No puedo dejar de mirar esa fotografía. Te la tomó Samar Abu Elouf en el complejo de refugiados que comparte contigo en Qatar y ha sido galardonada con el World Press Photo. La luz del sol se refleja en tu rostro moreno, más que triste, pensativo. Tu brazo derecho ha sido amputado y de tu brazo izquierdo solo queda una pequeñísima parte. Quisiste regresar para animar a tu familia a seguir adelante y te explotó una bomba, una bomba israelí.
Tal vez reflexionas sobre la vida esta que ha traído tanto mal, infortunio, muerte, destrucción; o piensas en los amigos que ya no están; en si todavía tiene caso estar vivo; en si es un privilegio que puedas aún ver a tus padres; en el futuro que te espera; en si podrás coger cosas y valerte por ti mismo si bien ya sabes usar el celular, escribir y abrir puertas con los pies; en si llegarán un día los nuevos brazos, unos de esos que los médicos –esos ángeles sin alas– llaman prótesis. Quizá piensas en Gaza, tu ciudad, o en lo que queda de ella. Tal vez lo único que haces es sobrevivir. Un día, hace nueve años, naciste en Palestina, en la región donde nació Jesús, ese revolucionario que muchos llaman Dios. Tus padres te nombraron Mahmoud Ajjour y en la religión que te heredaron se venera a otro Dios.
Ahora que te has librado de ese infierno podrás, Mahmoud, volver a la escuela y tendrás un mejor futuro, pero otros como tú aún viven en ese lugar asediado, destruido, o murieron masacrados por la decisión de un asesino, Benjamín Netanyahu, y con la complicidad de otro, Donald Trump, pero también por la inacción de casi todos los gobiernos, de casi todos los países, que no dicen nada, que no hacen nada, tal vez porque no pueden hacerlo.
“¿Cómo podré abrazarte ahora?”, le dijiste a tú mamá. ¿Cómo podremos abrazarte a ti? ¿A ti y a los 60 mil muertos de Gaza? ¿A los cerca de 20 mil niños que han perdido la vida? ¿A los 120 mil heridos como tú? ¿Qué hemos hecho como humanidad para padecer esto en pleno siglo XXI? ¿Cómo podemos, Mahmoud, mirarte a la cara?
Miro de nuevo la fotografía. Eres delgado, se te remarcan las costillas, la clavícula, pero tu rostro es perfecto. Todo indica que crecerás, que serás un hombre de bien, no como esos dos pseudolíderes que deben ya poner fin a este genocidio que algunos inescrupulosamente llaman guerra.
Cierro los ojos y te sigo viendo, como miro las otras imágenes, las de tu ciudad completamente destruida. Cierro los ojos y de todas maneras te veo, porque estás ahí, como lo están todos los muertos, todos los heridos, todas las ruinas de Gaza, tu ciudad, porque ahí estarán hasta que podamos darle vuelta a esa página negra de la historia del mundo.
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Hay otra imagen. Es un fotograma. El rostro es de Katy Perry, una cantante que hace canciones que yo, sexagenario, no comprendo. Ella está a 100 kilómetros de la Tierra y tiene en sus manos y sus brillantes uñas plásticas una flor blanca, su cabello vuela y sus ojos verdeazulados parecen hechizarnos. Una de sus canciones dice “El mundo es de las mujeres, y tienes suerte de vivir en él”. Sí, Katy Perry, el mundo es de las mujeres, pero no de las palestinas, que han tenido que dejar sus casas, que tienen que comer de la escasa ayuda humanitaria, que han perdido a sus hijos, a sus esposos, a sus madres. Katy, seguro que el mundo no es tan maravilloso como dice la canción que has cantado en la estratósfera, “What a wonderful world”, mientras mirabas la redondez de la Tierra, y a decir tuyo te vinculabas más con la naturaleza, aunque –híjole– la nave en la que posas quemará en su viaje de ida y vuelta 90 toneladas de dióxido de carbono.
Diablos, Katy, seguro no sentirías tanto, tanto amor propio, seguro no gastarías medio millón de dólares en ir 10 minutos al espacio ni sentirías que vivir esta experiencia fue como cuando te convertiste en mamá. Quizá si tu corazón no solo fuera una señal con tus manos repudiarías a Blue Origin, la empresa de Jeff Bezos, a Elon Musk y al turismo espacial, la diversión de los ricos. Pero no, Katy, tú eres parte de ellos.
Los periodistas de “La Base Comanche” le llaman bestialización del capitalismo o necropolítica a la de estos ultrarricos, los tecnoligarcas que han decidido, según ellos, trasladarse a otro planeta una vez que hayan destruido este. No les va a dar tiempo. Son locos, y más los que le siguen el juego, como la cantautora o la presentadora Gayle King o la productora Kerianne Flynn o la comunicadora y prometida de Bezos, Lauren Sánchez (dejó fuera a la activista Amanda Nguyen y a la ingeniera aeroespacial Aisha Bowe por razones que no caben en este texto).
Estamos perdidos, pero no en el espacio, sino en el tema de la desigualdad social.
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El Fondo Monetario Internacional ha reportado que México es la única economía del G20 con una previsión negativa de crecimiento, pues será –dicen– de menos 0.3 por ciento. Por el contrario, Argentina (que se ha endeudado con 20 mil millones de dólares) y Ecuador (cuyo presidente se acaba de robar las elecciones) tendrán “un repunte importante”, de 5.5 y 1.7 puntos porcentuales, respectivamente.
Bien dice Mafalda después de ver el globo terráqueo: “Vivimos cabeza abajo”.

Hacemos comunicación al servicio de la Nación y si así no lo hiciéramos, que el chat nos lo demande.
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