El pasado sábado 14 de mayo, un joven de 18 años mató a 10 personas afrodescendientes en un supermercado de Búfalo, en Estados Unidos, y dejó, al menos, tres personas heridas. Según las últimas declaraciones del victimario, su motivación fue un profundo odio racial hacia la comunidad afrodescendiente, a la cual pretendía seguir atacando.
Más allá de dar cuenta sobre este horrible crimen en sí, lo cual ya se ha hecho en los medios de comunicación internacionales, me interesa reflexionar sobre el racismo, un problema social que no es exclusivo de la sociedad estadounidense, sino que está presente en todas las sociedades occidentalizadas, incluida, desde luego, la mexicana.
Apenas, en las dos columnas anteriores, señalaba que el racismo, al igual que el clasismo, sexismo, edadismo, capacitismo y cualquier tipo de esencialismo que cause discriminación y exclusión hacia un grupo de personas, son problemas sociales que, lejos de erradicarse, han perfeccionado sus mecanismos de reproducción y operación. Uno de esos mecanismos ha sido el ocultamiento, es decir, el pasar de las manifestaciones discriminatorias y excluyentes explícitas a las implícitas, ampliando, con eso, sus detestables efectos. Hasta hace poco, se solía pensar que en México no existía el racismo, que era un problema de la sociedad estadounidense, como lo mostraban sus películas. Pero, investigadoras e investigadores, como Mónica Moreno Figueroa, Yasnaya Aguilar y Federico Navarrete, nos han ayudado a evidenciar el profundo racismo que se ejerce hacia las comunidades de nuestros pueblos originarios y la población afromexicana. Esta última, reconocida como tal, apenas en el 2019.
Asumir que una persona o grupo de personas, por su origen geográfico o por sus rasgos físicos o culturales, es de una u otra manera, como si fuera cosa esencial, es pensar de manera racista. El problema no radica en la construcción del otro como diferente -lo cual, quizá, sea inherente a la consciencia individual humana-, sino que esa diferenciación comporte discriminación y exclusión. La idea de raza, es decir, de una diferenciación genómica entre grupos y seres humanos, ha sido ampliamente desmentida por la ciencia. Más allá de ciertas características físicas, producto de la adaptación a diferentes condiciones ambientales, no existe ninguna diferencia cognitiva o de otro tipo que permita sostener la idea de que hay grupos sociales superiores a otros. En el origen y la expansión de la idea de raza se encuentra una sobre interpretación que se hizo, durante el proceso de colonización europea, de la teoría darwinista de la evolución, la cual se aplicó directamente a las poblaciones que los países europeos iban descubriendo con el fin de justificar su dominancia y explotación sobre ellas.
Ahora bien, la idea de raza ha sido desmentida por la ciencia, sin embargo, el racismo sigue existiendo. Como Yasnaya Aguilar ha señalado, y como el presidente López Obrador lo hace ver continuamente, ninguna de las tres primeras grandes transformaciones sociales ha logrado erradicar ni el racismo, ni el clasismo en México. Sólo por poner algunos ejemplos públicos, recordemos cuando Gabriel Quadri, actual diputado federal, señaló que, si México se deshiciera de los estados del sur, en los cuales existe mayor presencia de pueblos originarios, sería un país de primer mundo. Jorge Catañeda, por su lado, se quejó del pueblo “arrabalero” y “horroroso” al que su hija fue enviada para realizar sus prácticas médicas. Se trataba de Putla, un pueblo de Oaxaca en alta marginación y con alta presencia indígena. Lorenzo Córdova también ha tenido oportunidad de exhibir su racismo, en aquella lamentable conversación donde se burlaba de la forma de hablar de representantes de pueblos originarios con los que se había reunido. Es difícil separar analíticamente el clasismo y el racismo que estos actores públicos han manifestado, pero no es difícil develar la superioridad que se auto atribuyen frente a grupos sociales que les parecen tan lejanos y despreciables.
López Obrador continuamente hace referencia al carácter racista y clasista de muchas expresiones y acciones que los actores políticos de nuestro país realizan, principalmente aquellos que no alcanzan a entender el porqué de muchas de las acciones de este gobierno, sobre todo aquellas que pretenden favorecer a las poblaciones históricamente discriminadas y excluidas por sus características físicas o culturales, por su condición económica, por su edad -los jóvenes y los adultos mayores-, por su sexo, por sus capacidades físicas, por su identidad de género o preferencias sexuales, etc.
A lo largo de la historia de México, el Estado, al haber estado dirigido, en sus diferentes poderes, por personas provenientes de las élites económicas y culturales, ha sido el principal agente discriminante y excluyente. El hecho de que nuestro actual presidente entienda esto y apueste por la construcción de una sociedad más empática y respetuosa no debe ser desaprovechado. Lo público se hace cada vez más público. La discriminación y la exclusión pública son denunciadas con mayor frecuencia. Pero en lo privado, ese espacio que nos concierne a usted y a mí, todos tenemos la obligación moral y patriótica de cuestionar nuestro propio pensar y actuar, así como de ayudar a ver el de las personas que nos rodean, no con el fin simplista de acusar a alguien de racista, clasista, sexista, etc., sino para hacer cada vez más conscientes esas ideas y, juntos, deconstruirlas.
Hacemos comunicación al servicio de la Nación y si así no lo hiciéramos, que el chat nos lo demande.
Comentarios