de luz por 220 mdp, los niños muertos de la guardería ABC, la sospechosa muerte de dos secretarios de gobernación en sendos accidentes aéreos, la extinción intempestiva de Luz y Fuerza del Centro con un saldo de más de 46,000 trabajadores corridos sin compensaciones (aprovechando la euforia por un partido de la selección nacional de fútbol), el anuncio de una nueva refinería que solo quedó en una barda, montajes televisivos que pretendían mostrar un combate frontal a la delincuencia, de los cuales el caso paradigmático fue el que aún tiene en la cárcel a Israel Vallarta, la comprobada y ahora juzgada colusión de Genaro García Luna, su secretario de seguridad pública, con el narcotráfico, y un interminable etcétera. Este solo párrafo sirve para recordar que el sexenio de Calderón, al contrario de lo que sus eternos aplaudidores nos quieran venir a contar, fue en muchos sentidos el peor de la época moderna, al grado de que el PAN no pudo retener siquiera el poder, pues en 2012 le pasó por encima Enrique Peña Nieto como personaje creado convenientemente en un refrendo del amasiato PRI-Televisa.

    Pero aunque son amplios la bibliografía y el acervo audiovisual que retratan lo apocalíptico que fue el sexenio calderonista, muchos de los fardos mediáticos anteriormente mencionados, así como una significativa franja de clasemedieros blancos cuarentones que campan a sus anchas en la red social X, han aprovechado una reciente entrevista realizada por Yordi Rosado a Calderón, difundida a través de YouTube, para, en una sola oleada, mostrar su apoyo a quien consideran un “verdadero presidente” y también refrendar su repudio al gobierno de la llamada Cuarta Transformación y todo su respaldo popular.

    Yordi Rosado, otrora productor/patiño de Adal Ramones en Otro Rollo, aquel programa dedicado a deteriorar las mentes de mi generación hace unos 20 años, es un niño fresa que cumplía con la cuota racial en las segregacionistas pantallas de Televisa. Cuando el programa Otro Rollo terminó y las audiencias comenzaron a migrar hacia los medios digitales, se fue abriendo paso, primero en la televisión por cable, y en años recientes en redes sociales realizando entrevistas a distintos personajes de la farándula, la política y el deporte. Al realizar la entrevista a Calderón, con una producción y una semiótica muy pulcras para transmitir sencillez, nacionalismo y buenos hábitos, contribuye a la campaña permanente de Calderón para mantenerse vigente, y que ha tenido múltiples tropiezos, como la derrota de su esposa Margarita Zavala, quien, siempre incapaz de hilar dos frases sin trabarse, abandonó la campaña presidencial de 2018 incluso antes del término de la misma, o el no lograr el registro de su partido México Libre, que pretendía hacer patente su temporal ruptura con el panismo.

    #calderónfuemejor. Es el hashtag (etiqueta que facilita la circulación sistemática de un tema particular en redes sociales) que aspiracionistas de mediana edad, empresarios y actores mediáticos se empeñaron en promover y celebraron que fuera la tendencia número uno en X, no tiene correlato en los hechos y difícilmente podría permear en todas las capas de la sociedad, condición necesaria para que algo ya tenga tintes de verdadero movimiento político.

    Evidentemente, y a diferencia de la politización progresiva que experimenta la sociedad mexicana, esta efímera tendencia es simplemente un gesto de bullying que no busca más que hacer enojar y en menor medida desviar la atención de la ciudadanía. Lo que representa es el culto a la blanquitud, al autoritarismo, a la censura, al desprecio por la otredad, al clasismo, al racismo, al culto a la profesión, a la idealización de las personas “bien vestidas”; a los “licenciados”, a las “buenas costumbres” y a la “valentía”. En el gran marcador de los sexenios en que pretende competir el panismo, vamos 2 a 2 y pronto los superaremos.

    La tendencia de promover nuevamente a Calderón pasará sin pena ni gloria como muchos otros intentos de desestabilización en los que políticos y empresarios inescrupulosos tiran su dinero a la basura en busca de recuperar el poder. Que sigan disfrutando de la libertad de expresión imperante en la actualidad, no como la del sexenio calderonista. Pero si quieren pasar al terreno de recuperar el poder a través de mentiras, bueno, pues aquí los esperamos, pero les aseguro que hoy la tienen más difícil que nunca. Ese despertar del pueblo que ellos en el fondo lamentan tanto, siempre será su mayor obstáculo.

  • Un cínico público

    Un cínico público

    «El mundo está cambiando… lo siento en la tierra… lo veo en el agua… lo huelo en el aire…»

    Galadriel, El señor de los anillos

    En la década de los 90 y en la de los 2000 comenzaron a abundar documentales acerca de la segunda guerra mundial. Muchos ponían en perspectiva el caldo de cultivo del cual nació aquel suceso histórico que marcó el rumbo de la historia reciente. La idea era hacer efectivo aquel famoso adagio acerca de que un pueblo que no conoce su historia está condenado a repetirla. Prácticamente dos terceras partes del mundo fagocitaron la verdad histórica que Estados Unidos, el imperio, fue fabricando acerca de los sucesos de principios y mediados de siglo. Había quedado muy claro que Hitler, Mussolini, Franco y otros tiranos europeos, junto con sus ideologías, representaban un punto al que estaba prohibido retornar. Sin embargo, con el paso de más décadas, esas nociones comenzaron a cambiar.

    Llegaron las primeras redes sociales y las salas de chat sobre el final del siglo XX. Cabe mencionar que en esos tiempos, en esa incipiente etapa de la comunicación interpersonal global en tiempo real, no existían restricciones de contenido, lo que propició el esparcimiento de todas aquellas “opiniones alternativas” que para ese tiempo estaban totalmente prohibidas en los medios tradicionales. Ya desde entonces circulaban opiniones como: «Hitler no estaba tan equivocado», «Con Franco sí había orden», «Es injusto que nos pinten a Porfirio Díaz como villano».

    Una realidad que siempre se desestimó a lo largo de la historia reciente fue que, inmediatamente derrocado el régimen nazi, comenzaron tímidamente las reivindicaciones neonazis en las décadas posteriores, primero dentro de la propia Alemania y luego en los países otrora aliados en contra de Hitler, como Estados Unidos e Inglaterra; vaya paradoja. Lo mismo pasó en los otros casos, pues si bien el neonazismo fue el ejemplo paradigmático, en España, a la muerte de Francisco Franco en 1975, quien ejerció una dictadura militar desde 1939 al ganar la guerra civil, los simpatizantes del conservadurismo católico, impuesto durante tantas décadas, siguieron organizándose y manteniendo vivo su ideario. Y en México, pues tenemos a Gabriel Quadri emitiendo estrambóticos posts de X en los que le quema incienso a Porfirio Díaz cada que le viene en gana.

    El avance en las tecnologías de almacenamiento y transmisión de datos permitió el florecimiento de las redes sociales como el medio de comunicación masiva e interpersonal (condiciones que nunca antes se habían conjuntado) y el desplazamiento de la tele y la radio como fuentes de información por excelencia. Esto se ha venido suscitando sobre todo en la tercera década del siglo XXI, en que el video corto y el meme se han afianzado como signo de los tiempos que corren. Si bien los grandes conglomerados que proporcionan las redes sociales se han tratado de hacer cargo de cualquier muestra de pensamiento retrógrada (entiéndase racismo, clasismo, homofobia, etc.) que se pueda expresar en sus medios, los esfuerzos son insuficientes cuando emergen figuras que con total desfachatez reivindican todo aquello que tanto trabajo costó, si no erradicar, al menos mantener lejos del alcance de la conversación pública.

    Sin embargo, se necesita un cínico público para alentar a todos los cínicos anónimos. Donald Trump ya venía haciendo campaña en Estados Unidos al menos desde 2014. Se le conocía como un personaje más del panteón de la cultura pop norteamericana, con su fama de magnate, sus cameos en producciones hollywoodenses y hasta su propio reality show. La tendencia muy estadounidense al enaltecimiento e idealización del empresario como modelo a seguir le permitió, junto con su ideología conservadora radical, convertirse en el candidato perfecto de los republicanos. Contendió y ganó en las elecciones de 2016 y ascendió al poder en enero de 2017.

    Las recurrentes y descaradas declaraciones racistas, homofóbicas, transfóbicas que Trump profería bajo la premisa de «todos lo piensan, pero solo yo me atrevo a decirlo», fue poco a poco desatando oleadas de personas que en las redes sociales, ya sin tapujo alguno, se expresaban igual o peor de las minorías. Así vino también la repercusión en Europa. En España se fundó desde 2014 el partido ultraconservador VOX, que recupera el ideario de Franco, con añadidos como una hispanofilia chovinista y excluyente, así como la pugna por el cierre de las fronteras a la migración africana. En 2022 asciende al poder en Italia Georgia Meloni, una política que abiertamente reivindica el fascismo de Mussolini, aquella ideología ultraconservadora basada en la represión violenta que precisamente pugnaba por algo que, visto desde esa óptica, ya no parece tan novedoso: “hacer a Italia grande nuevamente”. Si bien Meloni no suele recurrir a la violencia, sí se ha dado a la tarea de convencer a los jóvenes de que, según sus palabras, «el fascismo no es tan malo».

    Y por supuesto que Latinoamérica no está exenta de las imitaciones de Trump. Está Nayib Bukele, quien tomó el poder en El Salvador desde 2019. Igualmente conservador, abierto seguidor de Trump y laureado por su política de encarcelar a todos los pandilleros del país en su famosa ‘mega cárcel’. En 2023, producto de una campaña que en Argentina iniciaron Agustín Laje y Nicolás Márquez, con la negación de las cifras de desaparecidos en la dictadura militar de los 70 y 80, asciende al poder Javier Milei, otro adorador de Trump que junto con Márquez, Laje y Gloria Álvarez ya despuntaba desde años atrás como difusor de las ideas “libertarias”. Esa pléyade es financiada por la organización de ultraderecha Fundación Libre, con nexos con la USAID.

    Con menor capacidad de convocatoria, menos alcances intelectuales y un fanatismo católico exacerbado, se posiciona en México el televiso venido a menos Eduardo Verástegui. En redes sociales, aparece un día acusando de nexos con el narco al gobierno de Morena, otro día rezando el santo rosario y otro disparando armas de alto poder. Descarado en sus loas a Trump, su pasado en la industria televisiva más chafa impide que sea tomado en serio.

    El conservadurismo encabezado por todos los personajes anteriormente mencionados, va acompañado de toda una bóveda celeste integrada por millares de creadores de contenido pro conservadores. Los más viejos, excretados por los medios corporativos debido a su extremismo y falta de credibilidad, se enfocan en los temas puramente políticos con un calado conspiranoico. Los más jóvenes, nacidos en el seno de las redes sociales desde un inicio, se enfocan en lo que dentro del mundillo se denomina como ‘la batalla cultural’, que no es otra cosa sino el escrutinio de los productos de la cultura de masas para repudiar a la famosa cultura woke, con la que el imperio cubre su cuota de progresismo, y con la cual desatinadamente mezclan al pensamiento de izquierda anti imperialista que tradicionalmente ha florecido en Latinoamérica, y que tiene en Petro, Maduro, Díaz-Canel, Lula, pero sobre todo en Sheinbaum, a sus principales representantes, a quienes desde esa trinchera les llaman “comunistas”.

    Pese a todo lo antes expuesto, el grueso de la población de Latinoamérica, y mucho más en México, sigue despertando hacia la politización, la perspectiva histórica y la conciencia de clase. Si estos extremismos por fin han mostrado sus colmillos es porque ya sentían la guerra de narrativas casi perdida. Los poderes fácticos encontraron maneras de hacer atractivo el discurso ultraconservador y medianamente van logrando su cometido con un sector de la población bastante acotado. Si existe tal batalla cultural, los esperamos sin miedo, que aquí tenemos con qué quererlos.

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  • Derecha y cultura pop | El cerebro del gringófilo promedio

    Derecha y cultura pop | El cerebro del gringófilo promedio

    Una parte importante del discurso obradorista que permeó en amplios sectores para propiciar el despertar de la sociedad mexicana fue la cuestión de las televisoras, pero sobre todo de Televisa, como puede constatarse en la obra de Jenaro Villamil y Fabrizio Mejía, quienes se dieron a la tarea de documentar de manera pormenorizada hasta qué grado había estado involucrada la televisora de los Azcárraga en afianzar la hegemonía de la peor versión del PRI, ocultando y manipulando información de interés nacional, “informando” con una línea editorial dictada dese Los Pinos, pero, sobre todo, suministrando un mensaje disuasorio y despolitizante por medio de programas basura y explotación de un falso nacionalismo a través de la religión y el fútbol.

    Así pues, mientras que las televisoras perdían fuerza, credibilidad y autoridad moral, al tiempo que muchas de sus figuras del entretenimiento o de la información (que para el caso venían siendo lo mismo) se fueron diluyendo y muchos de ellos no encontraron cabida más que en esfuerzos propios a través de las redes sociales. Tal vez por ello, y por la franca decadencia en la que todo ese aparato mediático se encuentra, en su momento no reparamos en otra cuestión que ahora viene a cuento en tiempos de libertarios, apartidistas, analistas críticos, y demás denominaciones que se utilizan en ciertos medios reaccionarios que aducen mayor “mundo”, genialidad y sofisticación que el resto de analistas que comparten su ideario.

    Y ya que teníamos al mayor enemigo mediático en casa, muy poco volteamos a ver los mensajes producidos por la industria cultural estadounidense, cuyos contenidos también eran suministrados en menor medida por las televisoras nacionales, pero que fueron siendo cada vez más accesibles al grueso de la población a través de los medios digitales. El grueso de los contenidos de la industria cultural en general, sobre todo del sector de mayor difusión, llamado mainstream, pudieron preservarse gracias a las redes sociales. Esto propició que se generaran comunidades alrededor de ellos, nuevos nichos de consumo, material audiovisual de análisis e incluso eventos presenciales como convenciones, foros y conciertos.

    Para las generaciones anteriores a los nacidos en los años 80, aparte de las pocas opciones de entretenimiento audiovisual infantil y juvenil que había hasta el momento, el propio mercado imponía un ritmo de maduración a conveniencia. Al terminar la adolescencia se acababan los juguetes, las historietas y las caricaturas. Los cánones de la publicidad dictaban que había que vestir con ropa juvenil de cierta marca, conseguir un trabajo, y en algunos años adoptar los hábitos de leer el periódico, ver noticiarios, partidos de fútbol o telenovelas, así como las películas mexicanas de los domingos. Muchos jóvenes eran cada vez más seducidos por el rock pese a los estigmas con que cargaba, aunque Televisa y sus radiodifusoras hicieron sucumbir a muchos ante la música comercial y anodina que siempre ofrecían.

    En tiempos recientes, y ante el auge de las nuevas comunidades formadas en torno a los productos de la cultura pop de cine, televisión música y cómics de la última parte del siglo XX, el mercado modificó sus cánones y ya no impone el ritmo de maduración con base en los mismos estereotipos. En tiempos actuales, un adulto perfectamente puede escuchar cualquier género de música, consumir caricaturas, ciencia ficción en cine, series y cómics, o incluso hasta disfrazarse de uno de sus personajes favoritos. Todo esto sin el estigma vergonzante de la infantilidad, puesto que el discurso del imperio se modificó en aras de seguir creando productos de consumo recuperando material de origen generado en épocas pasadas.

    Lo anteriormente expuesto suscitaría un extenso debate sobre si se ha infantilizado a la sociedad, o bien, si se ha vencido a esa forma de pensar de muchos integrantes de las generaciones anteriores, donde ver caricaturas en vez de leer novelas policiacas a los 40 años resultaría algo inconfesable y motivo de escarnio social. Yo mismo he padecido un poco ese choque generacional, pues aunque pueda leer a Kundera, Borges, Rulfo, Soriano y demás autores que he reseñado en el canal, llegué a ser vituperado dentro de mi propia familia por ser aficionado a los libros de Harry Potter. Sin embargo, ciertamente hay muchos integrantes de mi generación y algunas posteriores que directamente obvian los contenidos considerados más maduros y transitan toda su vida consumiendo, compartiendo y discutiendo contenido de DC, Marvel, Los Simpson, Volver al futuro, Gremlins, Goonies, Terminator, Alien, Dragon Ball, series en general y cuanto producto de alcance masivo se les ponga enfrente. Y no soy para nada ajeno a estos productos, si he de expresar un mea culpa, que tampoco creo que haga falta, helo aquí, porque también, aunque con reservas, consumo cultura pop. Sin embargo, observo una marcada relación entre muchos de los opinadores de derecha y el apego a todos estos contenidos.

    Y tampoco nos debe extrañar. Muchos de los productos audiovisuales de los años 80 que ahora son objeto de culto, tenían insertos marcados mensajes imperialistas influidos por la guerra fría. Los EEUU eran los buenos que combatían a los soviéticos malvados o al arquetipo del “dictador latinoamericano” que muchos superhéroes de Marvel y DC llegaron a derrotar en nombre de la libertad. O qué tal el enaltecimiento de los valores estadounidenses en producciones como Top Gun o Forrest Gump. Tampoco debemos olvidar la normalización de los parámetros de izquierda y derecha que se retrataban en las primeras temporadas de Los Simpson.

    Muchos odiadores del movimiento de la 4T, que muy seguido evidencian racismo, clasismo, malinchismo y un aire innecesario de supuesta sofisticación, se declaran asiduos consumidores de cultura pop. Álex Baqueiro, Franco Escamilla, Chumel Torres (y su staff de secundarios), El Tío Rober, Vampipe, Sofía Niño de Rivera, y muchísimos personajes que nacieron en redes sociales, a la hora de verter opiniones políticas, son auténticos trolls, algunos de ellos, los más dedicados a la comedia, despolitizados, y muchos otros, francamente cargados de ideas de derecha. La mayoría de ellos, al menos dos veces, ha publicado su participación en espacios donde se discuten productos de la cultura pop, tema en el que evidencian estar mucho más informados que en cuanto a política.

    Para el caso de Álex Baqueiro, Gloria Lara y Chumel Torres, quienes se abocan concretamente al supuesto análisis político en tono de un humor muy lacerante y que rara vez mancilla a los personajes de derecha, sus referentes, fuentes y símiles, son enteramente productos de la cultura pop. Esto cala bastante en su público, que está integrado por esa franja de jóvenes y ‘chavorrucos’ gringófilos cuyos parámetros para entender la realidad nacional están basados en exactamente lo mismo. Se consideran informados y sofisticados, y no pocas veces lo tratan de evidenciar, tanto con groserías, para que se note que son francos y abiertos, como con anglicismos para que se note que tienen mundo. Sin embargo, son capaces de creerse y reproducir bulos como “los ninis del bienestar”, “Morena narcopartido”, “todos los políticos son iguales”, “quienes votan por Morena son ignorantes e incivilizados”, y demás tropos que gente con menores ínfulas cree a pies juntillas.

    Si bien, como ya se dijo, la campaña anti Televisa fue parte integral del discurso emancipador, muchos de estos personajes directamente pasaron de aquella cultura de masas, puesto que tuvieron acceso a televisión por cable y por lo tanto a contenidos más exclusivos, cuyo consumo afianzó esa particular cosmogonía que por momentos raya en el malinchismo, de manera que, dentro de la ola desatada en redes contra la influencia de Televisa, ellos mismos generaban tráfico al respecto, pues su colonización no venía de la industria cultural nacional, sino de la extranjera. Ese es uno de los grandes triunfos del aleccionamiento imperialista: producir individuos alienados que, pese a ello, se consideran más libres y por encima del resto de la población.

    Gran parte de los trolls y odiadores que actualmente se manifiestan cínicamente a favor de lo que sea que a Donald Trump se le ocurra hacer en contra de la soberanía mexicana, puesto que su sentimiento aspiracional siempre los ha hecho sentirse por encima de sus connacionales, no solo en lo intelectual, sino también en lo económico. Por ello saben que las deportaciones masivas o las poco probables incursiones militares en territorio mexicano (que les hacen mucha ilusión en el fondo por haber crecido con G.I. Joe) impactarían primero en las capas más bajas de la sociedad. 

    Pero aunque estos personajes antes descritos tengan gran alcance, no sirven para más que analizarlos como muestra representativa de un sector realmente minoritario de la población mexicana, cuya mayoría se encuentra en un proceso que va justamente a la inversa: tomando conciencia sobre el sentido de pertenencia, la soberanía, el capital cultural de México y lo necesario que es para seguir afianzando una identidad a prueba de nuevos intentos de colonización. Este ejercicio igualmente permite exhibirlos en su miseria humana, inmadurez y hasta ingenuidad. Corren muy buenos tiempos para afianzarnos como una nación soberana y muy malos para que ellos vean sus fantasías gringófilas cumplidas, que solo serían posibles en la ficción. Que sigan consumiendo entretenimiento barato mientras nosotros nos cultivamos e informamos.

  • Adiós, 2024

    Adiós, 2024

    Iniciamos el 2024 con sentimientos encontrados. Por un lado estaba ese dejo de latente melancolía por la inminente partida de Andrés Manuel López Obrador, iniciador y líder de un movimiento que sin duda va más allá de lo político. Por el otro lado estaban el morbo y la expectación que generaba la elección que se llevaría a cabo el 2 de junio.

    Si bien algunos sectores de la derecha fueron poco a poco quitándose la máscara y asumiéndose como conservadores, la facción con mayor exposición en medios, aquella regentada económicamente por Claudio X. González, prefirió cometer el mismo error de subestimar a la ciudadanía y volver hipócritamente  a utilizar como banderas frases vacías como “por amor a México”, “México está dividido”, “somos ciudadanos inconformes”, “me dueles, México”, y demás eslóganes choteados que hace 20 años hubieran sido profundamente conmovedores, pero que ahora, con un más elevado nivel de politización, no sirvieron para redireccionar el voto de la mayoría.

    A día de hoy sigo insistiendo en que el mayor gesto de menosprecio hacia la ciudadanía no fue solo el tono de la campaña, sino la propia predilección de entre los posibles aspirantes por el perfil menos adecuado. Se pasaron 5 años creyendo que AMLO era un inculto, irrespetuoso de las normas sociales, informal en la vestimenta y sumamente descuidado en su habla, puesto que la oposición, integrada por personas de alto estrato social, asociaban el uso de un registro informal en el habla, así como de un acento distinto al del centro del país, con el perfil de una persona limitada que, sin embargo, supo conectar con las masas. Esto probablemente parta de que al electorado siempre lo vieron como esa masa de consumidores y televidentes susceptibles al marketing, lo que motivó el voto masivo por Vicente Fox en el 2000.

    Basados en ese infalible estudio de mercado, Xóchitl Gálvez, la contendiente más ignorante, incongruente, inconsistente e incluso con rotacismo (trastorno del habla), fue la ungida de entre todos los perfiles, porque se pensó que la bola de ignorantes que votó por “el macuspano” lo había hecho porque se había identificado con el arquetipo de “hombre del pueblo”. El resto de la historia lo sabemos muy bien, pero también lo disfrutamos. Disfrutamos cómo Claudia Sheinbaum se mantuvo serena y congruente administrando su ventaja mientras Xóchitl hacía literalmente circo, maroma y teatro para supuestamente agradar a los jóvenes. A día de hoy, podemos decir con toda tranquilidad que la pena ajena que Gálvez causó entre la juventud (cringe, le llaman ellos) fue lo que hizo a muchos ir despertando, salirse un poco de la vorágine de memes baratos y cultura pop para finalmente poner atención al acontecer político. Y se encontraron esta vez contendiendo a dos mujeres: una de ellas de imagen repelente cometiendo pifia tras pifia; y a otra con perfil académico y antecedentes de lucha social que nunca perdió la compostura.

    En algún momento, Ciro Gómez Leyva, rabioso odiador del gobierno morenista, aseveró que Claudia Sheinbaum igualmente cometía pifias, pero que el aparato del régimen se movilizaba para ocultarlas de redes sociales. Extraña y poco fundamentada declaración, porque en las redes sociales, los odiadores más misántropos campan a sus anchas sin temor a cualquier posible censura. En general, los medios corporativos lanzaron una indisimulada cargada a favor de Xóchitl Gálvez, pero terminaron confirmando con impotencia que sobreviven más por la fuerza de la costumbre que por ostentar verdadera credibilidad. No fueron pocos los desplantes de gente que declaradamente se lanzó contra los integrantes de la 4T. Y así les ha ido; el descrédito total y en algunos casos la pérdida de sus espacios por falta de rating.

    Cuando sobrevino el triunfo de Sheinbaum, y ya que todo transcurrió en gran orden y civilidad, se dio paso a votar la reforma al poder judicial. Varias marchas, mucha desinformación, manifestaciones de clasismo y desiguales debates televisivos acompañaron al proceso en el que, finalmente no hubo lo que algunos acusaban: destrucción de la república, fin de la separación de poderes, colapso de la bolsa mexicana de valores, y huida de la inversión extranjera por “falta de certeza jurídica”. Lo único malo es que quienes gritaron esas y otras mentiras a los cuatro vientos siguieron adelante con sus millones y sus conectes, y a día de hoy prefirieron conformarse con lo que tienen (que no es poco) y acomodarse en negocios distintos a la política, o bien, seguir con el cuento del “amor por México” y formar el Frente Cívico Nacional, donde ya despuntan Patricia Aguayo, Emilio Álvarez Icaza, Fernando Belaunzarán y Guadalupe Acosta Naranjo, quien en sus arengas públicas utiliza un tono de voz tan agudo que revienta las copas de los asistentes.

    Debo confesar que, durante el sexenio de AMLO, a pesar de que el movimiento obradorista siempre se distinguió por estar lleno de alegría y esperanza, me preocupaba un poco que no permeara en los jóvenes, intensamente bombardeados por la industria cultural estadounidense y las tendencias mainstream, donde a Andrés Manuel tal vez se le respetara a la distancia, pero no se le seguía con especial atención. Sin embargo, y como una grata sorpresa, ya desde mayo de 2024 se realizó un simulacro universitario con miras a las elecciones que se sucederían en junio, el cual arrojó una victoria contundente de Claudia Sheinbaum, lo que reflejaba confianza en el proyecto. Más tarde, aproximadamente 10 mil jóvenes salieron a las calles para apoyar la reforma al poder judicial, y así opacar el intento de la derecha de utilizar a estudiantes que en realidad eran familiares de políticos para supuestamente mostrar que la razón los asistía. Algunas voces, audaces en su estupidez, clamaban que esto era “un nuevo movimiento del 68”. A día de hoy, todo eso se diluyó. Lo más valioso es la paulatina politización de los jóvenes.

    Se viene un 2025 en el que, tal vez, la principal amenaza ya no será la derecha mexicana, que al parecer está bajo control y no da para más. Claudia Sheinbaum tiene enfrente a la versión más furiosa y desatada de Donald Trump con todo lo que esto representa. Por fin se descara la derecha a nivel continental, y uno de los puntos neurálgicos es Estados Unidos, nuestro socio comercial y vecino. La cantidad de connacionales que mueven la economía estadounidense es un factor que no parece tomar en cuenta Trump cuando habla de deportaciones masivas; como tampoco toma en cuenta las redes de tráfico y consumo al interior de su país cuando habla de intervencionismo en territorio mexicano para acabar con el problema de las drogas. Una combinación entre cautela y movimientos certeros en materia diplomática es lo que demandará afrontar las embestidas del genuino líder mundial de la derecha.

    Finalmente, quiero agradecerles toda su confianza, su paciencia y su fidelidad en cada uno de los esfuerzos que realizo como divulgador y periodista independiente. Muchas gracias por leer mis artículos, reseñas y crónicas, porque sé que las viven conmigo. Gracias por suscribirse a mi canal y comprar mi libro; iniciando el año se viene el nuevo. Que la salud y el amor les salgan siempre al paso en su camino. La prosperidad la seguimos forjando día con día sin olvidar que debe ser compartida. Los abrazo con intenso cariño y los invito a que tengamos juntos un inolvidable 2025. Que Dios los bendiga.

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  • Ellos y nosotros

    Ellos y nosotros

    Recuerdo el año 2017, cuando se suscitaba un acontecimiento que resultaría clave para lo que a día de hoy es conocido como la Cuarta Transformación. Delfina Gómez se disputaba la gubernatura del Estado de México con Alfredo del Mazo Maza, fiel representante de la estirpe caciquil priista. Si bien el triunfo no favoreció a Morena en esa ocasión, se sentaron las bases para el despertar político e ideológico de la sociedad mexicana, potenciado por las redes sociales. Yo entré a la dinámica de los youtubers antes que a ejercer el periodismo de manera tradicional, pues me animó la posibilidad de producir contenido por mí mismo y poco a poco ir haciéndome de contactos en el naciente mundillo.

    Cuando terminé la carrera de lingüística en la Escuela Nacional de Antropología e Historia en 2010, me dediqué desde entonces a colocarme como maestro de inglés en distintas escuelas y a distintos niveles. Debo decir que se volvió más fácil conforme fui agarrando más práctica y adquiriendo certificaciones. Así seguí, hasta que, a finales de 2013, supe que había en la UNAM la modalidad de estudiar en línea. Esto fue a través de un joven periodista muy talentoso llamado Huitzi Vargas, coterráneo de Neza. Él me habló sobre el SUAyED (Sistema de Universidad Abierta y Educación a Distancia), cuyo programa estaba presente en la Facultad de Ciencias Políticas y Sociales, donde se podía estudiar ciencias de la comunicación, con la única opción de periodismo para la modalidad en línea.

    Iniciando 2014, cuando mi hijo tenía un año, inicié el proceso para ingresar a la UNAM como cualquier alumno que proviene del nivel medio, pues fue con mi papel del IPN que me acredité para registrarme (aplicar, dice la chaviza) y así hacer el examen en abril, ser notificado en agosto e iniciar clases en septiembre. Mi mamá me dio los $475 del examen como un gesto que decía «siempre voy a creer en ti». Ya no me era nueva la rutina de estudiar y trabajar, así que me salió con naturalidad. Desde el primer semestre comencé a guardar con entusiasmo todos los archivos de la carrera en la nube, y descubrí que podía reducir tiempo, gasto de datos y costos en general convirtiendo los textos a archivos de audio mediante el programa TextAloud. Así pude sortear la carrera completa.

    Esta segunda carrera la disfruté muchísimo. Ya más maduro, habiendo aprendido de mis errores, con una conciencia social más desarrollada, pero, sobre todo, con reducir el ego a su mínima expresión como propósito perenne. Mi manutención estaba asegurada. Nunca fui bueno para meterme en el mundillo de las becas, en gran parte porque tuve una plaza en el IMSS desde los 18 años, de manera que consideré siempre más congruente dejar que estudiantes en genuina necesidad se sirvieran de esos apoyos. Solo para el proceso de titulación solicité una beca y sí me fue otorgada. Para reforzar mi perfil académico y disfrutar aún más las distintas vertientes de la carrera, ya sea dentro o fuera del mapa curricular de la misma, tomé cursos de locución, fotografía, redacción, creación literaria, escritura de crónica, producción audiovisual y corrección de estilo. En el primer semestre de la carrera conocí y me hice amigo de Jorge Castañón, veterano productor audiovisual, ya con recorrido en medios y en la lucha social. Cuando le enseñé la maravilla del programa TextAloud, que podía convertir los textos en voz y almacenarlos como archivos mp3, comenzó a mandarme a diario las columnas de La Jornada en un solo archivo de audio que reproducía en mi travesía por la ciudad, dirigiéndome a las empresas en que daba inglés.

    Mi creencia era que, al no tener experiencia y tampoco la edad de un becario, podría compensar con más cursos y mucha lectura. Cuando abrí mi canal de YouTube, aunque nunca me he distinguido por arrastrar masas ingentes, descubrí que una comunicación sincera, sin imposturas, con un lenguaje empleado según los cánones, pero, sobre todo, sin mentira alguna; era lo que realmente me iba a distinguir para bien. Cuando conocí a Ramiro Padilla, me metí a una espiral de la que ya no puedo salir y lo celebro. Con el compromiso de reseñar un libro al menos cada dos semanas, adquirí un ritmo muy satisfactorio de leer al menos 30 al año. Y como los consigo de manera digital y gratuita, realmente no me corre prisa por novedades editoriales, pues obviamente los libros más nuevos no han sido convertidos a PDF, de manera que la enorme variedad de títulos que se encuentran en la red hace mis delicias. Muchos ensayos, monografías, novelas y poesía. Como profesional de la comunicación y sin la necesidad de seguir una línea dictada por alguien más, me mantengo en una preparación constante que no me es ningún sacrificio. Como trabajador sindicalizado, pertenezco orgullosamente a la clase obrera, pero tengo voz en los medios alternativos, credibilidad y ya un cierto nombre. Estoy por publicar mi segundo libro a través de la editorial Urbanario, independiente como yo mismo.

    Los monigotes de los medios hegemónicos, por otra parte, llevan una vida cara y encumbrada, aunque en los últimos años, y gracias no solo al despertar político de la sociedad, sino a que ellos mismos, al igual que el resto de quienes andamos en el ajo, contrastan sus opiniones en las redes sociales; han descubierto con horror que ya no son unánimemente vitoreados. La mayoría de ellos sabe que carece de credibilidad, pero también saben que el dejar de hacer de voceros de la oligarquía les haría despedirse de su actual estilo de vida. Les gusta viajar a Madrid, Nueva York o París; pues nada como recordarnos a nosotros los chairos que ellos tienen clase y mundo.

    La mayoría de ellos estaba instalada en una comodidad tal, que nunca tuvieron la necesidad de realmente prepararse más allá de adquirir pericia en cuanto a sus dotes de conducción, dicción, manejo de la escena y lectura del teleprómpter. Realmente pocos se han mostrado aptos para comentar lecturas o sostener un verdadero debate de fondo. Su argumento principal es una supuesta superioridad moral e intelectual, pero basada en no sabemos si en un sustento real o en la pura tradición de los medios mismos de presentarlos como auténticos portentos de la comunicación de masas. Un caso paradigmático es el de Joaquín López Dóriga, pues, a diferencia de su seguro servidor, no es teacher y no es periodista.

    Muchas veces, estando en las redes sociales, abandonan su registro pulcro y sobrio para mostrar su verdadera postura, la del enojo, el odio e incluso la frustración. Es ahí cuando recurren al insulto clasista, racista y visceral; al menosprecio e incluso a desearles lo peor a los actores políticos de izquierda. Sin importar que su educación haya sido probablemente 10 veces más cara que la nuestra, aun así, nos dicen cosas como «comunistas hijos de su puta madre» o incluso últimamente «zurdos de mierda», insulto popularizado por Javier Milei, quien, a falta de líderes verdaderos dentro de México, comienza a ganarse la simpatía de quienes aspiran a una improbable vuelta al poder de la derecha en nuestro país.

    Pero como las cabezas parlantes de medios hegemónicos siguen con su discurso gomoso de que no hay izquierda ni derecha, de que “la oposición es la resistencia y está a favor de México” (lo que sea que eso signifique), la ventaja del momento histórico la tenemos quienes, a pesar de venir de abajo, nos preparamos, nos pusimos a leer, hacemos el esfuerzo de contribuir a la revolución de las conciencias y no tenemos reparo en llamar a las cosas por su nombre. Probablemente nunca vacacionemos en Suiza ni tengamos una habitación de la casa solo dedicada a ser biblioteca, ni tampoco logremos salir en la televisión (antiguo sueño de los niños noventeros), pero la credibilidad, el reconocimiento y cariño del público, así como la satisfacción de haber contribuido al cambio; constituyen nuestro verdadero orgullo. Me emociona saber que aún tenemos mucho por delante. Nosotros nos estamos acomodando y ellos van de salida.

  • La nueva campaña libertaria

    La nueva campaña libertaria

    El pasado domingo 10 de noviembre, el PAN, en un proceso totalmente opaco y arbitrario, que haría soltar la carcajada a cualquiera que siga creyendo a este partido una caterva de demócratas; renovó dirigencia. La facción de derecha, siempre cuidándose de asumirse como tal, aún no termina de contabilizar los daños causados por el impresentable y cínico Marko Cortés, quien culpó a todo mundo menos a él mismo de la tremenda derrota en las urnas el 2 de junio de 2024. Y mandando el claro mensaje de que no les importa ir directo al precipicio, han decidido poner como presidente del partido a Jorge Romero, otro político del mismo corte que Marko, es decir; joven blanco, rico, arrogante, prepotente y gritón; junior neoliberal en toda regla, de moral flexible y facilidad para la arenga que levanta desaforados gritos de júbilo, pero que no tiene correlato en los hechos ni un respaldo mayor a los salones que se llenan de juniors para urdir esos planes maquiavélicos para recuperar el rancho. Y como ya es costumbre entre los panistas, sobre Romero también pesan acusaciones de corrupción por su pertenencia al infame cártel inmobiliario de la alcaldía Benito Juárez.

    Durante la campaña de la primera parte del año en 2024, muchas personas que ya identificaban el desgaste de los partidos políticos como marcas y posibles agentes cohesionantes, prefirieron hacerse de la vista gorda y dar rienda suelta a la esperanza de derrotar al obradorismo y a su multitudinaria legión de seguidores, por quienes siempre mostraron y siguen mostrando un enorme desdén, por decir lo menos. Lo peor de todo, y que no deja de ser irónico y un tanto gracioso, es que resultaron ser víctimas del marketing político, esa arma que durante años utilizaron para dominar a las masas despolitizadas, pero que esta vez los llevó a crearse expectativas irreales con respecto a la fallida Xóchitl Gálvez. Muchos ya no aguantaron y, descartando totalmente la posibilidad de apoyar al PRI con su dirigencia igualmente impresentable, han decidido darle ahora sí la espalda a la opción política que les prometió maravillas y que evidentemente no cumplió.

    Por otro lado, el pasado 5 de noviembre de 2024, Donald Trump se alzó con el triunfo en el proceso electoral estadounidense, que tiene la complejidad de una partida de cricket. Trump, como sabemos, representa todos los valores y posturas de la ultraderecha que dormitaron en la prudencia durante varias décadas, pero que solo necesitaban la llama de la desvergüenza para despertar y tomar fuerza en medio de un panorama neoliberal que había preparado el terreno convenientemente para que surgieran figuras de ultraderecha que ahora se autonombran como “libertarios”.

    La presencia de los libertarios fue creciendo cada vez más en Latinoamérica. Se fueron insertando poco a poco en las redes sociales y medios tradicionales figuras como Gloria Álvarez, Nicolás Márquez y Javier Milei. El gran triunfo de esta caterva es precisamente el ascenso al poder del más estrambótico de los tres, quien supo ganar adeptos con base en su discurso disruptivo, supuestamente antipolítico, y con pinceladas de cultura pop, para embelesar a los jóvenes. En México ha habido intentos de figuras equiparables con los centro y sudamericanos mencionados, pero nadie ha logrado despuntar. Carlos Leal, Raúl Tortolero, América Rangel o Teresa Castell son algunos de los personajes que medianamente han intentado posicionar el mensaje libertario. Algunos de ellos desde dentro del PAN y otros ya fuera de él por considerarlo una “derechita cobarde”; el mote que les adjudicó Agustín Laje y que no se podrán quitar. Estos personajes, así como Eduardo Verástegui, navegan con la bandera del catolicismo, por lo que su enfoque es más sobre lo confesional que sobre lo económico, en cuanto a reducir al Estado.

    Por otro lado, y subidos en la estela que van dejando detrás de sí los verdaderos ideólogos, vienen los influencers como el famoso Dross, Mariano Pérez, Giancarlo Portillo o Chumel Torres, entre muchos otros. Todos ellos iniciaron desde el combate a la llamada ideología woke generada desde la industria cultural estadounidense, por lo que, como consumidores de la misma y empapados en la ideología libertaria, su tránsito hacia los contenidos de política era un paso lógico. Cabe destacar que, si bien Torres siempre reseñó cultura pop, los servicios que ha prestado a la derecha mexicana han sido desde un estilo humorístico que pretende emular a comediantes pro demócratas como Stephen Colbert y Jon Stuart.

    Así pues, este es el caldo de cultivo en medio del cual, con líderes de ultraderecha en ambos polos, y con el PAN que ya no provoca más que una extraña mezcla de risa, lástima y mentadas de madre; algunos personajes francamente menores, pero que viven la fantasía de la relevancia en la red social X, han emprendido una campaña para proponer a Ricardo Salinas Pliego como candidato a la presidencia en 2030.

    Una de las motivaciones es la forzada comparación de Salinas Pliego con Donald Trump, como una especie de empresario transgresor y antipolítico. Donald Trump lleva décadas siendo parte del imaginario colectivo gracias a una fama a la cual ha contribuido la industria cultural. Se recuerda mucho el reality show llamado The Aprentice, que se transmitió durante la primera década de este siglo. Asimismo, ha hecho cameos en diversas películas como Home alone 2 (1992) o Little rascals (1994). Asimismo, en la película Gremlins 2: The new batch, el personaje Daniel Clamp, interpretado por John Glover, es un claro homenaje a Trump, que se evidencia incluso en el nombre. Por otro lado, la única referencia a Salinas Pliego es una mención hecha solo en el doblaje mexicano de Los Simpson, hecha por Humberto Vélez, intérprete de Homero Simpson, cuando en un capítulo se dirige al personaje de Roger Myers Jr., dueño de una cadena televisiva, como “señor Pliego”. Fuera de eso, la comparación no se sostiene.

    Salinas Pliego se ha distinguido, sobre todo durante el sexenio de AMLO, cuando el ser exhibido como evasor fiscal lo motivó a entrar en la moda de libertaria, por “criticar” al gobierno de una manera muy conveniente, para más tarde pasar a una franca confrontación a base de groserías y acusaciones de “comunismo”, así como racismo y clasismo totalmente descarados. Todo ello en la red social X, antes Twitter. Al mismo tiempo, en los truculentos espacios mojigatos de su televisora, instruye a sus lectores de teleprómpter para, en un tono puritano y al mismo tiempo catastrofista, pintarle a su target, la población de menores ingresos y menor nivel de instrucción; escenarios apocalípticos que nunca se cumplen.

    Los trolls de X, cínicos, misántropos y ahora desesperanzados de que la oligarquía prianista recupere el poder, tropicalizan una tendencia gringa, con el aspiracionismo por delante, para enaltecer a un Donald Trump “ de petatiux”, quien responde a las loas auto descartándose entre sonrisas y presunción de su vida ostentosa, diciendo que la política no es lo suyo y que él está mejor “criticando a los comunistas hijos de su puta madre”, que es como llegó a llamarnos a los periodistas que visibilizamos la sucia campaña que emprendió contra los libros de texto en 2023, la cual, en realidad ocultaba un conflicto de interés. El burdo culto al dios dinero siempre de fondo.

    Una cosa es muy cierta. La inercia que en este momento tiene el grueso de la sociedad mexicana es hacia el desarrollo de una mayor conciencia de clase, política y social. Se necesitaría todo lo contrario para que una figura como Salinas Pliego tuviera posibilidades reales de acceder o siquiera competir por la presidencia. En términos cualitativos, los mexicanos estamos mucho mejor informados que los estadounidenses. El show mediático alrededor de los procesos electorales no es lo que define el voto; llegamos a las urnas con convicciones y no como producto de un marketing efectivo. La imagen de Salinas Pliego se relaciona más con la trampa de la evasión fiscal, con ofrecer contenidos basura, con ser un empresario falto de escrúpulos y usurero. Ante la efectividad de los programas sociales y de educación implementados por la 4T, su imagen de benefactor y la de su fundación están por los suelos. Como ideólogo tampoco despunta, a pesar de patrocinar foros libertarios o de incluso fundar su Universidad de la Libertad.

    Doscientos trolls y 500 mil televidentes no son una fuerza significativa para luchar contra este movimiento popular que vive un momento estelar gracias la semilla sembrada por AMLO y ahora bien cuidada como árbol en crecimiento por Claudia Sheinbaum, con un respaldo popular prácticamente unánime. México se erige como el genuino bastión progresista en América y su pueblo politizado es ejemplo mundial. Ahí pobremente, sin presumir.

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  • Nuestros adversarios

    Nuestros adversarios

    Trilladísima está la expresión “no entienden que no entienden” para referirse a la derecha, pero es que, de veras, no entienden que no entienden. Debemos empezar por afirmar que muy pocos se asumen como derecha, y que conservan ese truculento y anodino discurso de que son ciudadanos patriotas, con mayor preparación, honrados, no susceptibles de dádivas y siempre preocupados por el futuro de sus hijos. Ese es el gran problema, que ya lo he tratado aquí en otras ocasiones, el de no llamar a las cosas por su nombre y querer sostener una batalla política con base en mentiras.

    He igualmente escrito profusamente acerca de la primavera que se ha vivido en México, tanto que escribí un libro que se encuentra disponible en Amazon (tiny.cc/xcouzz). Sin embargo, comerciales aparte, es preciso matizar. Solo el segmento de la sociedad que apoya a la llamada Cuarta Transformación experimentó este proceso. Estos ciudadanos ahora politizados y emancipados del poder mediático hegemónico, son quienes constituyen la verdadera primavera. Fueron ellos quienes dieron una de las mayores muestras simbólicas de cómo ha cambiado la mentalidad colectiva, cuando, el 26 noviembre de 2022, el Ángel de la Independencia estaba atiborrado de personas con ánimo festivo, cantando y bailando, justo en un día en que la selección nacional de fútbol había perdido de forma humillante en un mundial. Sin embargo, lo que ahora desataba el espíritu dionisiaco a nivel colectivo, era vivir la noche previa a la llamada “marcha del millón”, que se suscitó el domingo 27 de noviembre, y en la cual se obtuvo la icónica fotografía que se incluyó en la portada del libro Gracias, aquel con que AMLO acompaño la recta final de su mandato.

    El resto de la población, no es que se politizara del todo, o al menos no de una manera cualitativa. Más bien, como víctimas de una permanente campaña catastrofista y de mentiras, sí, fijó una postura política, pero esto mismo implicó que exacerbara temores, odios, rencores, clasismo, racismo, homofobia y creencia en toda una mitología muy bien estructurada por voceros de la derecha y muchos coristas mediáticos que poco a poco se han ido despojando de su prestigio en aras de hacer campaña en favor de la facción que consideran conveniente.

    Este inicio de sexenio, cuya legitimidad está fuera de toda dura, debido al enorme margen con que Morena ganó las elecciones del pasado 2 de junio; Claudia Sheinbaum sigue siendo víctima de vituperio tras vituperio, calumnia tras calumnia, así como intentos de desestabilización, como el incipiente movimiento que un pequeño grupo de privilegiados quiso magnificar con su oposición a la ahora aprobada reforma judicial. Ya sin afán de discusión, debate o contraste de ideas, muchos políticos se han dedicado simplemente a obstaculizar el proceder de los morenistas, como ha sido el lamentable caso de Lilly Téllez, vocera de Ricardo Salinas Pliego, de histriónicos y delirantes episodios en el Senado y, eso sí, al menos con el valor (o cinismo) de admitirse como de derecha.

    En los pocos meses que lleva este sexenio, truculentas e insidiosas tendencias se han ido colocado en redes sociales. Cuando el pasado 5 de noviembre ganó Donald Trump las elecciones estadounidenses, gracias a circunstancias tan particulares como su enrevesado sistema electoral, las redes sociales, que mágicamente amplifican y difunden las opiniones de los fachos con sospechosa prioridad, se llenaron de mensajes que deseaban que “Trump pusiera en su lugar a Claudia” o que se invadiera el territorio nacional supuestamente para acabar con el problema del narcotráfico, convenientemente amplificado por los medios nacionales en días recientes. Al no tener eco popular, todos estos exabruptos se van diluyendo con el paso del tiempo en un asqueroso mar de bits.

    Últimamente he estado visitando la red TikTok, y debo confesar que lo hago buscando mensajes cada vez más agresivos y desinformados. El algoritmo me ha estado poniendo muchos videos sobre los Beatles y Paul McCartney; otros sobre “tazos dorados” que son llevados en volandas a un centro de rehabilitación del que seguramente escaparon Pedro Ferriz y Mario López Vital; otros con tendencias como «órale, cocazo»; la caída del decadente Fehr de Maná y demás banalidades que hacen de la vida algo cada vez más absurdo. Sin embargo, también me encuentro con hombres y mujeres que pretenden presumir su color de piel (no dudan en enfatizarlo o blanquearlo aún más con filtros), así como un entorno que denote su nivel de vida elevado, y que se desatan hablando cuanta barbaridad les permite su perturbado cerebro. Le llaman “presirvienta” a Claudia Sheinbaum, bajo la hipótesis de que no piensa por sí misma y AMLO le dicta qué hacer desde su retiro en Palenque. Se dirigen a la población que los superó en las urnas con cosas como «chairos mugrosos, disfruten lo votado». Hablan de “la destrucción de México”, “seremos como Venezuela”, o incluso insisten en mantener la creencia en criaturas mitológicas como “los ninis del bienestar”, aquellos jóvenes que no estudian, no trabajan ni son aprendices en empresas, pero que mágicamente reciben un dinero del gobierno a cambio de nada, simplemente son compensados porque el gobierno es malvado y quiere perjudicar a las personas productivas y estudiosas.

    Y por todo eso considero que no tenemos verdaderos adversarios. La división siempre ha estado presente, por ejemplo en Europa. Sin embargo, ambas facciones se informan, se enfrentan con datos reales, no desde el menosprecio ni tampoco desde el odio, que es lo que evidentemente profesa la derecha mexicana desinformada, falta de clase y rebosante de odio. Son capaces de creerse cuanta barbaridad les llegue por redes sociales o salga de los labios de gente irresponsable como Kenia López Rabadán o Mariana Gómez del Campo.

    La verdad es que el movimiento de la Cuarta Transformación seguirá adelante. Quisiéramos tener enfrente a verdaderos adversarios informados y sobrios que contrastaran ideas de manera inteligente y respetuosa, pero eso no va a suceder. Sus derrotas seguirán llegando una tras otra y ellos seguirán creyendo que el país está en llamas y que su lucha es para resarcir el daño. Nosotros aquí seguiremos para exhibirlos cuando haga falta, pero también para seguir contribuyendo, cada quien desde su trinchera, a que se afiancen el estado de bienestar y la justicia social. 

  • Ay, Sabina

    Ay, Sabina

    «Estoy tratando de decirte que me desespero de esperarte, que no salgo a buscarte porque sé que tengo miedo de encontrarte.
    Que me sigo mordiendo noche y día las uñas del rencor. Que te sigo debiendo todavía una canción de amor».

    Aún recuerdo con cariño aquellos versos que mi amigo David y yo cantábamos por ahí del año 2006, cuando estudiábamos juntos la carrera de lingüística y acabábamos de descubrir el disco homenaje a Andrés Calamaro que contenía la pieza Todavía una canción de amor, cantada por Joaquín Sabina, autor original de la letra, pero que en versión original fue grabada por Los Rodríguez, el grupo que Calamaro formó en España en los años 90. A Calamaro le reconozco su música, pero también la “honestidad brutal” de admitirse de derechas, pro taurino y pro drogas duras. Jamás congeniaría con él en esos temas, pero le agradezco no jugar a las apariencias por quedar bien con sectores progres que en muchos casos son el sustento de la industria debido a sus alcances económicos.

    Mi camino hacia Joaquín Sabina fue atípico en el aspecto de que no lo conocí antes que a Bob Dylan, en quien él mismo reconoce a una de sus principales influencias. Ya llevaba yo un recorrido bastante largo sobre la música y la lírica del ahora Premio Nobel de Literatura, pues recuerdo que desde el año 2000, cuando me desesperaba lo lentas que eran las descargas, y a veces con poco presupuesto para comprar los discos originales, cultivé la ahora entrañable costumbre de, por aquel entonces, hacer incursiones sabatinas al tianguis del Chopo o a Tepito en busca de los álbumes de Bob Dylan en su modalidad de CDs piratas. En esos tiempos hacían mis delicias canciones como Jokerman, Like a rolling stone, Tangled up in blue, When the night comes falling from the sky o Lay lady lay. Me di a la tarea de estudiar las letras y después aprendérmelas en la guitarra. La exigencia en el instrumento, así como la interpretación vocal, como en el grueso de la obra de Dylan, eran mínimas, así que en poco tiempo ya me encontraba paladeando al máximo ese nuevo mundo al que había accedido de lleno. Y no les cuento el placer que fue conseguirme mi holder y poco a poco ir armando mi set de armónicas Hohner.

    Por lo anterior, y un poco a sabiendas de que Joaquín Sabina abrevaba bastante en la obra de Dylan y en la imagen de Leonard Cohen, aparte de las poses que dentro de mi propia familia propiciaba, lo dejé reposar por mucho tiempo y fue solo cuando a finales de 2005 me adentré en la obra de Calamaro, émulo declarado de Dylan sin tapujos, que en su disco de homenaje me encontré con la deliciosa y sentida interpretación de Sabina citada al principio. Ese fue para mí el momento de darle una oportunidad. Experimenté el mismo proceso en cuanto a asimilarlo como parte de mi repertorio para aquellas tertulias juveniles, pero encontrando sin sorpresas las referencias y homenajes a Dylan. La dinámica social a su alrededor aún era la misma. Sus seguidores eran personas en etapa universitaria, o bien en sus 30 o 40, con cierto nivel de educación, posibilidades económicas y asiduidad a la lectura, aunque con reparos hacia la música en inglés. Muchos se identificaban con lo que por entonces se entendía por progresismo, aquí en México, donde a nivel federal jamás había gobernado la izquierda ni se había llegado a un grado de politización tal en el que fuese imperioso que todos asumiéramos una postura política, pues vivíamos bajo un conveniente régimen gatopardista donde criticar al gobierno en turno otorgaba cierta estatus.

    Sabina vivió en carne propia la persecución y en algún momento llegó a exiliarse en Inglaterra. Posterior a la muerte de Franco, y conforme las cosas se relajaban en España, poco a poco fue abriéndose paso en la escena del rock madrileño. Fiel testimonio de ello es el disco grabado en vivo Joaquín Sabina y Viceversa (1986), donde compartió escenario con gente de la talla de Javier Gurruchaga de la Orquesta Mondragón, Luis Eduardo Aute y Javier, Krahe. Se le identificaba como parte de una caterva de músicos que no tenía reparos en asumirse como “de izquierdas” dentro del contexto histórico que les tocó vivir en España durante la segunda mitad del siglo XX. Hacía declaraciones esporádicas en materia política que nunca fueron más allá de ser fijaciones declaraciones de intenciones expresadas en forma de verso y terminando con una carcajada. Incluso cuando compartió escenario con Serrat en las giras a dúo de 2007 y 2012, el tema político quedó totalmente fuera. Durante la puesta en escena, el tema más relevante era la aspiración de ambos a ser “un chulo (proxeneta) de musas”. Considero que esa expresión refleja esa visión utilitaria y falta de todo compromiso que sabina siempre ha tenido para con el arte. ¿Será que ha prevalecido en occidente una muy conveniente tradición europeizante de desarrollar el sentido de la estética en total alejamiento de la conciencia social y Sabina es un reflejo de ella?

    Lo más escandaloso que se supo de Joaquín Sabina últimamente fue su ruptura con las causas de izquierda, al menos en términos de lo que se esperaría de él en Latinoamérica, toda vez que, sobre todo desde los años 90, el jienense se ha encargado de construir una muy entrañable relación con personajes de México y Argentina. Chavela Vargas, Maradona y Charly García, por citar algunos, han sido grandes amistades de Sabina dentro y fuera de los escenarios. Todos ellos identificados con el pensamiento de izquierda. Pues bien, abonando a la narrativa de los medios hegemónicos, Joaquín Sabina en 2022, mientras promocionaba el documental Sintiéndolo mucho, declaró lo siguiente:

    «Esta deriva me rompe el corazón, justamente por haber sido tan de izquierdas. Pero ahora ya no lo soy tanto, porque tengo ojos, oídos y cabeza para ver las cosas que están pasando. Y es muy triste»

    Se refería a una supuesta decepción de la izquierda latinoamericana. La figura de Joaquín Sabina, a la hora de relacionarlo con posturas políticas, resultaba ya muy conveniente desde antes. Todo era un hablar muy por encima para mantener la imagen de contestatario, pero nunca mojándose de lleno. Eso lo evidenció también en 2012, cuando para la gira Dos pájaros contraatacan, consiguió a través de amigos judíos dar recital junto con Serrat en Tel Aviv, Israel. Ante las críticas se declaró “neutral” y soslayó el desigual conflicto que hasta hoy tiene a Palestina al borde de la aniquilación. Pero no solo fue eso, sino que, en 2014, volvió en solitario a dar presentaciones a Israel, dejando siempre claro que lo movía la amistad y no le importaba en lo más mínimo fijar una postura con respecto al genocidio.

    Por más “leido y escrebido” que pudiera ser, y por más que provenga de una realidad de exilio y persecución política, no deja de ser ciudadano de un país monárquico y saqueador. Y aunque sí hay españoles conscientes y solidarios, como los compañeros de La Base, casos como éste son contados. La realidad es que muchas personas se hicieron falsas ideas durante mucho tiempo sobre figuras como Sabina, cuya obra nunca se enfocó en la lucha social, sino más bien en una estética que casualmente fue abrazada como marca de prestigio por estratos altos y aspiracionistas.

    Salvo por la etapa en el café La Mandrágora, que queda registrada en el magnífico disco homónimo (1981) grabado in situ junto a Alberto Pérez y Javier Krahe, las muestras de conciencia política en su obra se reducen a pequeñas puyas dentro de una lírica francamente narcisista y por momentos obsesiva de que se noten las referencias literarias.

    No me imagino a Sabina recorriendo el arrabal en mangas de camisa y conviviendo con el pueblo como Manu Chao, quien colaboró con él en 1996 para la pieza No sopor…, no sopor…. Sus correrías nocturnas consistían en jugar al filántropo de aquellas a quienes, con supuesto cariño, nombra como “putas”, para luego derivar en tertulias de sonetos, canciones, guitarras y bebidas caras, y con personajes de las altas esferas sociales.

    Las revoluciones en las que sí cree, son aquellas prioritarias en los países que tienen las necesidades básicas satisfechas. Ya en su canción Como te digo una co te digo la o (1999), sobre la hambruna en Cuba decía: «Que tengan la culpa Clinton o Fidel (…), lo mismo me da». Así pues, tenemos a un Sabina ya desde entonces desinformado o que intencionalmente dejaba de reconocer el bloqueo que esa nación hermana padece por parte de EEUU. No le interesa la historia de vejación del continente americano, donde la perenne desigualdad causada por una corrupción heredada desde la conquista, hace que las prioridades de la sociedad y de los gobiernos de izquierda sean otras.

    Se vale leer a Sartre, Rulfo, Camus, Dylan, Cohen, García Márquez, Rimbaud, Eliot, etc. Podemos apreciar esas y otras manifestaciones artísticas, pero no dejar que nos hagan sentir más especiales que aquellos desposeídos que nunca tuvieron acceso a ello por falta de recursos.

    Ha habido muchos otros artistas más congruentes y sensibles. Pienso en el fallecido Óscar Chávez. Ciertamente, el personaje que compuso en Los Caifanes era una proyección de sus guionistas snobs sobre cómo concebían el arte, como un vehículo para obtener encuentros sexuales y alimentar el ego. Sin embargo, su legado como luchador social y recuperador de las tradiciones del México profundo hacen que en este momento yo lo considere por encima de Sabina. Prefería comerse un taquito de frijoles con campesinos que buscar jóvenes guapas para enamorarlas con sonetos y ocurrencias chuscas. No tuvo la misma proyección porque sus convicciones le cerraron las puertas de la industria. Sabina siempre las tuvo abiertas porque jamás pateó el tablero en aras de un verdadero compromiso social. Prefirió construir a ese personaje bohemio que nos contempla a todos desde su trono con aires de superioridad y cero compromisos con otra causa que no sea la de su hedonismo. Y abrir otro melón sería una comparación con el entrañable Serrat.

    Fue muy grato cantar sus canciones en mi época de estudiante, pero ya estamos grandecitos y es tiempo de definiciones.

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  • Tata Obrador

    Tata Obrador

    Hubo una vez un territorio oprimido, subyugado por un poder oscuro cuyo reinado se prolongó por mucho tiempo. Sin importar cuántas batallas se libraran, el régimen seguía siendo inamovible, pues dominaba sobre malignas criaturas que aterrorizaban y seducían a muchas mentes del vasto territorio. Un día se apareció una figura avejentada, cuya principal característica era el peregrinar a través de todo lugar donde él considerara que podía avivar la feneciente llama de la esperanza.

    Su plan no surtió efecto a la primera, ya que tuvo que pasar por traiciones e incluso batallas personales que lo hicieron estar al borde de la muerte. Aquel régimen de tiranía velada siempre conspiró contra él, pues resultaba de vital importancia impedir que su mensaje se difundiera entre los pueblos libres.

    Haciendo las alianzas adecuadas, infundió valor entre los líderes de pueblos oprimidos y logró una revolución en la que echó mano de un factor antes despreciado: aquellas criaturas consideradas irrelevantes en las altas esferas; aquellos quienes siempre conservaron los valores primigenios, así como el amor a la tierra y a las cosas que crecen. Este sabio de cabello blanco, subvirtió el orden establecido, y a aquellos antes menospreciados y de cuya existencia hasta se dudaba, los instruyó para ser el núcleo de una revolución muy efectiva que finalmente pudo derrocar al régimen de oscuridad y trajo una era de paz y un cambio de conciencia al bello y variopinto territorio, otrora menospreciado, pero que poco a poco se fue volviendo ejemplo de lucha y soberanía. Acaecidas las batallas, el peregrino, de andar ya fatigoso, para siempre amado por sabios y potentados, nunca dejó de profesar un gran amor y predilección por aquellos antes olvidados que siempre creyeron en él, y que aún tenían mucho por enseñar al resto de los pueblos libres. Después de la épica gesta, cumplida su misión, se dispone a partir sin retorno hacia tierras imperecederas.

    Puesto así, ¿no les resultan sorprendentes las similitudes entre la figura de Gandalf, personaje creado por J.R.R. Tolkien y Andrés Manuel López Obrador? Tal vez no es casualidad, pues autores como Claude Levi Strauss o Joseph Campbell, caracterizan al mito como una estructura de relato que resulta plausible porque puede haber pasado. Campbell se centra en la figura del héroe y el camino que éste sigue hasta llegar a su victoria. Así pues, desde la antropología y la psicología podemos de cierta manera justificar que la historia vivida por AMLO desde sus primeros pasos en el Instituto Indigenista en Tabasco en 1977 hasta este 1 de octubre de 2024, es en sí una gesta heroica de perseverancia y lucha constante para conseguir al menos un enorme triunfo que fue sentar las bases de la genuina transformación de México.

    Otro enorme triunfo que no me cansaré de resaltar es el haber logrado despegar a millones de mexicanos de la truculenta industria cultural que les decía qué pensar, qué creer, a qué temerle, con qué emocionarse o conmoverse, a quién odiar e incluso por quién votar, o de plano no votar. Fue la tormenta perfecta, ya que el gran auge de las redes sociales y la inserción del mensaje obradorista en las mismas, coincidió con lo que Jenaro Villamil llamó la rebelión de las audiencias; el fenómeno consistente en el reacomodo de la comunicación de masas que tiene a la industria televisiva en vías de extinción.

    El poder ver a AMLO sin los filtros y estigmas aportados por los monigotes televisivos por mandato de la oligarquía, no solo gracias a las redes sociales, sino a los recorridos incansables y constantes que el ahora presidente saliente realizó por literalmente todo el país; permitió que se le asimilara como una figura cercana, humana y amorosa, capaz incluso de repartir besos y abrazos en congruencia con sus lemas: «Los quiero desaforadamente» y «Amor con amor se paga». Atrás quedó aquella leyenda negra sobre el político autoritario, intransigente y berrinchudo, que es como aquella ínfima parte de la población identificada con la derecha aún lo considera.

    En la última conferencia mañanera con el formato habitual, es decir; preguntas y respuestas, el 27 de septiembre de 2024, Meme Yamel, otra de las figuras que se erigieron en adalides de la comunicación al margen de los medios corporativos, tuvo ya al final el privilegio de preguntarle qué enseñanza le dejaba su mandato, a lo que él respondió: «Que el pueblo de México es amoroso. Es el mejor pueblo del mundo». Así pues, cuestiones como el humanismo y hasta el amor se volvieron parte medular del discurso gubernamental. Esto resulta muy interesante, porque, durante el régimen neoliberal, en que lo más importante eran los activos, indicadores y dividendos; todo aquello medible, cuantificable y con lo cual se pudiera comerciar, el hablar de cuestiones emocionales y promover algo tan metafísico como el amor, hubiera sido visto como “falta de seriedad”. Sin embargo, he ahí una de las enseñanzas, mesiánicas, si se me permite el término, que quedan para el pueblo de México: un llamado a la fraternidad, al amor y al perdón, inserto en el discurso del jefe del ejecutivo cuyas políticas lograron sacar a más de 9 millones de personas de la pobreza.

    A partir de aquí se genera un culto distinto e imperecedero, ya que siempre se nos enseñó que los héroes de la patria eran figuras inalcanzables que solo eran accesibles a través de los libros, cuya versión de la historia generalmente iba en función de la filiación política del escritor en cuestión. Sin embargo, la figura de un nuevo ‘tata’ (palabra de origen náhuatl que significa ‘papá’) antes ya añadida popularmente al general Lázaro Cárdenas, es un apelativo que poco a poco se va popularizando, sobre todo entre los integrantes de pueblos originarios, que por fin fueron dignificados, escuchados y visibilizados. Sin embargo, designar a AMLO como tata Andrés Manuel o tata Obrador nos lleva de vuelta a la antropología, pues, en el fondo, la posmodernidad ha venido sumiendo a las poblaciones en una orfandad muy distinta a otras épocas, en que los líderes sociales cumplían una función paternal o de guía. Nosotros los hobbits mexicanos, los de la periferia, de raíces indígenas, amorosos de la tierra y guardianes de tradiciones antiguas, esperamos mucho tiempo por aquella figura del mentor anciano (como lo caracteriza Joseph Campbell en El héroe de las mil caras), y ahora la haremos trascender a través de la historia.

    «Aquí me dirijo a ti, Andrelo. Espero estar a la altura del estatus de periodista y luchador social que medianamente fui adquiriendo en este sexenio. Voy a seguir brindándome al pueblo de forma irrestricta, voy a seguir ayudando, aconsejando, curando y reparando el daño siempre que pueda. Seguiré inculcándole a mi hijo el amor por todo lo que nos rodea y que la esperanza y la bondad son virtudes que muy seguramente nos llevan a la felicidad. Te abrazo desde Neza con mucho cariño, querido amigo. Nada nos debes. Estamos en paz y ya recogiendo los bártulos para retomar el camino, seguir aprendiendo de nuestros errores y no cederle ni un centímetro a la derecha hipócrita.

    Gracias infinitas. Que viva tata Andrés Manuel López Obrador.»

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