A pesar de variopintas opiniones vertidas antes de la jornada electoral presidencial en Argentina que calificaban de “improbable” el triunfo del ultraderechista Javier Milei, los resultados del pasado 19 de noviembre son inobjetables. Más de 14 millones de argentinos eligieron sus rocambolescos planteamientos económicos, -con la promesa de la dolarización como cumbre- en lugar de darle continuidad a los gobiernos de base peronista que representaba el actual ministro de economía, Sergio Massa.
“La crudita” que representan 11 puntos porcentuales de diferencia (cerca de 3 millones de votos) que obtuvo Milei -el 55% de los votos en la segunda vuelta-, tan solo una semana después de haber hecho el ridículo en el último debate presidencial, nos debería poner en alerta sobre nuestros propios juicios que consideramos definitivos; y asumir que los escenarios sociales no se mueven únicamente por valoraciones racionales o criterios objetivos.
A un amplio número de argentinos les ganó la “bronca” en contra de los partidos tradicionales, los cuales, desde la recuperación de la democracia en 1983, se han disputado la hegemonía política y los puestos públicos -ya sea asumiendo el proyecto popular y nacionalista del peronismo histórico, o por el contrario, reivindicando el proyecto neoliberal- que en los años noventa actualizó las causas de la llamada oligarquía conservadora argentina que tiene su origen en los grandes terratenientes apoyados por los jerarcas de la iglesia y el ejército.
El modelo neoliberal impuesto durante el gobierno Carlos Menem solo sirvió para ahondar la desigualdad entre los argentinos, y rápidamente derivó en el descontento popular de principios del siglo XXI, por la dependencia a los préstamos del FMI y la imposición de medidas de control económico tan impopulares como el llamado “corralito”. De aquellas movilizaciones populares de rechazo a la pérdida de derechos por la flexibilización laboral que imponía las agencias internacionales y de privatización del patrimonio público, es que surgió la consigna antipolítica: “¡que se vayan todos!”, con la que tres presidentes sucesivos no pudieron concluir sus mandatos.
Con la llegada al poder de Néstor Kirchner y Cristina Fernández se sumó más de una década en que el proyecto peronista de izquierda estabilizó la economía argentina, hasta que una vez más, de la mano del empresario Mauricio Macri volvieron las políticas de ajuste ahora implantada por los acreedores internacionales conocidos como Fondos Buitre, que acompañaron al mayor préstamo otorgado por el FMI para tratar de evitar que Macri terminara perdiendo la presidencia frente a Alberto Fernández en 2019.
Todos estos personajes de la política argentina son a quienes el nuevo presidente caracteriza como “casta” política, en abierto desprecio al papel que los militantes y los partidos cumplen en la sociedad. Retomando el espíritu de aquella consigna piquetera, Milei logro convencer a mucha gente que él era diferente a quienes ejercer la política como un oficio, y que la solución a la crisis argentina solo podía venir de tomar medidas radicales que cortaran de tajo con lo que se considera “privilegios” o la injusticia de “regalar dinero” en la mentalidad aspiracionista de la derecha.
Los valores que exacerban el individualismo y ven al otro como una amenaza, son los que triunfaron en esta elección argentina cuando una gran masa de votantes, no logró reconocerse con las reivindicaciones con que ha gobernado izquierda argentina durante los últimos 16 años. Y como la derecha tradicional no tiene principios -sino intereses-, no dudó en sumarse a esta ideología libertaria de mercado, para recuperar sus fueros perdidos y tomar revancha en contra del peronismo fragmentado.
Con la integración de la gente de Macri en el futuro gabinete de Milei hay poca duda sobre la dirección neoliberal que volverá trágicamente a tomar la economía argentina, porque otra vez serán los sectores populares, -aunque le hayan votado- quienes pagarán las consecuencias de las decisiones de los fanáticos tecnócratas.
Pero lo que verdaderamente causa zozobra en esta nueva coyuntura de la disputa política argentina, es que su sociedad ha entrado en una peligrosa etapa con figuras como Javier Milei o su próxima vicepresidenta, que no dudan en reivindicar las dictaduras asesinas, ofrecer amnistía para los militares condenados por genocidio, al tiempo hacen abiertos llamados a perseguir a los militantes de izquierda.
Hay que recordar que el camino al poder de esta nueva derecha se allanó con la inhabilitación judicial de Cristina Fernández de Kirchner, y estuvo a punto de terminar en magnicidio, con el atentado fallido a la expresidenta. Es decir, se trató de una estrategia legal y criminal para inhabilitar a sus candidatos, quienes tampoco supieron escuchar a los sectores agraviados por la crisis que ya parece permanente.
Hoy, los intelectuales y dirigentes sienten la tentación de culpar al pueblo. Pero sentenciar que se equivoca en sus decisiones, es el camino fácil para no asumir las responsabilidades políticas e históricas de quienes dicen representar su sentir. Lo grave es que las nuevas tendencias fascistas en Argentina están arrebatando al peronismo la representación del sentir popular.
La lección es darse cuenta que, sin un verdadero trabajo en la conciencia de las bases, particularmente en los cuadros políticos, el desprecio por la política como servicio al prójimo y no como carrera personal o búsqueda de pegas, seguirá triunfando cuando se repita con furia: ¡Que se vayan todos! La palabra está en el pueblo argentino, se ha tocado fondo quizá y es momento de reconstruir la izquierda desde las cenizas, y tener serenidad y perseverancia para aprender de los errores, sin duda siempre nuestra solidaridad con el pueblo hermano del cono sur.
Hacemos comunicación al servicio de la Nación y si así no lo hiciéramos, que el chat nos lo demande.
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