Este 19 de agosto José Agustín, el gran escritor mexicano cumple otro año de piedra rodante. El hijo del eternamente paradisiaco Acapulco, Guerrero, ha tejido lazos en el mundo de las letras desde diversos géneros y dimensiones: novela, cuento, teatro, ensayo y cine; también ha sido actor y cronista del rock, “la nueva música clásica” diría él. En José se conjugan, despiertan, cruzan e incluso se confrontan variados Agustines.
La labor didáctica y periodística de José Agustín cercana a nuestra historia nacional -desde primera mirada- se expone en sus libros compuestos por crónicas y ensayos, sobresaliendo sus tres volúmenes de Tragicomedia Mexicana. Sus amplios intereses son captados en escritos que, sin dejar la pauta literaria, optan por relacionar las distintas dimensiones de la vida pública de México: el sistema político autoritario y sus pautas económicas desarrollistas, la cultura política priista que permeó en organizaciones populares y sindicatos, los procesos de industrialización impuestos y la penetración de las pautas culturales de Estados Unidos; todos fenómenos complejos que tiene un correlato en la vida cotidiana de las personas: las expresiones y creencias populares, sus gustos y patrones de consumo, las formas de entretenimiento que se ofrece desde las industrias, las estrategias populares para mantener la cohesión social o crear identidades.
Así, el cronista termina de presentar un cuadro más amplio de lo que los historiadores solo intentan compartimentar en temas separados y describir como fenómenos estáticos. Las crónicas de José Agustín lo que captan es el movimiento de la vida desde una perspectiva de la acida crítica a una sociedad de la que él mismo se siente parte, y en consonancia con la obligación de revisar intelectualmente.
Para emprender esta labor, retoma la escuela de los primeros críticos-culturales que hicieron crónicas en México; pero justo para distanciarse de la concepción de alta cultura siempre vinculada o dependiente del poder político que el escritor Salvador Novo desarrollaba en sus compilaciones de textos para abordar la vida cultural en los sexenios de Lázaro Cárdenas, Manuel Ávila Camacho, Miguel Alemán Valdez, Adolfo Ruiz Cortines, Adolfo López Mateos, Gustavo Díaz Ordaz y Luis Echeverría Álvarez.
A diferencia de Novo, José Agustín narra casi el mismo periodo, pero mira más allá de la “cultura oficial”, y de esa escuela siempre en busca de mecenas o subvenciones para desarrollarse; y pone la vista en las expresiones de cultura que se desarrollan “en lo subterráneo”, “en los márgenes”: las manifestaciones estéticas de los jóvenes en las fronteras o en las ciudades que reaccionan frente a los modelos implantados por los cánones tradicionales, los grandes medios de comunicación o el sistema político paternalista.
La noción de contracultura surge de la necesidad de considerar las expresiones de la juventud de la segunda mitad del siglo XX mexicano, como legítimas y plenamente culturales. Justo durante el medio siglo que corresponde a la “institucionalización” de la revolución mexicana, estableciendo canales más estrechos y formas de cooptación por medio de prebendas.
De la revisión de la historia reciente del siglo XXI en México que hace José Agustín en Tragicomedia Mexicana, surge una visión crítica de los procesos políticos, culturales, económicos y sociales de un país que transitó del milagro mexicano de la post revolución a la larga noche neoliberal, para una contribución a la formación política popular que quizá de manera no voluntaria por parte del autor, pero si más efectiva que muchos “formadores políticos profesionales”, emana de la contracultura, y de ubicar los sujetos periféricos, subalternos, y/o marginales en el centro. Ahí están los chavos banda, los chavos desideologizados, pero también los estudiantes, los sindicatos, los poetas, los literatos, los músicos, los movimientos sociales… Por ello José Agustín es hijo del México profundo y guía del mismo, este día le rendimos un humilde reconocimiento, pero bien fraterno.
A manera de postdata personal…
Qué onda maestro José Agustín, aliviánate. Sabemos que ya viajas y no de mosca sino bien amachinado al volante de ese camión decorado al estilo bien a go-gó llamado por los grandes sabios: la inmortalidad literaria, que es el máximo sueño para todo escritor, que únicamente muy pocos y contados como tú, aferrados a la auténtica recreación del universo, lograron tener con ese pase bien elástico al nirvana.
Quisiera estar de repente frente a ti y decirte que muchas vidas han logrado ser otras vidas por tus afanosas historias que fueron muy otros nuevos y suculentos caminos para viajeros del tiempo. Gracias a tus letras nosotros viajamos contigo en ese camión literario que tu conduces desde la intelectualidad genuina: la que anda a ras de tierra.
No sabes cómo seguimos implorando ser Rafael, tener veintitantos años, y caerle al Virgilio, en Acapulco, estrenando una sonrisa “sardónica”, y topar a las gringas borrachas que nunca faltan, Gladys y Francine, y el pinche Paulhan, y, chale vivir en un día lo que muchos no han vivido en toda su vida… Escuchar rolas de rock macizo en aquellas cintas que entraban en las naves y descartar grupos y cantantes, y decir estas “son mamadas y están también lo son”… Parafraseando a Andrés Calamaro, ser juntos arquitectos de un viaje a lo incorrecto. Un abrazo del alma al gran maestro.
Hacemos comunicación al servicio de la Nación y si así no lo hiciéramos, que el chat nos lo demande.
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