Resulta claro para todos aquellos que tengan claridad que la permanente amenaza arancelaria en la que ha metido Donald Trump, amo y señor de los destinos de la humanidad, al gobierno mexicano —donde un día anuncia aranceles, media hora después los pone en pausa y quince minutos antes vuelve a anunciar su imposición—es un callejón sin salida del que solo se puede salir si se hace un Zelenskyy. Y es que, como con infinitamente infinita sabiduría señalan las mejores mentes de la opositora oposición mexicana, siempre más preocupada por ella misma y sus canonjías que por el destino de eso que llaman patría y esos que llaman conciudadanos, la pura amenaza, la sóla idea de que Trump tenga la idea de amenazar a México con aranceles de cualquier naturaleza, hace que México resulte menos interesante para la inversión —como bien indica, el autoproclamado junior de clase media, Enrique de la Madrid Cordero. La amenaza trumpista al libre comercio demanda, como dicen la estadista Lilly Tellez —que es estadista más por el cuidado de sus estadísticas en redes sociales que por su saber y experiencia en los asuntos del Estado— y Ricardo Anaya, el infante terrible de la rancia derecha moderna; actuar de inmediato con toda inmediatez, imponiendo aranceles de regreso ahí donde más duela a las bases de apoyo trumpeteras y dando inicio a una guerra arancelaria que sólo afectará a quienes ya están acostumbrados a ser afectados.
Hacer un Zelenskyy, como propone la opositora oposición y algunos sectores de la cuatrera cuatrote, implica ponerse de pechito para que el mandamás imperial esté contento, echarle leña al fuego de la hoguera simbólica con la que el Trump de todas las trumpetas, se comunica con sus huestes. No hay que hablar con Donald, no hay que argumentar con él, no hay que dar razones. Hay que postrarse ante su altísima, serenísima, peinadisima y anaranjadisima majestad, para que ella pase por encima nuestro y, al hacerlo, satisfaga su necesidad de ser más y se calme.
Para muestra un presidente de Ucrania, desde que llegó a la Casa Blanca fue objeto de burlas por su atuendo militar, acto seguido Trump dejó claro que estaban listos para recibir esa franja de tierra, los recursos naturales ucranianos, y luego remató y regañó a Volodímir —con ayuda de Vance— diciéndole que estaba jugando con la vida de millones de personas, con la posibilidad de una Tercera Guerra Mundial, que no estaba dispuesto a negociar la paz, que le faltaba el respeto a los Estados Unidos de América al atacar a la administración que intenta evitar la destrucción de Ucrania y que —para colmo de todos los colmos— ni siquiera les había agradecido por lo que fuera que debería estar agradecido. La reunión terminó de forma precipitada y a Zelenskyy lo echaron de la Casa Blanca. Días después… Zelenskyy recula, da las gracias, ofrece los recursos naturales de Ucrania a Estados Unidos y se dice dispuesto a someterse al liderazgo naranja (no confundir con Movimiento Ciudadano) para alcanzar la paz.
Quienes no entiendan que no entienden, deben entender que frente a la hiperbólica comunicación simbólica trumpista, con la que Trump se comunica hiperbólicamente con sus bases, no se responde simbólicamente, con una concentración simbólica en el Zócalo que le hable a las bases cuatroteras, sino con elementos que permitan acrecentar la farsa política en tiempos infodémicos, dándole elementos a Trump para que la farsa no caiga y la especulación permita que las acciones no se desplomen, o que se desplomen para beneficio de los especuladores. El mismo trumpetero presidente lo explicó durante la revolcada que le dieron al soldadito Zelenskyy: “esto va a ser una gran televisión”— dijo. Y es que, que algo sea grande en televisión es lo único que importa, la teatralidad del teatro trumpista debe ser nutrida por sus aliados convertidos en enemigos para obtener más rating y garantizar que la discusión se mantenga en el nivel de los significantes vacíos que permitirán trastocar todo sin trastocar nada.
Entrados en gastos
Lo que se necesita con necesaria necesidad, grita a gritos la oposición, es que Claudia Sheinbaum, elegantemente ataviada con un vestido artesanal como el que portó en su toma de protesta, sea recibida en la Casa Blanca para que Trump pueda lucirse, en horario estelar en un episodio más de “Mancillando todo lo que se pueda mancillar”, haciendo gala de redneckosidad al burlarse del vestido elaborado a mano por una artesana originaria de Oaxaca, o de cualquier región de nuestro país, pueda humillarla diciéndoles que le falta al respeto a Estados Unidos de América al no evitar que los estadounidenses consuman fentanilo o cualquier otra droga, que le reclame por ser mal agradecida y no construir el muro entre México y su país y que la corra de la Casa Blanca obligándola a viajar de regreso a México con los 29 capos del narcotráfico que recientemente le mandó el Gobierno Mexicano como ofrenda.
- Carlos Bortoni es escritor. Su última novela es Historia mínima del desempleo.

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