Una parte importante del discurso obradorista que permeó en amplios sectores para propiciar el despertar de la sociedad mexicana fue la cuestión de las televisoras, pero sobre todo de Televisa, como puede constatarse en la obra de Jenaro Villamil y Fabrizio Mejía, quienes se dieron a la tarea de documentar de manera pormenorizada hasta qué grado había estado involucrada la televisora de los Azcárraga en afianzar la hegemonía de la peor versión del PRI, ocultando y manipulando información de interés nacional, “informando” con una línea editorial dictada dese Los Pinos, pero, sobre todo, suministrando un mensaje disuasorio y despolitizante por medio de programas basura y explotación de un falso nacionalismo a través de la religión y el fútbol.
Así pues, mientras que las televisoras perdían fuerza, credibilidad y autoridad moral, al tiempo que muchas de sus figuras del entretenimiento o de la información (que para el caso venían siendo lo mismo) se fueron diluyendo y muchos de ellos no encontraron cabida más que en esfuerzos propios a través de las redes sociales. Tal vez por ello, y por la franca decadencia en la que todo ese aparato mediático se encuentra, en su momento no reparamos en otra cuestión que ahora viene a cuento en tiempos de libertarios, apartidistas, analistas críticos, y demás denominaciones que se utilizan en ciertos medios reaccionarios que aducen mayor “mundo”, genialidad y sofisticación que el resto de analistas que comparten su ideario.
Y ya que teníamos al mayor enemigo mediático en casa, muy poco volteamos a ver los mensajes producidos por la industria cultural estadounidense, cuyos contenidos también eran suministrados en menor medida por las televisoras nacionales, pero que fueron siendo cada vez más accesibles al grueso de la población a través de los medios digitales. El grueso de los contenidos de la industria cultural en general, sobre todo del sector de mayor difusión, llamado mainstream, pudieron preservarse gracias a las redes sociales. Esto propició que se generaran comunidades alrededor de ellos, nuevos nichos de consumo, material audiovisual de análisis e incluso eventos presenciales como convenciones, foros y conciertos.
Para las generaciones anteriores a los nacidos en los años 80, aparte de las pocas opciones de entretenimiento audiovisual infantil y juvenil que había hasta el momento, el propio mercado imponía un ritmo de maduración a conveniencia. Al terminar la adolescencia se acababan los juguetes, las historietas y las caricaturas. Los cánones de la publicidad dictaban que había que vestir con ropa juvenil de cierta marca, conseguir un trabajo, y en algunos años adoptar los hábitos de leer el periódico, ver noticiarios, partidos de fútbol o telenovelas, así como las películas mexicanas de los domingos. Muchos jóvenes eran cada vez más seducidos por el rock pese a los estigmas con que cargaba, aunque Televisa y sus radiodifusoras hicieron sucumbir a muchos ante la música comercial y anodina que siempre ofrecían.
En tiempos recientes, y ante el auge de las nuevas comunidades formadas en torno a los productos de la cultura pop de cine, televisión música y cómics de la última parte del siglo XX, el mercado modificó sus cánones y ya no impone el ritmo de maduración con base en los mismos estereotipos. En tiempos actuales, un adulto perfectamente puede escuchar cualquier género de música, consumir caricaturas, ciencia ficción en cine, series y cómics, o incluso hasta disfrazarse de uno de sus personajes favoritos. Todo esto sin el estigma vergonzante de la infantilidad, puesto que el discurso del imperio se modificó en aras de seguir creando productos de consumo recuperando material de origen generado en épocas pasadas.
Lo anteriormente expuesto suscitaría un extenso debate sobre si se ha infantilizado a la sociedad, o bien, si se ha vencido a esa forma de pensar de muchos integrantes de las generaciones anteriores, donde ver caricaturas en vez de leer novelas policiacas a los 40 años resultaría algo inconfesable y motivo de escarnio social. Yo mismo he padecido un poco ese choque generacional, pues aunque pueda leer a Kundera, Borges, Rulfo, Soriano y demás autores que he reseñado en el canal, llegué a ser vituperado dentro de mi propia familia por ser aficionado a los libros de Harry Potter. Sin embargo, ciertamente hay muchos integrantes de mi generación y algunas posteriores que directamente obvian los contenidos considerados más maduros y transitan toda su vida consumiendo, compartiendo y discutiendo contenido de DC, Marvel, Los Simpson, Volver al futuro, Gremlins, Goonies, Terminator, Alien, Dragon Ball, series en general y cuanto producto de alcance masivo se les ponga enfrente. Y no soy para nada ajeno a estos productos, si he de expresar un mea culpa, que tampoco creo que haga falta, helo aquí, porque también, aunque con reservas, consumo cultura pop. Sin embargo, observo una marcada relación entre muchos de los opinadores de derecha y el apego a todos estos contenidos.
Y tampoco nos debe extrañar. Muchos de los productos audiovisuales de los años 80 que ahora son objeto de culto, tenían insertos marcados mensajes imperialistas influidos por la guerra fría. Los EEUU eran los buenos que combatían a los soviéticos malvados o al arquetipo del “dictador latinoamericano” que muchos superhéroes de Marvel y DC llegaron a derrotar en nombre de la libertad. O qué tal el enaltecimiento de los valores estadounidenses en producciones como Top Gun o Forrest Gump. Tampoco debemos olvidar la normalización de los parámetros de izquierda y derecha que se retrataban en las primeras temporadas de Los Simpson.
Muchos odiadores del movimiento de la 4T, que muy seguido evidencian racismo, clasismo, malinchismo y un aire innecesario de supuesta sofisticación, se declaran asiduos consumidores de cultura pop. Álex Baqueiro, Franco Escamilla, Chumel Torres (y su staff de secundarios), El Tío Rober, Vampipe, Sofía Niño de Rivera, y muchísimos personajes que nacieron en redes sociales, a la hora de verter opiniones políticas, son auténticos trolls, algunos de ellos, los más dedicados a la comedia, despolitizados, y muchos otros, francamente cargados de ideas de derecha. La mayoría de ellos, al menos dos veces, ha publicado su participación en espacios donde se discuten productos de la cultura pop, tema en el que evidencian estar mucho más informados que en cuanto a política.
Para el caso de Álex Baqueiro, Gloria Lara y Chumel Torres, quienes se abocan concretamente al supuesto análisis político en tono de un humor muy lacerante y que rara vez mancilla a los personajes de derecha, sus referentes, fuentes y símiles, son enteramente productos de la cultura pop. Esto cala bastante en su público, que está integrado por esa franja de jóvenes y ‘chavorrucos’ gringófilos cuyos parámetros para entender la realidad nacional están basados en exactamente lo mismo. Se consideran informados y sofisticados, y no pocas veces lo tratan de evidenciar, tanto con groserías, para que se note que son francos y abiertos, como con anglicismos para que se note que tienen mundo. Sin embargo, son capaces de creerse y reproducir bulos como “los ninis del bienestar”, “Morena narcopartido”, “todos los políticos son iguales”, “quienes votan por Morena son ignorantes e incivilizados”, y demás tropos que gente con menores ínfulas cree a pies juntillas.
Si bien, como ya se dijo, la campaña anti Televisa fue parte integral del discurso emancipador, muchos de estos personajes directamente pasaron de aquella cultura de masas, puesto que tuvieron acceso a televisión por cable y por lo tanto a contenidos más exclusivos, cuyo consumo afianzó esa particular cosmogonía que por momentos raya en el malinchismo, de manera que, dentro de la ola desatada en redes contra la influencia de Televisa, ellos mismos generaban tráfico al respecto, pues su colonización no venía de la industria cultural nacional, sino de la extranjera. Ese es uno de los grandes triunfos del aleccionamiento imperialista: producir individuos alienados que, pese a ello, se consideran más libres y por encima del resto de la población.
Gran parte de los trolls y odiadores que actualmente se manifiestan cínicamente a favor de lo que sea que a Donald Trump se le ocurra hacer en contra de la soberanía mexicana, puesto que su sentimiento aspiracional siempre los ha hecho sentirse por encima de sus connacionales, no solo en lo intelectual, sino también en lo económico. Por ello saben que las deportaciones masivas o las poco probables incursiones militares en territorio mexicano (que les hacen mucha ilusión en el fondo por haber crecido con G.I. Joe) impactarían primero en las capas más bajas de la sociedad.
Pero aunque estos personajes antes descritos tengan gran alcance, no sirven para más que analizarlos como muestra representativa de un sector realmente minoritario de la población mexicana, cuya mayoría se encuentra en un proceso que va justamente a la inversa: tomando conciencia sobre el sentido de pertenencia, la soberanía, el capital cultural de México y lo necesario que es para seguir afianzando una identidad a prueba de nuevos intentos de colonización. Este ejercicio igualmente permite exhibirlos en su miseria humana, inmadurez y hasta ingenuidad. Corren muy buenos tiempos para afianzarnos como una nación soberana y muy malos para que ellos vean sus fantasías gringófilas cumplidas, que solo serían posibles en la ficción. Que sigan consumiendo entretenimiento barato mientras nosotros nos cultivamos e informamos.
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