La política neoliberal que privilegió sin pudor ni recato a unos cuantos beneficiarios, tuvo como consecuencia obligada la emergencia en la escena pública del amplísimo sector social –llamémosle “pueblo” para abreviar- marginado y empobrecido por esa política.
Ya no nos quedaba de otra si todavía queríamos seguir teniendo algo a lo cual de llamar “nuestro país”, convertido por el neoliberalismo en una agencia de ventas.
La estructura era clara. Arriba se encontraban los rentistas multimillonarios en dólares que se alzaron con el botín de las empresas públicas sacadas a esa especie de remate en tercera almoneda comenzado por Carlos Salinas y continuado por Zedillo, Fox, Calderón y Peña Nieto.
En el festín de los corruptos, a quienes por benevolencia se les llama “empresarios” sin serlo cabalmente porque nunca han emprendido o iniciado nada que valga la pena más allá de explotar los privilegios que le daba su cercanía con el poder, se caían algunas migajas del inmundo banquete y estas iban a dar a las sedientas manos de periodistas, medios de comunicación, intelectuales orgánicos, académicos, jueces y magistrados casi en su totalidad, integrantes de organismos autónomos y autoridades universitarias, a fin de que cerraran la boca como parte de su contribución al desastre.
En esas condiciones, soslayado en sus necesidades y empujado a una situación de pobreza extrema y de violencia coordinada desde el poder con la colaboración decidida y entusiasta del ilegítimo presidente Felipe Calderón, el pueblo despertó y a través de los votos realizó la revolución pacífica que urgía al país para que reorientara el rumbo antes de que cayera al abismo al que lo conducía la desvergonzada élite que asaltaba en México al amparo de la ley.
Fue el adiós de las élites a sus privilegios. Se acabaron las condonaciones de impuestos que llegaron a sumar cientos de miles de millones de pesos; se terminaron los salarios bajos con los que la clase trabajadora socorría a la voracidad empresarial; concluyeron los negocios –como el de las medicinas vendidas a instituciones públicas- fraguados al calor del contubernio entre los “empresarios” y los políticos prianistas que detentaron el poder.
Hoy, el último de sus baluartes, la ciudadela construida por el Poder Judicial de la Federación desde donde ésta los mimaba cariñosamente y los veía con esa mirada de arrobo y embeleso que sólo se le puede dirigir a un costal de lona con un millón de dólares en su interior y les obsequiaba amparos como si fueran estampitas de primera comunión, está nada menos que al caer.
Cualquiera que observe honradamente este panorama sabe que ya no hay marcha atrás. La politización del pueblo y su empoderamiento ideológico hacen imposible el retroceso, y menos aún si al frente de la transformación de la vida pública, social y económica del país se encuentra una presidenta sin titubeos ni quebrantos ideológicos, como Claudia Sheinbaum. Ni por dónde.
La derecha, trastornada como siempre pero hoy viviendo en el delirio que acompaña a la agonía, considera que el pueblo renunciará tranquilamente a las alzas salariales, a los programas sociales y a la visibilidad pública de su existencia para que regrese el régimen de corrupción convertido en modelo de vida por los regímenes prianistas y para que los recursos de todos vuelvan a manos de sus patrones y titiriteros, que son aquellos que saquearon al país.
Por eso, no les queda otro recurso que ponerle el pie a quien va avanzando para que tropiece. Sí se escucha, pero ya muy quedito, el desesperado lamento de medios y comunicadores, de partidos políticos nacionales y de embajadores norteamericanos.
Van abandonando la escena pública los mexicanos a favor de la corrupción no porque sea su voluntad sino porque se redujo su margen de maniobra en una sociedad que se renueva, y quién sabe si dentro de tres años todavía existan los periódicos donde hoy publican sus desconsuelos. Más temprano que tarde, a la mayor brevedad posible, dejaremos de oír a los corruptísimos organismos autónomos creados para vigilar que el despojo de los bienes públicos se diera en orden. Se harán nada los apellidos Aguayo, Crespo, Casar, Curzio, Castañeda, Camín, Krauze, pero la torpeza de su apoyo a la candidata Xóchitl los acompañará para siempre. Se escucharán menos los poquitos que creyeron que el país era suyo nomás porque ellos decían y porque su misión divina era robarlos fingiendo que los gobernaban. Enhorabuena.
Hacemos comunicación al servicio de la Nación y si así no lo hiciéramos, que el chat nos lo demande.
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