En una lamentable distorsión de lo que representa la investidura parlamentaria, la tribuna del Senado se convirtió recientemente en escenario de confrontación personal. Presenciamos a un legislador, integrante de un partido con profundo peso histórico, agredir públicamente a su propio dirigente.
Más allá de provocaciones o contextos previos, la elegancia, el porte y la finura nunca deben perderse, sobre todo en quienes son referentes morales de una organización política. La ciudadanía espera de sus representantes mesura y altura de miras, no expresiones que evocan violencia ni gestos que desdibujan la dignidad del cargo.
En un país que enarbola el lema de “abrazos, no balazos”, resulta indispensable recordar que este principio no debería limitarse al combate social, sino extenderse también al ámbito parlamentario, donde las diferencias deben resolverse con razones y argumentos, nunca con ofensas o golpes.
Queda por ver cuál será la respuesta legal e institucional de ambas partes, pero lo verdaderamente trascendente será que de este episodio surja una lección: que el Senado recupere su esencia como espacio de diálogo, respeto y construcción de consensos, lejos de la violencia verbal o física. Solo así se honrará el mandato ciudadano y se fortalecerá la democracia.
Un abrazo y saludos cordiales a todas y todos los senadores de la República.

Hacemos comunicación al servicio de la Nación y si así no lo hiciéramos, que el chat nos lo demande.
Deja un comentario