“La casa del sol naciente”. José Agustín

El 16 de enero el termómetro rompió la barrera de los cero grados en Monterrey, Nuevo León. Al día “más frío del año” le antecedió el afamado ‘Blue Monday’, conocido como “el día más triste del año”, que fue el lunes previo. Sí, éstos han sido días muy tristes, sombríos y helados. Demasiado helados. Provistos de una descomunal melancolía.

Ha sido un 16 de enero cuando el escritor mexicano José Agustín ha partido, después de una larga agonía en vida -de más de tres lustros-, originada en el año 2009, cuando sufrió una caída desde un escenario a una altura considerable, mientras se encontraba en un festival compartiendo con fraternidad y desparpajo su pasión por la literatura y la música con sus legiones de seguidores, cómo lo hacía siempre que se le miraba en público.

Posterior a la mala circunstancia del accidente que truncó su devenir literario, el escritor encontró refugio en el infinito e irradiante amor de su familia, en su eterna morada de Cuautla, y quizá pensando en las lecciones del I Ching -al que era asiduo- retomó aquella sentencia que dice: “Cuando prevalece la influencia de los hombres inferiores, la actividad fructífera se hace imposible, ya que sus fundamentos son erróneos. Prevalece la desconfianza mutua. El hombre superior no debe dejarse tentar por las ofertas para participar en la vida pública. No debe exponerse al peligro y soportar la mezquindad de los demás. Debe preferir retirarse”. Entonces, en esencia desde 2010, fueron escasas las apariciones en público del notable cronista rocanrolero y se adentró en los pliegues de una enfermedad larga, silenciosa, desconocida, y por supuesto muy dolorosa. 

De este exilio José Agustín hurgó en el inventario de sí mismo, las últimas jornadas de vida, en un viaje insólito que sólo su familia, su esposa Margarita, y sus hijos Jesús, José Agustín y Andrés han resguardado en las paredes del corazón y del amor del bueno, y del cual expresamos nuestro profundo respeto. 

Pero, es en esta mala hora cuando podemos decir con toda certeza, que el sueño no ha terminado. Ante los aspavientos de la nostalgia, se impone una luz diáfana que habrá de escribirse con otras visitas a ese hermoso recinto literario, para siempre descubrir en él nuevos caminos y enseñanzas, de aquella rebelde e insuperable catedral de la contracultura en México, llamada José Agustín; y será, cada que suenen los primeros y evocadores acordes de “La casa del sol naciente” en la versión de Eric Burdon & The Animals, la indescriptible señal, de que el radiante estruendo de sus letras es un sueño que apenas comienza, con el atizar de las campanas bajo el volcán.

El domingo 21 de agosto de 2016, días después de cumplir 72 años, en el Palacio de Bellas Artes los escritores Juan Villoro, Enrique Serna y Rosa Beltrán rindieron tributo a su obra De perfil que entonces cumplía 50 años. La sala Manuel M. Ponce fue insuficiente, y se desbordaron éste y otros foros del palacio de mármol, en su mayoría por jóvenes de todas las latitudes de la ciudad y la periferia. Nadie retrató la juventud de la segunda mitad del siglo XX como José Agustín, nadie le dio sueños, vida, luces, sombras, barcos y naufragios a los chavos como lo hizo él. Fue la última vez que la gran mayoría de sus lectores lo vimos. Al final del concurridísimo acto, el escritor, que había formado parte del público dijo haberse sentido “a toda madre”, y aceptó compartir fotos y autógrafos con una inmensa fila de personas a las que atendió con humildad en una mesita al costado del foro, ya cansado por la enfermedad, pero muy despierto y derrochando camaradería como siempre, revisitándose con los suyos, los personajes de la malegría, noctámbulos y excepcionales surgidos de sus páginas.

Aquí no hay despedida, aquí no hay punto final, aquí nadie se rinde. Aunque nadie sale vivo de aquí, quedan en el imaginario y en los horizontes de todos los cielos aquellas Ciudades Desiertas donde la luna es un hospital para locos vagabundos, y las letras y rolas encomendadas por José Agustín, son, el sonido, la brújula y el cáliz para quienes queremos seguir soñando otros mundos posibles. “Éramos la pura inercia…”

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