No toda izquierda es verdadera izquierda, y, de hecho, parece que hay una izquierda muy extraviada en sus conceptos más fundamentales. Defender la naturaleza y cuidar los recursos está bien, pero caer en el ecologismo que provoca la pérdida de competitividad de una economía no lo está; defender a las mujeres víctimas de violencia está bien, pero caer en el falso feminismo que radicaliza y clama por un inexistente patriarcado no lo está; defender la tolerancia para personas con preferencias sexuales está bien, pero hacer pensar que los valores de la familia tradicional son anticuados y de derechas no lo está; priorizar la visión de soberanía energética y alimentaria está bien; pero caer en falsos y exacerbados patrioterismos o divisionismos como país no lo está; extender la mano a quien lo necesita, al migrante, al pobre, y al enfermo está bien; pero lucrar con esas banderas para un beneficio personal no lo está; apoyar a la cuarta transformación como proyecto de éxito para México está bien; pero solapar todo lo que hace Morena y los herederos del obradorismo no lo está; recordar la historia para no repetirla está bien, pero no repudiar el imperialismo o sus formas más atroces de conquista como un genocidio no lo está. Entonces, ¿quiénes o qué son los verdaderos enemigos y contra qué debemos unirnos como izquierda?
El primer gran enemigo de la verdadera izquierda es el liberalismo o neoliberalismo en su interpretación más moderna. Es falso que el mercado se regula solo, es falso que el objetivo de las empresas sea el bienestar social, y es falso que sin la intermediación del Estado una sociedad será más próspera o que, en pocas palabras los fuertes no se aprovechen del resto para su propio beneficio. Incluso en los países occidentales más avanzados donde claman por una supuesta libertad para el empresario, siempre hay mecanismos para impedir que la voluntad de este último se imponga sobre las grandes mayorías, y en México, a principios de los 80, nos quisieron hacer creer que la solución para todo era la privatización porque los empresarios son más eficientes en la administración de organizaciones, cuando toda la evidencia científica empírica ha mostrado que servicios tan importantes como la salud, la educación o el transporte suelen empeorar cuando pasan a manos de particulares.
El segundo gran enemigo es el capitalismo en su concepción e interpretación anglosajona, aquel que ha logrado deshumanizar a las personas por dinero, diluir conceptos culturales tan importantes como la familia y la comunidad, destruir economías locales en beneficio de las grandes empresas extranjeras, poner y controlar políticos que se supone que deberían estar al servicio de las grandes mayorías, entregar recursos naturales y permitir la contaminación y sobre explotación de la naturaleza, empeorar la calidad de vida de las personas a pesar del desarrollo tecnológico y los grandes avances científicos, pervertir elementos tan básicos como el ocio, el descanso o la recreación, y priorizar el crecimiento del capital por encima de todas las cosas, incluso de las personas.
El tercer gran enemigo es, a nivel macro, el imperialismo gringo y su derivación más perversa: el sionismo. El supuesto país de las libertades y la democracia es, en realidad, el causante de las mayores desgracias, invasiones, hambre, perversión, destrucción y muertes en el mundo. Nada ni nadie ha hecho tanto daño como la clase política estadounidense y su máquina de guerra distribuida a lo largo y ancho de todos los 5 continentes, y los demonios que la controlan están, principalmente, en Israel y tienen como propósito último culminar el genocidio que tiene lugar en Gaza para, después, seguir agrediendo y conquistando territorios y recursos en el Medio Oriente, de tal manera que puedan cercar a sus grandes adversarios geopolíticos: Rusia y China.
La derecha ha utilizado estrategias para dividir a la clase trabajadora y hacernos perder foco sobre los verdaderos enemigos. Es importante dar la lucha no solo a nivel de derechos o políticas públicas, sino a nivel cultural y de conceptos, y no permitir que los propagandistas y sicarios a sueldos de las oligarquías impongan la verdad que le interesa a sus dueños.

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