El maniqueísmo patológico en el que basan su vida los conservadores los vuelve aparentemente torpes políticamente y así lo demuestran quienes incursionan en la política desde ese lado de la historia. Dividir entre buenos y malos la historia, como si se tratara de una película de Hollywood del siglo pasado, es la única manera que conocen algunos de hacer política.
Ni siquiera son capaces de explicar las causas de la bondad o de la maldad de quienes citan reiteradamente en sus debates parlamentarios su limitada visión que les impone una interpretación de la realidad que se aleja de la verdad.
Hay lugares, personas, eventos que sólo son malos o buenos. Se quedan con la primera visión de lugares personas y eventos del pasado, único tiempo que reconocen como bueno el presente es malo y el futuro les da miedo.
Los lugares que son malos por antonomasia sin explicación alguna son, por ejemplo, Venezuela, país malo, en cambio Estados Unidos es un país bueno. Rusia es malo, Canadá bueno; China es malo y España excelente, incluso tiene rey. Nicaragua es malo y Reino Unido es bueno, por eso tiene rey. Su noción de realidad que ubica a los países en el paraíso o en el infierno la difunden los medios convencionales manejados por los propios empresarios convencionales, conservadores y de derecha.
Es decir, ni siquiera la simplicidad del maniqueismo que maneja la derecha en México está basada en la realidad. Los convencionales parecieran ser una secta que comparten una realidad que no es compatible con la que vive la mayoría de las personas. Si colocáramos números a esas dos partes tendrían cifras, más o menos exactas, en las urnas del 2 de junio.
La apreciación pueril de la realidad a la que conduce el maniqueismo se manifiesta en la gran mayoría de los discursos de los conservadores dentro y fuera de la política. El debate parlamentario de la derecha está saturado de maniqueismos que arrojan insustanciales conceptos que no sirven más que para comprobar su inoperancia política.
Así, los conservadores se refugian en la agobiante rutina del convencionalismo para reforzar su creencias sociales y policías, entretenidos en dividir buenos y malos, revolverlos, conjugarlos, dispersarlos. La condición de dividir buenos y malos es no dividirlos ni hacer que se noten sino que sorpresivamente expresen diferencias que pueden llevar al extremo del exterminio.
El origen de esta manera de ver el mundo no sólo parece extraída de una película del siglo pasado sino que tiene sus orígenes en la religión. El pecado es lo malo y lo demás, como la caridad, la bondad, la decencia, la honestidad, etc. son buenos. No hay términos medios, el propio sacerdote, desde el púlpito reafirma valores más que religiosos propios de su antecedente, el maniqueismo.
Al ser excluyente, el maniqueísmo crea diferencias, discrimina, margina, segrega. Por si la identificación con la derecha, los conservadores incorporan primero el lenguaje maniqueista y luego las acciones, son el insumo retórico principal de los partidos libertarios, como el que se gesta en Monterrey, Nuevo León, llamado así, sucursal del organismo político en el que milita gente como Javier Milei.
Los personajes malos y los buenos son enfrentados en muchas de las alocuciones de personajes estridentes de la oposición en las cámaras. Estos personajes no debaten dan señales a través de sus palabras clave, basados en principios maniqueistas. Son los signos vitales de la ultraderecha.
El maniqueismo es la pieza esencial en el discurso de la derecha que impulsa la polarización, como un proyecto sostenido, orquestado y estratégico diseñado para desatar la violencia. El Chile, la asociación Libertad y Desarrollo ha tomado la ofensiva contra el gobierno de Gabriel Boric, con una disidencia soterrada pero efectiva que se esconde en el discurso moralista con evidentes matices maniqueos.
Lucía Santa Cruz, consejera de Libertad y desarrollo en una columna publicada en el diario El Mercurio de ese país, titulada “El maniqueismo hoy”, Señala: El sesgo más característico de nuestro tiempo ha pasado a ser el maniqueísmo, que solo permite percibir la realidad en dos perspectivas mutuamente excluyentes: por un lado, el reino de la luz, la verdad y la virtud, y, por el otro, las tinieblas, dominadas por Satanás, donde radican el mal, la mentira, el egoísmo y la perversión. Así, la sociedad, las ideas y las personas, infinitamente complejas, se dividen, sin matices, en dos bandos irreductiblemente irreconciliables, enfrentados en una guerra sin cuartel. El maniqueísmo, que en sus orígenes fue una herejía cristiana, hoy día, aplicado a la política, no abandona la lógica religiosa y, en consecuencia, puede prescindir de los datos empíricos, si ellos no calzan con su particular visión”.
La ultraderecha anuncia su llegada a América Latina en una red de estrategias que tienen como hilo conductor el discurso maniqueista, el cual al apoyarse en una moralina conservadora atrae y a algunos cautiva.
Sembrar las ideas del maniqueísmo es convencer a los mexicanos de la necesidad de un golpe de Estado, porque la ultraderecha nunca podrá obtener el poder por medio de las urnas.
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