¿Por qué la oposición no cuaja? No es por falta de gelatinas, desde luego. Es por ausencia total de un proyecto, por nula credibilidad en sus prospectos y por las casi extintas militancias que no alcanzan sino los mínimos de supervivencia en el plano político.
Este fin de semana, Sabina Berman entrevistó a Gabriel Zaid, escritor publicado continuamente en Letras Libres, miembro del selecto grupo de los intelectuales orgánicos que se han empeñado en decirnos que todo estaba tan bien que no entienden cómo es que cambiamos de parecer y elegimos mal, porque somos tontos y no supimos que entregarle el mando a AMLO era pésima idea. Trabajan a marchas forzadas para querer convencernos de que todo ha ido de mal en peor en el sexenio, que urge cambiarlo sí o sí; tanto que no dudan en mentir e inventar lo que sea necesario para “fijar” en el ánimo popular todo lo que no se hizo, lo que se hizo mal y lo que ellos, que ya nos “gobernaron”, sí saben hacer, aunque no lo hicieron porque no les dio la gana. Sabina les recomienda ir a gastas suelas para entender al pueblo, pero ni todos los zapatos de León podrían servirles, por una razón: no les importa ese pueblo.
Desde 2005 trabajan en la narrativa que quieren que creamos y nos quieren convencer de que, si nos dijeron nacos, molleras sumidas, codos percudidos, jodidos, indios color cartón o primaria trunca, no es por clasismo o por racismo, sino como aliciente para superarnos y convertirnos en los aspiracionistas que este país requiere y que, sobre todo, tenemos la obligación de remontar ese odio acendrado para ayudar a posicionar a una de sus figuras como si se tratara de una líder útil a alguna causa social, aunque al resistirnos, nos digan que además de tontos somos imbéciles.
La única narrativa de su campaña es que ahora sí, de veras, de veritas, van a ser los buenos políticos que siempre han querido ser pero que no han sido porque no les hemos dado la oportunidad. ¿Cuántas oportunidades tuvieron de ser políticos decentes, sin querer hacerlo? Si enlistamos ortográficamente sus milagritos en nuestra contra, nos acabamos el diccionario: abuso de poder; bribonería, contubernio, corrupción, chatarrización de los bienes del Estado, dádivas, desvío del erario, desaparición del estado de derecho; evasión fiscal, fraude electoral, gestión indebida, historia negra, ilegalidad en contratos, impunidad, justicia a modo; kilowatts entregados por contratos apócrifos; lavado de dinero en negocios presuntamente lícitos, movimientos sociales violentados, narcoestado, organizaciones del crimen infiltradas, paraísos fiscales, persecución del estado a activistas, privatización de las empresas estatales, Panama Papers, puestos vitalicios en el poder; quieren quitar las pensiones universales; riquezas producto de los negocios ilícitos; sistema judicial-jurídico fallido; transas de los funcionarios públicos de todos los niveles; usurpación de la presidencia, violación sistemática de los derechos humanos de la población; Woldenberg, Xico y Xoch, Y los que resulten…
¿Qué es en realidad la oposición mexicana actual? Son partidos que surgieron sin buscar militancia; que no se generaron producto de las exigencias de justicia. El congreso y los gobiernos estatales se fueron llenando de parásitos que se conformaban con ir a pueblear en tiempos electorales para dar la apariencia de vida democrática que permitiera la celebración de elecciones periódicas con voto auténtico, secreto y “directo”. Pagaban por esas giras con promesas o artículos necesarios para las personas más sencillas, pero cobraban más allá de los sueldos, con contratos de todo tipo por el resto de sus vidas; se volvían empresarios e inversionistas, o asesores desde el retiro, pero nunca les tocó ser oposición. El PAN fue comparsa por medio siglo y hasta avaló el fraude en que “ganó” Salinas en el 88, pero para el intercambio en 2000, se mimetizaron perfecto con el PRI, al que habían jurado destruir.
Sufrimos dos sexenios con lo peor del panismo: Fox, el gran ignorante, inútil y resentido que creyó que podía meter la mano al erario como si fuera una gerencia regional de la refresquera de donde salió, y que utilizó el poder para encumbrar a sus entenados y amigos, pero para perseguir y destruir a quien él determinó su enemigo acérrimo: López Obrador. Al mismo tiempo, le abrió la puerta al infierno cuando propició y avaló el fraude en 2006, al entregar la banda presidencial a un usurpador que se ensoberbeció con el poder y que no tuvo ningún límite para realizar aquellas cosas que fueran necesarias para legitimarse; de ahí que lanzara su guerra inútil con consecuencias hasta nuestros días.
La última vuelta del PRI nos demostró lo único que saben hacer: comprar voluntades y prometer espejismos porque no pueden convencer con hechos. No pueden sumarse a causas o activismos, porque ellos fueron quienes rompieron el tejido social; nos llenaron de heridas e injusticias y no podrían con las consecuencias de la verdad. Fueron el Estado corruptor, el Estado represor; el Estado que desapareció víctimas y empobreció a la sociedad; el Estado que dejó que sus funcionarios desviaran el erario sin consecuencias. Usaron el poder para poder pero no para servir al pueblo, que es la esencia del gobierno representativo que determina nuestra Constitución. Nunca lo supieron y no han entendido para qué sirve la democracia y cómo es que hace evolucionar a los ciudadanos. Es más, siguen insultándonos, diciendo que somos tontos por haber votado por un indio pata rajada, populista pero nos quieren convencer de que está bien apoyar a una simuladora que se hace pasar por indígena pata rajada, pero sin trayectoria ni reconocimiento del pueblo del que dice ser.
Para parecer pueblo, la oposición se disfrazará de todo; inflarán encuestas y organizarán eventos “masivos”, pagados con dinero de empresarios que los apadrinen, para después cobrar esas canonjías, como Marcelo Odebrecht y sus empleados comprados desde la campaña de EPN. En respuesta, los ciudadanos que elegimos y gobernamos a través de nuestro Presidente y representantes populares, estamos comprometidos con el progreso de nuestra patria y no estamos dispuestos a entregárselas por medios ilegales o antidemocráticos. Ya padecimos muchos fraudes como para no saber detectarlos e impedirlos.
Los ciudadanos no necesitamos máscaras ni apariencias. Este sexenio ha sido el parteaguas que nos demuestra cuál es el mínimo del que partirá el siguiente. Necesitamos a quien tome el relevo de manera digna, respetuosa de la voluntad popular, con integridad y nacionalismo. Quien sea el abanderado representará al más sencillo de los mexicanos y al empresario más exitoso, y lo hará en apego total a las leyes más justas que se redacten. México no requiere otro lambiscón del presidente de Estados Unidos, ni que abra las riquezas nacionales a industriales y empresarios nacionales o extranjeros. Queremos a quien no demuestre debilidad ante el fuereño, pero menos, ante los que desde casa atacan judicialmente. No necesitamos un dictador, un títere, o un payaso que pueda burlarse de nosotros.
Ya trabajamos en un Proyecto de Nación que es el instructivo de lo que exigimos para el sexenio siguiente y es obvio que la oposición, con los cerebritos que se carga, elaborarán uno que acabe por extinguirnos de la faz del país. Así que, por lo pronto, no merecemos una presidencia de gelatina, que nos ofenda la inteligencia. Somos mayores de edad y sabremos elegir correctamente.
Hacemos comunicación al servicio de la Nación y si así no lo hiciéramos, que el chat nos lo demande.
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