A finales del año 2020 los capitalinos con consciencia ecológica estábamos celebrando en cuenta regresiva. El Congreso de la Ciudad de México había aprobado dentro de la Ley de desechos sólidos, la prohibición de plásticos de un solo uso y del unicel. El 1 de enero de 2021 entraba esta nueva disposición en práctica y muchos nos lo tomamos en serio. Compramos bolsas ecológicas, regresamos a los topers. En los negocios pusieron letreros de “Por disposición oficial, ya no se dará bolsa” y en general nos preparamos para el gran avance.
Como todo cambio, a algunos ciudadanos les costó mucho trabajo cambiar el chip y llevar su bolsa, los marchantes en los mercados siguieron empaquetando los víveres en bolsas porque “sus clientes se enojaban” si no lo hacían. Entonces como estrategia “paniqueada” de la industria, vino la tomadura de pelo del unicel y bolsas ecológicas (que no eran ni ecológicas, que sólo cambiaron de color y que finalmente no evitaron que se siguiera fabricando plástico).
Después de un año y medio de la puesta en marcha de dicha ley, seguimos viendo en nuestra bella ciudad, el unicel y los plásticos como elementos de ornato callejero. Los vasos, platos y charolas sirven para “decorar” árboles, rejas, edificios históricos, cabinas telefónicas, jardineras, escaleras, cables, cubetas y por supuesto algún bote de basura ya desbordado. Además del uso que se le sigue dando por parte de la industria de la construcción y de embalajes.
Según la Secretaría del Medio Ambiente de la metrópoli, la mayor fuente de daños ambientales son relacionados con el uso excesivo de productos de plástico y unicel cuyo uso es prácticamente momentáneo. Es decir, artículos que se utilizan sólo por un momento y que terminan siendo desechados después de 3 a 15 minutos de uso y que tardan 1500 años en degradarse.
De las 350 mil toneladas de unicel que se producen en el país anualmente, sólo se recicla el 1% en una planta recicladora de la UNAM. Por ello, la mayoría del unicel es enviado a los basureros y usados como relleno sanitario que contaminan la tierra y mantos acuíferos o son incinerados, emitiendo gases y partículas altamente dañinas.
Por lo que respecta al uso humano, el mayor peligro del unicel es que su componente básico es el Estireno, el cual, es un químico derivado del petróleo y que es catalogado como cancerígeno; ha sido relacionado con alteraciones en la sangre y las funciones hepáticas, así como a cambios hormonales que afectan especialmente el sistema reproductivo de las mujeres. Además, al entrar en contacto con el calor suelta compuestos químicos dañinos que han sido relacionados con problemas en el sistema nervioso central.
¿Qué podemos hacer los ciudadanos preocupados por sanar la ecología de nuestra ciudad y el planeta? A este respecto la SEDEMA nos recomienda: Usar vasos lavables, llevar nuestros propios recipientes, tasas o termos y pedir que nos sirvan en ellos; reusar charolas, vasos, recipientes y otras cosas de unicel que ya tengamos; evitar las comidas rápidas o preparadas que lleven este tipo de envoltura; elegir productos cuyo embalaje sea reciclable como el cartón, papel y vidrio; consumir productos locales, ecológicos y sin envases; invitar a la gente cercana a sumarse a éstas acciones.
Entonces si el unicel es tan dañino para la naturaleza y el ser humano, ¿Qué pasó con esta iniciativa? ¿Por qué no se ha podido acabar con este terrible material contaminante? ¿Por qué se quedó en el papel o porque se echó para atrás esta resolución? ¿Qué intereses económicos hay detrás de esta industria criminal?
Desde aquí un llamado a las autoridades correspondientes para retomar con más rigor esta ley que se redujo a buenas intenciones y a llevar a cabo una campaña seria y amplia en todos los medios de comunicación para que el general de la población capitalina y visitante, dejemos de utilizar unicel, plásticos; evitemos tirarlos por todos lados y volteemos a ver que los deshechos no desaparecen, se quedan y van a parar a lugares como la presa Becerra en la alcaldía Álvaro Obregón.
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