Ante la inminencia de su próxima y segura derrota en la elección presidencial, la derecha ha decidido convertir en un vodevil la vida pública nacional.
Para su puesta en escena ha convocado a su elenco de payasos (los internacionalmente famosos Intelectuales Orgánicos de Chetumal), maquillistas (los medios de manipulación masiva), prestidigitadores (los magos del periodismo especializados en crear la ilusión de que es cierto lo evidentemente falso), tramoyistas (opinadores de prepago que sólo esperan la indicación del maestro de ceremonias para cambiar el decorado).
Entran al escenario, doblados como serpientes en una caja, los contorsionistas Jorge Castañeda y Anabel Hernández que ayer tenían una forma y hoy amanecieron con otra. Ingresan malabaristas que tratan de que no se les caigan los rumores que lanzan al aire, coristas que dan la impresión de realidad a la mentira, y equilibristas que caminan por la cuerda floja tendida entre la inocencia y la emboscada, como hacen los mentirosos integrantes de los organismos autónomos antes de dar con sus huesos en el suelo en su caída libre para luego irse a pagar con dineros públicos los saldos de su consumo en la cantina.
Y si el mal no descansa, el empresario del circo –conocido popularmente como Señor X- tampoco lo hace y desde la penumbra donde maquina un despropósito tras otro latiguea ferozmente a sus guionistas para que le escriban una obra. “¡Y rapidito, que para eso les pago!”
Acongojados, los libretistas le han presentado al empresario una “Farsa para Mojiganga y Esperpentos”, la cual ha sido malamente interpretada por una candidata presidencial risueña acompañada de una carretada de prófugos de la justicia.
Para este domingo 18 de febrero, parte del elenco subirá al tablado a poner en escena el sainete intitulado “La Marea Rosa me da risa”. La concurrencia asistirá con sus ropas de gala a la representación del discurso que les acomoda y los seduce y aplaudirá el monólogo interpretado por un ex árbitro imparcial, impoluto, equilibrado, juicioso, cuerdo y reflexivo, aunque racista y clasista como quienes aplaudirán a rabiar su ensarte de mentiras.
Pero qué solos se van quedando los embaucadores, los vendepatrias, los que añoran aquellos viejos tiempos en los que las arcas públicas se hallaban a su disposición para saquearlas. Ah, pensarán, quién volviera a vivir aquella época dorada del pillaje y el saqueo, cuando los bienes públicos –minas, bancos, comunicaciones, petróleo, energía, ferrocarriles- salían a remate en primera almoneda y se entregaban a la casta divina. Qué tiempos aquellos en los que se fingía aumentar el salario mínimo para contener la inflación.
Pero si hay algo peligroso en este mundo es una compañía de payasos despechados porque nadie les aplaude sus maromas. Y son capaces de todo cuando el público ya no ríe porque les estalla en la cara un globo relleno de harina o los persiguen a tablazos por el redondel del circo.
Los gesticuladores de derecha son capaces de acudir a lo que sea con tal de que les regresen la ubre: guerra sucia, noticias falsas, rumores, mentiras, desfiguros, fraudes, estafas, chantajes, timos. Se oye su lamento allá a lo lejos: “¡Llámame como quieras, insúltame, ríete de mí, haz que la gente me vea en mi inmensa podredumbre moral, pero regrésame el presupuesto!”
Sus puestas en escena ya no despiertan el interés del respetable, quien desde las gradas observa los desesperados esfuerzos derechistas en medio de un bostezo, como diciendo “¡bah!, esa obra ya la vimos muchas veces y ya conocemos el final. Que devuelvan las entradas”.
Hacemos comunicación al servicio de la Nación y si así no lo hiciéramos, que el chat nos lo demande.
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