Presupongo que la oposición partidista en México ha perdido todo peso. Partidos como el PAN o el PRI se han vuelto irrelevantes para la toma de decisiones prioritarias hacia el futuro de nuestra nación. El que fue nuestro partido de Estado por más de setenta años, ahora está más cerca de desaparecer que de ganar una elección presidencial. Por su parte, Acción Nacional no representa mucho más que su historia; han intentado imitar el estilo de López Obrador en su campaña anterior, pero solo lograron crear una burda caricatura.
Parece que la izquierda tiene aseguradas, al menos, las próximas dos elecciones presidenciales. Hoy en día, es fácil afirmar que el partido en el gobierno se mantendrá en el poder durante el próximo sexenio. Si la situación en México continúa como en el mandato de López Obrador, tal vez no tengamos motivo de preocupación. Si la pobreza sigue disminuyendo y el gobierno persiste en la búsqueda de la soberanía, ¿por qué deberíamos criticar?
Sin embargo, debemos ser conscientes de que la historia la hacen los pueblos, no los individuos. López Obrador llegó al poder como respuesta de un pueblo ofendido, una sociedad oprimida y olvidada durante más de 30 años de gobiernos neoliberales. El lopezobradorismo puede entenderse como un movimiento de crítica al establishment, y de ahí surgió el impulso que lo llevó al gobierno. La izquierda, reiterando, llega al poder partiendo de una crítica a lo que ya existía; la crítica es, en esencia, la definición misma de “izquierda”.
Dado que la izquierda es crítica por naturaleza, debemos entender que esta acción no debe limitarse únicamente a la oposición, sino también volverse hacia adentro. Es prioritario observar las dinámicas dentro del partido en el poder y hacer explícitas aquellas que se desvíen de la lógica de beneficiar a la población, especialmente a los más desfavorecidos. Es nuestro deber señalar las prácticas y políticas que no sean beneficiosas para el conjunto o, en su defecto, representen una regresión en los logros ya alcanzados.
No podemos callarnos por más que nos llamen a hacerlo, la institucionalidad del movimiento debe estar fundada en la crítica, no en ese típico silencio del político priista del siglo pasado. El abandono de la crÍtica es el abandono de la izquierda.
Como dije más arriba, la oposición partidista no tiene en este punto importancia alguna; no obstante, la oposición al proyecto de transformación si tiene un peso relevante ya que está dentro del partido gobernante. Llegó el momento de dar la batalla interna para seguir en dirección de la radicalización del movimiento y por ende del gobierno.
El pueblo no puede dejar de ser el protagonista del cambio, el partido no debe dejar de ser un instrumento al servicio del pueblo. El partido en el poder debe mantener su naturaleza crítica y abierta al debate interno para evitar caer en los vicios del pasado. La tentación de abandonar la crítica y aferrarse a una institucionalidad acrítica sería fatal para el movimiento. El silencio no puede ser una opción cuando lo que está en juego es el bienestar y la justicia para millones de mexicanos.
La institucionalización del movimiento implica riesgos. Por un lado, el peligro de convertirse en lo mismo que se ha criticado durante décadas: un aparato rígido y burocrático, alejado de las demandas populares. Por otro, la posibilidad de adoptar una postura defensiva frente a la crítica, en lugar de verla como una herramienta para mejorar y corregir el rumbo. El movimiento debe ser capaz de evolucionar sin perder su esencia transformadora, y esto solo será posible si la crítica sigue siendo su motor principal.
El reto que enfrentamos en el próximo sexenio, con la izquierda aparentemente consolidada en el poder, es no caer en la autocomplacencia. La continuidad no debe ser sinónimo de estancamiento, sino de profundización y radicalización en los cambios estructurales necesarios para alcanzar una justicia social plena. Esto implica una renovación constante de las políticas y estrategias, siempre orientadas hacia los sectores más vulnerables y marginados del país.
Hacemos comunicación al servicio de la Nación y si así no lo hiciéramos, que el chat nos lo demande.
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