No sólo fueron balas, “degollaron a mi hijo, le cortaron el cuello, colgaron (la cabeza) en un árbol como un trofeo”, contó Raquel Tomas, madre de Lago Ravel de 19 años. El cinismo de enfrentar la violencia con violencia, representa a la actual administración de Río de Janeiro, la cual ha fragmentado a decenas de familias.
La cabeza pelirroja de Ravel fue encontrada por los habitantes de la favela en una zona boscosa cercana, informaron medios internacionales este jueves. Hasta el momento las cifras oficiales reconocen 132 víctimas del devastador operativo policial, que incluye civiles.
El miércoles pasado, Rayune Diaz Ferreira explicó a periodistas en territorio: “la gente no ha dormido, ni comido, buscando a los desaparecidos”, ella buscaba a su primo y aseguró que las autoridades se niegan a ayudarles.
Sin embargo, lo que para muchos representa un crimen de lesa humanidad, para Cláudio Castro, gobernador de Río de Janeiro y opositor del actual presidente Luiz Inácio Lula da Silva, le mereció la siguiente opinión: “Todos los fallecidos son criminales”, piensa que cualquier error es un efecto secundario, además, en otras declaraciones reclama poco apoyo federal para combatir el crimen organizado.
El megaoperativo con 2 mil 500 uniformados a cargo, empezó el martes pasado 28 de octubre en las favelas de Río de Janeiro, el objetivo del gobierno es combatir el narcotráfico, en especial al Comando Vermelho o Comando Rojo, una de las organizaciones delincuenciales más activas en Brasil.
Por su parte, el Alto Comisionado de la Organización de la Naciones Unidas (ONU) para los Derechos Humanos, Volker Turk, quien define los hechos como terroríficos, pidió una reforma integral de los métodos policiales en Brasil. “Brasil necesita romper el ciclo de brutalidad extrema y garantizar que las operaciones de seguridad pública cumplan con los estándares internacionales sobre el uso de la fuerza”.
Sancionei a Lei 15.245/2025 que aumenta a proteção a agentes públicos que combatem o crime organizado e endurece as punições a quem tenta dificultar estas investigações. O Governo do Brasil não tolera as organizações criminosas e atua para combatê-las com cada vez mais vigor.
Ante los hechos, la blanda respuesta en redes sociales, de Lula da Silva desconcierta: “He firmado la Ley 15.245/2025, que aumenta la protección de los agentes públicos que combaten la delincuencia organizada”. Esto lo decidió luego de una reunión con el gobernador Castro, tomando como nada el saldo del operativo más letal que ha tenido Brasil desde 1992.
Han pasado más de cinco décadas y, sin embargo, la herida sigue abierta. El 2 de octubre de 1968 no se olvida ni se perdona, pues quedó grabado como uno de los capítulos más oscuros de la historia moderna de México. Aquella tarde en Tlatelolco, lo que comenzó como una manifestación estudiantil, se transformó en un baño de sangre que cimbró al país entero.
El movimiento estudiantil había tomado fuerza desde el verano. Obreros, maestros, amas de casa y sindicatos se sumaron a las protestas que exigían libertades democráticas, el fin de la represión y la apertura política. El gobierno de Gustavo Díaz Ordaz, sin embargo, lo interpretó como una amenaza directa a la estabilidad de los Juegos Olímpicos que estaban por celebrarse en la capital. Bajo ese pretexto, la maquinaria estatal decidió aplastar la disidencia.
Al caer la tarde, la Plaza de las Tres Culturas estaba repleta de jóvenes ondeando banderas y gritando consignas, sin saber que entre la multitud se infiltraban paramilitares vestidos de civiles: miembros del Batallón Olimpia, encargados de marcar con un guante blanco a quienes debían ser blanco de la represión. Minutos después, el estruendo de las balas rompió el aire, por lo que el caos se apoderó del lugar: gritos, cuerpos cayendo, madres protegiendo a sus hijos, estudiantes corriendo sin rumbo, sangre tiñendo de rojo el suelo.
El gobierno de Díaz Ordaz difundió su versión oficial casi de inmediato: 26 muertos, más de mil detenidos y un centenar de heridos. Pero esas cifras nunca convencieron. El Consejo Nacional de Huelga habló de al menos 190 víctimas; la UNAM calculó más de 300. Hasta hoy, nadie sabe con certeza cuántos cayeron esa noche, porque el Estado se encargó de ocultar, minimizar y justificar lo ocurrido.
Los Juegos Olímpicos siguieron su curso, pero detrás de la fiesta deportiva y el discurso de modernidad quedaba el eco de las balas, el dolor de cientos de familias y la indignación de un país que comprendió que el poder estaba dispuesto a todo para silenciar la protesta.
Con el paso de los años, se han desclasificado documentos, se han abierto archivos y se han erigido monumentos en memoria de los estudiantes. Sin embargo, para muchos, la justicia sigue pendiente, dado que Díaz Ordaz jamás fue juzgado, aunque su gobierno haya dejado como legado una noche de terror que aún persigue la memoria nacional.
Luis Echeverría, entonces secretario de Gobernación, y más tarde presidente de México, cargó con la sombra de Tlatelolco hasta sus últimos días. A él se le atribuyó la represión estudiantil y enfrentó juicios por genocidio, acusado por su papel en la masacre.
FILE – In this Oct. 3, 1968 file photo, Mexican soldiers guard a group of young men rounded up after the night that came to be known as the “Tlatelolco massacre” in the Plaza of the Three Cultures area of Mexico City. Despite the governmental Victims’ Commission’s recent acknowledgement of the massacre as a “state crime that continued beyond Oct. 2 with arbitrary arrests and torture” and a pledge for reparations, justice remains elusive. (AP Photo, File)
A pesar de los señalamientos, Echeverría siempre negó su responsabilidad. En 1998, durante una entrevista con la periodista Lourdes Cárdenas, el exmandatario aseguró que las cifras de muertos habían sido “exageradas” y se deslindó de las decisiones del gobierno. Sus palabras, quedaron como un testimonio indoloro y una negación oficial ante uno de los episodios más desgarradores de la historia nacional.
“Se exageró mucho la cantidad, yo sí te sé decir, creo que nunca se ha aclarado la cantidad, pero no fueron los que dijeron, eso es una exageración enorme, no fue así. Pudieron haber sido alrededor de 30 realmente yo creo y algunos soldados y algún oficial herido. Por eso en la Universidad de Michoacán cuando se pidió el minuto de silencio yo dije sí, por los estudiantes y los soldados muertos, aquí no cayó muy bien.”-Luis Echeverría
Por su parte, lejos de mostrar una pizca de arrepentimiento, las palabras de Gustavo Díaz Ordaz destilaron cinismo, pues no solo le bastó con ordenar la represión ni con cargar sobre su gobierno la sangre de cientos de estudiantes: décadas después, se atrevió a presentar la masacre como un motivo de orgullo. Con una frialdad que hiela, el expresidente declaró:
“Yo le puedo decir que estoy muy contento de haber podido servir a mi país en tantos cargos como lo he hecho. Estoy muy orgulloso de haber podido ser Presidente de la República y haber podido así servir a México. Pero de lo que estoy más orgulloso de esos seis años es de 1968, porque me permitió servir y salvar al país. Les guste o no les guste, con algo más que horas de trabajo burocrático, poniéndolo todo: vida, integridad física, horas, peligros, la vida de mi familia, mi honor y el paso de nombre a la historia. Todo se puso en la balanza. Afortunadamente salimos adelante.”-Gustavo Díaz Ordaz
Díaz Ordaz nunca habló como un hombre marcado por la tragedia, o mínimo como alguien con un poco de empatía, sino como alguien convencido de haber librado una gesta heroica. En su narrativa, el 2 de octubre jamás fue un crimen de Estado, sino que fue una supuesta “salvación de la patria”. Su soberbia no solo fue una manera de escupirle en la cara a las víctimas y a sus familias, sino que evidenció la distancia abismal que existe entre el poder autoritario y la sociedad que lo padeció.
Desde 1968, cada 2 de octubre miles salen a las calles con una consigna que ha atravesado generaciones: “¡2 de octubre no se olvida!”. Porque aquel día no sucedió solo una matanza: fue un mensaje brutal del poder contra la disidencia, un recordatorio de lo que nunca debe repetirse.
Seis personas fueron asesinadas en Guanajuato, entre ellas tres miembros de una familia estadounidense. Estaban de vacaciones en la región.
Las autoridades confirmaron que las víctimas no tenían vínculos con el crimen organizado. La Fiscalía de Guanajuato informó que los asesinatos ocurrieron en una finca en Yuriria el 1 de agosto.
Un grupo armado atacó a las víctimas sin mediar palabra. Los cuerpos presentaron impactos de bala y lesiones causadas por un marro, lo que indica la brutalidad del crimen.
La familia, originaria de Guanajuato, residía en EE.UU. desde hace más de 30 años. Una de las víctimas tenía un negocio propio en aquel país.
El fiscal Gerardo Vázquez Alatriste calificó el crimen como “muy atípico” y aseguró que las investigaciones avanzan para esclarecer los hechos. La comunidad local se encuentra conmocionada por esta tragedia.
Jacinto “N”, alias “El Monster”, fue detenido el 26 de julio en Ciudad Juárez, acusado de participar en la masacre de nueve integrantes de las familias LeBarón, Langford y Miller, ocurrida en noviembre de 2019 en Chihuahua. Lo grave: al momento de su detención era policía activo de la Secretaría de Seguridad Pública Municipal.
El hoy acusado ha sido señalado por testigos como uno de los sicarios que ejecutaron y quemaron a tres mujeres y seis niños, entre ellos dos bebés. Pese a su historial, logró ingresar tres veces a corporaciones policiacas y pasar exámenes de confianza, incluyendo su reciente recontratación el 17 de junio de 2024.
De acuerdo con una investigación de El País, entre 2018 y 2019 fue policía en Ascensión, cerca del sitio del crimen. Después desapareció del servicio público por tres años, volvió como agente en Juárez en 2022, luego trabajó brevemente en una maquiladora, y en 2024 fue reincorporado. En su declaración patrimonial pasó de ganar 200 mil a más de 700 mil pesos al año, sin justificación clara.
Está vinculado a proceso por homicidio, feminicidio, crimen organizado y es investigado por terrorismo. Las autoridades aseguran que no tenía un rol operativo y solo cuidaba un edificio. Sin embargo, la familia LeBarón exige renuncias y acusa complicidad institucional: “Son sicarios con placa”, advirtió Adrián LeBarón.
El caso recuerda al de Fidel Alejandro Villegas, exjefe policiaco de Janos, sentenciado en 2019 por vínculos con el crimen organizado. La infiltración criminal en corporaciones policiacas vuelve a quedar al descubierto, mientras crece la exigencia de depurar las instituciones de seguridad.
El sobreviviente de la masacre de Tlatelolco, Pedro Medina, pone en su lugar al conservador historiador, Enrique Krauze, quien se atrevió a comparar la falsa marcha a la que convocó la “sociedad civil”, este pasado 18 de febrero, con la movilización estudiantil de 1968.
A través de un video difundido en redes sociales, Pedro Medina señaló que la comparación hecha por Krauze es una ofensa y deshonra a la memoria de los estudiantes, obreros y mexicanos que perdieron la vida en la brutal masacre del 1968.
Señor Krauze usted ofende y deshonra la memoria de estudiantes, obreros y personas mayores que murieron en la masacre de Tlatelolco al decir que su manifestación del pasado domingo (18 de febrero) es semejante a la del 2 de octubre 1968.
Sostuvo Pedro Medina.
📹 #Vídeo | "Usted ofende y deshonra la memoria de estudiantes, obreros y personas mayores que murieron en la masacre de #Tlatelolco": Pedro Medina, sobreviviente de la masacre del 68, le responde a Enrique Krauze (@EnriqueKrauze). pic.twitter.com/TiRs8e6alN
Medina explicó que el movimiento encabezado por estudiantes si fue reprimido por un gobierno autoritario y represor, que las movilizaciones fueron disuletas con toletasos de los granaderos. Además que en la Plaza de las Tres Culturas la concentración fue atacada con balas y bayonetas del ejército.
A ustedes no los desalojaron del Zócalo con tanquetas como si lo hizo el ejército en 1968. En aquel año no podrían hablar mal del gobierno por el que lo hacía se lo llevaban a los separos de Tlaxcoaque o al Campo Militar, donde eran torturados o desaparecidos.
Relata Medina.
Asimismo, expresó su agradecimiento de poder ver la transformación que vive México y lamentó que muchos mexicanos lucharon no lo hayan podido ver. Además, señaló que, tras la masacre de 1968, los mexicanos padecieron la represión de los siguientes gobiernos hasta el triunfo de López Obrador, que es cuando comenzó el cambio.