No hay plazo que no llegue ni fecha que no se cumpla, y el pasado lunes 20 de enero, Donald Trump regresó a la presidencia de los Estados Unidos. Como si el tiempo no hubiera pasado, su discurso sigue resonando con tintes peligrosamente similares a la Alemania nazi: un llamado a la “pureza” y el rechazo absoluto al diferente, bajo la bandera de acabar con la migración y reforzar la supuesta supremacía nacional.
Entre sus primeras acciones como presidente, Trump firmó una orden ejecutiva para militarizar la frontera con México, cancelando el programa CBP-One que permitía a miles de migrantes trabajar de manera legal en Estados Unidos. Este acto no solo afecta a las personas que buscan una vida digna, sino que también perpetúa la narrativa de criminalización de la migración, evocando el concepto de “enemigos internos” que Hitler utilizó para justificar la persecución de minorías.
Aún más alarmante es su declaratoria de los cárteles mexicanos como grupos extranjeros terroristas, abriendo la puerta a la intervención militar directa bajo el pretexto de la “seguridad nacional”. Este movimiento, disfrazado de lucha contra el narcotráfico, recuerda las invasiones justificadas por el Tercer Reich en nombre de la “protección del pueblo alemán”. Pero aquí, el trasfondo es igual de claro: el imperialismo y el sometimiento de las naciones vecinas.
Como si esto fuera insuficiente, también autorizó al Servicio de Inmigración y Control de Aduanas (ICE) a realizar redadas en escuelas, iglesias y hospitales, con tal de detener y deportar migrantes. Este ataque directo a los lugares considerados sagrados para la protección de los derechos humanos configura un escenario donde el miedo y la persecución institucionalizada se convierten en herramientas de control social.
Lo que resulta aún más indignante es cómo ciertos sectores de la derecha mexicana, particularmente dentro de los partidos PAN y PRI, han aplaudido estas medidas o han permanecido cómplices mediante su silencio. Su apoyo al intervencionismo estadounidense, lejos de defender la soberanía nacional, los convierte en traidores a la patria. Celebran las agresiones contra su propio país mientras se alinean con un discurso que deshumaniza y somete a sus connacionales.
Estos sectores no solo ignoran la historia, sino que también parecen olvidar que las políticas de Trump son una amenaza directa a los derechos humanos y la estabilidad de nuestra región. Al igual que en la Alemania nazi, este tipo de discursos y acciones no se detienen en las fronteras; el odio se expande como un virus que eventualmente afecta a todos, incluyendo a aquellos que creen estar a salvo por su colaboración.
Es fundamental que desde México se denuncie el autoritarismo disfrazado de legalidad y se rechace cualquier intento de someternos a intereses extranjeros. Hoy más que nunca, es necesario recordar las palabras de Benito Juárez: “Entre los individuos, como entre las naciones, el respeto al derecho ajeno es la paz”. La complicidad de la derecha mexicana con un gobierno que busca imponer su voluntad por la fuerza es un acto de traición que no debemos permitir ni olvidar.
La resistencia frente a Trump no solo es una cuestión de dignidad nacional, sino también una lucha por la justicia y los derechos humanos a nivel global. Si permitimos que se consolide este tipo de gobierno autoritario, estaríamos abriendo la puerta a un futuro en el que la soberanía y la humanidad sean conceptos del pasado. Es momento de actuar con firmeza y determinación, porque el silencio también es complicidad.
Hacemos comunicación al servicio de la Nación y si así no lo hiciéramos, que el chat nos lo demande.
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