In memoriam del maestro Carlos Payán
En medio del mitin convocado en el Zócalo de la ciudad de México por el presidente Andrés Manuel López Obrador en defensa de la soberanía energética y de conmemoración del 85° aniversario de la expropiación petrolera, un grupo de personas golpearon y quemaron una efigie con el rostro de Norma Lucía Piña Hernández, actual ministra presidenta de la Suprema Corte de Justicia de la Nación. Las personas destrozaron y prendieron fuego a la piñata mientras la gente gritaba “Fuera Piña, fuera Piña”, “Fuego, fuego” y “Es un honor estar con Obrador”.
En redes sociales, personajes de la derecha mexicana salieron a condenar el acto y a solidarizarse con la ministra Piña. Personajes como Gustavo de Hoyos Walther, Marko Cortés, Margarita Zavala, Denisse Dresser y Javier Lozano Alarcón, calificaron este la quema de la piñata como “un acto cobarde” por parte de los simpatizantes de Morena, como consecuencia del discurso de “odio y polarización del presidente López Obrador hacia quienes critican o van en contra de su administración”. La Suprema Corte y el mismo presidente López Obrador rechazaron esta manifestación asegundando que la violencia no es el camino. ¿Qué representa la quema de la piñata de la ministra presidenta Piña Hernández? ¿Es una forma de violencia?
En un libro titulado La Cultura popular en la Edad Media y el Renacimiento. El contexto de François Rabelais, escrito por el historiador literario ruso Mijaíl Bajtín, es un memorable estudio sobre cómo llevaron a cabo ciertas expresiones públicas, como ritos cómicos, ceremonias y fiestas de los locos en la Europa medieval y del Renacimiento. El objetivo de estos actos era ridiculizar en las plazas públicas, especialmente en los carnavales, todas las manifestaciones de la fe, las costumbres, el saber y el poder de la sociedad feudal. La comicidad medieval es una concepción social y universal, porque el ser humano concibe la continuidad de la vida en las plazas públicas, mezclándose entre la multitud en el carnaval, donde su cuerpo entra en contacto con los cuerpos de otras personas de toda edad y condición; se siente participe de un pueblo en constante crecimiento y renovación.
De allí, las comicidades tuvieron un elemento de victoria sobre el miedo que inspiran las cosas sagradas y el miedo que infunden los hombres de poder, los monarcas terrenales, la aristocracia y las fuerzas opresoras. Una de las representaciones indispensables del carnaval era la quema de un modelo grotesco llamado “infierno”, estos modelos se inspiraban en figuras del estado y la iglesia, los dos principales poderes de la Edad Media. La risa medieval vencía el miedo hacia lo terrible.
Por otro lado, en México tenemos un rito similar a aquellos ritos cómicos medievales, “la quema de Judas”. Surgido desde la época colonial, los evangelizadores usaban los textos religiosos para educar a los pueblos indígenas, es decir, busca exorcizar a los demonios y los pecados del alma. Se fabrican figuras de Judas Iscariote, aquel que traicionó a Cristo, y se hace la quema en la plaza principal de la ciudad cada Sábado Santo, un espacio para vivir un espectáculo de luces y colores. Hasta la fecha, se sigue llevando a cabo este rito, aunque desde hace algunos años se opta por quemar muñecos de políticos, artistas o personajes populares.
Aquellos que llevaron a cabo la quema de la efigie de la ministra presidenta Norma Piña Hernández, llevaron a cabo una antigua expresión pública para exorcizar a la corrupción del poder judicial mexicano, que parece crecer más cada día. En dos meses de administración de la ministra presidenta, se han llevado a cabo un número de atropellos a la justicia causando indignación en el pueblo mexicano.
Podemos mencionar los más importantes, como: la renuncia de varios personajes clave del Instituto de la Defensoría Pública Federal, que defendía los derechos humanos en contra de numerosos casos de tortura; el desbloqueo de las cuentas bancarias de Luis Cárdenas Palomino y Linda Cristina Pereyra, personajes vinculados al esquema de corrupción de Genaro García Luna, ex titular de la Secretaría de Seguridad Pública, procesado en Nueva York por narcotráfico; la exoneración de Rosario Robles, ex titular de la SEDESOL en el sexenio de Enrique Peña Nieto; la invalidación de varias órdenes de aprensión en contra de Francisco García Cabeza de Vaca, ex gobernador de Tamaulipas; y la restitución de Edmundo Jacobo Molina, secretario ejecutivo del Instituto Nacional Electoral, que había sido eliminado de su puesto tras la aprobación del Plan B electoral del presidente López Obrador, publicado en el Diario Oficial de la Federación, pero por órdenes de la Suprema Corte, se le permitió volver a su carga.
Ricardo Flores Magón alguna vez escribió: “El juez y el magistrado tienen que ser individuos dotados de un sentido común práctico, armados de vastos conocimientos en la ciencia del Derecho, provistos de un espíritu de observación fino y sagaz y de una reflexión ordenada y lógica. Las personas que reúnan estas circunstancias, sumadas a un buen criterio jurídico, son las únicas que pueden desempeñar cargos tan delicados”. Pero en nuestro país, no es común ver esa clase de magistrados, porque para obtener un cargo tan importante basta con aplaudir hasta el cansancio al poderoso en toda clase de ocasión. El pueblo mexicano está harto de la corrupción y la impunidad, cansados que se les niega la justicia por la que han luchado desde mucho antes de la llegada de López Obrador a la presidencia. Es necesario una reforma judicial que dote de justicia y sin necesidad de seguir llevando a cabo estos rituales, que seguirán hasta que la corrupción sea exorcizada.
Hacemos comunicación al servicio de la Nación y si así no lo hiciéramos, que el chat nos lo demande.
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