La retórica es el arte de usar las palabras para persuadir, conmover o deleitar a un público. Según Platón, es un elemento parecido a la “cosmética” que está pensado para complacer a las audiencias ignorantes, fundada más en lo verosímil que en lo verdadero, vinculada a la demagogia. Algunos elementos que influyen para dar más fortaleza al discurso pueden ser: belleza, prestigio, dinero. Dentro del mismo, existe la falacia, que quiere decir: mentir al utilizar un argumento que parece válido pero que, en el mejor de los casos, resulta ilusorio.
El expositor dice lo que la gente quiere escuchar, de la manera en que lo entiendan mejor, utilizando palabras o frases que adulen a su receptor para hacerle creer que sus intenciones coinciden con las de ellos. Es así como Donald Trump llegaba a sus mítines, con la mirada fija y apuntando con el dedo índice hacia alguien en la audiencia, su primer contacto, para hacerles creer que los tiene en cuenta. Siempre para “hacer creer”.
Cargado del aura de celebridad que se construyó con años de participar en la farándula de su país, la más frívola de todo el planeta; supo aprovechar sus virtudes como showman y las direccionó hacia su campaña para la presidencia de los Estados Unidos, en lo que fue su primer período al frente del país del norte.
Y tal como hizo en aquella ocasión, lo hace ahora. Trump emplea el odio, el miedo, la indignación, entre otros elementos, para arraigar en sus seguidores, la idea de qué Estados Unidos tiene que ser salvado, recuperado de invasores y en el proceso definió a los migrantes como criminales y utilizó el rencor hacia la gente distinta a ellos y de manera velada, la superioridad basada en la raza y el color de piel, tal cual se hacía en Alemania hace 85 años.
Pero la diferencia es que nos encontramos en un momento distinto de la historia. Lo que llevamos de este siglo XXI, ha sido definido por las innovaciones tecnológicas que permiten al hombre, entre otras cosas, mantenerse comunicado e informado de lo que ocurre en todo el mundo, con apenas unos movimientos de los dedos de las manos y un dispositivo con acceso a Internet. ¿Cómo es posible entonces que una gran parte de la población del país más rico y poderoso del mundo, donde esa tecnología, sinónimo del orgullo yanki, con acceso a infinitas fuentes de información y con recursos económicos muy superiores, en comparación con diversas poblaciones de otros países, sea tan crédula? No se trata de carencia de presupuesto o de acceso a las fuentes de la información sino, por el contrario, pareciera ser producto de la volubilidad e indiferencia ante la realidad que les rodea.
De manera básica, mucha gente se conformó con la comodidad de vivir en el primer mundo, se tragó la diatriba de sus políticos de su poderío y de qué los demás países les envidiaban sus por avances y economía, por su liderazgo y hasta por sus modelos y estrellas de cine y por eso debían protegerse. Esta gente nada hizo para descubrir si la faramalla que montaban era real o no y se volvió recelosa, obstinada, y en algunos casos y con la complicidad de medios y redes sociales, generaron odio hacia el extranjero con apariencia distinta a ellos. Al rechazar el adquirir información de lo que ocurre dentro y fuera de sus fronteras, al negarse a investigar y evaluar a sus propios políticos, y al no entender quienes controlan los hilos de su propia sociedad, propiciaron su aislamiento. Se hicieron cortos de entendimiento.
Luego, su convicción es hacer lo que esté a su alcance para prolongar su desconocimiento de todo, perpetuando su obnubilación, porque cree imposible que sus políticos mientan ¿y cómo iba a ser?, si ellos siempre hablan de valores y después enaltecen su país y su condición de poder, pero miran con malos ojos a todo el que no abuse de las sesiones de bronceado para disimular la piel pálida.
Así se crea la falsa idea de vivir amenazado porque se es demasiado bueno, demasiado blanco y exitoso y no por ser el bully y acosador del mundo, el que invade países y mata con guerras, el que finge complots en su contra y arma campañas de publicidad, para justificar ataques a los países que llama “amigos”, el que hace hasta lo imposible para adueñarse de los recursos ajenos y el que criminaliza al migrante pero que tiene sentado en el escritorio de la oficina oval a un transgresor de la ley.
Así se persuade al poco inteligente.
Hacemos comunicación al servicio de la Nación y si así no lo hiciéramos, que el chat nos lo demande.
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