1
A estas alturas del sexenio del presidente López Obrador es ya incuestionable para todos que lo que viene sucediendo en México desde julio de 2018 es un parteaguas histórico.
Digo para todos y no exagero: incluyo a felices y endiablados, tanto a los adeptos complacidos como a los detractores hasta la disonancia cognitiva, tanto a la mayoría que lo apoyamos como a la minoría que lo detesta… Considero el espectro entero: desde quienes pensamos que, efectivamente, el gobierno está impulsando medidas inéditas en favor de los más pobres, hasta la minoría que brama, vehemente y con el bullicioso eco de los medios y de sus huestes de bots en redes, que México nunca había estado peor. Simpatizantes y opositores acusan cotidianamente que en este país las cosas ya no son como eran antes. Y hay más: me animo a incluir a escépticos, pesimistas y a los ensimismados que tratan de mantenerse al margen.
Digo desde julio de 2018 porque al día siguiente de que AMLO arrasó en las elecciones comenzaron a orquestarse los cambios. De ahí una de las muchas paradojas que vivimos: como llevamos casi cuatro años de ajustes drásticos, ya nos resultan habituales: la noción del cambio perdió su carácter de novedoso.
Si bien es evidente que México transita por una etapa de transformación, sentenciar ahora qué trascendencia reportará y cuál será el saldo en el porvenir es materia de magos, adivinos, economistas y especuladores varios. Por lo pronto, puede afirmarse que sólo teniendo tapiada la percepción es factible negar el calado de los cambios que la 4T ha impulsado. Incluso los más radicales deben aceptar que, aunque son deseables más cambios y más profundos, lo que se ha hecho en tan poco tiempo es mucho, rotundo y sustancial.
En suma, en el marco de la historia de este país, hoy hay sobrada evidencia para afirmar que sí, que es perfectamente posible que estemos viviendo lo que se pretende que sea que estamos haciendo: historia, la cuarta trasformación nacional.
2
¿Y a nivel global? ¿Es relevante para el mundo lo que está pasando aquí? Sí, por varias razones. Por ahora, menciono dos programas: Sembrando vida y Jóvenes construyendo el futuro. No son planes ni sueños, son acciones de gobierno en ejecución. Ambos programas inciden en el canto socioeconómico de la poliédrica realidad nacional. Además, el primero, enfrenta directamente una de las amenazas que enfrenta no México sino el orbe, la deforestación y la degradación de los suelos. El segundo, además, atiende una de las megatendencias que estamos presenciando: la falta de trabajo debida a la cada vez menor necesidad de trabajadores. Van algunos datos…
La ONU alertó hace unas semanas que los humanos hemos degradado más del 40% de la superficie emergida del planeta. Esto perjudica a la biósfera, nosotros incluidos; de hecho, pone en riesgo a la mitad de la humanidad. Si no cambiamos el sistema económico —If business as usual continued…— para el 2050: 16 millones de km2 más presentarán degradación de la tierra (un área del tamaño de América del Sur); caerá la productividad vegetativa al menos 12% en los campos agropecuarios y en las áreas naturales, lo cual se traducirá en hambre; además, se emitirán 69 gigatoneladas de carbono extras (17% de las emisiones anuales actuales de gases de efecto invernadero). ¿Qué hacer? En corto: sembrar árboles.
En cuanto a la falta de empleo, desde 1958 Hannah Arendt advertía sobre “el advenimiento de la automatización que en pocas décadas vaciará fábricas y librará a la humanidad de su más antigua y natural carga, la del trabajo…” Cierto, es previsible que la mayor parte del trabajo se irá encomendado cada vez más a entes automatizados. No es ciencia ficción ni futurología, está ocurriendo. ¿Y eso es malo? Ya que para el sentido común hegemónico el trabajo es una virtud, liberarse de él no va a experimentarse como algo bueno: “… la realización del deseo, al igual que sucede en los cuentos de hadas, llega en un momento en que sólo puede ser contraproducente”. Sin trabajo, la mayoría de la gente perderá relevancia: “se trata
de una sociedad de trabajadores que está a punto de ser liberada del trabajo, y dicha sociedad desconoce otras actividades más elevadas y significativas por cuyas causas merecería ganarse esa libertad… Nos enfrentamos con la perspectiva de una sociedad de trabajadores sin trabajo… Está claro que nada podría ser peor”.
3
Hoy tenemos el conocimiento y las tecnologías que nos permitirían detener nuestra suicida estampida al abismo, y optar por un renacimiento, no sólo cultural, también natural, civilizatorio. Considerando el tamaño y trascendencia del reto, las dificultades logísticas y costos para poner en marcha un Sembrando vida mundial resultarían irrisorios. Sumemos que cada vez va a haber más jóvenes con tiempo libre disponible y en búsqueda de actividades relevantes. Salvar a nuestra propia especie puede ser una buena alternativa, ¿no? Sembrar futuro, construir vida.
Aquí ya empezamos. El optimismo, desde aquí, ahora, cabe.
Hacemos comunicación al servicio de la Nación y si así no lo hiciéramos, que el chat nos lo demande.
Comentarios