El cambio climático ya no es una predicción del futuro, sino una realidad que está transformando la manera en que se comporta la naturaleza a nuestro alrededor. Sus efectos se reflejan en fenómenos cada vez más intensos, repentinos y difíciles de prever. En México, un país expuesto tanto al Océano Pacífico como al Golfo de México, las tormentas tropicales Raymond y Priscila son ejemplos recientes de cómo el clima global alterado se traduce en eventos locales más severos.
Las tormentas tropicales siempre han formado parte del ciclo natural de las costas mexicanas. Sin embargo, en los últimos años han cambiado: aparecen fuera de temporada, se intensifican en pocas horas y descargan lluvias más concentradas de lo habitual. Según el Servicio Meteorológico Nacional y la Organización Meteorológica Mundial, esto tiene mucho que ver con el aumento de la temperatura del mar y la humedad del aire, dos consecuencias directas del calentamiento global.
En el caso de Raymond, las aguas cálidas del Pacífico central mexicano actuaron como un motor que permitió su rápida formación. Las lluvias intensas afectaron zonas de Colima, Michoacán y Guerrero, dejando evidencia de cómo un pequeño cambio en la temperatura del océano puede alterar el comportamiento de una tormenta. Priscila, por su parte, se desarrolló en condiciones similares y, aunque tampoco alcanzó la categoría de huracán, sus efectos fueron notorios en forma de lluvias torrenciales, deslizamientos de tierra y desbordamientos en regiones costeras.
Estos fenómenos son señales claras de que los patrones del clima están cambiando. La temperatura promedio del planeta ya ha subido más de un grado respecto a la era preindustrial. Ese aumento parece pequeño, pero altera por completo el equilibrio energético de la Tierra: más calor significa más evaporación, más vapor de agua en la atmósfera y, por lo tanto, tormentas más fuertes. El resultado son lluvias intensas en periodos cortos y sequías más largas en otros momentos del año.
El impacto del cambio climático también se nota en los ecosistemas costeros. Los manglares, los arrecifes y las playas, que sirven como barreras naturales ante las tormentas, están sufriendo las consecuencias de la alteración en la salinidad, la sedimentación y el oleaje. Esto no solo afecta a la flora y fauna que habita en estos espacios, sino también a las comunidades humanas que dependen de ellos para protegerse y sostener sus actividades económicas.
Otro aspecto importante es la alteración del calendario climático. Las temporadas de lluvias y ciclones ya no comienzan ni terminan como antes. Cada vez es más común que las tormentas se formen fuera de los meses tradicionalmente considerados como temporada alta. Esta variación pone en evidencia la necesidad de actualizar los modelos de predicción y los sistemas de monitoreo, para entender mejor cómo está evolucionando el clima regional.
Las tormentas Raymond y Priscila no son simples episodios meteorológicos: son reflejos de un sistema climático más inestable y dinámico. Observarlas desde la perspectiva del cambio climático nos ayuda a comprender que no se trata de eventos aislados, sino de una nueva normalidad en la que la atmósfera responde de forma más violenta a los excesos de calor acumulado.

Hacemos comunicación al servicio de la Nación y si así no lo hiciéramos, que el chat nos lo demande.