Vivimos tiempos históricos donde después de más de 200 años de país independiente México tiene su primera presidenta de la república. Claudia Sheinbaum ganó con casi 36 millones de votos y la oposición aplastada no sabe qué hacer y recurre a falsos debates de la lengua que hablaremos en este escrito.
La discusión lingüística
Dentro de la oposición conservadora casualmente -o quizás no tanto- se encuentran la mayoría de personas que son amantes de los diccionarios como reguladores del lenguaje, además de ser fanáticos de lo que pueda señalar la Real Academia de la Lengua Española (RAE) sobre lo que sea “hablar correcto o incorrecto”.
Así, han sido atacantes del lenguaje incluyente tachándolo de aberraciones contra el lenguaje español y muchos otros horrores que se puedan imaginar. También han criticado otros usos lingüísticos de algunas palabras que casualmente utilizan personas en condiciones de desigualdad social, dejando ver su clasismo conservador.
Lo cierto -hablando serios y en términos lingüistas- es que el lenguaje y la lengua responden y se deben a los hablantes y por lo tanto se encuentran en constante transformación. Creer que son estáticos es una ilusión y un mito que solo usan a conveniencia los conservadores pues no hay problema alguno cuando si usan anglicismos como chatear, por ejemplo.
Son hipócritas los conservadores, su supuesta superioridad moral e intelectual no les deja ver que son clasistas y que en términos intelectuales son bastante tontos para debatir de manera seria lo lingüístico.
Lo no nombrado no existe
Y en ese debate se encuentra la premisa de que lo que no se nombra no existe. Una bandera utilizada mucho por los feminismos para hablar de la invisibilización de la historia de las mujeres y sus papeles e importancia.
Sin embargo, esa aseveración es parcialmente cierta. Ya que si bien cuando hablamos de ocultar cosas al no nombrarlas puede borrar del relato a grupos sociales, también es cierto que la lengua o el relato no le da por sí misma la materialidad al hecho; es decir, el que se nombre no necesariamente hace que exista.
Pero en el debate y contexto actual es pertinente insistir en que se nombre en este caso a las mujeres por que la realidad material y política así lo exige.
Llegamos todas
En ese sentido, debemos mencionar que el falso debate de la oposición de obligatoriamente querer mencionar a Claudia Sheinbaum como “presidente” dentro de su lógica aburrida de adorar a los diccionarios y a los adultos mayores de la RAE se cae por sí misma, ya que la palabra presidenta existe en ese terreno desde 1803.
Su postura como hemos dicho encubra un clasismo y un machismo asqueroso. Por eso y por más perdieron y seguirán perdiendo. Les duele que estos seis años y quizás más tiempo tendrán que decir PRESIDENTA con A y el no hacerlo los seguirá dejando aislados de las transformaciones sociales porque además la política de la PRESIDENTA tiene una perspectiva de género interesante que vendrá a profundizar más el rostro de mujer popular de la 4T.
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