En un país donde históricamente la ciencia ha sido vista como un complemento y no como un eje del desarrollo nacional, la creación de la Secretaría de Ciencia, Humanidades, Tecnología e Innovación (SECIHTI) representa un giro de timón profundo y estructural. No se trata solamente de un cambio de nombre o de jerarquía administrativa. Es, en esencia, un intento por transformar la forma en que México se concibe a sí mismo en el siglo XXI: no sólo como un país de manufactura, sino como una nación capaz de generar conocimiento, aplicarlo y compartirlo con dignidad y justicia social.
Este avance no es fortuito. Surge en un contexto donde la figura presidencial ha sido ocupada por una científica: Claudia Sheinbaum, física de formación, con trayectoria académica reconocida, asume las riendas de un Estado históricamente rezagado en materia de ciencia y tecnología. Su visión se refleja en la apuesta por hacer de la ciencia una política de Estado, y no una política sectorial. En este marco, elevar al otrora Conahcyt al rango de secretaría de Estado no solo otorga autonomía operativa, sino visibilidad, legitimidad y peso político en la agenda pública nacional.
Ciencia, política y justicia social
La SECIHTI nace con una misión compleja pero urgente: democratizar el conocimiento, reducir las brechas tecnológicas entre regiones y sectores, y posicionar a la ciencia no como privilegio de élites, sino como herramienta de transformación social. Esta visión rompe con una tradición tecnocrática que colocaba la investigación y el desarrollo en un plano alejado de las comunidades, de las culturas originarias, de los retos cotidianos.
En palabras de su titular, la doctora Rosaura Ruiz, “la ciencia debe estar al servicio del pueblo”. Este enfoque humanista implica reconocer que las grandes innovaciones no pueden prosperar en una nación donde la desigualdad es estructural, y donde buena parte del talento mexicano se ve obligado a migrar, subemplearse o desistir por falta de oportunidades.
El reto, entonces, no es solo producir más conocimiento, sino articularlo con las necesidades reales del país: salud pública, soberanía alimentaria, energías limpias, educación inclusiva, desarrollo urbano sustentable y mitigación del cambio climático. La SECIHTI, en este sentido, no es un fin, sino un instrumento para alcanzar otros fines más amplios y colectivos.
Institucionalización de la ciencia: ¿una utopía posible?
Desde su fundación en 1970, el Conacyt operó como el principal órgano de promoción científica en México. Sin embargo, durante décadas se enfrentó a obstáculos estructurales: presupuestos limitados, políticas inestables, una creciente burocratización y una desconexión con los sectores productivos y sociales. A pesar de ello, sembró una red de investigadores, becarios, centros públicos y posgrados que, aunque dispersos, constituyen hoy la base del nuevo sistema que se propone consolidar la SECIHTI.
Su creación representa, entonces, una institucionalización más profunda del proyecto científico nacional, al equiparar su relevancia con otras carteras clave como salud, educación o economía. Esta jerarquía abre la posibilidad de una planificación transversal, donde las políticas de ciencia estén presentes en cada decisión de gobierno, desde la atención de emergencias climáticas hasta el desarrollo de industrias de vanguardia como los semiconductores, los satélites o los autos eléctricos.
Pero esta institucionalización también exige rendición de cuentas, planeación técnica y sensibilidad política. No basta con tener el rango de secretaría: se necesita asegurar que las becas se entreguen a tiempo, que las convocatorias lleguen a todas las regiones, que el talento femenino, indígena, rural o migrante tenga espacio y voz en la agenda científica.
Financiar el futuro: un reto que no se puede postergar
Uno de los dilemas centrales es el presupuesto. Mientras que países como Corea del Sur o Alemania invierten más del 2 % del PIB en ciencia y tecnología, México apenas supera el 0.3 %. Este dato no solo evidencia una desventaja competitiva, sino una visión reducida sobre el potencial transformador de la ciencia. Sin recursos, la nueva secretaría corre el riesgo de convertirse en un símbolo sin capacidad operativa.
El desarrollo científico no puede verse como gasto, sino como inversión. Cada peso invertido en investigación aplicada, salud pública, educación tecnológica o desarrollo energético tiene un retorno económico, social y ambiental. Invertir en ciencia es, en última instancia, invertir en soberanía, resiliencia y equidad.
Hacia un modelo mexicano de ciencia con rostro humano
La SECIHTI tiene una tarea monumental: construir un modelo mexicano de ciencia que no copie esquemas extranjeros, sino que responda a la diversidad y complejidad del país. Esto implica fomentar la innovación industrial, sí, pero también rescatar el conocimiento comunitario, las prácticas agroecológicas, las lenguas originarias y la relación ancestral con la naturaleza.
Se trata de entender que la ciencia no es neutral: refleja prioridades, ideologías y formas de entender el mundo. Por eso, ponerla al centro del desarrollo nacional es también un acto político, profundamente ético, profundamente humano.

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