En los últimos días hemos experimentado la inconsistencia de algunas de las instituciones más importantes del país. Comenzando con el INE y la manera en la que sus altos funcionarios reparten el presupuesto al puro estilo pueril “uno para ti, tres para mí”. El poder judicial y las múltiples acciones benevolentes con sus amparos a favor de delincuentes de alto calado. De éstas se entera la mayor parte de la población, pero hay otras que son una copia en miniatura de lo que sucede a gran escala en el país y de las que poco sabemos porque sobre el argumento de la autonomía se aprovecha para dar rienda suelta a la opacidad: las universidades.
En el año 2019, la huelga de la UAM sacó a la luz datos interesantes sobre el uso y distribución del presupuesto universitario. Resulta que sólo el 30% del mismo es destinado a las actividades que impactan directamente en los estudiantes y una buena parte de éste se usa para nutrir a una “burocracia dorada” como la llamaron en aquel entonces los trabajadores. Aunque un amigo me dijo en aquel año que si esa denominación tenían en la UAM, la de la UNAM era doradísima. Es decir, en el ambiente universitario todos se dan cuenta de las desigualdades, pero es justificable porque en la institución de enfrente las cosas están peor. Es decir, se paga muy poco a profesores de asignatura y los altos funcionarios tienen, al igual que Lorenzo Córdoba, en el INE, una gran cantidad de prestaciones que distan de las que goza cualquier trabajador, académico o no.
Y qué decir de las instituciones estatales de educación superior, en muchas de ellas solo se cuenta con presupuesto suficiente para la primera mitad del año y el otro periodo sufre altos y bajos. Recuerdo a unas profesoras de la Universidad Intercultural Indígena de Michoacán a quienes durante meses les retrasaban sus pagos. Como si la necesidad de tener un sueldo fuera una especie de nimiedad comparada con los gastos de otras instituciones. Este solo es un detalle de los muchos en donde podemos rascar y ver que la Nueva Gerencia Pública, con sus requisitos y procedimientos se insertó en las instituciones sociales para vivir todo como una empresa. Cambiaron sus valores de servicio por principios de eficiencia y eficacia, para así poder hacer mucho más con menos, más rápido y sin entorpecimiento. Al ritmo de la producción en masa y con un ritmo de fondo adecuado, al puro estilo de Tiempos modernos.
De pronto, la vida universitaria de la UAM ya no tenía que ver con la pausa reflexiva, sino con la impronta administrativa, las prioridades académicas ya no guiaban las decisiones, sino el ejercicio presupuestal y la necesidad de acabarse el dinero, de lo contrario el nivel superior siguiente lo confiscaba y era libre de gastarlo. La sanción consistía en que el año fiscal siguiente te recortaban el presupuesto por no necesitar tanto, haces trabajo académico con poco. De pronto los estudiantes ya no son la prioridad, sino determinar en septiembre en qué vas a gastar lo que resta de tu presupuesto para ejercer lo último en noviembre. Esto reduce a los seres humanos que trabajan, estudian y forman parte de una comunidad universitaria a números.
Este ejercicio reflexivo es una forma de rastrear el complejo panorama que se vive ahora en la UAM, el paro de labores que mantienen las estudiantes forma parte de un proceso complejo de insignificancia que rige en las instituciones. Las estudiantes están cansadas de ser tratadas como una estadística dentro y fuera de la universidad y necesitamos mirar la violencia estructural que atrofia a la comunidad universitaria, no sólo a las estudiantes. El 8 de marzo pasado, las mujeres del país estaban convocadas a participar en la marcha conmemorativa del día de la mujer. Ese día, las autoridades de la UAM Xochimilco indicaron a los jefes de cada área, que las mujeres que no asistieran al trabajo se les descontara el día. A pesar de que el comunicado de las autoridades era que estaban a favor del movimiento “un día sin mujeres” para el 9 de marzo.
Hemos aprendido una serie de prácticas nefastas de la sociedad en la que vivimos, no por eso tenemos que justificar la violencia. Tanto el acoso laboral, académico, sexual o de género son vividos por la comunidad universitaria, no importa si es hacia trabajadores, estudiantes, o profesores. Mi percepción es que hay que generar protocolos necesarios y suficientes para erradicar la violencia de cualquier índole hacia las personas de la comunidad universitaria. Dejar de ver a la institución como una empresa y comenzar a preocuparse más por las personas que en ella se encuentran, en todos sus ámbitos, tanto trabajadores como estudiantes y pensar en modificar la legislación para llevar a cabo procesos más democráticos en todas sus instancias.
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