Y si no se acepta la culpa (que es lo más probable) cuando menos vergüenza si les generó a los protagonistas de ese bochornoso momento durante el pasado domingo cuando Monreal, Velasco, Adán Augusto y compañía, no se percataron de la presencia de la presidenta. Puede que la distracción sea una nimiedad como dice Sheinbaum, pero puede que no. Puede que sea cualquier cosa (muy lejana a un desaire), o bien, puede que el suceso sea algo así como un reflejo de que no todos andan en el mismo canal.
Claro que el acontecimiento ha sido motivo de diversos señalamientos, empezando por los “opinólogos” del mundo opositor que hasta lo que no come le hace daño, pero también, en honor a la verdad, ha alcanzado la voz crítica de algunos personajes con simpatía o identidad con el movimiento “cuatroteísta” por la desatención. Solo que aquí hay que ser claros: ni muy, muy ni tan, tan; ni es tan poca cosa como para pasar inadvertido ni tampoco es como para desgarrarse las vestiduras y colocarlo en el estatus de “desaire”. Es penoso porque la convocante es nada más y nada menos la líder indiscutible del movimiento social y político más importante de este siglo y, por si fuera poco, se trata de la presidenta de este país. Así que, en un evento de esa naturaleza, la atención se centra en el liderazgo y el mensaje de quien convoca, especialmente por el espíritu de la concentración, lo demás sencillamente es lo de menos.
Ahora bien, de los protagonistas del hecho habría que decirlo con toda claridad, de manera obligada debían estar pendientes de los movimientos de la presidenta, no por la pleitesía o los protocolos acostumbrados por la vieja práctica política, sino por respeto a la investidura presidencial que un día sí y otro también, deja en claro que la prudencia es una marca que trata de afianzar desde el ejercicio de gobierno. Así lo ha demostrado en diferentes ocasiones cuando ciertos temas de trascendencia como la ley contra el nepotismo o la iniciativa contra la cobranza delegada han generado una serie de polémicas innecesarias. Más que desaire, si se coloca en su justa dimensión, digamos que el suceso se trató simplemente de un descuido.
Pero el problema aquí no es en sí el descuido, sino todo el contexto en general, ya que si se revisa a detalle, pareciera no tratarse de un hecho aislado, sino de toda una lógica de prestar poca atención a los detalles. Imagínense si una desatención de este tamaño se presenta con la presidenta de la nación, ¿qué no ha de pasar abajo con la militancia morenista o con los simpatizantes del movimiento que no se ven ni se escuchan por ningún lado? Por esa razón creo que el problema es más allá del acontecimiento y que sí es un reflejo fiel de que no todos los liderazgos están conscientes del momento que se vive. Pareciera que todo mundo está más preocupado por la agenda propia que por la situación del país, al fin y al cabo, el espacio les permite trazar una ruta hacia futuro olvidándose penosamente del momento que vive el país y de la necesidad que se tiene de fortalecer al movimiento.
Estas líneas no pretenden ser una crítica sin ton ni son, no se pretende justificar lo injustificable pero tampoco abonar a la exageración como han pretendido otros medios. Pongamos un claro ejemplo: en el periódico “El Universal” bajo un texto de autoría de Guillermo Sheridan se deja entrever a López Beltrán como artífice de un partido de Estado que ningunea a Claudia Sheinbaum. Ni una cosa ni otra, a estas alturas, la presidenta del país ha demostrado que al pan, pan y al vino, vino; las decisiones de gobierno no se van a someter a capricho de unos cuantos y tampoco se avalarán decisiones que vayan en contra de la voluntad popular. Si alguien está desatento o va contracorriente, lo más seguro es que termine por perderse en el camino. Allá ellos.

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