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  • 2 de octubre: cuando la juventud se enfrentó al poder y pagó con la vida

    2 de octubre: cuando la juventud se enfrentó al poder y pagó con la vida

    Por Nathael Pérez

    Han pasado más de cinco décadas y, sin embargo, la herida sigue abierta. El 2 de octubre de 1968 no se olvida ni se perdona, pues quedó grabado como uno de los capítulos más oscuros de la historia moderna de México. Aquella tarde en Tlatelolco, lo que comenzó como una manifestación estudiantil, se transformó en un baño de sangre que cimbró al país entero.

    El movimiento estudiantil había tomado fuerza desde el verano. Obreros, maestros, amas de casa y sindicatos se sumaron a las protestas que exigían libertades democráticas, el fin de la represión y la apertura política. El gobierno de Gustavo Díaz Ordaz, sin embargo, lo interpretó como una amenaza directa a la estabilidad de los Juegos Olímpicos que estaban por celebrarse en la capital. Bajo ese pretexto, la maquinaria estatal decidió aplastar la disidencia.

    Al caer la tarde, la Plaza de las Tres Culturas estaba repleta de jóvenes ondeando banderas y gritando consignas, sin saber que entre la multitud se infiltraban paramilitares vestidos de civiles: miembros del Batallón Olimpia, encargados de marcar con un guante blanco a quienes debían ser blanco de la represión. Minutos después, el estruendo de las balas rompió el aire, por lo que el caos se apoderó del lugar: gritos, cuerpos cayendo, madres protegiendo a sus hijos, estudiantes corriendo sin rumbo, sangre tiñendo de rojo el suelo.

    El gobierno de Díaz Ordaz difundió su versión oficial casi de inmediato: 26 muertos, más de mil detenidos y un centenar de heridos. Pero esas cifras nunca convencieron. El Consejo Nacional de Huelga habló de al menos 190 víctimas; la UNAM calculó más de 300. Hasta hoy, nadie sabe con certeza cuántos cayeron esa noche, porque el Estado se encargó de ocultar, minimizar y justificar lo ocurrido.

    Los Juegos Olímpicos siguieron su curso, pero detrás de la fiesta deportiva y el discurso de modernidad quedaba el eco de las balas, el dolor de cientos de familias y la indignación de un país que comprendió que el poder estaba dispuesto a todo para silenciar la protesta.

    Con el paso de los años, se han desclasificado documentos, se han abierto archivos y se han erigido monumentos en memoria de los estudiantes. Sin embargo, para muchos, la justicia sigue pendiente, dado que Díaz Ordaz jamás fue juzgado, aunque su gobierno haya dejado como legado una noche de terror que aún persigue la memoria nacional.

    Luis Echeverría, entonces secretario de Gobernación, y más tarde presidente de México, cargó con la sombra de Tlatelolco hasta sus últimos días. A él se le atribuyó la represión estudiantil y enfrentó juicios por genocidio, acusado por su papel en la masacre.

    FILE – In this Oct. 3, 1968 file photo, Mexican soldiers guard a group of young men rounded up after the night that came to be known as the “Tlatelolco massacre” in the Plaza of the Three Cultures area of Mexico City. Despite the governmental Victims’ Commission’s recent acknowledgement of the massacre as a “state crime that continued beyond Oct. 2 with arbitrary arrests and torture” and a pledge for reparations, justice remains elusive. (AP Photo, File)

    A pesar de los señalamientos, Echeverría siempre negó su responsabilidad. En 1998, durante una entrevista con la periodista Lourdes Cárdenas, el exmandatario aseguró que las cifras de muertos habían sido “exageradas” y se deslindó de las decisiones del gobierno. Sus palabras, quedaron como un testimonio indoloro y una negación oficial ante uno de los episodios más desgarradores de la historia nacional.

    “Se exageró mucho la cantidad, yo sí te sé decir, creo que nunca se ha aclarado la cantidad, pero no fueron los que dijeron, eso es una exageración enorme, no fue así. Pudieron haber sido alrededor de 30 realmente yo creo y algunos soldados y algún oficial herido. Por eso en la Universidad de Michoacán cuando se pidió el minuto de silencio yo dije sí, por los estudiantes y los soldados muertos, aquí no cayó muy bien.”-Luis Echeverría

    Por su parte, lejos de mostrar una pizca de arrepentimiento, las palabras de Gustavo Díaz Ordaz destilaron cinismo, pues no solo le bastó con ordenar la represión ni con cargar sobre su gobierno la sangre de cientos de estudiantes: décadas después, se atrevió a presentar la masacre como un motivo de orgullo. Con una frialdad que hiela, el expresidente declaró:

    “Yo le puedo decir que estoy muy contento de haber podido servir a mi país en tantos cargos como lo he hecho. Estoy muy orgulloso de haber podido ser Presidente de la República y haber podido así servir a México. Pero de lo que estoy más orgulloso de esos seis años es de 1968, porque me permitió servir y salvar al país. Les guste o no les guste, con algo más que horas de trabajo burocrático, poniéndolo todo: vida, integridad física, horas, peligros, la vida de mi familia, mi honor y el paso de nombre a la historia. Todo se puso en la balanza. Afortunadamente salimos adelante.”-Gustavo Díaz Ordaz

    Díaz Ordaz nunca habló como un hombre marcado por la tragedia, o mínimo como alguien con un poco de empatía, sino como alguien convencido de haber librado una gesta heroica. En su narrativa, el 2 de octubre jamás fue un crimen de Estado, sino que fue una supuesta “salvación de la patria”. Su soberbia no solo fue una manera de escupirle en la cara a las víctimas y a sus familias, sino que evidenció la distancia abismal que existe entre el poder autoritario y la sociedad que lo padeció.

    Desde 1968, cada 2 de octubre miles salen a las calles con una consigna que ha atravesado generaciones: “¡2 de octubre no se olvida!”. Porque aquel día no sucedió solo una matanza: fue un mensaje brutal del poder contra la disidencia, un recordatorio de lo que nunca debe repetirse.

  • Marchan a 55 años de la masacre del 2 de octubre en Tlatelolco  

    Marchan a 55 años de la masacre del 2 de octubre en Tlatelolco  

    Contingentes de activistas sociales, organizaciones sindicales y colectivos estudiantiles salieron a las calles para rememorar los 55 años de la masacre estudiantil del 2 de Octubre de 1968 perpetrada en la Plaza de las Tres Culturas de Tlatelolco, a manos de elementos del ejército.

    Encabezados por estudiantes, docentes y sobrevivientes integrantes del comité 68, la movilización partió desde la Plaza de las Tres Culturas al Zócalo de la Ciudad de México, en donde concluyó con un mitin.

    Entre consignas de “Ni perdón ni olvido, castigo a los asesinos”, “No somos todos, nos faltan 43” y bajo la lluvia la marcha recorrió las distintas calles hasta llegar al Zócalo capitalino.

    Sin embargo, al arribar algunas personas encapuchadas realizaron desmanes, lanzando bombas molotov y tratando de derribar las vallas que rodean Palacio Nacional, generando un clima de tensión entre los asistentes.

    Pese a las agresiones, el Jefe de Gobierno de la Ciudad de México, Martí Batres, reportó que hubo saldo blanco durante la marcha conmemorativa de 2 de octubre.

    Cada 2 de octubre se marcha rememorar la masacre estudiantil a manos del Ejército, con el grupo paramilitar “Batallón Olimpia”.

  • Documento desclasificado revela que ex presidente priista de México, López Portillo, tenía vínculos con la CIA

    Documento desclasificado revela que ex presidente priista de México, López Portillo, tenía vínculos con la CIA

    Según un documento desclasificado por los Archivos Nacionales de los Estados Unidos, José López Portillo,Presidente de México de 1976 a 1982, fue colaborador de la Agencia Central de Inteligencia (CIA, por sus siglas en inglés).

    El ex reportero del diario The Washington Post, Jefferson Morley reveló parte de la información del documento desclasificado.

    En dicho reporte se menciona que memorando del 29 de noviembre de 1976, un funcionario de la CIA les dijo a sus colegas involucrados en la desclasificación de los archivos del mandatario estadounidense John F. Kennedy que “el Presidente entrante de México tenía ‘control de enlace’—es decir, relaciones con la CIA—durante un ‘número de años’ y estaba informando sobre una operación conjunta de escuchas telefónicas de Estados Unidos y México (conocida como LIENVOY) que grabó en secreto llamadas en docenas de líneas telefónicas en la capital mexicana.

    López Portillo, quien murió en 2004, ocupó los cargos de Secretario de Hacienda de su amigo de la infancia Luis Echeverría entre 1973 y 1975. Su papel como enlace con la CIA no había sido revelado previamente hasta ahora.

    LIENVOY fue el nombre de la operación conjunta de escuchas telefónicas de Estados Unidos y México en la cual habría participado López Portillo.

    El periodista agregó que López Portillo es el cuarto Presidente mexicano conocido por haber tenido una relación de trabajo con la CIA. Luis Echeverría también fue un activo de la CIA durante mucho tiempo, conocido por el criptónimo “LITEMPO-8”.

    El antecesor de Echeverría, Gustavo Díaz Ordaz 81964-1970), amigo personal del jefe de estación de la CIA, Winston Scott, era conocido como “LITEMPO-2”.

    El antecesor de Díaz Ordaz, Adolfo López Mateos, también fue reclutado como fuente por Scott en 1959. Era conocido como “LITENSOR”, reveló el periodista.

    El memorando fue uno de los 422 registros gubernamentales previamente redactados relacionados con el asesinato de John F. Kennedy que se publicaron en cumplimiento del memorando de diciembre de 2022 del Presidente Biden sobre los archivos JFK.

  • A 54 años de los hechos: 2 de octubre de 1968 no se olvida

    A 54 años de los hechos: 2 de octubre de 1968 no se olvida

    El 2 de octubre de 1968, en la Ciudad de México se suscitó la más terrible matanza ocurrida en Tlatelolco, en la Plaza de las Tres Culturas, provocando la muerte de más de 300 personas por parte del Ejército y por órdenes del expresidente Gustavo Díaz Ordaz, del Partido Revolucionario Institucional (PRI) (1964-1970).

    Cronología

    El 22 y 23 de julio de 1968 ocurrieron una serie de enfrentamientos entre alumnos de las Vocacionales 2 y 5 del Instituto Politécnico Nacional (IPN) y la preparatoria Isaac Ochoterena, incorporada a la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM), por lo que el cuerpo policíaco de granaderos entra y disuelve a la turba, deteniendo a varios estudiantes y entrando a las instalaciones de dicha vocacional.

    Por lo anterior, entre el 26 al 29 de julio de 1968, varias escuelas inician un paro de labores, los granaderos y el ejército entran a varias de las escuelas. A las protestas se sumó Javier Barros Sierra, entonces rector de la UNAM, para exigir la desaparición del cuerpo de granaderos, la destitución de los jefes policiacos y el deslinde de responsabilidades en las protestas universitarias, así como pedir la retirada de los elementos policiacos de todos sus planteles.

    También, Barros Sierra en Ciudad Universitaria, condenaría públicamente los hechos, izando la bandera mexicana a media asta y con un emotivo discurso se pronunciaría a favor de la autonomía universitaria y exigiría la libertad de los presos políticos, refiriéndose a los estudiantes detenidos de la Prepa 1.

    Fue hasta el 1 de octubre de 1968, el ejército se retiró de la UNAM y el IPN.

    2 de Octubre de 1968

    Un día después, el 2 de octubre de 1968, miles de personas se reunieron en la Plaza de las Tres Culturas en Tlatelolco para asistir a un mitin convocado por el Consejo Nacional de Huelga (CNH), del Casco de Santo Tomás del IPN, plantel que seguía tomado por el Ejército; pero este evento se canceló luego de que Luis González de Alba, Gilberto Guevara Niebla y Anselmo Muñoz, miembros del CNH, se reunieron con el gobierno para negociar el cese de las movilizaciones estudiantiles. Sin embargo miles de estudiantes comenzaron a llegar a Tlatelolco, donde varios de ellos tomaron la palabra para manifestar sus opiniones por alrededor de dos horas.

    Por su parte, miembros del Batallón Olimpia, cuyos integrantes iban vestidos de civiles con un pañuelo o guante blanco en la mano izquierda, se infiltraban en la manifestación hasta llegar al tercer piso del edificio Chihuahua donde se encontraban los oradores del movimiento y varios periodistas.

    A mitad de las discusiones, un helicóptero del Ejército lanzó una bengala verde y otra roja, en señal para comenzar la masacre contra estudiantes, niños, madres y vendedores que se encontraban en la zona. Todo bajo órdenes de Luis Gutiérrez Oropeza, jefe del extinto Estado Mayor Presidencial (EMP) y de Marcelino Barragán, quien comandaba al Batallón Olimpia, un grupo paramilitar creado especialmente para reprimir y vigilar a los estudiantes.

    Tras dos horas de masacre, los elementos del Ejército detuvieron a varios líderes del movimiento estudiantil y los llevaron al Campo Militar Número 1, donde los mantuvieron encarcelados mientras fueron golpeados.

    Los sobrevivientes que lograron salir del lugar, pudieron ser atendidos en instituciones como la Cruz Roja y los hospitales Rubén Leñero y Balbuena, de acuerdo con la versión de la UNAM.

    Posteriormente, los militares y unidades comandados por el general Crisóforo Masón Pineda, salen de la Plaza de Tlatelolco.

    Gustavo Díaz Ordaz

    El entonces presidente de México, Gustavo Díaz Ordaz defendió su decisión de reprimir a los estudiantes al decir que estos representaban un grupo de agitación y atentaban contra el orden público, salvaguardando la imagen del país ante la comunidad internacional durante los Juegos Olímpicos.

    Marcelino García Barragán, secretario de la Defensa Nacional, sostuvo que el Ejército intervino en Tlatelolco a petición de la policía, para sofocar un tiroteo entre dos grupos de estudiantes, quienes iban armados con metralletas.

    Juegos Olímpicos de 1968

    En la inauguración de los Juegos Olímpicos el sábado 12 de octubre de 1968, el expresidente Díaz Ordaz fue abucheado , un grupo de manifestantes que se encontraban en el estadio Olímpico Universitario lanzó sobre el palco presidencial un papalote de color negro como forma de protesta y repudio por la matanza estudiantil.

    Hoy en día, la frase “¡2 de octubre no se olvida!” es un grito en contra de la impunidad, el olvido y la amnesia colectiva. Así, lejos de perder vigencia al repetirse año tras año, se ha convertido en un gran símbolo del impacto ejemplar que tuvo en México el movimiento estudiantil de 1968.

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