Para la economía liberal, esa a la que quieren llamar ciencia dura, la que se ha disfrazado de positivismo y que nos dice que tiene leyes como si fuera una ciencia natural, esa RAMA de la economía que tuvo que inventarse un premio Nobel para darse palmaditas en la espalda a sí misma (en realidad, es “El Premio de Ciencias Económicas del Banco de Suecia en Memoria de Alfred Nobel”; no existe un premio Nobel de Economía), nos dice que el problema no es la desigualdad, sino la pobreza.
Personajes de la derecha, como Salinas Pliego o el presidente argentino Javier Milei, en distintas ocasiones han repetido la última afirmación del párrafo anterior. Ellos creen que la riqueza es creada por los empresarios y los grandes capitales; aseveran que los multimillonarios han obtenido su dinero por sus méritos y trabajo duro, y que se merecen tal capital. Lo dicho previamente tiene su contraparte: la pobreza. Al final, si algunos por méritos propios pueden llegar a tener tal fortuna, entonces quienes se encuentran en estado de vulnerabilidad es debido a su nulo esfuerzo. Según esta lógica, “el pobre es pobre porque quiere”.
La meritocracia que ellos sostienen se viene abajo cuando observamos cómo la mayoría de los grandes empresarios formaron su patrimonio (si es que ellos mismos lo formaron, ya que muchos simplemente lo heredaron). En México, las grandes fortunas actuales se formaron con la privatización de las paraestatales durante el periodo neoliberal. Las fortunas más grandes de este país se hicieron mediante el despojo y robo al pueblo de México de sus bienes (TELMEX, Imevisión, Mexicana, etc.). Y no solo fue un robo (privatización), sino que también fue un robo corrupto; las privatizaciones se realizaron en beneficio de personas que estaban en el poder. Un ejemplo de esto es Raúl Salinas, hermano del presidente Carlos Salinas de Gortari, quien prestó dinero a Salinas Pliego para comprar lo que hoy conocemos como TV Azteca.
Como acotación, es importante aclarar que este tipo de situaciones en la concentración de riqueza no se limita solo a México, sino que se presenta en todo el mundo. Un ejemplo de ello es el hombre más rico del planeta, Elon Musk, quien tiene tal riqueza debido a que proviene de una familia que comenzó su fortuna gracias al apartheid en Sudáfrica y a minas en este país durante el régimen racista.
Desmentida la farsa de la meritocracia, es importante aclarar que ni siquiera los empresarios crean la riqueza; quienes lo hacen son los trabajadores. Los economistas liberales afirman que el valor de un producto en el mercado se deriva de la oferta y la demanda, eliminando el factor del trabajo en el régimen de producción. Sin embargo, esto es una falacia, ya que el valor de los productos es el resultado del trabajo humano.
Es fundamental entender que el trabajador es quien le da valor a una mercancía. Sin embargo, también es importante saber que al obrero no se le paga la totalidad del valor de la mercancía que crea, sino solo una pequeña fracción de lo que realmente genera. Esta fracción se le entrega en forma de salario.
Un ejemplo es el siguiente: Imaginemos que un trabajador en una fábrica produce zapatos. Cada par de zapatos tiene un valor de $100 en el mercado. Sin embargo, el trabajador no recibe esos $100 por cada par de zapatos que fabrica. En su lugar, se le paga un salario, digamos $20 por cada par de zapatos. La diferencia de $80, se divide entre los insumos necesarios para la producción y la plusvalía (lo que se queda el empresario de lo que produce el trabajador), que es apropiada por el dueño de la fábrica. Es decir, la ganancia de los empresarios es la cantidad de “dinero” que se le deja de pagar al trabajador.
Esta diferencia refleja la desigualdad inherente en el proceso de producción, dependiendo de qué porcentaje de la mercancía es apropiada por el empresario y cuánto del valor creado por su trabajo se queda el empleado. Los liberales omiten esta faceta valorizadora del trabajador, destacando únicamente la capacidad de los empresarios para vender mercancías y pensando que la riqueza es generada exclusivamente por los capitalistas.
Analicemos la situación económica de nuestro país. En 2023, México se ubicó como la economía número 12 a nivel mundial, por encima de países como Australia, España y Suiza, con un PIB de 1,811,468 billones de USD. Sin embargo, según el Coeficiente de GINI, que mide la igualdad de ingresos entre los ciudadanos de distintos países, México se encuentra en el lugar 118 a nivel mundial, siendo una de las naciones con mayor desigualdad.
Esto se explica al entender que el trabajador crea el valor de las mercancías. México es el país que más horas trabaja en la OCDE y, hasta antes de la llegada de López Obrador, tenía uno de los salarios mínimos más bajos del continente. Los grandes empresarios en México no solo hicieron su capital a raíz de las privatizaciones durante el periodo neoliberal, sino también mediante la explotación de los trabajadores mexicanos durante los últimos treinta años, pagándoles una fracción muy menor de lo que generan con su trabajo.
En nuestro país, hubo un esfuerzo significativo por incrementar la producción, incentivando a los empresarios a invertir en territorio nacional, aunque esto significara empeorar las condiciones laborales del ciudadano promedio. Actualmente, el 10% de la población más adinerada acapara el 60% de las riquezas del país.
México es la economía número 12 del mundo, pero al mismo tiempo, el 60% de la riqueza generada es acaparada por el 10% de la población. Somos uno de los países más desiguales del mundo (lugar 118 del más igual al más desigual). Nuestros trabajadores reciben una miseria en comparación con lo que producen, mientras que los grandes empresarios continúan incrementando sus fortunas. En México, no tenemos un problema de pobreza, sino un problema de pauperismo y lujo, un problema de desigualdad.
Hacemos comunicación al servicio de la Nación y si así no lo hiciéramos, que el chat nos lo demande.
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