México es un país respetado y conocido por la congruencia con sus principios de política exterior, los cuales están consagrados en el artículo 89 de la Constitución: no intervención y resolución pacífica de conflictos.
Esto, que para la Oposición se interpreta como una cobardía, una falta de integración en asuntos de competencia internacional, una falta de compromiso para la condena de regímenes autoritarios o para la solidaridad internacional; implica, realmente, una posición neutral de respeto y conveniencia, como la que venía desempañando Suiza hasta el 2022. Pero, ¿qué relación tiene esto con el conflicto entre Rusia y Ucrania?
Pues que, ante la escalada del conflicto y el aumento de la beligerancia de ambos bandos (el ucraniano claramente maniatado por los europeos y estadounidenses), se agotan las opciones de posibles intermediadores que estén a la altura de las circunstancias, es decir, que tengan el peso geopolítico suficiente, pero, al mismo tiempo, sean neutrales hasta donde sea posible.
Se descartan automáticamente países que hayan impuesto sanciones a Rusia, los que hayan hecho una condena en el foro de la ONU o los que claramente tengan una posición ideológica a favor de uno u otro bando. Aplicando estos descartes, países como China o la India podrían ser grandes intercesores para el cese del conflicto; el primero, China, es el gran gigante de Oriente y hasta el momento ha mantenido un papel de neutralidad, aunque en el concierto de las naciones se le vea como un antagonista de Occidente, particularmente de Estados Unidos; el segundo, la India, es un país con un liderazgo incuestionable, una economía pujante y una independencia ideológica clara, pero, ¿qué pasaría si alguno de ellos no pudiera o quisiera asumir la gran responsabilidad ante, lo que parece, un distanciamiento de las posturas cada vez más marcado?.
Pues aquí entra México, sobre todo, el liderazgo internacionalmente reconocido de Andrés Manuel López Obrador. Alguien que, lejos de actuar como vasallo del gran imperio –como sus predecesores neoliberales- ha demostrado actuar soberanía, independencia y, sobre todo, una postura de humanismo y máximo diálogo, lo que podría ser obvio en el discurso, pero que en la práctica muchos países con problemas de violencia no llevan a cabo.
AMLO es un presidente respetado y querido no solo en México, sino regionalmente –incluso sin salir mucho del país- ha demostrado gran liderazgo que lo posicionan no solo como uno de los jefes de Estado mejor evaluados, sino como un Humanista que tiene claras sus prioridades: la política es diálogo y siempre favorecer a los más desprotegidos. Esto no pasa inadvertido en otras partes del mundo, y ahora mismo podría ser uno de los grandes personajes cuya retórica podría favorecer el ejercicio de la Diplomacia necesaria para el cese del conflicto.
Hacemos comunicación al servicio de la Nación y si así no lo hiciéramos, que el chat nos lo demande.
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