Etiqueta: Luis Piña

  • Dos reuniones, dos visiones de futuro

    Dos reuniones, dos visiones de futuro

    El viernes 15 de agosto quedó marcado en la agenda internacional por dos encuentros presidenciales que, aunque ocurrieron el mismo día, proyectaron visiones completamente distintas sobre el rumbo del mundo. Uno tuvo lugar en Alaska, entre Donald Trump y Vladimir Putin, y el otro en el sur de México, donde la presidenta Claudia Sheinbaum se reunió con el mandatario de Guatemala, Bernardo Arévalo, y el primer ministro de Belice, Johnny Briseño.

    La reunión en Alaska juntó a dos líderes con amplio historial de confrontación, pero con un interés común: Ucrania. Más que hablar de paz, lo que estuvo sobre la mesa fue el reparto de territorios y la explotación de las tierras raras que guarda el subsuelo ucraniano. Estos minerales, esenciales para la industria tecnológica y bélica, se han convertido en uno de los grandes motivos detrás del conflicto. Lo que se presentó como una “negociación de alto nivel” terminó siendo un acuerdo para seguir viendo a un país devastado como botín de guerra.

    El mensaje de Trump y Putin es claro: los recursos naturales son piezas de ajedrez en el tablero geopolítico. La lógica de la confrontación y el dominio militar sigue prevaleciendo sobre cualquier idea de reconciliación real. En ese escenario, el futuro no se construye desde la cooperación, sino desde el cálculo de quién obtiene más beneficios a corto plazo, sin importar el costo humano ni ambiental.

    En contraste, en el corazón de la cultura maya, la Presidenta Claudia Sheinbaum sostuvo un encuentro con sus homólogos centroamericanos. La prioridad no fue el reparto de riquezas naturales ni la explotación de recursos estratégicos, sino la preservación de uno de los pulmones más importantes del planeta: la Gran Selva Maya. Este acuerdo representa un esfuerzo conjunto para poner “barreras invisibles” contra la deforestación y proteger la biodiversidad que aún sobrevive en la región.

    Lejos de la lógica extractivista que dominó en Alaska, la reunión en el sur de México puso sobre la mesa la idea de prosperidad compartida. Hablaron de cómo la cooperación ambiental puede generar bienestar social, turismo sustentable y oportunidades de desarrollo económico que no sacrifiquen la naturaleza. En vez de botín de guerra, se habló de patrimonio común; en vez de explotación, se habló de preservación.

    Este contraste no es menor. Mientras en el norte del continente las potencias buscan repartirse los restos de un conflicto, en el sur emergen liderazgos que piensan en el futuro del planeta y en la obligación moral de dejar un legado ambiental. No es casual que Sheinbaum, en su primera etapa de gobierno, haya puesto como prioridad el tema climático: desde la transición energética hasta la protección de ecosistemas.

    Lo ocurrido el mismo día muestra las dos caras del mundo actual: por un lado, el poder que se sostiene en la guerra, el extractivismo y la imposición; por el otro, la cooperación regional, la defensa del medio ambiente y la visión de un futuro en el que todos puedan prosperar. Es, en esencia, la confrontación entre un modelo que agota y otro que preserva.

    En tiempos de crisis climática, de sequías, incendios forestales y desastres naturales cada vez más frecuentes, la disyuntiva es clara. O seguimos viendo a la tierra como un botín de guerra, o aprendemos a defenderla como el único hogar común que tenemos. El 15 de agosto dejó un recordatorio: el futuro de la humanidad dependerá de qué reunión decidamos tomar como modelo.

    Al final, la pregunta que queda en el aire es incómoda pero necesaria: ¿queremos heredar a las próximas generaciones un planeta convertido en trofeo de guerra o un hogar capaz de sostener la vida? La respuesta, aunque parece obvia, se juega todos los días en las decisiones que toman los líderes del mundo.

  • Latinoamérica no es patio trasero

    Latinoamérica no es patio trasero

    El pasado viernes por la mañana trascendió que Donald Trump había firmado una orden ejecutiva que permitía a las fuerzas armadas norteamericanas realizar operaciones contra los narcotraficantes fuera de los Estados Unidos (incluso y principalmente en países latinoamericanos).

    La noticia llegó cuando los reporteros aún nos encontrábamos en el Salón Tesorería de Palacio Nacional. Gracias a ello (y al gran acierto del jefe de información de Los Reporteros MX, Mario Toledo, por enviarme la nota) pude tener la oportunidad de gritar una pregunta a la presidenta Claudia Sheinbaum sobre el tema.

    En ese momento, la mandataria aseguró que el gobierno de Estados Unidos había informado a México sobre la firma de dicha orden y dejó en claro que no habría una intervención militar en nuestro país.

    Cuánta razón tenía la presidenta Claudia. Horas después, y de manera muy casual, el gobierno de Trump emitió una nueva recompensa para capturar a Nicolás Maduro por narcotráfico (presuntamente por sus vínculos con el Cártel de Sinaloa y el Cártel de los Soles).

    Esta aseveración es un acto grave, pero no extraño. No es la primera vez que Estados Unidos hace exactamente lo mismo; basta con recordar la época de los 2000 y la invasión a Medio Oriente (lo que empezó como una lucha contra el “terrorismo” en Afganistán se extendió a Irak y culminó con el derrocamiento de Saddam Husein).

    Ante esta grave amenaza, el ejército venezolano emitió un mensaje claro: defenderán al presidente Nicolás Maduro, no por la persona en sí, sino porque representa la voluntad popular de millones de venezolanos que votaron libremente por él (aunque la oposición quiera imponer otra narrativa).

    Por años, Estados Unidos ha querido dominar el petróleo venezolano. Han utilizado caballos de Troya en políticos entreguistas que, al final de ser usados y sin éxito, terminan vinculados en casos de corrupción. Nombres sobran: Henrique Capriles, María Corina Machado, Edmundo González, Juan Guaidó, Leopoldo López, entre otros.

    La estrategia es tan vieja como efectiva: primero, se fabrica la amenaza; luego, se crea un “líder legítimo” a modo, se lo coloca en el escaparate internacional y se alimenta el discurso de la “libertad” mientras se siembra la dependencia (es el mismo libreto que ya hemos visto en Irak, Libia y Siria).

    Sin embargo, América Latina no es un tablero fácil de mover. A diferencia de otros escenarios, aquí los pueblos tienen memoria (saben que detrás de cada “misión humanitaria” se esconden intereses corporativos y geopolíticos), además de estar unidos por la historia. Y cuando la soberanía se toca, el nacionalismo despierta, incluso entre quienes discrepan políticamente.

    No es casual que mandatarios como Luis Arce de Bolivia, Daniel Ortega de Nicaragua, Gustavo Petro de Colombia y la presidenta de Guatemala, Sandra Torres, hayan expresado públicamente su respaldo a Nicolás Maduro, reconociendo la legitimidad de su gobierno y condenando cualquier intento de intervención extranjera.

    Por eso, cada vez que en Washington se redacta una orden ejecutiva con olor a pólvora, deberían recordar que el siglo XXI ya no es el patio trasero que dejaron en sus libros de historia. Las guerras del futuro no siempre se ganan con misiles (a veces se pierden por subestimar la dignidad de un pueblo).

    Porque, al final, las intervenciones extranjeras pueden cambiar gobiernos… pero nunca logran gobernar corazones. Y ahí, en ese territorio invisible, es donde se decide si una nación es libre o apenas sobrevive.

  • Gentrificar es borrar historia: la CDMX entre dos modelos el de Alessandra y Brugada

    Gentrificar es borrar historia: la CDMX entre dos modelos el de Alessandra y Brugada

    En la Ciudad de México, la gentrificación avanza como una forma silenciosa, pero profundamente violenta. No solo se trata de un fenómeno económico que eleva los precios de las rentas y desplaza a los habitantes originarios; también es un proceso político y cultural que reconfigura los barrios para adaptarlos al consumo, al turismo y al mercado inmobiliario. Detrás de fachadas restauradas y cafeterías de autor, se esconde una estrategia sistemática para vaciar de sentido, historia y arraigo a comunidades enteras. La ciudad se vuelve una mercancía, y sus habitantes, un estorbo para los intereses del capital.

    En este contexto, el Bando 1 presentado por la Jefa de Gobierno, Clara Brugada, representa una postura valiente y necesaria. No es común que una administración capitalina reconozca de forma frontal los efectos nocivos de la gentrificación y proponga un paquete integral de medidas para frenarla. Desde el control de rentas y la regulación de Airbnb, hasta la creación de una defensoría inquilinaria y el impulso a la vivienda asequible, el Bando 1 busca defender el derecho al arraigo y a la ciudad para quienes la han sostenido por generaciones. Es, en muchos sentidos, una declaración de principios: la ciudad no debe ser gobernada solo para quienes pueden pagarla.

    Sin embargo, esta visión contrasta de forma aguda con las políticas y acciones de alcaldías gobernadas por la derecha, particularmente por el PAN y el PRI. Mientras el Gobierno central plantea medidas para frenar el despojo, en otras demarcaciones se ejecutan acciones que lo refuerzan. El caso más reciente y simbólicamente revelador, es el retiro arbitrario de las esculturas del Che Guevara y Fidel Castro en la colonia Tabacalera, ordenado por la alcaldesa de Cuauhtémoc, Alessandra Rojo de la Vega. El argumento legalista sobre la supuesta “falta de permisos” no es más que una pantalla. En realidad, se trató de un acto ideológico: borrar todo rastro de una memoria incómoda para quienes celebran el modelo neoliberal.

    La eliminación de esas esculturas no es un hecho menor. Se trata de una expresión del desplazamiento cultural que acompaña a la gentrificación: cuando se reconfigura el espacio urbano no solo se modifica su uso, también se reescribe su historia. Las estatuas del Che y Fidel no eran un capricho estético, sino una referencia al vínculo histórico entre México y los movimientos de liberación en América Latina. Quitarlas es reescribir el espacio público desde una narrativa conservadora que busca eliminar todo símbolo que incomode al mercado o al statu quo.

    En paralelo, el cártel inmobiliario sigue operando con impunidad. Agrupaciones de desarrolladores, políticos y funcionarios han convertido el suelo urbano en un botín. A través de fraudes, uso ilegal de suelo, corrupción notarial y despojos sistemáticos, se alimenta una maquinaria que expulsa a inquilinos, destruye patrimonio y construye una ciudad para unos pocos. Lo peor es que estas redes no son marginales: forman parte estructural del modelo urbano impulsado por los gobiernos de derecha, que ven en la ciudad no un espacio de derechos, sino una plataforma de negocios.

    La gentrificación no es un accidente. Es una política de Estado cuando los gobiernos locales priorizan el turismo sobre el arraigo, el lucro sobre la comunidad, el blanqueamiento cultural sobre la diversidad. Es una estrategia de clase para vaciar la ciudad de pobres, de disidentes, de historia. Y el retiro de una escultura puede parecer anecdótico, pero es profundamente revelador: lo que molesta no es el bronce, sino lo que representa. Porque para la derecha, construir ciudad significa borrar a quienes la habitan y recordar solo lo que sirve al negocio.

    Por eso el debate no es solo sobre rentas o edificios: es sobre el derecho a existir en la ciudad, con memoria, con identidad y con justicia. En esa disputa, el Bando 1 es un primer paso, pero no bastará sin voluntad política, sin participación vecinal y sin frenar de raíz las alianzas entre políticos y desarrolladores. Hoy más que nunca, defender la ciudad es resistir al despojo económico… y también al desplazamiento simbólico y cultural que impone la derecha.

  • Sin rechazar al visitante hay que proteger al habitante

    Sin rechazar al visitante hay que proteger al habitante

    Esta semana destacó la manifestación que cientos de jóvenes realizaron en una de las zonas más exclusivas de la Ciudad de México: Roma, Condesa, Polanco. Su principal demanda fue combatir la gentrificación, una situación compleja y peligrosa, pero también difícil de atender.

    Si bien, en su mayoría, este problema es provocado por el asentamiento de extranjeros en estas zonas, quienes aprovechan principalmente las facilidades del home office, no son ellos los únicos responsables.

    La gentrificación comienza cuando personas con alto poder adquisitivo rentan o compran propiedades en determinada zona. Esto provoca la llegada de nuevos comercios, el aumento en el valor de los servicios y el encarecimiento de las rentas. Esta situación genera que quienes vivían ahí ya no puedan pagar las rentas o, si eran propietarios, no tengan recursos para cubrir los servicios. Así, miles de familias que habían crecido en esos barrios se ven obligadas a abandonarlos.

    Con el éxodo de los habitantes nativos, las costumbres desaparecen, el arraigo se pierde y comienza una crisis de vivienda, porque, a su vez, los desplazados buscan refugio en zonas más accesibles, replicando el fenómeno.

    Pero ese no es el único problema. También la pérdida de derechos para las y los jóvenes durante los gobiernos prianistas ha generado este descontento. La nula posibilidad de acceder a una vivienda propia, de obtener trabajos permanentes, de aspirar a una jubilación digna, sumado a los bajos salarios, ha dejado a generaciones enteras al margen de una vida estable.

    Si bien el presidente Andrés Manuel López Obrador implementó acciones para contrarrestar esto y las políticas de la Cuarta Transformación han reducido en parte la desigualdad social, aún falta mucho por hacer.

    La propuesta de la presidenta Claudia Sheinbaum y de la jefa de Gobierno Clara Brugada sobre el acceso a la vivienda es de las más sólidas que existen actualmente. En la Ciudad de México, Brugada ha entregado viviendas en zonas céntricas gracias a que el INVI ya puede comprar terrenos y construir; sin embargo, para revertir décadas de desigualdad podría tomar hasta 20 años.

    Es urgente establecer límites a las plataformas digitales que rentan propiedades en moneda extranjera, implementar topes a las rentas y, principalmente, regular el estatus migratorio de las personas que viven en estas zonas sin tener en regla su situación legal.

    Se entiende que migrar es un derecho; no obstante, cuando la migración es desmedida y sin control, se convierte en un problema para quienes ya vivían ahí.

    La ciudad no puede seguir funcionando como un escaparate para el turismo de privilegio mientras expulsa a quienes la construyeron con su trabajo cotidiano. No se trata de rechazar al visitante, sino de proteger al habitante.

    La gentrificación no solo encarece el suelo: encarece la vida. Mata la memoria de los barrios y la sustituye por cafés de especialidad y departamentos de lujo en renta por noche. Destruye la idea de comunidad para dejar solo la fachada de una postal.

    Tal vez lo que urge no es solo una nueva política de vivienda, sino una nueva ética de ciudad. Una donde vivir no sea un lujo, sino un derecho. Una ciudad donde no importe de dónde vienes, sino que a nadie más tengas que desplazar para poder llegar.

  • El filo del abismo: la amenaza real de una guerra nuclear global

    El filo del abismo: la amenaza real de una guerra nuclear global

    Por décadas, el mundo ha cargado con el recuerdo de las dos guerras mundiales y la amenaza latente de una guerra nuclear. Se creyó que esa experiencia bastaría para mantener la paz. Sin embargo, la crisis actual entre Irán, Israel y Estados Unidos pone a la humanidad al borde de un abismo que podría superar en destrucción cualquier conflicto anterior.

    La noche del sábado 21 de junio de 2025, Estados Unidos, bajo órdenes directas del presidente Donald Trump, lanzó un ataque con bombarderos B-2 y misiles Tomahawk contra tres instalaciones nucleares iraníes: Fordow, Natanz e Isfahán. Este acto, lejos de ser un ataque quirúrgico contra objetivos militares, fue una agresión directa a instalaciones civiles nucleares y una violación clara del Tratado de No Proliferación Nuclear (TNP), cuyo objetivo es impedir la expansión de armas nucleares y preservar la paz global.

    Este ataque rompe la estabilidad conseguida tras años de acuerdos como el Plan de Acción Integral Conjunto (JCPOA), del que Estados Unidos se retiró en 2018, pero que mantenía controles fundamentales. Al bombardear estas instalaciones, Washington ha desafiado no solo a Irán, sino a todo el sistema internacional que busca contener la proliferación nuclear.

    La respuesta de Irán fue inmediata y contundente: lanzó misiles contra Israel y amenazó con cerrar el estrecho de Ormuz, una vía marítima estratégica por donde pasa cerca del 20% del petróleo mundial. Esta amenaza, sumada al bloqueo desde hace años del estrecho de Bab el Mandeb por fuerzas hutíes respaldadas por Irán, ya había tensionado las rutas comerciales vitales para la economía global.

    En Moscú, autoridades iraníes se reunieron con funcionarios rusos, buscando respaldo político y militar. Rusia, como potencia nuclear y actor estratégico global, condenó los ataques estadounidenses y advirtió sobre una escalada peligrosa, mientras se especula que podría incrementar su cooperación nuclear con Teherán. La alianza entre estas potencias nuclearmente armadas puede ser el preludio de un conflicto mucho más amplio.

    En el escenario global, la condena fue casi unánime: China, Rusia, Turquía, India, Sudáfrica, Brasil y la mayoría de países islámicos calificaron el ataque de ilegal y peligroso. La Unión Europea pidió desescalada, y sólo unos pocos, como Reino Unido y Argentina, expresaron apoyo condicionado a Estados Unidos.

    En Washington, el mensaje presidencial evidenció tensión y nerviosismo. Donald Trump, aunque intentó proyectar confianza, se mostró contenido. A su lado, Marco Rubio —exsenador y actual secretario de Estado— mostró gestos que denotaban preocupación y miedo, conscientes de que la línea roja ya fue cruzada y que no hay ruta clara para retroceder.

    El mundo hoy enfrenta un riesgo real: que Irán abandone el TNP, expulse a inspectores internacionales y acelere su programa nuclear clandestino. Que el estrecho de Ormuz quede cerrado y provoque una crisis energética global. Que la escalada de acciones y represalias desencadene un enfrentamiento directo entre potencias nucleares.

    Esto no es una guerra más en Medio Oriente. Es la posibilidad de un conflicto global con armamento capaz de destruir la civilización humana. La historia ha mostrado que las armas nucleares no son un juego; su uso o amenaza pueden desencadenar consecuencias irreversibles.

    Por ello, la comunidad internacional debe actuar con urgencia para restaurar la diplomacia y los mecanismos multilaterales. La guerra preventiva y la lógica del poder militar no pueden prevalecer. Si el mundo no detiene esta escalada, no estaremos ante una catástrofe regional, sino ante el precipicio de la extinción.

    La humanidad hoy está más cerca que nunca de esa línea de no retorno. Y esta vez, no podrá decir que no lo vio venir.

  • El incendio que amenaza con consumir al mundo: Irán vs. Israel

    El incendio que amenaza con consumir al mundo: Irán vs. Israel

    La historia no se repite, pero rima. La actual escalada bélica entre Irán e Israel va más allá de ser solo una disputa regional; es el inicio de un conflicto que podría arrastrar a las potencias globales hacia una guerra con consecuencias impredecibles. Aunque la tensión entre estos dos países se ha acumulado durante décadas, el momento que vivimos ahora marca un verdadero punto de quiebre. Nunca antes se habían cruzado las líneas rojas de manera tan abierta.

    Desde el 7 de octubre de 2023, cuando Hamás lanzó un ataque sin precedentes contra Israel, la región ha caído en una espiral de violencia que se vuelve cada vez más difícil de controlar. La respuesta de Israel en Gaza fue devastadora, con miles de civiles muertos, y el conflicto se ha extendido hacia el sur del Líbano, Siria, Irak y Yemen. A lo largo de estos meses, Irán ha estado operando en las sombras a través de sus grupos aliados —lo que se conoce como el “Eje de la Resistencia”—, pero las reglas no escritas de la guerra indirecta han comenzado a desdibujarse. El ataque directo con misiles y drones iraníes contra territorio israelí, junto con la respuesta israelí bombardeando objetivos en Isfahán, marcan un nuevo paradigma: el paso de la guerra por delegación a una confrontación directa.

    Este no es únicamente un conflicto en el que se enfrentan dos naciones. La guerra Irán-Israel encapsula una pugna más lejana: la pugna que enfrentan dos visiones geopolíticas del orden de la región. Para Irán, la hegemonía israelí en Oriente Medio – avalada y financiada por Washington – supone una ofensa a su soberanía, además de una amenaza a su influencia. Para Israel, la presencia militar que tiene Irán en sus fronteras – unida a su programa nuclear – representa una amenaza existencial.

    Pero lo que realmente hace peligroso este escenario es la inevitable internacionalización del conflicto. Estados Unidos no puede – ni quiere – mantenerse al margen y ha aumentado su presencia militar en la región. Rusia, por su parte, si bien está distrida por la guerra en Ucrania, sigue con interés cómo se desestabiliza otro frente en el que puede debilitar el poder occidental. China, que ha apostado por una diplomacia económica en Oriente Medio, ve tambalear sus inversiones estratégicas si la región estalla del todo.

    Nos encontramos, por lo tanto, ante una guerra que podría cambiar el orden mundial. No porque lo quiera Irán o Israel, sino porque los hilos de las alianzas, los intereses energéticos, los nacionalismos religiosos y las luchas de poder ya no pueden ser mantenidos al margen. En este sentido, cualquier error de cálculo puede derivar en un gran incendio. Un ataque desproporcionado sobre instalaciones nucleares. Una intervención masiva de EEUU. Un gesto intempestivo de Hezbollah. El margen de maniobra disminuye año tras año.

    La comunidad internacional ha demostrado, por otra parte, una pasividad cómplice. Occidente, con su doble rasero, es capaz de tolerar crímenes de guerra si son producto de su aliado, y publica los de su adversario a una escala de atrocidad; y los organismos multilaterales están, por el contrario, atascados en vetos y luchas de poder. La única salida posible es la diplomática, pero implica algo que hoy en día escasea: voluntad política, empatía humana y visión estratégica.

    El conflicto entre Irán e Israel no es solo el drama de los dos pueblos presos de sus gobiernos y de su historia sino que es el espejo de ese mundo que sigue pensando que se puede resolver el conflicto sólo con fuego. Y si no logramos apagar a tiempo este fuego, puede ser que pronto todos nosotros estemos respirando el humo.

  • El secreto de las fuerzas armadas de E.U., 1 de cada 5 son latinos o hispanos

    El secreto de las fuerzas armadas de E.U., 1 de cada 5 son latinos o hispanos

    Mucho se ha hablado del desfile militar que el presidente Donald Trump ordenó como parte de la conmemoración de los 250 años de las fuerzas armadas norteamericanas o, como otras personas lo han señalado, para festejar su cumpleaños. Pues, al mero estilo de dictadores como Porfirio Díaz, Trump aprovechó una fecha patriótica para hacerse un pachangón.

    Todas y todos sabemos del racismo y la embestida voraz que el Ejecutivo norteamericano está implementando en contra de los migrantes latinos, lo que ha provocado una desestabilización muy importante en distintas ciudades como California. Pero hay un tema que poco se ha mencionado al respecto: la evidente falta de apropiación del ejército norteamericano y de experiencia ante dicho acto.

    Los desfiles militares sirven para mostrar el poderío, la organización y la preparación del ejército. A través de la marcha coordinada, el uso de uniformes, armamento y vehículos, se exhiben disciplina, cohesión y capacidad de respuesta. Además, refuerzan el orgullo nacional y el sentido de pertenencia. Se preparan como forma de rendir homenaje a la patria y a quienes la defienden.

    Pero este desfile militar solo expuso que el gobierno norteamericano no tiene preparación, ni una marcha coordinada, ni siquiera uniformes a su medida.

    Tal vez esto también tenga que ver con las políticas de Trump en contra de los latinos, porque no hay que olvidar lo cercanos que están Estados Unidos y América Latina, no solo por geografía, sino por su gente.

    Fuentes del Departamento de Defensa, en su informe demográfico de 2022, refieren que el 18.4 % de las personas activas de las fuerzas armadas norteamericanas se identifican como hispanos o latinos, mientras que en el Ejército el porcentaje es de aproximadamente 20.4 % para el personal activo, considerando tanto oficiales como alistados. En la Marina, el 16.6 % se identifica como hispano o latino.

    Pero en su informe de 2023, el número aumentó en la Marina hasta 27.7 % de fuerza activa hispana o latina. Es decir, uno de cada cinco miembros en servicio activo de Estados Unidos se identifica como hispano o latino.

    A eso le sumamos que la música que ambientó el desfile era del género Heavy Metal, música creada en Inglaterra. La mayoría de artistas que sonaron eran británicos, como Black Sabbath, AC/DC y Deep Purple. Paradójicamente, un desfile que pretendía exaltar el orgullo estadounidense terminó pareciendo un tributo a la corona británica.

    ¿Qué sentido de identidad puede tener una fuerza armada que desprecia sus raíces latinas, olvida sus propios símbolos culturales y celebra su día más importante con música extranjera? Quizá la respuesta está en lo que Trump quiere borrar: que gran parte del músculo que mueve a Estados Unidos habla español, tiene raíces en Oaxaca, en Michoacán, en El Salvador o en Puerto Rico.

    La migración no es un delito. Es una respuesta a las crisis que el propio sistema ha generado. Criminalizar al migrante mientras se celebra la libertad es la contradicción más grande de un imperio en decadencia. Y tal vez por eso, ni con todo su poderío, lograron hacer un desfile que uniera a su nación. Porque no se puede marchar en bloque cuando se excluye a quien camina contigo.

  • Trump revive el odio: redadas migratorias y represión en EE.UU.

    Trump revive el odio: redadas migratorias y represión en EE.UU.

    La noche del jueves, las calles de Los Ángeles, Nueva York, Chicago y otras ciudades de Estados Unidos volvieron a ser escenario de una vieja pesadilla: redadas masivas de ICE contra trabajadores y familias migrantes. En algunos estados, los operativos se desplegaron incluso en zonas escolares, tribunales y mercados. La intención era clara: generar miedo, forzar el silencio y criminalizar la necesidad humana más básica: la de buscar una vida mejor.

    En total, más de 40 personas fueron detenidas en California y otras 80 a nivel nacional, según organizaciones de defensa de derechos civiles. Lo que alarmó no fue solo la cifra, sino la brutalidad. Vehículos blindados, elementos armados, intimidación y persecución a plena luz del día. Las redadas, lejos de garantizar seguridad, desataron pánico entre niños, trabajadores y comunidades enteras. Y como era de esperarse, las protestas no se hicieron esperar.

    Desde Texas hasta Massachusetts, miles de personas salieron a las calles a defender el derecho de existir sin miedo. Fueron ciudadanos, no criminales, quienes alzaron la voz contra una política migratoria retrógrada. Y, como en los peores tiempos, la respuesta fue represión: gases lacrimógenos, detenciones arbitrarias y uso excesivo de la fuerza. La narrativa del “orden” se impuso sobre los derechos humanos.

    La presidenta de México, Claudia Sheinbaum, no tardó en pronunciarse. Lo hizo con claridad: “Con la integración de una nueva Corte, vamos a erradicar las redes de corrupción que por años estuvieron coludidas con quienes atacan a nuestros migrantes. México no se quedará callado ante la represión de nuestros paisanos”. Sus palabras, lejos de ser diplomáticas, fueron firmes. Y eso es lo que se necesita frente a un gobierno como el de Trump, que insiste en construir muros físicos y simbólicos.

    El discurso antiinmigrante de Trump, aunque disfrazado de seguridad nacional, es profundamente racista. Se alimenta del miedo al otro, al diferente, al que no nació “en el lugar correcto”. En su visión, el migrante latino es una amenaza, no un ser humano. Pero la realidad desmiente ese discurso: los migrantes son quienes limpian oficinas, cosechan alimentos, cuidan ancianos, construyen edificios y generan riqueza en un país que no siempre los reconoce.

    Decir que “migrar es un delito” es no entender las causas profundas del desplazamiento. Nadie abandona su hogar por gusto. Las razones son múltiples: pobreza, violencia, crisis climática, persecución política. Lo que para unos es un acto de supervivencia, para otros se convierte en motivo de castigo. Esa es la gran contradicción moral del discurso antiinmigrante: criminaliza al vulnerable en lugar de cuestionar las estructuras que lo obligan a migrar.

    Lo que ocurrió ayer en Estados Unidos no debe ser normalizado. No es “parte de la política migratoria”, no es “un tema interno”. Es una violación a los derechos humanos y una afrenta a los valores de libertad y justicia que dicen defender. Por eso es importante que desde México y desde América Latina sigamos levantando la voz. Porque nuestros migrantes no son cifras ni enemigos. Son madres, padres, estudiantes, soñadores. Son parte de nuestras comunidades, aquí y allá.

    Hoy, más que nunca, se vuelve urgente recordar que la migración no es el problema. El verdadero problema es la indiferencia, la hipocresía y el uso político del dolor humano. En vez de redadas, hace falta cooperación. En vez de miedo, se necesita dignidad. Y mientras haya un migrante perseguido, no habrá justicia completa ni aquí ni en ninguna parte del mundo.

  • México: una partida donde nadie quiere empatar

    México: una partida donde nadie quiere empatar

    Esta semana fue un parteaguas para la política nacional. Sin duda, los dos temas que concentraron la agenda pública fueron aquellos que, sin exagerar, marcarán un antes y un después en nuestro país. Algo así como si comenzara una nueva y compleja partida de ajedrez.

    El ajedrez no es solo un juego de estrategia, es un lenguaje silencioso donde cada pieza tiene un rol específico, una jerarquía y un propósito. El rey, aunque central, es lento y vulnerable; la reina, poderosa y versátil, mueve los hilos con fuerza. Los alfiles y caballos son impredecibles, mientras que las torres representan estructuras firmes. Pero son los peones, los más subestimados, quienes abren la partida y muchas veces la definen. En política, como en el ajedrez, las jugadas apresuradas, los movimientos impulsivos y el desprecio por las reglas terminan por volcar el tablero. Esta semana, México pareció sumido en una partida rota.

    Todo comenzó con el trágico y condenable asesinato de Ximena Guzmán y José Muñoz, los colaboradores más cercanos e importantes de la jefa de Gobierno de la Ciudad de México, Clara Brugada.

    Quienes planearon el atentado lo hicieron de una manera tan minuciosa que no solo eligieron a una secretaria particular y a un coordinador de ascensores. Escogieron a la familia política de la mandataria capitalina, y me atrevo a decir que a la mitad del cerebro del gobierno de la Ciudad de México.

    Mucho me he sentado a reflexionar sobre el tema. Evidentemente, como en cualquier episodio de esta magnitud, las especulaciones abundan. En mi reflexión, pensé que tanto Xime como Pepe fueron observados desde mucho antes de que siquiera se decidiera que serían ellos las víctimas. Como reportero de la fuente capitalina, tengo miles de videos de los distintos eventos públicos en los que estuvieron presentes, entre la gente, siempre discretos.

    Ya más tranquilo, entendí que quienes decidieron atentar contra ellos no fueron simples observadores de asambleas o actos públicos. Ellos tenían un perfil bajo: acercaban el agua, entregaban las tarjetas informativas, hacían el trabajo que a simple vista parece rutinario y simple, que si en algún momento faltaran habría quien lo supliera. Pero su lugar en el ajedrez político era vital.

    Quien eligió que fueran ellos quienes pagaran con su vida el costo del mejoramiento de la ciudad, fue alguien que conocía a fondo los engranajes del poder capitalino. Alguien que sabía que para llegar a Clara Brugada, primero había que pasar por Xime y por Pepe.

    Por ello, con profundo respeto, me atrevo a decir que en el tablero político su muerte equivale a la caída de un alfil. Después del rey y la reina, son de las piezas más importantes. No siempre visibles, pero imprescindibles para proteger a quien lidera. Su ausencia deja vulnerable el flanco más delicado del poder.

    Del otro lado del tablero se encuentra la CNTE. Una organización con larga trayectoria en la lucha social, formadora de conciencia y base de lo que llevó al movimiento de la Cuarta Transformación al poder. Porque Morena no es solo un partido: es un movimiento.

    Durante años, la CNTE ha sido reconocida por su habilidad política, su fuerza en las calles y su legitimidad como voz del magisterio. Sin embargo, esta semana actuaron más como caballos desbocados que como estrategas. Perdieron la oportunidad de sentarse con la presidenta Claudia Sheinbaum por tomar una decisión impulsiva: agredir a periodistas cuando ya tenían una reunión pactada.

    A pesar de que, por primera vez en la historia moderna del país, un gobierno les ha abierto la puerta al diálogo y ha puesto propuestas concretas sobre la mesa, la CNTE eligió la imposición antes que la negociación. Como en una partida de ajedrez en la que un jugador sacrifica piezas sin calcular las consecuencias, sus movimientos recientes parecen estar guiados por el enojo más que por la razón.

    El problema de actuar sin estrategia en un tablero político es que se corre el riesgo de convertirse en un peón que se mueve sin dirección, o peor, en un caballo que salta por impulso pero termina acorralado. Porque en política, como en el ajedrez, no gana quien grita más fuerte, sino quien piensa con más calma.

    Y al final, tal vez lo que realmente deberíamos preguntarnos es: ¿quién mueve las piezas que nadie ve? ¿Quién diseña los ataques que parecen espontáneos? ¿Y cuántas partidas se están jugando, mientras nosotros solo alcanzamos a ver un fragmento del tablero? Esto sin sumar a la estrategia al nuevo embajador norteamericano que se caracteriza por ser integrante de Fuerzas Especiales y de la CIA.

  • Democracia, pero tantita, lo que quiere Salinas Pliego, Panistas y Priistas

    Democracia, pero tantita, lo que quiere Salinas Pliego, Panistas y Priistas

    Según la base de la democracia está en la soberanía popular; es decir, del principio de que el poder político emana del pueblo, tal como lo establece nuestra propia Constitución.

    A partir de este principio se construyen varios pilares fundamentales: las elecciones libres y periódicas, para que el pueblo elija a sus representantes; el Estado de derecho, donde las leyes se aplican por igual a todas y todos, incluyendo a los gobernantes; la separación de poderes (Ejecutivo, Legislativo y Judicial) para evitar concentraciones de poder; el reconocimiento de derechos y libertades fundamentales como la libertad de expresión, asociación, prensa, religión, entre otros; la participación ciudadana, que no se limita al voto, sino que incluye el derecho a organizarse, protestar y vigilar al poder; y, por último, el pluralismo político, que garantiza el respeto a la diversidad de opiniones e ideologías.

    Dicho esto, uno puede observar cómo la democracia mexicana se encuentra en un proceso de consolidación. Esto explica por qué quienes durante décadas ostentaron el poder, y hoy se autodenominan demócratas, se resisten a los cambios que apuntan precisamente a profundizar la participación popular.

    Un claro ejemplo es la próxima elección para la renovación del Poder Judicial. Por primera vez en la historia moderna de nuestro país, se contempla que juezas, jueces, magistradas, magistrados y ministras o ministros de la Suprema Corte sean electos mediante el voto ciudadano. A pesar de ello, quienes dicen defender la democracia impulsan que esta elección no se lleve a cabo, negándose así a que el pueblo participe en la definición de uno de los poderes más opacos del Estado.

    No sorprende que Ricardo Salinas Pliego, el mayor deudor del fisco en México, sea uno de los principales opositores a esta medida. Pero más allá de sus intereses económicos, es preocupante que figuras políticas del viejo régimen, como algunos panistas y priistas, retomen y amplifiquen su discurso, en defensa de un poder judicial que históricamente ha servido más a los intereses del poder económico que a la justicia del pueblo.

    Es importante recordar que el Poder Judicial no es infalible, y que su composición actual no garantiza ni imparcialidad ni equidad. Los casos de corrupción, los fallos que favorecen a grandes empresas o criminales de cuello blanco, y el distanciamiento con la ciudadanía, justifican plenamente la exigencia de una transformación de fondo.

    Negarse a que el pueblo vote por quienes impartirán justicia no es una defensa de la democracia, sino una reacción temerosa ante su verdadero avance. Lo que está en juego no es solo la reforma de una institución, sino el modelo de país que queremos: uno donde el poder se concentre en élites blindadas o uno donde el pueblo tenga voz también en los asuntos más trascendentes.

    La democracia no se agota en lo electoral, pero tampoco puede fortalecerse si el voto se convierte en privilegio para unos cuantos temas y se le niega al pueblo cuando realmente importa. Quienes se oponen a la elección del Poder Judicial quizás no temen al caos, sino al orden nuevo que pueda surgir del mandato popular. ¿Y si el verdadero miedo es que por primera vez, la justicia también se elija en las urnas?