En medios de comunicación se ha hablado mucho del nuevo plan de estudios propuesto en 2022 para la educación básica en México, sobre todo de la supuesta carga ideológica que conlleva, sin embargo, no se han reconocido, en contraparte, los aportes que podrían ser pertinentes para el momento actual y su valía para la perspectiva de futuro.
Por ello, vale la pena analizar los aspectos rescatables de todo el documento, con énfasis en dos de ellos que, si se enfocan y aplican correctamente, podrían ser muy útiles en aras de conseguir progresos y avances significativos como sociedad; reconociendo las debilidades, carencias, vicios, contradicciones y grandes desigualdades que históricamente guarda la educación básica en México. También es importante reconocer que, independientemente de lo valioso o pernicioso del nuevo modelo educativo, conseguir su puesta en marcha es una tarea titánica que ahora mismo se ve lejana, y que requerirá de un gran ejercicio de coordinación y voluntad política.
Dentro de los fundamentos del plan de estudios, el primer aspecto a resaltar es el reconocimiento de la comunidad como núcleo de los procesos educativos. La escuela no es un espacio aislado, sino que su razón de ser está en relación con la vida de las personas que acuden a ella. La escuela debe ser un punto de encuentro, socialización y construcción de relaciones afectivas que potencie el desarrollo de la comunidad, y la gran diferencia con el modelo globalizador es que este último hace énfasis, mayormente, en el desarrollo del individuo para “el mundo”, ignorando que cada comunidad tiene características que la diferencian de otras. Es fundamental referirse a la comunidad como el ente básico muy bien delimitado sobre el cual tienen que recaer los beneficios del proceso educativo, por lo que los proyectos y productos de las carpetas de evidencias deberían ir enfocados hacia el bienestar de la comunidad como entorno inmediato, no como ideas buenas aplicadas en abstracto para el mundo.
Con relación a la estructura curricular, el segundo aspecto a resaltar es la inclusión del pensamiento crítico, el cual, por definición, es antidogmático, deconstructor, cuestionador, reflexivo, y que con la base de valores sociales y humanos adecuada, debería llevar a la búsqueda de la justicia y la igualdad como ejes rectores para la construcción de una mejor sociedad. Mientras el modelo globalizador -y ni qué decir del modelo memorístico de antaño- ofrece explicaciones y respuestas para comprender los fenómenos que acontecen en el entorno, el pensamiento crítico cuestiona, desde diferentes ópticas, esas respuestas y explicaciones que se enseñaban como verdades dadas, pero sobre todo, comprende cómo, quién y para qué se construyeron.
En una primera fase, el pensamiento crítico implica dejar de trasmitir conocimiento para tratar de llegar a él a través del diálogo, de la investigación, del cuestionamiento; y en una segunda fase, para generar pensamiento revolucionario en beneficio de los más desprotegidos, de la clase trabajadora, y en contra de la opresión, la dominación y el imperialismo.
Si solo estos dos elementos fueran llevados a cabo exitosamente en la implantación del nuevo plan de estudios de educación básica, ello implicaría una ruptura paradigmática de grandes dimensiones en el imaginario colectivo de la sociedad mexicana, y de impactos tangibles muy benéficos para las generaciones venideras.
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