Categoría: René González

  • Aprendimos a quererte

    Aprendimos a quererte

    El hombre nuevo que nunca pensó en llevarse nada para sí, y hasta el final luchó por la generosa premisa: “para todos todo”, Ernesto Che Guevara, el revolucionario eterno, el irredento personaje de pensamiento y acción; su vida y obra sigue siendo faro de inspiración para las causas de la justicia y la igualdad. El 9 de octubre se cumplen 55 años de la muerte del Che, quien después de ser capturado en las montañas bolivianas fue ejecutado en la escuelita de La Higuera por el sargento Mario Terán, representante de un vergonzoso ejército boliviano subordinado a la CIA. 

    Hasta su última hora, el Che actuó en función de su sueño de liberar de la explotación -del hombre por el hombre- a los pueblos del mundo; un preciado anhelo que lo llevó en su juventud a un periplo por la América Latina profunda, al compromiso con la medicina y la ética, a ser protagonista de la revolución cubana, y a concebir la teoría del foco guerrillero, misma que llevó a la práctica en el Congo y Bolivia. El foco significaba emprender un levantamiento insurreccional sin esperar a que “existieran todas las condiciones para la revolución”, apostando a que la voluntad heroica de un grupo de guerrilleros permeara entre los sectores oprimidos, principalmente los campesinos, para conseguir con rapidez extender la llama de la revolución, contar con una base social comprometida y derrocar a los regímenes injustos, fueran imperios o malos gobiernos.

    Se han escrito ríos de tinta sobre el Che Guevara -biografías, novelas, ensayos y otras historias-, pero quizá el periodo de su vida menos conocido es su participación en el Congo africano, esos siete meses donde el célebre guerrillero parecía no estar en ninguna parte y se convirtió en leyenda. 

    Al triunfo de la revolución cubana en 1959, el Che ya era un icono de la revolución mundial, y sus pasos posteriores lo consagraron como un personaje marcado por la congruencia heroica. “No quiero terminar mi vida como ministro de industrias”. Con esta frase el Che declaró su intención de seguir su vida de guerrillero. Esta declaración fue más que simples palabras, supone toda una concepción de militancia y vida, pues Guevara prefirió la senda de los sacrificios personales -en aras de honrar con hechos sus convicciones-, a quedarse atrapado en la inercia burocrática, que, si bien en aquellos primeros años de la revolución cubana no suponía comodidades y confort, si era insuficiente para quien lo movía el verdadero humanismo de extender por todo el mundo la llama de la justicia.

    El Che como hombre de praxis no habría de quedarse detrás de un escritorio, despilfarrando horas de vida que podría dedicar a la acción directa. No le satisfacían como un fin en sí mismo las medallas, condecoraciones, cargos y el merecido reconocimiento de haber contribuido a derrocar al dictador Fulgencio Bautista, y con ello lograr la liberación de Cuba, para Guevara siempre había otros caminos. 

    Los procesos de liberación de las naciones en África -tras siglos de colonización, dominación e incluso esclavitud bajo el yugo de los países europeos-, comenzaron en la segunda mitad del siglo XX. En 1957 Ghana es el primer país africano en independizarse, para 1965 casi todos los países del continente habían logrado su emancipación. 

    Patrice Lumumba fue electo primer ministro en el Congo en 1960 en unas históricas elecciones libres, pero el gobierno belga no se quedó cruzado de brazos y comenzó una estrategia de desestabilización para mantener el control colonial de la riqueza minera del país, lo que llevó al derrocamiento de Lumumba y su fusilamiento en contubernio con la CIA. Bajo ese contexto, y después de anunciar a Fidel Castro sus intenciones de hacer plausible la vía del internacionalismo revolucionario, Ernesto Guevara se aprestó en abril de 1965 a viajar a África, para unirse a los Simbas (grupo guerrillero congolés surgido luego del asesinato de Patrice Lumumba). En el Congo, el Che dirigió una columna cubana que llegó a tener más de cien hombres. 

    Hasta nuestros días irradia una significativa y recomendable fuente para hurgar en aquellas jornadas de muerte, adversidades y esperanza que el Che protagonizó junto con decenas de revolucionarios cubanos: Pasaje de la guerra revolucionaria: Congo

    Sabemos, que la historia también se hace de derrotas.  “La derrota tiene algo positivo: nunca es definitiva. En cambio, la victoria tiene algo negativo: jamás es definitiva”, diría José Saramago. Diversas teorías e interpretaciones se han escrito sobre la estancia del Che en el Congo, quizá desde el anacronismo y la incomprensión; para la mentalidad individualista era un despropósito que el Che prefirió exponer su vida en la lucha justa de un país ajeno, a ejercer tareas de dirección en el gobierno que había notablemente ayudado a ganar; para nosotros estos actos son material imprescindible para el fuego de las utopías. 

    En su advertencia preliminar en Pasaje de la guerra revolucionaria… Guevara escribió: “Esta es la historia de un fracaso. Desciende al detalle anecdótico, como corresponde a episodios de la guerra, pero está matizada de observaciones y de espíritu crítico ya que estimo que, si alguna importancia pudiera tener el relato, es la de permitir extraer experiencias que sirvan para otros movimientos revolucionarios. La victoria es una gran fuente de experiencias positivas, pero también lo es la derrota, máxime considerando las circunstancias extraordinarias que rodean el episodio: los actuantes e informantes son extranjeros que fueron a arriesgar sus vidas en un territorio desconocido, de otra lengua y al cual los unían solamente los lazos del internacionalismo proletario, inaugurando un método no practicado en las guerras de liberación modernas”.

    La perspectiva de el Che sobre el Congo enfrentó diversas problemáticas culturales, territoriales, de idiosincrasia, de estrategia, de táctica, etc., así el 20 de noviembre de 1965, después de siete meses en el Congo, el Che cruza el lago Tanganica para regresar a Tanzania. Sin liderazgo, sin poder superar el enfrentamiento cultural entre congoleños y cubanos, sin soldados preparados política e ideológicamente, la única opción es la retirada.

    En sus apuntes el Che reconoce: “Más correctamente, esta es la historia de una descomposición. Cuando arribamos a territorio congolés, la Revolución estaba en un período de receso; sucedieron luego episodios que entrañarían su regresión definitiva, por lo menos en este momento y en aquel escenario del inmenso campo de lucha que es el Congo. Lo más interesante aquí no es la historia de la descomposición de la Revolución congolesa, cuyas causas y características son demasiado profundas para abarcarlas todas desde mi punto de observación, sino el proceso de descomposición de nuestra moral combativa, ya que la experiencia inaugurada por nosotros no debe desperdiciarse, y la iniciativa del Ejército Proletario Internacional no debe morir frente al primer fracaso”.

    Años más tarde, en el Prólogo de Aleida Guevara March hija del Che, a la nueva edición de Pasajes de la guerra revolucionaria… ya desde un balance que permite la lejanía de los años de los hechos, se observa que la obra del Che Guevara no fue un fracaso, sino una experiencia de la que abrevaron en el propio Congo, y que resurge como un hito en las luchas genuinas por la liberación de los pueblos africanos, y de todos los pueblos hermanos del mundo: 

    “Al cumplirse el primer aniversario del triunfo de la Revolución del Congo, participé en las celebraciones, tuve la posibilidad de conversar con algunos de los compañeros que combatieron junto a él y aproveché la oportunidad para comentarles la publicación de este libro; me preocupaban sus opiniones, pues el Che es crítico, directo, y pretendía que este documento permitiera analizar los errores cometidos para no volver a incurrir en ellos; hace señalamientos específicos a varios dirigentes entre los que destaca el líder congoleño Laurent Kabila, quien hoy es el dirigente máximo de su pueblo. El contacto con estos hombres me permitió comprobar que recuerdan con respeto y cariño al Che Guevara; la mayoría de ellos eran muy jóvenes en esa época, pero según sus propias palabras no pueden olvidar la imagen de sencillez y modestia que les transmitió el Che al brindarles respeto y ponerse bajo su mando, por lo que están conscientes que las recomendaciones hechas por él siempre serán útiles para la gran tarea que tienen por delante, la de unificar el país y lograr que por primera vez en muchos años sea el pueblo congolés el que disfrute de sus propias riquezas. Los hombres no mueren cuando son capaces de guiar con su vida y su ejemplo a muchos otros, y estos logran continuar la obra.”

    Al final de la experiencia en el Congo, Fidel Castro logra después de varias cartas e intentos que Guevara regrese a Cuba. En junio de 1966, en carta inédita, le escribe:

    “Sé que cumples los treinta y ocho el día 14. ¿Piensas acaso que a esa edad un hombre empieza a ser viejo? Espero no te produzcan fastidio y preocupación estas líneas. Sé que si las analizas serenamente me darás la razón con la honestidad que te caracteriza. Pero, aunque tomes otra decisión absolutamente distinta, no me sentiré por eso defraudado. Te las escribo con entrañable afecto y la más profunda y sincera admiración a tu lúcida y noble inteligencia, tu intachable conducta y tu inquebrantable carácter de revolucionario íntegro, y el hecho de que puedas ver las cosas de otra forma no variará un ápice esos sentimientos ni entibiará lo más mínimo nuestra cooperación”. 

    Ese mismo año el Che regresa a Cuba y prepara la revolución en Bolivia. Aprendió y siguió luchando sin descanso hasta encontrarse con la muerte y convertirse en idea perdurable: Aprendimos a quererte/ Desde la histórica altura/ Donde el sol de tu bravura/ Le puso un cerco a la muerte.

  • Memorias

    Memorias

    Ese año que parecía que no estábamos en ninguna parte, ese año, el último del siglo XX fue el año de una batalla frontal, cruda, descarnada y directa de nuestra generación contra el neoliberalismo en México. Ese 1999 defendimos día y noche la calidad pública y gratuita de la Universidad Nacional Autónoma de México, contra todo el aparato del Estado. Ese año marcó nuestra juventud y vida.

    Este 26 de septiembre de 2022, un día en el calendario del luto de todos nosotros los de abajo; día que la tragedia nos ha heredado como un símbolo de la memoria contra el oprobio del poder, del llanto que no deja morir la flor y de las voces que en aquel lugar desde donde se encuentren nos exigen nunca dejar de luchar, no claudicar y saber resistir, ha llegado a nuestras manos una obra colectiva sobre el movimiento estudiantil de 1999-2000.

    Nosotros tuvimos la suerte y dicha que pudimos mirar el día que confrontamos con movilización social permanente la intención de privatizar la educación superior; pero nuestros hermanos de Ayotzinapa no lograron si quiera palpar un nuevo amanecer, ni ejercer su derecho constitucional a expresarse. Por eso, lo menos que podemos hacer es recopilar la memoria, como herramienta del pueblo organizado contra el olvido. Lo menos que podemos permitirnos es seguir denunciando la injusticia provenga de donde provenga, y brindar nuestro esfuerzo a favor del prójimo cualquiera sea la trinchera que nos ubiquemos. La lucha de los muchachos de 2014 es nuestra lucha, es un faro para no perder el camino de las utopías. 

    Citemos al Dr. Enrique Dussel: “la crítica ética de las víctimas de cualquier sistema siempre parece ilegítima desde el punto de vista de ese sistema mismo (…) [las víctimas] habiendo sido excluidas se reconocen como tal y, en consecuencia, constituyen una crítica al sistema”.

    En coordinación con el Dr. Jorge Mendoza “el Tri” y Alberto Pacheco “el Diablo”, con el invaluable apoyo de la Mtra. Rosario Piedra Ibarra, presidenta de la CNDH, hemos publicado el libro colectivo Memorias del CGH: a 20 años de la huelga en la UNAM, que anhela convertirse en un ejercicio de recuperación de la memoria histórica como insumo para el porvenir; desde la pluralidad, la diversidad, las contradicciones, las tensiones, la crítica y la autocrítica de un movimiento que significó la irrupción de los estudiantes en la vedada arena de la disputa nacional contra las privatizaciones, que han sido la terrible esencia del modelo neoliberal. 

    Con prólogo de Lydiette Carrión y epilogo de Luis Hernández Navarro, la publicación busca reanimar el debate sobre ¿qué fue lo que pasó en 1999-2000 en la máxima casa de estudios del país?, teniendo como punto de partida decenas de voces entrañables del interior del movimiento del Consejo General de Huelga (indudablemente no todas las que podrían o deberían de estar, y como toda compilación es de suyo arbitraria), pero teniendo la intención sincera de poner en el centro el carácter multidimensional del proceso en comento, y precisamente su connotación colectiva.

    En el mensaje de presentación del libro escribió Rosario Piedra: “Sirva esta obra como constancia de uno de los grandes disensos de la sociedad, de sus estudiantes, con el poder; de la estigmatización hacia las juventudes que no podemos permitir más; y de un pueblo que se asegura dormido, pero que de tanto en tanto despierta con todas sus fuerzas, deseoso de sacudirse en encima las peores prácticas de gobierno”.

    Esta gran movilización de voluntades -que durante casi un año mantuvo a la UNAM en Huelga-, contra autoridades universitarias, niveles de gobierno, medios de comunicación y poderes del Estado, permitió a las siguientes generaciones tener acceso a la educación superior gratuita, como planteó en su testimonio Manuel Corona, estudiante de Economía y músico de Ska: “Nos llamaron la generación X, generación perdida, generación de la apatía, sin tener fe en que podríamos cambiar nuestra condición de alienados a seres que despertaron la propia conciencia social y la de millones de personas conscientes hoy de que la privatización de la educación es un retroceso para aspirar a ser un país con mayor desarrollo. Se puede discernir si perdimos o ganamos. Lo que sí me queda claro es que permitimos acceder a la UNAM a varias generaciones, desde el año 2000 a la fecha, sin la necesidad de preocuparse por pagar cuotas, y que sus familias no tuvieran que empeñar su conciencia para poder inscribirlos en una universidad del más alto nivel académico”.

    Hacemos una invitación fraterna a dar un paseo por el libro Memorias del CGH: a 20 años de la huelga en la UNAM publicado por la CNDH, a mirar los contrastes, caminos, equívocos, demandas, y aciertos derivados de la lectura, reflexión y crítica de los testimonios emanados de una serie de jornadas que en la línea del tiempo terminaron -en la ingenua lógica del poderoso- con la represión y entrada del ejército disfrazado de policía a Ciudad Universitaria el 6 de febrero del año 2000, pero que para su disgusto continúan en nuestro pensar y sentir como incentivo de la larga lucha de los excluidos por insertarse en las definiciones de su propio destino. Cuanto más se incomode el poder de este cometido más rojizo es el carbón para la máquina de vapor que nos incendia a perseverar.

  • 19 de siempre

    19 de siempre

    Este 19 de septiembre al filo del mediodía nos encontrábamos en un acto político cultural en el Eje Central Lázaro Cárdenas antes San Juan de Letrán, justo en la Plaza Cándido Mayo (la única en el mundo dedicada a un reportero gráfico), donde hubo una ceremonia prehispánica con humo de copal como mediador cósmico para pedir perdón a la tierra por los sismos de 1985 y 2017. En la cosmovisión ancestral el humo del copal simboliza: “el mediador entre el cielo y la tierra, entre la materia y el espíritu, entre vivos y muertos, lazo de unión del humano con el padre-madre creador, elemento que transporta las oraciones al ámbito divino”.

    Minutos después del habitual simulacro -propio de este día- y en el epilogo de la ceremonia del perdón, la tierra comenzó a estremecerse en punto de la una de la tarde con cinco minutos ante nuestra más demoledora incredulidad. Por supuesto, ya ante un sismo real la alarma que menos de una hora antes nos movilizó para el simulacro sonó demasiado tarde, cuando la tierra ya hacia olas que emborrachaban a los postes y cables de luz. Decenas de personas nos arrimamos como pudimos a la banqueta de la conocida avenida, con una carga emocional que internamente nos paralizaba -al punto que era difícil que las piernas respondieran y no temblaran como parte de la vibración que nos enraizaba con el asfalto gelatinoso-. Algunas personas comenzaron un llanto tristísimo. Pero ante eso, otras más se acercaron a abrazarlas y poner un brazo al hombro, mientras la sinfonía de movimientos parecía interminable.

    Al fondo la enorme estatua del General Lázaro Cárdenas parecía una esfinge milenaria que no compartía el nerviosismo de vehículos, trolebuses y transeúntes que quedaron sin moverse un milímetro más, como una fotografía que veremos cada 19 de siempre. 

    Que pequeños somos con nuestro egoísmo e individualismo cotidiano, efectivamente no somos nada ante el despertar de la energía. Por eso la más grande lección de cada 19 de siempre es saber reconocernos vulnerables y aprender a darnos la mano.

    Durante la ceremonia, antes del nuevo sismo de un 19 de siempre, una voz dijo unas palabras que nos conmovieron:

    “No estamos solos, entonces caminemos juntos”.

    El rayo ha caído no dos, quizá no tres, quizá siempre caerá en el mismo árbol…

    La Ciudad está condenada a los naufragios de cada septiembre, esta vez después supimos de 7.7 grados con epicentro a 63 kilómetros al sur de Coalcomán; aunque la generosidad colectiva de prevenirse cada vez más con mejores reglamentos y materiales de construcción y continuos simulacros es una grata noticia, en la que aún habrá que perseverar más; los expertos han señalado que los desastres naturales no existen, sino que se “construyen socialmente”, incluso han advertido que se debería conocer el riesgo sísmico de cada colonia de la capital como se identifica el código postal.

    Pero también, esa condena ha favorecido el inquebrantable y esperanzador despertar de la sociedad, su ánimo solidario y su espíritu fraterno, desde los sismos de 1957 y con mayor audacia en 1985, cuando el pueblo organizado se observó como el único garante de salvar al propio pueblo, ante el vacío e inoperancia de un gobierno corrompido hasta la inanición. Es la Ciudad la protagonista de cada 19 de siempre, pero no olvidemos que el desafío de la naturaleza también ronda las poblaciones de las costas sísmicas, lamentablemente esta vez las secuelas afectaron gravemente al pueblo hermano de Colima. No nos ocupemos de estas fechas con una obtusa visión chilango centrista. Si bien, la ciudad es de todos y somos todos. La ciudad se extiende hasta el mar.

    Escribió Carlos Monsiváis: “La ciudad admite la difamación de sus pesadillas y, también, los grandes instantes de la solidaridad, como el de septiembre de 1985, cuando luego de dos terremotos que costaron cerca de 20000 vidas, un millón de personas trabajan, algunas en condiciones de extremo riesgo, en las tareas de salvamento, rescate de cadáveres, organización de albergues, reparto de ropa y comida. A las atrocidades inventadas por la realidad se enfrentan las imágenes del heroísmo colectivo, del deseo de acompañar al prójimo en su tragedia. La Ciudad de México día a día se precipita a su final y, también a diario, se reconstituye con la energía de las multitudes convencidas de que no hay ningún otro sitio a dónde ir”. 

    El despertar de las conciencias ha sido un proceso arduo, colectivo y sobre todo individual; en uno de sus apuntes el propio José Revueltas, en congruencia con su conocida honestidad intelectual y personal, en un acto de severa autocrítica reconoció que ante el sismo de 1957 no entendió el momento y su papel, en una sacudida interna que le ayudó a comprender posteriores definiciones, que desempeñó ya sin equivocarse y situándose siempre al lado del pueblo. El 28 de julio de 1957 escribió: 

    “Ha caído el Ángel de la libertad, por efecto del temblor de esta madrugada. He visto su torso de oro al pie la columna, lo brazos rotos, el hacinamiento monstruoso de su cuerpo hecho pedazos. Daba tristeza. La multitud veía, comentaba, con una especie de aturdimiento sorprendido, mitad estupefacción y mitad gozo del privilegio de haber podido asistir a un hecho extraordinario y único. Los altavoces piden voluntarios para ir a remover escombros y extraer víctimas en el destruido edificio de Frontera y Álvaro Obregón. Me incorporo a un atestado camión con más de otros cien voluntarios.

    Me cuelgo de una de las rendijas, suspendido tan sólo de un pie. Me estorba indeciblemente un montón de libros que llevo en una mano, bajo el brazo, no sé cómo. Por fin tengo que desistir de continuar en el camión, o sea, que hubiera que renunciar a los libros para seguir ahí, y el dilema era ése: abandonar los libros o (no) acudir al lugar del siniestro para prestar mi ayuda. Con amarga y molesta contrariedad me decidí por no abandonar los libros. ¡Qué cosa terrible y simbólica! El dilema eterno del intelectual entre la acción viva y el engreimiento hacia su oficio. Este incidente y mi actitud no han podido separarse de mi mente todo el día, me han atormentado de un modo espantoso”.

  • Uno, dos, tres José María Morelos, es la consigna

    Uno, dos, tres José María Morelos, es la consigna

    Desde sus primeras campañas militares la fama de generalísimo José María Morelos y Pavón traspaso las fronteras coloniales españolas. Dicen que cuando Napoleón Bonaparte organizaba la invasión a Rusia y supo de las proezas de Morelos exclamó: “Si tuviera cinco hombres como Morelos, conquistaría el mundo”. 

    Otras fuentes dicen que dijo “dos Morelos”, y algunas más aseguran que dijo “con diez Morelos”, algunos más dicen que no hay certeza de que el emperador francés haya nunca dicho eso; lo cierto es que la capacidad organizativa que caracterizó a José María Morelos era ya legendaria en la segunda década de siglo XIX, y reconocida allende las fronteras de la Nueva España -en tiempos de la revuelta insurgente donde el humilde cura con raíces afro se convirtió en el genio militar que con un ejército popular compuesto por campesinos indígenas del altiplano y por negros y mulatos de la costa; mantuvo a raya al ejercito realista compuesto por contingentes de militares profesionales, siempre emancipando nunca conquistando, a extensas regiones del sur.

    Esta experiencia en campaña le proporcionó a Morelos una amplia visión organizativa, que dio fortaleza a sus ideas y base social a sus iniciativas políticas, fundadas en la esencia de contraponer la representación popular a un régimen vertical, opresor, colonialista, despótico y extranjero; la horizontalidad en la toma de decisiones ante la explotación y la esclavitud. El anhelo de construir un lugar más justo entre iguales, dio pie a la liberación de pueblos y regiones, que comprendieron el derecho a decidir sobre su destino. Como señaló Patricia Galeana: “El líder insurgente marcó el surgimiento del Estado mexicano con la creación de la provincia de Tecpan (1811), origen del actual estado de Guerrero. En esta provincia se eligió al primer representante popular, para el primer congreso nacional, José Manuel de Herrera.” (Galeana, 2015)

    Morelos defiende y organiza la idea de una República en sustitución del virreinato, sueña con un modelo de gobierno que integre a los dirigentes de la revolución -emanados y representativos justamente de las provincias-, en contraposición a la idea de un “Protectorado Nacional” como pensaba Ignacio López Rayón, a quién arrebató el liderazgo de la Independencia, rebasándolo con una visión radical del estado de los asuntos públicos. Una República construida desde abajo, surgida como él aseveró, de la “fuente pura del pueblo”:  es la aportación de Morelos como hombre de palabra y acción.

    “Fue en septiembre de 1813, cuando Morelos dominaba desde Oaxaca hasta Acapulco y de ahí a Orizaba, que convocó al Congreso de Anáhuac para elaborar el Decreto constitucional para la Libertad de la América Mexicana. Carlos María de Bustamante había querido que el Congreso se reuniera en Oaxaca, pero Morelos prefirió que fuera en sus dominios originales. Creó la provincia de Tecpan, que corresponde a los actuales límites del actual estado de Guerrero, y dio a Chilpancingo rango de ciudad capital, para que fuera la sede de la representación nacional. Hubo diputados electos por Tecpan y Oaxaca y se designó a representantes de todas las provincias en poder de los realistas. Por la parte independiente de México, se eligió a José Manuel Herrera, representante por Tecpan, y a José María Murguía, que representó a Oaxaca. Por la parte “oprimida de la nación” fueron electos: Ignacio López Rayón, por Guadalajara; José Sixto Verdusco, por Michoacán; José María Liceaga, por Guanajuato; Carlos María Bustamante, por México; Andrés Quintana Roo, por Puebla, y el doctor José María Cos, por Veracruz.” (Galeana, 2015)

    Con el ideal de la representatividad popular como fundamento para la abolición del antiguo régimen, en un célebre documento de 23 puntos, Morelos presentó su proyecto de Constitución con el nombre de Sentimientos de la Nación, en la apertura del Congreso de Chilpancingo, el 14 de septiembre de 1813. De esos puntos, en función de su perspectiva de transformar la realidad desde las bases del pueblo, Morelos expresó: 

    • 5°. Que la Soberanía dimana inmediatamente del pueblo. 
    • 6°. Que los Poderes Legislativo, Ejecutivo y Judicial estén divididos. 
    • 11°. La Patria no será del todo libre mientras no se reforme el Gobierno, abatiendo el tiránico, substituyendo el liberal. 
    • 12°. Que como la buena ley es superior a todo hombre las que dicte nuestro Congreso deben ser tales, que obliguen a constancia y patriotismo, moderen la opulencia y la indigencia, y de tal suerte se aumente el jornal del pobre, que mejore sus costumbres, alejando la ignorancia, la rapiña y el hurto. 
    • 13°. Que las leyes comprendan a todos, sin excepción de cuerpos privilegiados.

    Así, la Independencia de México se radicalizó por el papel de José María Morelos, como señala Ernesto Lemoine: “Porque los pueblos respondieron al llamado de su caudillo, y en aquellos en que pudieron efectuarse comicios para la designación de electores, los humildes votantes, habituados durante siglos a vivir bajo un sistema de opresión, de tiranía y de servidumbre, despertaron de pronto ante una realidad que nunca hubieran imaginado: el rescate de su libre albedrío”. (Lemoine, 2015).

    Por la obra del Generalísimo Morelos, la Independencia culminó en la primera Constitución, el pacto fundacional del nuevo régimen. El 22 de octubre de 1814 once constituyentes signaron la Constitución de Apatzingán, que estableció un régimen republicano, semiparlamentario, pues el poder Legislativo, es decir la representación directa del pueblo, tenía prevalencia sobre los poderes Ejecutivo y Judicial, aunado a que el Ejecutivo era un cuerpo colegiado.

    La Constitución de 1814 en su exposición de motivos declaró que se sustituía “el despotismo de la monarquía de España”, por diputados emanados del poder del pueblo, que con ello se preservaba la Patria, “de la tiranía doméstica”. Comprender que no hay transformación profunda de régimen sin tener su raíz en la participación y representación del pueblo, es una de las premisas del legado del Siervo de la Nación, como el mismo quiso llamarse. 

    ¿Por qué admirar el genio militar de Napoleón si nosotros tenemos nuestro Morelos? Entre un insurgente y un conquistador nuestras simpatías se decantan por quien supo ponerse al lado de los humildes y oprimidos. El hombre sencillo que puso lo mejor de sí para acabar con el antiguo régimen donde él mismo fue discriminado y sus semejantes esclavizados. Su nombre, que pasó a la inmortalidad con el rompimiento del sitio de Cuautla, también tiene que ser considerado en los anales del pensamiento libertario como intérprete del sentir de las masas que lo acompañaron hasta su cruel condena. Morelos es un verdadero intelectual y pensador de avanzada, que terminó por definir los rasgos de una República sin distinciones que seguimos construyendo todos los días, a pesar de la reacción.

  • Pifas y Tin Tan, con nosotros los necios

    Pifas y Tin Tan, con nosotros los necios

    “Me gusta la gente que posee sentido de la justicia.
    A estos los llamo mis amigos.
    Me gusta la gente que sabe la importancia de la alegría y la predica. La gente que mediante bromas nos enseña a concebir la vida con humor”.

    Mario Benedetti

    “La gente que me gusta” ha sido como eran mi padrino El Pifas y mi amigo Tin Tan. Imposible no encontrarlos juntos sonriendo y jugando bromas traspasando esas puertitas de color naranja en Avenida Cuauhtémoc casi esquina con Puebla, en los años del cambio del milenio, cuando la esperanza -de quienes en realidad no esperábamos nada-, colmaba los rinconcillos taciturnos de la gran ciudad, como lo era aquella, la original, única y mítica Hija de los Apaches, donde una vetusta pero infalible sinfonola brindaba la atmosfera musical de la malegría del barrio, propicia para degustar una tortilla blandita y caliente impregnada de sal y chile verde con un tarro de curado de avena. 

    La Hija era una casa de personajes insólitos e irreverentes, primero en tiempos sesenteros de parroquianos de La Romita, ese recoveco tan provinciano, enterrado de la simple vista, entre las calles de Morelia, Puebla y Durango donde, cuenta la leyenda urbana se filmaron escenas de Los Olvidados de Luis Buñuel y se paseaba según José Emilio Pacheco el hombre del costal: “(La Romita) Era un pueblo aparte. Allí acecha el hombre del costal, el gran robachicos. Si vas a Romita, niño, te secuestran, te sacan los ojos, te cortan las manos y la lengua, te ponen a pedir caridad y el hombre del costal se queda con todo…” ¿Se habrá tomado un pulmón el robachicos en la Hija? 

    Ahí junto a albañiles, afiladores, voceadores, boleros, merengueros, carteristas, chafiretes y tantas celebridades de la urbe, el Pifas se fue curtiendo, sacando a los más borrachos a puño limpio, destartalando de un nocaut al ladrón novato que brillaba su navaja al cielo para no pagar los pulques.

    A fin de siglo, la Hija siguió siendo un hogar para los personajes más vagos, místicos y extravagantes; las tribus de la Ciudad más grande del mundo, que paradójicamente no tenían cabida en los carísimos antros, los espectáculos del monopolio OCESA o en el Centro Histórico, que ya se decía: “es propiedad de Don Carlos Slim”, eran los darketos, punks, skatos, emos, chavos banda, hippies, metaleros, góticos, fresas, chacas, cholos y uno que otro letrado, que ahí abrevaban del pulque y de cruzar miradas, gestos, guiños, y sonrisas tímidas primero, y luego carcajadas, bromas y averías al calor del alipús, simplemente por coincidir al rojo de la tarde en una pequeña mesa, y tratarse como de iguales, más allá de provenir de Neza, la Mocte, Candelaria, Tacubaya, Condesa, Ecatepunk, Tepito, el Ajusco, o de cualquier punto de la capital desbordada.

    El Tin Tan era un abogado que tenía sus oficinas abajo del reloj en el andén del Metro Niño Héroes. Si llamabas a su casa y preguntabas por Sergio no lo conocían, pues para todos era el buen Tin Tan, que se convirtió en inventario de la Hija, tanto como sus mesas y sillas. Después de cerrados los juzgados, los leguleyos también rondaban la Hija; una vez, el Tin Tan -luego de salir rebotando por las paredes añejas de la pulquería- se dispuso a orinar en “la vía pública” afuera de la Hija a plena luz del día, la patrulla presta para la orquesta hizo su aparición en la de por sí transitadísima Avenida Cuauhtémoc. ¿Sí el abogado está ebrio quién defiende al abogado? Salió El Pifas entró al quite y se intercambiaron los papeles, después de un largo alegato de Pifas “a favor de la honra”, “las libertades constitucionales son sagradas”, “el derecho al pulque es una bebida de los dioses”, “la calle es de todos”, “hasta dónde es pública la vía pública” y los correspondientes 200 pesos “que te los pasó aquí a la vuelta mi oficial”, el Tin Tan fue bajado de la patrulla y regresó a la Hija aclamado, con paso marino, entre aplausos de los presentes y alabanzas de los mirones de la calle. 

    En sentido estricto la Hija de los Apaches no era una pulquería, sino un segundo hogar para todos los descobijados de la familia, la escuela, las instituciones sociales y culturales del gobierno y súmele los damnificados de los trabajos precarios y fugaces; por ello El Pifas siempre fue un guía, un abuelo, un ser de luz, en un mundo a la contra de los chavos de coraza. En un tiempo de continúas adversidades.

    Por el papel genuino e imborrable del Pifas en ese pedacito de ciudad -la Hija- era un lunar, un oasis en un desierto, una puerta ante la ausencia de oportunidades, y la prevalencia de la opresión social, la depresión y la oscuridad colectiva, como dijo Carlos Monsiváis en Apocalipstick:

    “¿En dónde invirtieron el tiempo que les tocó en suerte en el reparto cronológico del siglo XX? ¿A qué lugares acudieron y en donde se eternizaron las generaciones de los pobres urbanos o de los no tan pobres, pero igualmente aquejados de la mezcla de soledad y espíritu gregario? ¿En qué tugurios, amontonaderos o antros deambularon, bailaron y bebieron los tercos y los renuentes al uso productivo de las horas? ¿En dónde se vitalizaron o se aletargaron los convencidos de que en su caso y en rigor; al ser autodestructivos no destruían nada?”

    No había caminos verdaderos, no había escuela ni trabajo, no había empleo para los que alcanzaron a estudiar; las elites políticas y económicas comenzaban a llamar “ninis” a las nuevas generaciones para quitarse de broncas; eran momentos del inefable calderonismo. Encima de todo, el gobierno local de pseudo izquierda del PRD -en el gran colmo-, clausuró la Hija de los Apaches, un lugar que los necios habíamos hecho nuestro. Las autoridades sabotearon la obra social y cultural que las mismas instituciones dejaron de hacer, dando la espalda a sus propias comunidades. El cariño colectivo al Pifas, concitó la movilización, es quizá la única pulquería por la que ha habido mítines y movimientos sociales. La noticia del abuso de autoridad cundió como pólvora en las colonias de la ciudad y en los chavos de la luminosa era pre- reggaetón; irradió entonces la solidaridad francamente neta. 

    En un par de días se juntaron 679 firmas que acompañaron una carta en el Correo Ilustrado de La Jornada: 

    “El martes 3 de julio La Hija de los Apaches fue clausurada por las autoridades de la delegación Cuauhtémoc. Este sitio es uno de los últimos espacios con mayor tradición en la venta de pulque que sobreviven en la ciudad de México, catalogado como centro cultural, artístico y turístico en diferentes revistas, diarios y portales de Internet, incluso gubernamentales.

    “La Hija de los Apaches es uno de los referentes de encuentro y convivencia de los jóvenes, alberga diferentes iniciativas culturales, artísticas y/o políticas, de artistas plásticos, músicos, poetas y escritores. Es también punto de reunión de varias generaciones de ex boxeadores; además, fuente de trabajo del ex campeón de ese deporte, Epifanio Leyva El Pifas, quien ha logrado mantener vivo desde hace 35 años este lugar, cuyos orígenes se remontan a los años 30 del siglo pasado.

    “Los abajo firmantes manifestamos:

    “Que exista sensibilidad de las autoridades de la delegación Cuauhtémoc para reconocer la trayectoria de espacios alternativos culturales de este tipo, para los cuales exigimos respeto y reconocimiento.

    “Nuestra total solidaridad con Epifanio Leyva El Pifas y su familia, quienes cotidianamente respaldan diversas iniciativas de los jóvenes que, no está por demás decir, no encuentran cabida ni apoyo desde el ámbito gubernamental.

    “Hacemos un llamado a las autoridades delegacionales y a los dueños del predio que alberga La Hija de los Apaches a que en el marco de la ley permitan que se regularice la situación administrativa del local.

    “Estamos dispuestos a organizarnos y movilizarnos pacíficamente para defender este espacio, que es de la comunidad cultural artística de la ciudad, y apoyar a El Pifas en el pago de multas y trámites para conservar este referente cultural con añeja tradición”.

    Nadie hizo caso y al día siguiente, sin plan de acción, pero con mucho empuje apoyados por líderes sociales profesionales -de esos que aparecen en sin ser convocados-, ahí estuvimos decenas de parroquianos cercando la sede de la delegación Cuauhtémoc aquel verano de 2007; una de esas líderes de comerciantes tuvo un desplante que nos pareció locuaz pero que ayudó a hacer escuchados, y se acostó en la puerta del delegado para no dejar pasar a nadie. El delegado cedió y dejó pasar una comisión encabezada por Meli -la ya legendaria y querida hija de El Pifas-. Meli le explicó la función social de la hija en calo muy profundo, y el delegado como siempre ocurre les echó la bolita a los funcionarios menores, un “usted disculpe”, y al día siguiente los sellos de clausura desaparecieron. Triunfó Pifas y el espontaneo movimiento. 

    Sin embargo, este no fue un hecho aislado, sino la primera jugada para sacar al Pifas del local por parte de los dueños del predio amañados con las autoridades. Cosa que finalmente lograron tras innumerables artimañas, creyendo ingenuamente que los asiduos a la pulquería seguirían yendo a un local en el mismo lugar, pero sin el Pifas. La Hija deambuló, se mudó de piel, pero se llevó a su raza consigo, que la acompaña hasta estos días en la calle de Claude Bernard. La Hija subsiste, porque como canta Silvio Rodríguez: “Será que la necedad parió conmigo/ La necedad de lo que hoy resulta necio/ La necedad de asumir al enemigo/ La necedad de vivir sin tener precio”.

    Hace un año, el 4 de septiembre de 2021 Pifas partió, pero aquí entre nos, el sigue comandando esa noble Arca de Noe que nos trajo al nirvana, esa embarcación plácida, rumbante, generosa, techo de los necios, los tercos, los soñadores que le acompañamos en todos sus viajes, que nos salvó de tempestades, olas gigantescas y de la falsa sociedad; que llevamos en el recuerdo como un farolito al amanecer y cargamos en el pecho como arma para el porvenir.

  • Sin movimiento no hay partido

    Sin movimiento no hay partido

    MORENA como organización política nace el 2 de octubre de 2011 con la idea de convertirse en un instrumento para la organización del pueblo de México, asumiendo entre sus primeras tareas la movilización y defensa del voto en las elecciones presidenciales de 2012.

    Por la naturaleza de su encomienda, Morena aglutinó en su fundación a las personas realmente convencidas del movimiento, que requería una organización menos burocrática pero sí totalmente convencida de su responsabilidad histórica, sin las estructuras jerárquicas que han caracterizado a los partidos políticos, en especial al Partido de la Revolución Democrática, que en el caso de la izquierda electoral contaba con dirigencias locales plagadas de simuladores y líderes locales cooptados por los gobiernos estatales del PRIAN.

    En el Primer Congreso de Morena el 20 de noviembre de 2012, se define buscar el registro como partido político, luego de la validación de la elección de Enrique Peña Nieto por parte del TEPJF, acto que marcó el distanciamiento definitivo con la cúpula del PRD y sus tribus más abyectas -quienes no dudaron en concretar una nueva felonía contra el movimiento obradorista-, a cambio de las prebendas que alcanzaron al firmar el Pacto por México.

    Esa enésima traición al pueblo, marca el momento que los militantes y simpatizantes del obradorismo asumieron la discusión sobre si era necesario contar con un instrumento propio para la vía electoral, y dejar de depender de las dirigencias de los partidos “de izquierda” ya establecidos, que en 2006 y 2012 habían dejado en el desamparo al movimiento en la defensa efectiva del voto. Así inicia el proceso para constituirse como partido político nacional entre 2013 y 2014. Algunas voces alertaron que crear un nuevo partido político podría con el paso del tiempo generar los mismos vicios que corrompieron al PRD.

    En sus documentos fundaciones está definido el tipo de organización que se aspira a consolidar, puesto que el Movimiento de Regeneración Nacional es una: “Organización plural, amplia e incluyente que convoca al pueblo de México a luchar por la vía pacífica para cambiar el régimen de injusticia, corrupción y autoritarismo que gobierna México” (Programa del MORENA. Por qué luchamos).

    Como parte de su definición como una organización plural, amplia e incluyente, viene incorporado su verdadero sentido al autodefinirse como una organización política de izquierda con principios, programa y estatuto, que reflejen esta postura. De manera inequívoca

    “MORENA tiene como parte sustantiva de su programa de lucha, la formación ideológica y política de sus integrantes. La formación debe sustentarse en promover una nueva forma de actuar, basada en valores democráticos y humanistas y no en la búsqueda de la satisfacción de intereses egoístas, de facciones o de grupo. Se trata también de promover el conocimiento de la historia de nuestro pueblo, pero también la formación de nuestros militantes en la difusión y concientización del pueblo de México acerca de la realidad de nuestro país y la importancia de un cambio verdadero. En momentos electorales, los militantes deben preparase para la participación activa”.

    A pesar de la claridad de sus principios, en tiempos de reacomodos, en tiempos de una nueva realidad política que suponen los triunfos electorales desde el 2018, es necesario volver a los fundamentos programáticos para evitar la tentación de dejar trozos de dignidad abandonando los principios de izquierda que son innegociables en esta organización; principios y valores, que son legado de las generaciones de luchadores que nos antecedieron, o de quienes ya no están presentes para dar testimonio de la consolidación de la 4ta Transformación en la vida pública de México. No basta aparentar ser de izquierda, sino en la práctica cotidiana hacer una realidad el programa y proyecto sintetizado en 10 puntos: 

    • Fomentar la conciencia política, el pensamiento crítico y solidario.
    • Abanderar la austeridad republicana y luchar contra la corrupción.
    • Construir la Democracia al servicio del pueblo-soberanía popular.
    • Defender la Soberanía Nacional y la Independencia de México.
    • Reconocernos como Nación pluricultural y luchar por el respeto a los pueblos indígenas.
    • Democratizar los medios de comunicación.
    • Desarrollar un Nuevo Modelo Económico que se aleje de los dogmas neoliberales.
    • Ampliar los derechos sociales y la lucha contra la desigualdad.
    • Lucha por los derechos humanos y contra todas las formas de violencia.
    • Rescatar el campo, lograr la soberanía alimentaria y luchar en contra de la depredación.

    Una medida inmediata para concretar estos principios es la obligación de los Consejos Estatales de MORENA para promover el desarrollo de Programas de lucha locales; puesto que no se puede abandonar la naturaleza de esta organización como partido movimiento que combina la movilización y tácticas de la resistencia civil pacífica al mismo tiempo que se defiende la Transformación. En los estados donde no ha llegado la Transformación Morena debe abanderar las causas del pueblo ante las mafias de poder locales, que permanecen intactas y representan el adversario histórico, el viejo régimen que sumió al país en la corrupción, la violencia y la degradación moral.  

    La reflexión política y el retorno crítico son ejercicios constates como el mismo Andrés Manuel López Obrador nos han enseñado en sus escritos, que junto a sus actos concretos son las mejores lecciones como patrimonio de la izquierda mexicana.

    Desde su primera revisión histórica del movimiento democrático en Tabasco en: Entre la historia y la esperanza (1995) hasta su revisión casi inmediata de la campaña del 2012 y de los mecanismos de un nuevo fraude electoral en No decir adiós a la Esperanza (2012), él mismo como dirigente hace un recuento de todos los movimientos sociales de resistencia que convergen en la lucha electoral para terminar concluyendo:  “pero lo más importante es el cambio de mentalidad en amplios sectores de la población del país”. Siendo esta la premisa que en cuatro años de Cuarta Transformación es un logro de valía incalculable. 

    Nunca habrá un camino fácil para quien opte por la lucha política, porque frente a las recurrentes traiciones y tropiezos: “en esta noble labor nada es en vano… aún con victorias parciales “se crean las condiciones para el cambio profundo…”

    Quién mejor para hablar desde la voluntad de caer y volverse a levantar que nuestro presidente y dirigente: “La fórmula es sencilla: asimilar derrotas, resistir, avanzar, caer y levantarse, reincorporarse, recomenzar, y así hasta la victoria”.  Por eso, la tarea es sobreponerse a las propias limitantes y saber enfrentar las eventualidades: “Todo depende de no perder la fe o desmoralizarse…” Ha dicho AMLO innumerables ocasiones.

    La reflexión política es una tarea urgente para poner en verdadera perspectiva la lucha social, siempre más amplia que solo la disputa electoral: “En el conocimiento del pasado están los secretos para entender y transformar la compleja y amarga realidad de México” escribe en su texto Neoporfirismo. Hoy como ayer (2014), Un nuevo texto que no está dirigido a los especialistas, ni a mucho menos escrito para acrecentar el ego intelectual, sino escrito desde la urgencia de compartir una lección política dedicada a los amigos y amigas de MORENA, que ese mismo año estaba naciendo como partido político con registro. 

    Contrario a la visión que implantó la tecnocracia sobre la historia, ésta no se reduce al recuento del pasado sino a la construcción de una visión de futuro y ruta de lucha trazada en el texto 2018 La Salida (2017) como un nuevo diagnóstico del régimen y los elementos necesarios para la construcción de un Nuevo Proyecto de Nación. Hoy por primera vez en la historia reciente de México, pueblo organizado y Gobierno de México caminamos al mismo objetivo: salir de las recurrentes crisis que llevaron a los jóvenes a la violencia y la desolación, que llevaron al trabajador a la pérdida del poder adquisitivo y a la desesperanza de no poder llevar el pan a su familia, que llevaron a las mujeres a la lamentable normalización de las violencias en todos sus entornos. La salida somos todos, el Gobierno que encabeza AMLO hace su parte, el pueblo la suya, falta que el partido asuma su perspectiva en esta nueva etapa, donde somos gobierno, pero no debemos perder la esencia transformadora del movimiento.

    Hay que escuchar todas las voces, sería muy grave caer estrepitosamente a los mismos vicios que dieron al traste con otros proyectos de izquierda electoral, a su vez, hay que tener la mente abierta y receptiva a la nueva realidad política; pero lo central es luchar por las demandas del pueblo. Si los dirigentes no están a la altura de la responsabilidad de una transformación histórica, el movimiento como el agua embravecida encontrará siempre su propio cause, como ocurrió en 1968 al desnudar el hueco discurso que mal gobernaba a nombre de la revolución mexicana, como ocurrió en 1988 cuando el movimiento democrático agrupó todas las experiencias de la izquierda y logró unificarse contra el PRI-gobierno a pesar de los bloqueos sectaristas, como ocurrió en 2012 con la traición de la cúpula del PRD que pactó con Peña Nieto, y donde nace Morena contra toda adversidad. No olvidemos: sin movimiento no hay partido.

  • Heberto, seguirás en pie

    Heberto, seguirás en pie

    Heberto Castillo el histórico e inconfundible dirigente de la izquierda -con su sonrisa imperecedera, cabello entrecano, lentes, frente amplia y arrugada-, partió el 5 de abril de 1997. Una semana después se le rindió un homenaje nacional en el Palacio de Bellas Artes, con la bandera y el Himno Nacional como testigos, el puño izquierdo en alto, una multitud de militantes y ciudadanos de a pie, y una variopinta presencia de lideres partidistas, intelectuales y ciudadanos prestigiados sin partido, que asistieron a un gran consenso: Heberto transitó de preso político a precursor de la democracia, la paz y la transformación en México. 

    Gilberto Owen escribió “Conocerán mi vida por mi muerte”. Heberto tuvo que padecer cárcel, persecución, tortura, difamaciones, embestidas políticas, cerrazón e intolerancia promovidos desde la medula del sistema político del PRI- gobierno, antes de llegar -tras una larga travesía-, al reconocimiento hipócrita de intelectuales orgánicos y medios de comunicación tradicionales, que no tuvieron de otra más que sumarse al valor profundo que ya le había otorgado el pueblo raso como verdadero héroe y constructor de un régimen de libertades y democracia. Rudeza condenable del sistema contra un hombre que era padre de familia, maestro, ingeniero exitoso, inventor, y un ciudadano honesto que obraba por el bien común; siempre fraterno, abierto, pluralista e incluso tachado por la extrema izquierda por su oferta cotidiana de apertura, dialogo y civilidad política.

    Hace 25 años desde la tribuna del palacio de Bellas Artes, Andrés Manuel López Obrador se comprometió a continuar los empeños y convicciones de Heberto por un México para todos, con quien apenas unos meses antes había competido por la presidencia nacional del PRD. Es simbólico, pero no es menor, que quien reseñó dicha ceremonia de homenaje como reportera para La Jornada, fue Rosa Icela Rodríguez, actual secretaria federal de Seguridad y Protección Ciudadana, quien en su crónica refirió: “López Obrador hizo el compromiso de concluir la obra hebertista por la transición democrática, el diálogo, la unidad y la civilidad política”. Cuanto peso tiene hoy esa frase, de cara a un Heberto que partía físicamente dejando una senda de sueños y anhelos del pueblo, utopías que en estos días para la historia marcan el rumbo de la transformación nacional.

    Heberto fundó un partido, el Partido Mexicano de los Trabajadores (PMT). Enrique Semo escribió: “Como todos los miembros de la izquierda pre-88, Heberto Castillo se veía a sí mismo como un revolucionario y hubiera rechazado cualquier intento de ser catalogado como un reformista. Todavía en abril de 1979 escribía: El PMT es el partido de aquellos que tiene necesidad de luchar por transformar la sociedad; ellos son los obreros y los jornaleros agrícolas. Ellos son necesariamente revolucionarios, porque su miseria, su explotación, los empuja por acabar con esas condiciones de vida. Pero en el PMT están -deben estar- aquellos que son revolucionarios, aunque sus condiciones de vida no los empujen a la lucha. En el PMT militan cada vez más, al lado de los revolucionarios por necesidad, los revolucionarios por convicción”. 

    Heberto fue un militante activo del movimiento estudiantil de 1968, el 15 de septiembre de aquel año dió El Grito en Ciudad Universitaria ante los estudiantes y todos los que luchaban contra el régimen autoritario provenientes de las colonias populares de la capital y de diversos sectores de una sociedad que despertaba. Meses después de los trágicos sucesos del 2 de octubre, tras andar a salto de mata, cuenta el gran periodista Miguel Ángel Granados Chapa que: “El 8 de mayo de 1969, Castillo fue capturado”. Su auto de formal prisión a través de pruebas muy endebles se basó en hechos como los siguientes: “el ingeniero Heberto Castillo venían desarrollando desde el año 1961 diversas actividades probablemente delictuosas, consistentes en realizar labores de agitación entre obreros y estudiantes y haber realizado viajes tanto a Rusia como a Cuba y otros países, así como que, formando parte del comité directivo del Movimiento de Liberación Nacional, propugnó por la creación de la Organización Nacional de Acción Revolucionaria”. ¿Dónde estaba el delito en las actividades políticas de Heberto?

    A 25 años de su partida, conmemoramos un aniversario de su natalicio el 23 de agosto de 1928 en Ixhuatlán de Madero, Veracruz. En esta misma fecha, que honra la insistente y documentada lucha del Ingeniero Heberto por salvaguardar nuestra soberanía nacional a través de la defensa de los recursos naturales, y como precursor de preservar el petróleo, se publica en el Diario Oficial de la Federación el Decreto mediante el cual se “crea el organismo público descentralizado de la Administración Pública Federal denominado Litio para México, con el acrónimo “LitioMx” agrupado en el sector coordinado por la Secretaría de Energía, con personalidad jurídica y patrimonio propios, con autonomía técnica, operativa y de gestión”. 

    Cuya razón es conservar este mineral estratégico como propiedad de la Nación en función del interés del pueblo. “El objeto de Litio para México es la exploración, explotación, beneficio y aprovechamiento del litio, ubicado en territorio nacional, así como la administración y control de las cadenas de valor económico de dicho mineral”. No habría mejor homenaje a los pensamientos de Heberto que esta buena coincidencia y factor de congruencia en tiempos de transformación.

    En una entrevista a Elena Poniatowska el Ingeniero Heberto Castillo aseveró: “Dentro de los grupos progresistas prefiero a alguien que este por amor a alguien que este por odio. Me llegan gentes que están amargadas porque los dejó la novia o el novio o no les hacen caso en su trabajo. ¡Qué bueno que vengan a poner tabiques en la construcción del partido! Sin embargo, cuando veo que alguien llega porque se puede realizar y tiene amor por la lucha, me interesa mucho más que los despechados porque tiene más fuerza. Algunos señalan que mi concepción revolucionaria es romántica y hasta cursi, pero yo les digo que no me interesan los calificativos. Yo estoy en esta lucha por amor. ¿A qué? A la especie humana y aspiro a que este planeta sea una diáspora y que nuestros descendientes pueblen el universo”. 

  • José Agustín y “los otros” en el centro

    José Agustín y “los otros” en el centro

    Este 19 de agosto José Agustín, el gran escritor mexicano cumple otro año de piedra rodante. El hijo del eternamente paradisiaco Acapulco, Guerrero, ha tejido lazos en el mundo de las letras desde diversos géneros y dimensiones: novela, cuento, teatro, ensayo y cine; también ha sido actor y cronista del rock, “la nueva música clásica” diría él. En José se conjugan, despiertan, cruzan e incluso se confrontan variados Agustines.

    La labor didáctica y periodística de José Agustín cercana a nuestra historia nacional -desde primera mirada- se expone en sus libros compuestos por crónicas y ensayos, sobresaliendo sus tres volúmenes de Tragicomedia Mexicana. Sus amplios intereses son captados en escritos que, sin dejar la pauta literaria, optan por relacionar las distintas dimensiones de la vida pública de México: el sistema político autoritario y sus pautas económicas desarrollistas, la cultura política priista que permeó en organizaciones populares y sindicatos, los procesos de industrialización impuestos y la penetración de las pautas culturales de Estados Unidos; todos fenómenos complejos que tiene un correlato en la vida cotidiana de las personas: las expresiones y creencias populares, sus gustos y patrones de consumo, las formas de entretenimiento que se ofrece desde las industrias, las estrategias populares para mantener la cohesión social o crear identidades. 

    Así, el cronista termina de presentar un cuadro más amplio de lo que los historiadores solo intentan compartimentar en temas separados y describir como fenómenos estáticos. Las crónicas de José Agustín lo que captan es el movimiento de la vida desde una perspectiva de la acida crítica a una sociedad de la que él mismo se siente parte, y en consonancia con la obligación de revisar intelectualmente.

    Para emprender esta labor, retoma la escuela de los primeros críticos-culturales que hicieron crónicas en México; pero justo para distanciarse de la concepción de alta cultura siempre vinculada o dependiente del poder político que el escritor Salvador Novo desarrollaba en sus compilaciones de textos para abordar la vida cultural en los sexenios de Lázaro Cárdenas, Manuel Ávila Camacho, Miguel Alemán Valdez, Adolfo Ruiz Cortines, Adolfo López Mateos, Gustavo Díaz Ordaz y Luis Echeverría Álvarez. 

    A diferencia de Novo, José Agustín narra casi el mismo periodo, pero mira más allá de la “cultura oficial”, y de esa escuela siempre en busca de mecenas o subvenciones para desarrollarse; y pone la vista en las expresiones de cultura que se desarrollan “en lo subterráneo”, “en los márgenes”: las manifestaciones estéticas de los jóvenes en las fronteras o en las ciudades que reaccionan frente a los modelos implantados por los cánones tradicionales, los grandes medios de comunicación o el sistema político paternalista.

    La noción de contracultura surge de la necesidad de considerar las expresiones de la juventud de la segunda mitad del siglo XX mexicano, como legítimas y plenamente culturales. Justo durante el medio siglo que corresponde a la “institucionalización” de la revolución mexicana, estableciendo canales más estrechos y formas de cooptación por medio de prebendas. 

    De la revisión de la historia reciente del siglo XXI en México que hace José Agustín en Tragicomedia Mexicana, surge una visión crítica de los procesos políticos, culturales, económicos y sociales de un país que transitó del milagro mexicano de la post revolución a la larga noche neoliberal, para una contribución a la formación política popular que quizá de manera no voluntaria por parte del autor, pero si más efectiva que muchos “formadores políticos profesionales”, emana de la contracultura, y de ubicar los sujetos periféricos, subalternos, y/o marginales en el centro. Ahí están los chavos banda, los chavos desideologizados, pero también los estudiantes, los sindicatos, los poetas, los literatos, los músicos, los movimientos sociales… Por ello José Agustín es hijo del México profundo y guía del mismo, este día le rendimos un humilde reconocimiento, pero bien fraterno.

    A manera de postdata personal…

    Qué onda maestro José Agustín, aliviánate. Sabemos que ya viajas y no de mosca sino bien amachinado al volante de ese camión decorado al estilo bien a go-gó llamado por los grandes sabios: la inmortalidad literaria, que es el máximo sueño para todo escritor, que únicamente muy pocos y contados como tú, aferrados a la auténtica recreación del universo, lograron tener con ese pase bien elástico al nirvana.
    Quisiera estar de repente frente a ti y decirte que muchas vidas han logrado ser otras vidas por tus afanosas historias que fueron muy otros nuevos y suculentos caminos para viajeros del tiempo. Gracias a tus letras nosotros viajamos contigo en ese camión literario que tu conduces desde la intelectualidad genuina: la que anda a ras de tierra. 

    No sabes cómo seguimos implorando ser Rafael, tener veintitantos años, y caerle al Virgilio, en Acapulco, estrenando una sonrisa “sardónica”, y topar a las gringas borrachas que nunca faltan, Gladys y Francine, y el pinche Paulhan, y, chale vivir en un día lo que muchos no han vivido en toda su vida… Escuchar rolas de rock macizo en aquellas cintas que entraban en las naves y descartar grupos y cantantes, y decir estas “son mamadas y están también lo son”… Parafraseando a Andrés Calamaro, ser juntos arquitectos de un viaje a lo incorrecto. Un abrazo del alma al gran maestro.

  • El general Zapata en la lucha popular

    El general Zapata en la lucha popular

    Mucho es lo que se ha escrito sobre la figura de Emiliano Zapata Salazar, reivindicándolo por antonomasia como la figura del revolucionario incorruptible; pero sigue siendo una incógnita para la mayoría de los comentaristas que solo retoman sus frases sin entender la profundidad de su lucha y su pensamiento político. 

    La clave de su vida como rebelde siempre insurrecto está en la historia de la que proviene; a pesar de tener una posición “acomodada” en su pueblo laborando como arriero, y él mismo, siendo propietario de caballos, la primera educación que recibió provino de maestros y campesinos que habían militado dentro del liberalismo al lado de Benito Juárez. Cuando creció, Emiliano adquirió su formación militar cuando formó parte como conscripto del ejército federal antes de cumplir 30 años. Pero la fuerza de su compromiso político irradió de la cultura profunda de su natal Anenecuilco y las comunidades indígenas y afrodescendientes del Morelos rural donde creció.

    Sin constancia de que él mismo haya sido un hablante fluido de la lengua náhuatl que prevalecía en el centro de México, no dudó en aceptar el cargo de calpuleque, lo que no correspondía a la moderna idea de “líder”, que sobresale por encima de sus iguales, sino que corresponde a la concepción de “guardián de casas y de gente”; es decir, un cargo para responder a su pueblo, no una posición de poder, sino un compromiso con la comunidad. 

    Ya militando dentro de los clubes anti reeleccionistas que promovió en todo el país Francisco I. Madero, con los que buscaron la gubernatura del estado de Morelos; fue dando mayor relevancia a las demandas de los pueblos y comunidades que habían sido despojados aprovechando las leyes de “terrenos baldíos” que prevalecieron durante la dictadura porfirista. Por este motivo, el ofrecimiento del Plan de San Luis para la restitución de las tierras a sus “primitivos propietarios”, fue motivo suficiente para sumarse a la insurrección maderista, y comenzar la revolución en Morelos.

    Con la caída del dictador, comenzaron las disputas entre los revolucionarios, pero en el caso de Zapata, nunca se trató de una disputa por posiciones o privilegios; su principal reclamo desde el respeto que le tenía a Madero es que no avanzara en su agenda social, pensando que solo la democracia bastaba para trasformar a México. Esta idea, y no querer abolir las estructuras porfiristas que heredó, fueron los errores políticos que condenaron a Madero; al mismo tiempo, que Zapata, se mantenía fiel a su compromiso con su pueblo. 

    El Plan de Ayala, que le ayudó a redactar el profesor Otilio Montaño, fue la síntesis de su pensamiento y el manifiesto político que siempre le dio coherencia a la lucha armada que emprendió contra Díaz, y continuó contra Madero, contra Huerta y contra Carranza. Los principios que siempre siguió, no fueron posturas histriónicas o discursos huecos que sirvieran para ocultar intereses personales o de grupos; dentro de los bandos revolucionarios siempre se inclinó por las opciones que se asumieran como representantes de las necesidades populares y justicieras de las afrentas recibidas, como lo fue el villismo.  

    La convicción que siempre tuvo Zapata, era un sentir colectivo del que él solo se hizo portavoz, pudiendo negociar o recibir prebendas, él supo mantenerse fiel a los principios que juró cuando enterró los títulos primordiales de las tierras comunales de Ananecuilco: defender las tierras de los campesinos y la felicidad del pueblo mal llamado  ignorante. Si adquirió relevancia y fue admirado como general, fue por esa coherencia, una lección que nunca deja de tener relevancia para las luchas del presente. 

  • Construir una nueva cultura política

    Construir una nueva cultura política

    Cuando se habla de cultura política, tener la más antigua credencial de militante no es garantía de nada, el carnet con derechos por antigüedad no existe. La intención de un proyecto es sumar y no exterminar al que piensa diferente. Existen distinguidos compañeros de lucha que militaron en el pasado en otro partido, pero no por ello dejaron sus principios en el pantano, cuando el proyecto al que pertenecían no satisfacía sus principios decidieron cambiar. Es de sabios rectificar. Cada caso tiene su contexto. 

    El asunto no es del orden de lo personal, no se resuelve con denuestos ni con agua bendita (que ni el agua bendita es pura), tampoco se resuelve con insultos contra quien busca la forma de coincidir con nosotros ante un adversario mayor, mucho menos con llamados fatuos a la unidad (sin poner claras las condiciones de la unidad), que vienen siendo llamados a misa. 

    El problema -o uno de nuestros mayores problemas de la vida interna y de la organización de los partidos y movimientos en nuestro país- ha sido la vieja cultura política que tenemos arraigada después de décadas de malas costumbres. Esa añeja cultura priísta. El gen priísta que a veces se contagia incluso entre quienes nunca militaron en esa organización política.

    Parafraseando a Allen Ginsberg, “he visto a las mejores mentes de mi generación subirse a un tabique”, aún siendo militantes de acero inoxidable, no todos son infalibles a las mieles del poder. Cuando llegan a un cargo, por pequeño que sea, quienes ven en esto un fin y no un medio se marean, se van de lado. Terminan siendo parte de lo que antes odiaban o combatían. Piensan en una forma de vida de lujos y superficialidades y se alejan de su gente. 

    Aquellas frases que sintetizan una forma cultural de pensar la política, parecen haberse anidado en la intersubjetividad de quienes se hacen llamar “políticos profesionales” o “animales políticos”, hijos de lo que también suele caracterizarse como la realpolitik. Remiten a Groucho Marx y su célebre frase: “Estos son mis principios. Si no le gustan tengo otros”

    Hasta otras frases que se volvieron axiomas del sistema priísta que consciente o inconscientemente han reproducido propios y extraños:

    • Vivir fuera del presupuesto es vivir en el error
    • El que no transa no avanza
    • ¿Cómo nos arreglamos?, con dinero baila el perro
    • Es como la Ley de Herodes: o te chingas o te jodes
    • Ladrón que roba a ladrón, tiene cien años de perdón
    • Un político pobre es un pobre político
    • En política la moral es un árbol que da moras
    • La corrupción somos todos
    • No me den, pónganme donde hay 
    • Es mejor ser malo pero conocido a ilustre y desconocido
    • Este es el año de Hidalgo, chingue su madre el que deje algo… 

    Entre otras frases que significaron coordenadas descarnadas de un sistema muy peculiar que en México devino en degradación del noble oficio de la política y en la corrupción de la vida pública.

    AMLO, Evo Morales, Pepe Mujica, han logrado trascender los paradigmas clásicos del quehacer político de los sistemas elitistas y corrompidos porque saben que “para ser pueblo hay que vivir como el pueblo”; son más cercanos a la idea del tequio oaxaqueño que a las extravagancias y la fantochería de los autollamados “políticos profesionales”. 

    La política como vocación de servicio, como contribución a la vida en comunidad, como lucha colectiva y no sólo como escalera de ascenso individual han regido la trayectoria de los mejores dirigentes latinoamericanos. AMLO en su Tsuru, Pepe en su Bocho representan la austeridad republicana anhelada por Benito Juárez y su carreta recorriendo el país con los archivos de la Nación a cuestas, o la casita de abobe donde Madero despachó en Ciudad Juárez, esos símbolos del buen vivir, la moderación, el vivir en la justa medianía. No sólo pregonar austeridad para gobernados sino también ejercerla como gobernantes. El bien estar consigo mismo para estar bien con los demás.

    Ante la vieja cultura priísta que es un cáncer, habría que retomar nuestros valores ancestrales provenientes del México profundo para edificar la cultura del porvenir. La política como servicio, no para servirse de ella. 

    Fuente de ello son los fundamentos de nuestro pasado indígena. En Oaxaca se han logrado gobiernos virtuosos bajo la perspectiva del mandar obedeciendo. 

    Ha señalado AMLO: el ejemplo actual es Oaxaca. De 570 municipios, 158 se les llama de régimen de partido y 418 de usos y costumbres. En los 418 de usos y costumbres, todo es servicio comunitario. Los presidentes municipales, la mayoría no cobra. Este hecho es servicio a la comunidad y los miembros de esas comunidades brindan sus servicios de tipo social, empiezan como topiles, como policías, desde adolescentes o jóvenes, como autoridad y van sobresaliendo hasta llegar a presidentes municipales y “tatamandones”. Les produce una gran satisfacción el servicio que dan a su comunidad. Pueden estar trabajando en Nueva York, en Los Ángeles, en Neza, pero cuando les toca dar su servicio, regresan a su localidad. Porque no quieren perder sus vínculos, ellos valen a partir de su comunidad. La vida individual es mucho menos importante que la vida social, comunitaria, colectiva. La ayuda mutua es el motor de la sociedad en esta idea, todas las obras de los pueblos están hechas por la gente en cooperación, en el palacio, en los templos, en las plazas, todo con cooperación y ayuda mutua. Son pueblos limpios, no hay basura, cuidan la naturaleza, cuidad sus bosques. Respetan a los niños y a los ancianos.

    Por ello lejos de rendirnos ante quienes nos tachan de idealistas por no ser ambiciosos vulgares, tenemos que promover espacios de formación política horizontales y autogestivos para el cambio cultural. La mejor crítica a los grupos con los que no estamos de acuerdo en su forma mezquina, oportunista y corrupta de hacer política es no siendo como ellos. También lo es recuperando valores del México profundo y luchando por construir una nueva cultura política.

    En este sentido recordemos los documentos básicos de nuestro movimiento: “En tiempos de degradación moral, Morena está convocado a ser un referente ético. Sus principios son claros:  En el México actual, la vida política e institucional está marcada por la corrupción, la simulación y el autoritarismo. A pesar de ello, millones de mexicanos trabajan a diario honesta y arduamente, practican la solidaridad y se organizan para acabar con este régimen caduco”. Para cambiar inercias institucionales no sólo hay que cambiar a los malos servidores públicos sino la forma en general de hacer las cosas. Tanto peca el sobornado como el sobornador.

    Y nuestro Estatuto en Morena, en especial el Artículo 3°: “No permitir ninguno de los vicios de la política actual: el influyentismo, el amiguismo, el nepotismo, el patrimonialismo, el clientelismo, la perpetuación en los cargos, el uso de recursos para imponer o manipular la voluntad de otras y otros, la corrupción y el entreguismo”.

    Al final del día todo dependerá de los propios objetivos y parámetros que en lo individual y colectivo nos fijemos a nosotros mismos, sin ánimo de moralina, sino en la idea de construir un instrumento para la transformación nacional y transexenal con principios y eficacia política.

    El movimiento de transformación avanza a pasos gigantes, después de obtener la presidencia de la República y la mayoría en el Congreso de la Unión en 2018, ahora cuenta con 22 gobiernos locales, y una gran mayoría de congresos locales; recientemente participaron dos millones y medio de ciudadanos en el proceso interno para renovar los órganos de dirección de Morena, en un ejercicio inédito perfectible pero democrático. La construcción de una nueva cultura política es un reto mayúsculo, estamos obligados a no ser como los gobernantes anteriores, el momento histórico llama a gobernar con principios y eficacia; a no perder de vista que el pueblo es el que manda. Para que no sea flor de un día el esfuerzo de décadas de lucha para cambiar México.