Se había vuelto una fakenews recurrente, desde que se supo que la enfermedad de José Mujica había avanzado, -otra campaña sucia más difundida con alevosía y mala fe por el directorio mediático de la derecha, dándolo por muerto meses previos al verdadero y lamentable desenlace físico, porque ni en sus últimas jornadas dejaban descansar al que hoy algunos de ellos mismos llaman con hipocresía “hombre de Estado”-; por ello cuando un martes 13 se anunció en portales de Internet la muerte de José “Pepe” Mujica, primero el escepticismo invadió el ambiente, después llegó la certeza de una hora triste y finalmente el dolor por la pérdida de un ser humano que en diversas latitudes de América Latina se considera tan entrañable como un abuelo, un tío, un hermano, un ser querido quizá lejano en distancia pero cercano del corazón de las familias. El día final fue un martes 13 cabalístico, pero Pepe Mujica ya era un ser eterno, prodigioso y sabio que irradió esperanza al interior de las comunidades en resistencia en todo el orbe.
Las frases y fotos de Pepe Mujica han ocupado las redes sociales de diferentes países, credos, orígenes y clases sociales, un fenómeno solo visto recientemente con el adiós del Papa Francisco. Pero esto no es un adiós, sí todas las frases que han posteado en sus redes los seguidores del ex guerrillero -que llegó a ser el presidente más sobrio del mundo-, estamos ante un ideario vigente que tanta falta les hace a las clases políticas hijas de la parafernalia del poder.
La historia de Pepe Mujica es fascinante y conmovedora. Su etapa de 14 años en la cárcel es una larga noche que lo condujo al infierno en la tierra y los bordes de la locura. La crueldad y miseria humana de sus captores y torturadores es un rasgo de los peones de la oligarquía y de las dictaduras del siglo pasado. Pero como Nelson Mandela, Mujica no subsistió envenenado por la venganza sino albergó siempre la verdadera ilusión de las transformaciones colectivas. Perdonó y ayudó ya desde la lucha política legal a sembrar las flores de un mañana mejor, un mundo justo incluso para quienes lo quisieron exterminar.
La dictadura militar metió al apando al entonces dirigente Tupamaro entre 1972 y 1985, quien pasó largos meses, quizá años en total aislamiento, sin acceso a un libro, una pluma, una sonrisa, luz solar o simplemente el contacto humano, lo que buscaban era destruir su salud física y mental, convertirlo en un muerto en vida. Quizá nadie imaginamos el grado de torturas con sonidos, luces y agresiones corporales que le propinaron, al ser humano que este 14 de mayo fue conducido en su féretro entre vítores, canciones de protesta, banderas de lucha y cientos de personas arremolinadas en las calles y avenidas de Uruguay durante su trayecto a la morada final. Seguramente en el cielo celeste de los más grandes de la historia.
En el santoral laico de los pobres, está Mujica, por vida, obra y congruencia. Demostró -como lo hizo AMLO en México-, que se puede vivir y gobernar desde la justa medianía, y que predicar con el ejemplo es una virtud cada vez más escasa; Mujica tampoco asumió la premisa que exista “gobierno rico con pueblo pobre” y honró los ideales que en algún momento lo llevaron en su juventud a empuñar un arma.
Tras la partida de Mujica algunas voces de buena y otras de muy mala fe se esmeran en pintarlo “como realmente era” según dicen, lo han descrito como “camaleónico”, también han dicho que “justificó y fue parte de la lucha violenta”, o que simplemente fue producto de circunstancias favorables como la ola y ascenso de gobiernos progresistas y populares de América Latina, sin embargo olvidan que una persona que perdió la libertad por sus ideas políticas durante años, sólo pudo salvarse por albergar un Humanismo indescriptible en su corazón, que se volvió el motor de la locomotora de su propio pueblo. Además, habría que revisar los datos duros y los indicadores del gobierno de Mujica en la patria celeste para observar que el país tuvo un promedio de 4.5 por ciento de crecimiento anual, que se creó una nueva universidad pública con orientación técnica, que el “Plan Juntos” mejoró la vivienda de las personas vulnerables y desprotegidas, entre otros logros sociales y económicos, y esto va más allá del fervor por el símbolo o el personaje.
Ciertamente, lo esencial de Pepe Mujica -no es que anduviera en un vochito o que en un país futbolero fuera un hincha sufrido del Club Atlético Cerro del que dijo “Soy hincha de un cuadro de mi zona, Cerro. Estoy acostumbrado a perder, pero soy hincha por localismo”-, lo esencial no fue invisible para su pueblo profundo, y para los pueblos de América Latina, pues además de ser despedido con un impresionante consenso de gratitudes y reconocimientos, se presenta como un legado para las luchas y movimientos del porvenir.

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