… nada mejor que el sueño para engendrar el porvenir.
Víctor Hugo, Los miserables.
Ya llovió… En noviembre de 2014, escribí Soñar para despertar de la pesadilla…. Quizá hoy luce melodramático, pero, por favor recuerden: por aquellos días palabras como abatido o desesperanzado no alcanzaban para pintar el ánimo que cundía en México.
El texto inicia recordando a una pareja entrañable, George Steiner y Zara Shakow. Un montón de personas que los conocían, mucho antes de que ellos mismos se conocieran entre sí, pensaba que habían nacido el uno para el otro. Los hechos le darían la razón al sueño: se casaron poco después de que los presentaron, en 1955. George Steiner había nacido en abril de 1929 en París y Zara meses antes, en noviembre del 28, en Nueva York. Los dos ya murieron, ambos en Cambridge; él, el 3 de febrero de 2020; ella, diez días después.
Crítico literario y filósofo, a lo largo de su vida, Steiner publicó cientos y cientos de ensayos. El texto al que me voy a referir, “¿Los sueños participan de la historia?”, por suerte puede leerse en línea (Revista de la Universidad de México; No. 30; X/1983. Steiner especula que, en el umbral de su existencia como especie, el ser humano pudo haber soñado, antes de haber desarrollado el lenguaje. Fundamenta su suposición en un hecho incuestionable, sobre todo para quienes han tenido mascotas: los animales sueñan. Por supuesto, no tenemos noticia de ello porque nuestro perro o nuestro gato nos cuenten sus peripecias oníricas, sino por “las olas de excitación o de placer vivos, a menudo tumultuosos, [que] recorren con un movimiento característico el cuerpo” del animal. Steiner aventura que nuestros antepasados homínidos debieron de haber soñado así, zoológicamente, sin lenguaje. En dado caso, el lenguaje habría surgido como una herramienta para compartir e interpretar los sueños. Así, tendríamos que entender al sueño como el manantial de nuestros mitos primigenios, y por tanto del lenguaje mismo, toda vez que “la evolución de la mitología y del lenguaje humano se cumplió a través de una interacción dialéctica y simultánea”. Por lo demás, nuestros sueños no escapan de la palabra: sólo podemos enterarnos de ellos por medio del lenguaje.
Steiner piensa que la historicidad de los sueños es doble: por un lado, algunos sueños se hacen materia de la historia, y por otro existe una historia de los sueños.
Cierto, los sueños del rey o del profeta fueron asuntos que se consignaban como parte relevante de la historia. Históricas son también las pesadillas que la gente podía sufrir ante la inminencia del cambio de un milenio, por ejemplo, o frente a determinadas amenazas colectivas, reales o imaginarias. Más incluso: los grandes cambios, las revoluciones, antes de realizarse, son soñados, primero por ciertos individuos, luego por un grupo y en el mejor de los casos, como el nuestro, por la mayoría del conjunto social, así que “quizá el carisma se define precisamente como esa facultad de concebir un sueño anticipador, una fuerza capaz de suscitar sueños semejantes en otros”. Sin sueños, la historia solamente se transita, se sufre.
En cuanto a la segunda cara de la historicidad de los sueños, Steiner lamenta la escasa atención que hemos prestado a las diferentes formas en que hemos soñado a través del tiempo. Hoy, por ejemplo, la diseminación de la iluminación artificial y el enorme arsenal de aparatejos que nos acompañan durante la noche sin duda han modificado la psicofisiología de los actos de sueño. Con todo, Steiner propone atender al menos “una sola transformación, pero fundamental, en la función que se le reconoce al sueño y a sus manifestaciones”: en general, qué entendemos que nos dicen los sueños.
Efectivamente, desde los albores de la tradición occidental y hasta el s. XVII, los hombres vinculaban sus sueños “a la fenomenología de la prefiguración”, esto es, se asumían como “una visitación del futuro o por el futuro”, y a partir de ello se recuperaban al despertar por medio del lenguaje. Soñar se entendía como una manera de atisbar el porvenir. Pero a partir del Siglo de las Luces y decididamente después de Freud —la primera edición de La interpretación de los sueños data de 1900—, para la cosmovisión occidental los sueños ya no se alimentan de profecías, sino de recuerdos. Claro, en la actualidad, igual que lo hacían Ciro el Grande o Nabucodonosor II hace más de dos mil quinientos años, mucha gente sigue buscando en sus sueños pistas para prever lo que le sucederá mañana, pero es innegable, como noción hegemónica, “el gran desplazamiento” que deportó a los sueños de la categoría de vaticinio a la de recuerdo.
Con todo, como hace miles de años, una colectividad, para serlo, hoy necesita compartir tanto recuerdos como sueños, y sueños en el sentido de ensoñaciones acerca del porvenir común. Hace diez años yo escribía que el problema en México era que el futuro nos quedaba entonces cada vez más lejos, por lo que ya casi nadie se animaba a soñarlo. La situación de atrocidad sistémica que habían develado los hechos ocurridos hacía apenas unos días en Iguala, Guerrero, había provocado que muchos prefieran no ver, no enterarse y hacer como si no pasara nada, o bien asumir el futuro como una pesadilla. Por eso, instaba yo en 2014, urgía que cada vez fuéramos más quienes criticáramos y manifestáramos su enojo e inconformidad.
En julio de 2024, nos encontramos en una situación totalmente diferente. Venimos de habernos atrevido a soñar y, mucho más importante, de haber hecho realidad un montón de sueños, tantos que, me temo, no hemos tenido tiempo de darnos cuenta cabal de lo logrado. De entrada, el triunfo del movimiento de regeneración nacional en julio de 2018. Enseguida, el primer gobierno de la Cuarta Transformación: a lo largo de los últimos seis años, tanto se ha concretado que no me animo a enlistarlo aquí. Sólo digo que, me parece, es tiempo de estar muy contentos, satisfechos, animados y esperanzados. Dicho con todo respeto, no me parece muy inteligente perder energías, compañeros y compañeras de causa y sobre todo vida peleándonos ahora entre nosotros por los errores que, sin duda, persisten y persistirán porque lo humano, afortunadamente, nadie nos lo va a quitar. Queda un demonial de cosas por hacer, de entuertos que remediar, de situaciones injustas que corregir, de obstáculos que sortear… No es sólo tiempo de alegría, también lo es de seguir soñando.
- @gcastroibarra
Hacemos comunicación al servicio de la Nación y si así no lo hiciéramos, que el chat nos lo demande.
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