Categoría: Emmanuel Soriano Flores

  • La cultura woke y la izquierda liberal en México

    La cultura woke y la izquierda liberal en México

    El feminismo más radical, las infancias LGTBI, el ambientalismo ramplón y la “progresía mediática” son las representaciones más comunes de lo que se conoce como cultura woke, o al menos así se ha entendido en muchos países occidentales, pero, ¿de dónde surge y por qué no ha permeado tanto en México?

    La palabra “woke” es el pasado de “wake”, que en inglés significa despertar. El uso de la palabra woke surgió dentro de la comunidad negra de Estados Unidos y originalmente quería decir estar alerta a la injusticia racial, sin embargo, su uso y exportación se ha tergiversado de tal manera que, a día de hoy, puede ser usado como un insulto o como sinónimo de una ideología radical. 

    Muchos países han importado la ideología de Estados Unidos porque es una manera en que el imperio mantiene su poder hegemónico, además del dólar y las armas. Películas de Hollywood, el inglés como lenguaje vehicular en el mundo, costumbres y tradiciones como Halloween, día de gracias, Santa Claus son solo algunos de los ejemplos más comunes, y claro, no podía faltar el adoctrinamiento en lo político.

    La cultura woke ha sido, durante mucho tiempo, la forma de diferenciación del partido demócrata en Estados Unidos para contrarrestar las ideas conservadoras del partido republicano, ello porque, en lo económico y político, no parece haber mucha diferencia entre sus posturas liberales, belicistas, imperiales y anticomunistas. Si el partido demócrata se ha asociado con una supuesta izquierda progresista por el uso de la ideología woke, luego entonces, las izquierdas europeas y latinoamericanas han adoptado, de alguna forma, su uso como bandera política para atraer adeptos, pero esto no ha sido igual en todos los países.

    En Europa, la ideología woke ha fracasado estrepitosamente porque logró colarse en el ideario político de agendas de izquierda que, en su afán de no ser asociadas con un supuesto comunismo o socialismo, la adoptaron como una especie de modernización de la lucha por la igualdad de oportunidades. En España, por ejemplo, se creó el Ministerio de Igualdad, cuyo propósito era defender los derechos de las mujeres, no la falta de oportunidades entre pobres y ricos. El resultado fue que la ultraderecha representada por Vox y parte del PP (FRENA y el PAN, respectivamente en México) arrasaron en las elecciones locales más recientes.  

    En México, el presidente López Obrador no ha comprado ni adoptado la cultura woke en ninguna de sus formas. Entiende que la madre de todas las luchas es la desigualdad y la exclusión social, y que enfocar todos los recursos a ello no solo contribuye más y mejor a desarrollar el país, sino que le traerá mejores réditos políticos. 

    Por otro lado, pareciera ser que, de forma muy paradójica, la oposición (carente de un proyecto de nación, humillada por las constantes derrotas electorales y abrumada por la falta de ideas) se propone adoptar la cultura woke como parte de su ideario político, y por eso los falsos ambientalistas se oponen a proyectos de desarrollo tan importantes como el tren maya; muchas feministas de ocasión concentran su lucha en Palacio Nacional y lejos de las comunidades indígenas, donde tendría algún sentido; comunicadores e intelectuales “progresistas y buena ondita” han quedado exhibidos como vulgares chayoteros y cada día son más irrelevantes sus tertulias de odio anti-AMLO, sus programas de expertos donde todos opinan lo mismo en contra de la 4T; y sus redes sociales infladas por granjas de bots. 

    México debe concentrar sus esfuerzos y su lucha en reconquistar derechos para los trabajadores, acabar con la exclusión social, el clasismo y el racismo; desarrollar un sistema de salud de primer nivel, consolidar un sistema de educación gratuita y de calidad para todos, y muy importante: acabar con la corrupción en todas sus formas, lo demás son distracciones.

  • Reducción de jornada laboral y eliminación del outsourcing: pendiente para el siguiente gobierno

    Reducción de jornada laboral y eliminación del outsourcing: pendiente para el siguiente gobierno

    Hace algunas décadas, en Reino Unido la jornada laboral concluía el sábado, como suele ser en México. Por eso muchos partidos de la Premier League (la liga de fútbol profesional) se jugaban el sábado a las 3 de la tarde, sin embargo, Reino Unido pasó después a una jornada de 40 horas en congruencia con las tendencias laborales que hablan de un mejor balance calidad de vida-trabajo, pero México se quedó en 48 horas porque los empresarios cooptaron el gobierno durante el periodo neoliberal y, en vez de conquistar más derechos para los trabajadores desde el gobierno, hubo retrocesos. 

    Por si no fuera suficiente, en Reino Unido se plantea la necesidad de reducir aún más la jornada como demanda de los trabajadores, y al respecto, se hizo un gran experimento que consistió en cambiar a jornada de cuatro días a la semana, es decir, 32 horas semanales. Dicho experimento incluyó a 61 empresas de diversos ámbitos y a más de tres mil empleados. Los resultados fueron sorprendentes: 18 empresas han decidido permanecer en jornada de 4 días, 38 han prorrogado el experimento y solo 5 han decidido volver a la jornada de antes.  La evidencia mostró que ante la disminución de la jornada laboral se mantenía -y a veces aumentaba- la productividad, pero había mejoras en la calidad de vida para los trabajadores que podían conciliar más el trabajo con la vida familiar. 

    En España le han llamado el 100-80-100: significa el 100 % de la productividad, trabajando el 80% del tiempo y recibiendo el 100% del salario. En otros países, como Chile están legislando en favor de ello.

    Reducir la jornada es una reivindicación feminista porque permitiría conciliar de forma menos desigual la vida laboral y social; es una medida ecologista porque implica menos desplazamientos al trabajo, y, por lo tanto, menos contaminación y gasto innecesario de energía; pero, sobre todo, es una liberación de tiempo para el trabajador, para, digamos, vivir su vida.

    Por otro lado, está el tema del outsourcing, el cual representa una vergüenza a nivel de prácticas empresariales abusivas y, aunque el presidente López Obrador intentó eliminarlo, se encontró con una gran resistencia y oposición en el sector empresarial que le impidió hacerlo. Todo quedó en una iniciativa de ley para evitar la defraudación fiscal e impedir que se afecten los derechos de los trabajadores, pero no es suficiente porque algunos pseudo empresarios han encontrado el recoveco legal para seguir abusando de este esquema en detrimento de la dignidad e ingreso de los trabajadores.

    No todo ha sido negativo, al contrario. El incremento al salario mínimo y el aumento a las vacaciones han sido dos grandes conquistas de este gobierno y han derribado los viejos mitos sobre inflación y baja productividad, respectivamente, y lo mismo pasaría con el outsourcing y la reducción de la jornada. Ojalá que el ruido mediático pagado por los oligarcas para proteger sus intereses no impida hacer conciencia al ciudadano promedio para seguir demandando estas medidas que no solo son justas, sino necesarias.

    Lo que necesita México para ponerse a la altura de los países de avanzada en el ámbito laboral es, sin duda, dar continuidad al proyecto de la 4T a través de profundizar las ideas y acciones de izquierda implementadas en este gobierno, porque, si bien fue un parteaguas a favor de los trabajadores, a nivel de resultados podríamos decir que apenas fue suficiente para detener la inercia neoliberal, y ahora toca reconquistar más y mejores derechos laborales que, lejos de perjudicar al empresariado, lo beneficiarán al tener trabajadores más plenos, más felices y más sanos.

  • Sin control de armas no habrá pacificación

    Sin control de armas no habrá pacificación

    En la entrevista más vista de Milenio de cara a la elección del 24, y sin dudas, la más interesante que ha hecho este medio a cualquier precandidato a la presidencia, Gerardo Fernández Noroña defendió todos los logros del gobierno de la cuarta transformación a capa y espada, como suele ser en sus entrevistas, y también hizo lo propio con el liderazgo del presidente Andrés Manuel López Obrador. Por cierto, es el mejor en ello y nadie debate como Noroña. Sin embargo, atinó a decir que la única crítica válida y no señalada por los panelistas, es que AMLO no pacificará al país como se lo había propuesto al final de su sexenio, y tiene razón. 

    Es innegable que la estrategia del presidente López Obrador es la correcta y que hay números que demuestran que se va en la dirección correcta, pero el ritmo no es el deseable, aunque también es cierto que esto no es responsabilidad, del todo, de este gobierno ni de nadie que ocupe la silla presidencial con independencia de colores e ideologías, ¿por qué? Pues porque el problema de la violencia no se resolverá en tanto exista un mercado  abierto y legal de armas en Estados Unidos y el gobierno de ese país no haga nada al respecto, un mercado que permite a cualquiera portar un arma sin mayor limitación que una identificación, y peor, que a la delincuencia organizada le sea tan fácil adquirir dicho armamento por falta de controles y regulación.

    La violencia en México es, desafortunadamente, de tipo estructural y su origen es multifactorial porque se explica a partir de diferentes fenómenos. Por un lado, el tejido social destruido en tiempos de neoliberalismo, o, en otras palabras, en tiempos de individualismo, egoísmo, aspiracionismo ingenuo, minimización de la comunidad, indiferencia por el prójimo y pérdida de los valores comunes. En una especie de “sálvese quien pueda”, y “mientras mi familia y yo estemos bien que se jodan los demás”, la gente dejó de preocuparse por el prójimo, dejó de pensar que pagar impuestos era útil para seguridad, salud y educación; porque lo que ganaban era solamente producto de su esfuerzo y no merecía la pena ayudar a los demás. Aunado a esta indiferencia por el otro, el crecimiento monstruoso de la desigualdad también hizo eco en forma de violencia en la sociedad mexicana.

    Con sueldos de miseria en empresas maquiladoras de bienes de bajo valor añadido, evasión fiscal, cooptación del gobierno y un poder mediático al servicio de la plutocracia oligárquica, pero sobre todo, con un gran descuido hacia la juventud y las clases bajas y medias, se generó gran resentimiento que derivó en una espiral de violencia, porque como dijo Rafael Correa, ex presidente de Ecuador y líder de la Revolución Ciudadana: la falta de oportunidades, los bajos sueldos y la pérdida de la sensibilidad es igual a disparar balas cotidianas. 

    Para estas causas, la solución es intentar reparar el tejido social (aunque lleve mucho tiempo, es la única solución duradera y digna) pero esto no es suficiente. No se trata de tirar más bombas o tener mejores armas, se trata de evitar que la delincuencia pueda comprar armas de alto calibre por E-bay o Amazone, tal como hacen los estadounidenses, sin importarles el daño que se causan a sí mismos -como los tiroteos masivos en escuelas, centros comerciales, etc.- y el daño colateral que causan a México. Se trata de que dejen de suponer que los malos están al sur del Río Bravo, y al norte solo hay inocentes víctimas.  

    Mientras Estados Unidos no se haga cargo de ello, asuma su responsabilidad y tome acciones para la regulación de armas, no disminuirá la violencia en México como es deseable, lo que aumentará el flujo migratorio irregular en perjuicio de sus propios intereses.

    Y lo más importante: el siguiente ocupante de la silla presidencial en México debe, sí o sí,poner el tema sobre la mesa con Estados Unidos e intentar negociar hasta donde sea posible, de otra forma, estamos condenados a ser un país violento y a expensas del poder adquisitivo (que es muy alto, por cierto) de la delincuencia para hacerse de armas de cualquier calibre y sin la menor traba burocrática o regulación.

  • El mito de que los pobres no trabajan y son pobres porque quieren

    El mito de que los pobres no trabajan y son pobres porque quieren

    Hace unos días, en la conferencia mañanera, el presidente López Obrador citó un tweet de Lilly Téllez que, a priori, podría ser tomado como un desvarío más de la gritona y locuaz senadora del PAN, sin embargo, dicha expresión puede considerarse representativa de todo el pensamiento conservador en Occidente si se analiza detalladamente. Sus palabras fueron: “sí, ya les toca, pero trabajar”, esto en respuesta a otro tweet que hacía referencia a que la Inversión Pública y derrama económica que generan los proyectos de la 4T están principalmente dirigidos al sureste de México. 

    El texto de Téllez da a entender lo que el votante de derecha (clase media o alta) suele pensar de los pobres: lo son porque quieren, porque si trabajaran -como ellos- tendrían, al menos, mejor vida. ¿Hay prepotencia o ignorancia supina en este tipo de pensamiento? Puede ser que ambos, pero sobre todo la segunda.

    Mucha gente que no sale de su burbuja de privilegios y cuyos viajes son demostraciones de poder adquisitivo más que inmersiones culturales, realmente cree y se imagina que los pobres se la pasan en las hamacas esperando la siguiente ayuda del gobierno, que los indígenas son una subespecie de gente menos evolucionada e indigna de merecer los beneficios y privilegios con los que cuentan ellos porque, de nuevo, no se esfuerzan tanto o, si lo intentan, no son tan capaces. Realmente hay mucha gente que está convencida de que las excepciones son generalizaciones o pruebas fehacientes de que el sistema –su sistema- funciona, porque si un pobre logró tener movilidad social, ello significa que todos pueden hacerlo. Dicha lectura merece 3 reflexiones:

    1. La meritocracia fue una forma de pensamiento exitosamente infundada en el imaginario colectivo de las clases medias y bajas durante el periodo neoliberal, y no solamente en México, sino en los países occidentales. La gente pobre llegó a creerse que su desgracia era producto de su holgazanería e incompetencia, a pesar de la obvia falta de oportunidades y acceso a derechos básicos. Entonces, la guerra ideológica y la desmitificación de las mentiras impuestas como verdades a través de diversos aparatos ideológicos, debe combatirse diario. El objetivo de la izquierda pasa porque el hombre libre tenga conciencia de clase y reflexione sobre ella diario. Marx es más vigente que nunca.
    2. La batalla cultural es importante para derrotar al pensamiento conservador. La humildad, la generosidad, la hermandad y la visión comunitaria deben ser las piezas angulares para la concientización y politización de una sociedad que exija más y mejores derechos. El pueblo unido es más fuerte que cualquier lobby empresarial o conglomerado de medios de comunicación, pero mientras no compartamos valores comunes a defender y una identidad de la cual sentirnos orgullosos y a prueba de manipulación, ellos siempre podrán emplear técnicas de enajenación y división para imponer su visión individualista, egoísta, materialista y aspiracionista. 
    3. Un liderazgo fuerte y un proyecto de largo plazo son indispensables. De momento, todo descansa en los hombros del presidente López Obrador. Con su apabullante 70% de aprobación al quinto año de mandato y siendo el foco mediático y político de México, alcanza para mantener alejado del poder al pensamiento conservador, pero, ¿y si algo le pasara?, ¿y si el sucesor no lograra tener su impacto y fuerza?, o peor, ¿si traicionara al proyecto? De momento, hay optimismo porque parece haber cuadros de presente y futuro para darle continuidad a un proyecto de izquierda, sin embargo, siempre hay riesgo de rupturas y egos, y en momentos críticos como las elecciones de 2024, debe cuidarse al máximo este aspecto.

    Ni un milímetro de espacio ideológico, cultural y político al pensamiento conservador retrógrado. Nunca más un pobre que crea que lo es porque no se esfuerce, sino uno informado y politizado que se deje la piel en la calle, a favor de su comunidad y que vote por la opción que realmente apoye a las grandes mayorías, para que eventualmente se convierta en alguien de clase media, consciente y agradecido con las batallas que libraron sus antecesores.

  • Mexicanos al grito de guerra

    Mexicanos al grito de guerra

    El fentanilo es un opioide sintético 50 veces más fuerte que la heroína y 100 más que la morfina. Su uso original era con propósitos hospitalarios, pero sus efectos adictivos son tan devastadores que se ha convertido en una de las principales causas de muerte en Estados Unidos y gran preocupación para el gobierno de este país, no solo por la cuestión de salud pública, sino por el tráfico ilegal que genera, y que parece ser el pretexto perfecto para promover intervencionismo en México desde la Casa Blanca.

    Senadores republicanos, específicamente Den Crenshaw y Mike Waltz, pidieron al congreso estadounidense el uso del ejército para combatir a los cárteles mexicanos, es decir, ponerlos al nivel del Estado Islámico y tratarlos como terroristas para causar en México la muerte y devastación que crean necesaria hasta “derrotar al enemigo”, tal cual lo han hecho en Irak, Afganistán, Siria y un largo etcétera.

    Nada de esto era relevante porque se consideraba parte de la politiquería de personajes, hasta cierto punto, irrelevantes, sin embargo, el exfiscal de ese país, William Barr, escribió sobre ello en el Wall Street Journal, donde, básicamente, aplaude la estela de muerte que dejó el gobierno de Calderón en la llamada guerra contra el narcotráfico que emprendió el espurio expresidente mexicano (cuyo Secretario de Seguridad Pública fue Genaro García Luna, recientemente hallado culpable por vínculos con el Cártel de Sinaloa), y critica al presidente López Obrador por hacer más énfasis en atacar las causas y matar a menos seres humanos, porque claro, si los muertos son del Río Bravo hacia el sur, no importan tanto como los del norte.

    Ya sabemos, lo usual: la misma estrategia fracasada de hacer creer que los malos son los productores mexicanos y colombianos y no los consumidores estadounidenses, y no reconocer la evidente decadencia de ese país, que lo convierte en el mayor consumidor de drogas del mundo. Por si ello fuera poco, otro retrógrado de nombre John Kennedy, también senador estadounidense, declaró que, sin Estados Unidos, México estaría comiendo comida de gatos de una lata, viviendo en una carpa en un traspatio.

    El presidente López Obrador ha desestimado las declaraciones de estos personajes intrascendentes, sobre todo porque son hechas por porristas y engaña tontos en tiempos de campaña, no por políticos serios, pero lo más importante: ha llamado a no votar por quien quiera utilizar a México en discursos xenófobos y racistas (indirectamente, esto afecta más al partido republicano). La pregunta es: ¿esto impacta a la política interna de Estados Unidos? Sí y no.

    En términos absolutos, el llamado de cualquier presidente a no votar por tal o cual candidato de otro país podría parecer irrelevante, pero el caso del presidente López Obrador es especial. Tiene una aceptación del 70% y goza de gran popularidad entre los mexicanos que viven de Estados Unidos, donde, por cierto, hay 40 millones de ellos (población mayor que la de países como Irak, Canadá, Perú o Arabia Saudita, y casi tan grande como la de Argentina, España o Colombia).

    En una elección cerrada, el llamado de López Obrador podría tener algún impacto en el resultado electoral, y aunque él ha declarado que México se conduce por la resolución pacífica de los conflictos y el principio de no intervención, ha dejado muy claro que no permitirá que agarren a México de piñata discursiva, y como mexicanos tenemos que cerrar filas en torno a ello, defender la dignidad de México, rechazar el intervencionismo cínico de Estados Unidos y, en síntesis, defender la patria.

    No podemos regresar a tiempos de entreguismo cuando políticos mexicanos hincaban la rodilla ante el imperio, y aunque este siga queriendo hacer parecer como que México es el culpable, lo cierto es que los grandes consumidores (y también productores) son ellos, pero en la opinión pública no se habla de ello porque nunca se admitiría que la potencia hegemónica enfrenta los mismos problemas (y quizás peores) que sus vecinos del sur.

    Históricamente, la lucha contra los cárteles en América Latina ha sido un gran fracaso por dos cosas: no atacar las causas como la monstruosa desigualdad y la falta de oportunidades en regiones pobres y poco desarrolladas; y la falta de voluntad política de Estados Unidos para hacerse cargo de un problema que lleva mucho tiempo impactando a su sociedad, pero que al mismo tiempo sostiene parte de su economía. Hipocresía, le llaman.

  • Expectativas realistas en el Estado de México

    Expectativas realistas en el Estado de México

    Ante la inminente victoria de Delfina Gómez en el Estado de México, la cual está respaldada por casi 20 puntos de ventaja según el último sondeo, los mexiquenses ven luz al final del camino y, parece, experimentarán no estar más bajo el yugo del PRI y del grupo Atlacomulco. Esto es una buena noticia porque las relaciones de poder, el estilo de hacer política y las perspectivas, cambian. Sin embargo y en un ejercicio de objetividad, deben quedar claras las expectativas y los indicadores por los cuáles se debe medir el desempeño de la posible nueva gobernadora, y ello tiene que ver con sus promesas de campaña.

    Ante el ruido excesivo de medios y la vulgarización del sistema democrático en México, se personifica demasiado el poder y las responsabilidades de un gobierno, ejemplo máximo de ello es el presidente López Obrador, que según un análisis de medios reciente, es protagonista de 4 de cada 5 artículos de opinión, omitiendo, seguidores y detractores, que existen, al menos, otros 8 poderes diferentes que tienen inferencia en la vida pública de México. Es un error, por tanto, analizar más al sujeto en su ontología política para medir el desempeño como ocupante a un cargo y minimizar sus promesas de campaña, que es lo que debería ser el foco de la cuestión, es decir, ¿qué prometió versus qué cumple y cómo avanza?

    En el caso de Delfina Gómez, existe un programa de gobierno que se precia de ser más realista y menos ambicioso que el de su contrincante Alejandra del Moral, y esto puede ser una lectura interesante para politólogos en formación: la sociedad ya no se deja engañar tan fácilmente por las grandes y ambiciosas promesas de un programa inverosímil, sino por propuestas concretas que coadyuven a resolver problemas y demandas específicas de la población. Ante una sociedad evidentemente más politizada, el discurso realista y honesto cobra alta relevancia, por ello y ante tantas promesas incumplidas del PRI en el Estado de México, parece ser que ni todo el aparato del Estado de México a favor de su candidata será suficiente para mantener el poder.

    Ahora bien, Delfina Gómez tiene la gran encomienda de, al menos, demostrar cuanti-cualitativamente que será buena gobernante. No basta con tener el respaldo de Morena y el Presidente López Obrador, sino que deberá trabajar desde el primer día en cumplir los compromisos que ha hecho. Un aspecto relevante dentro de estas promesas tiene que ver con que, Delfina, como texcocana, tiene que voltear a ver mas hacia el Oriente del Estado de México, históricamente marginado y olvidado por el grupo Atlacomulco. Resulta una gran contradicción que el Estado de México, siendo la segunda entidad generadora de riqueza medida a través del Producto Interno Bruto, tenga los cinturones de miseria y pobreza más grandes de México. No es digno que muchas industrias y fábricas se encuentren ubicadas en el Estado de México y que la inseguridad y pobreza sean la imagen principal y el día a día de los habitantes de los municipios sobrepoblados y limítrofes al oriente con la Ciudad de México: Chalco, Ecatepec, Neza, Chimalhaucán, Cuautitlán, etc. Es claro que esta situación no se podrá revertir en pocos años de gobierno, pero si realmente cumple sus promesas de infraestructura, seguridad y atracción de la inversión, se revertirá la tendencia negativa que se viene arrastrando en esta parte de México desde hace muchos lustros.

    Finalmente, si Delfina logra la gubernatura, es bien sabido que el proyecto de la 4T se asegura, al menos, otro sexenio en la Presidencia, lo cual y más allá de afinidades políticas, es conveniente para el Estado de México porque gobernaría un grupo político que coadyuvaría a tener estabilidad política y no entorpecería iniciativas y propuestas relevantes, como comúnmente pasa con gobiernos que son rivales.

  • ¿Presidencialismo o parlamentarismo en México?

    ¿Presidencialismo o parlamentarismo en México?

    Una crítica del ala conservadora en México es el aparente excesivo poder político que tiene el presidente López Obrador. Sus más fieros críticos señalan que México se ha convertido en el país de un solo hombre. En contraste y de manera cínica, los partidos de oposición han hecho una gran alianza, traicionando ideología, historia y jugando una especie de ajedrez político al estilo parlamentario para tratar, sin éxito, de enfrentar al gigante político.

    De hecho, en la presentación de la llamada Marea Rosa, varios de los candidatos del bloque opositor han hablado de la necesidad de hacer alianzas prácticas con tal de lograr objetivos políticos, vulgarizando, aun más, la representación política auténtica y traicionado sus idearios políticos, en especial el PRI, que, en teoría, es un partido revolucionario opuesto al conservadurismo del PAN, que surge, justamente, para hacer frente a la política patriótica del presidente Lázaro Cárdenas, cuyo legado principal fue la nacionalización del petróleo.  

    A pesar de la supuesta necesidad de hacer alianzas pragmáticas y no concentrar el poder en un solo hombre, ningún miembro del bloque conservador en el congreso ha planteado una iniciativa de ley para proponer un cambio de régimen político que realmente diluya el poder presidencial, o lo que es lo mismo, pasar de un sistema presidencia a uno parlamentario al estilo europeo. A partir de esto, se vislumbra interesante plantear la pregunta, ¿puede México cambiar su sistema político de uno presidencialista a uno parlamentario donde el jefe de Estado tenga menos poder?

    El sistema parlamentario existe en países europeos que presumen de estabilidad política a pesar de las grandes adversidades a las que se han enfrentado en los últimos tiempos, y una característica importante de este sistema es que, además de que el parlamento está por encima del Jefe de Estado, existe la moción de censura, que es la posibilidad de cambiar a este último si se considera que su desempeño está muy por debajo de lo esperado, o bien, está manchado por la corrupción. 

    Este sistema se basa también en principios democráticos, pero a diferencia del presidencialismo, el poder recae en más personas y no tanto en un líder, lo cual suena bien en teoría, sin embargo, el parlamentarismo en Europa descansa en un aparato institucional más fortalecido y con verdadero Estado de Derecho, a diferencia de México, donde el neoliberalismo dejo como legado instituciones autónomas (muchas de ellas corruptas y llenas de privilegios) que, más que coadyuvar al funcionamiento democrático, debilitan al gobierno. En términos claros, es la forma maquiavélica en que las élites de poder y económicas le ponen una camisa de fuerza al gobierno para que no cambie el status quo. La plutocracia oligárquica que tuvo secuestrado a México antes de la 4T sabe que un gobierno débil puede ser fácilmente sometido y controlado, y harán lo que sea necesario para que continúe así. Por ello, es inviable que un país como México transite a un sistema parlamentario, ya que ello derivaría en demasiada inestabilidad política e ingobernabilidad.

    Hoy más que nunca, conviene tener un presidente fuerte, un verdadero representante del pueblo que realmente actúe en favor de las grandes mayorías y fortalezca al Estado Mexicano con vistas al futuro, que sea capaz de revertir las décadas de neoliberalismo, cuya consecuencia principal a nivel político fue el debilitamiento progresivo del gobierno, lo que llevó a una concentración de la riqueza desmedida ante la incapacidad de ejecutar políticas redistributivas, un descobijo de los más pobres que, al mismo tiempo, se tradujo en mayor inseguridad, y en general condujo a graves desequilibrios políticos y sociales en detrimento de la calidad de vida y dignidad de los mexicanos.

    No se trata de que el poder esté concentrado o no, sino de que se use para cumplir el programa de gobierno que fue votado por la mayoría; no se trata de intentar emular otros modelos de aparente “avanzada” como los europeos parlamentarios, sino de hacer que el propio sirva a través de un verdadero Estado de Derecho; no se trata de que un presidente como López Obrador tenga mucho respaldo popular, sino de que cada una de sus decisiones de política pública realmente impacten de forma positiva a la mayoría de mexicanos.

    Muchas de las criticas a presidentes fuertes como López Obrador se basan en el aparente engaño de la concentración del poder para aferrarse al mismo, pero eso es difícil de aceptar en alguien que reiteradamente ha señalado que después de acabar el periodo presidencial se retirará de la vida publica.

  • La cuestión fiscal en México: un proyecto transexenal

    La cuestión fiscal en México: un proyecto transexenal

    Un gran avance del gobierno del presidente López Obrador tiene que ver con el discurso sobre la necesidad de no perdonar y devolver impuestos a nadie, especialmente a los más ricos. Esta acción le ha valido que los oligarcas y dueños de la mayor parte de la riqueza de México, usen sus bastos recursos para promover agendas anti 4T a través de los grandes medios de comunicación, secuestrando redes sociales con granjas de bots y utilizando el Lawfare (golpe blando a través de la captura de instituciones como el Poder Judicial, el INE y los supuestos organismos autónomos).

    Sin embargo y a pesar de luchar contra corriente, el gobierno de la 4T ha logrado aumentar la recaudación, y también que grandes deudores paguen sus impuestos, lo que se considera un triunfo político, y sobre todo, significa oxígeno puro para los proyectos estratégicos del presidente López Obrador, sin embargo, ¿podríamos considerar misión cumplida hacer que los ricos paguen sus impuestos y, en todo caso, aumentar y mejorar la base de tributación hacia las clases medias? 

    La respuesta tajante es que no, no es suficiente hacer que los ricos paguen sus impuestos y AMLO lo sabe. Según la analista política Viri Ríos, los estratos de ingreso medio pagan más que los ricos. El ejemplo más obvio es el caso del IVA, donde el estrato más bajo aporta el 6% de sus ingresos; el medio 7.2%; y el alto 6.8%. En el caso de la seguridad social, la clase media no sólo paga la mayoría de las cuotas obrero patronales, sino que también sufre reducciones salariales de hasta el 67% porque los patrones bajan los sueldos para cubrirlas. Según datos del Economista, México recauda apenas el 17% con relación a su PIB, es decir, muy bajo si lo comparamos con el 35% que recauda el promedio de la OCDE.

    Entonces, siempre queda la cuestión de por qué no se hizo una reforma fiscal al principio del sexenio cuando el capital político del presidente ascendía hasta un 83% de aprobación en febrero de 2019, es decir, ¿por qué un presidente tan fuerte como López Obrador no hizo una reforma fiscal? 

    La respuesta tal vez esté en la continuidad del proyecto político de la 4T, que necesitaría al menos 2 o 3 sexenios para realmente impulsar una reforma fiscal de gran calado que aspire a cambiar las relaciones de poder, y seguramente así lo ve el presidente López Obrador. Su sexenio está siendo el cisma que sacudió la vida pública de México para contrarrestar 36 años de neoliberalismo. Se necesita que el sucesor de la 4T logre la meta más difícil de todas: que el que tiene más, pague más impuestos. Un principio de justicia aceptado y llevado a cabo por las democracias desarrolladas de Occidente, pero que tiene como reto derrotar a los grandes oligarcas que harán lo que tengan que hacer para evitarlo. 

    Una reforma fiscal ambiciosa, aunque ideal, hubiera sido demasiado violenta y radical. Lo importante era dar el primer paso: evitar la evasión y la condonación (sexenio 1 de la 4T). Dando este primer paso, el segundo tendría que ser aumentar progresivamente los impuestos para las mayores fortunas (sexenio 2 de la 4T), y un tercer sexenio (sexenio 3 de la 4T) implicaría perfeccionar y pulir un sistema al nivel de los mejores del mundo, donde la tributación se hace de forma personalizada, se consideran las características propias del ente tributador y su entorno, la información está actualizada al momento y se emplea la mejor tecnología para facilitar todos los procesos fiscales. A esto tiene que aspirar México, porque sin un sistema fiscal justo e ingresos suficientes, nunca podremos aspirar a un estado de bienestar al nivel de los países nórdicos.

  • Trump y Biden: de la retórica a los hechos

    Trump y Biden: de la retórica a los hechos

    Los mexicanos tenemos muy mal recuerdo, especialmente a nivel discursivo, del mandato de Donald Trump. Se cansó de humillarnos y fuimos su piñata favorita en lo electoral. El muro fronterizo quedará marcado como uno de los eventos más vergonzosos y poco amables que haya tenido un presidente norteamericano hacia México. Se refirió a los mexicanos como violadores y asesinos. 

    En su libro “el arte de negociar” propone como tesis central negociar con rivales fuertes y humillar al rival más débil, y tal cual lo hizo con los chinos, rusos y mexicanos, respectivamente. El presidente López Obrador estuvo a la altura de las circunstancias y no cayó en el juego provocador de Trump, pero no se puede decir lo mismo de Peña Nieto, que fue humillado y despreciado en suelo mexicano por el entonces candidato Trump.

    En contraparte, Biden, como político profesional y viejo lobo de mar, se ha mostrado totalmente cooperador con el gobierno mexicano, a quien ha calificado como amigo. Las fotos que dejó su visita a México junto al presidente López Obrador y Justin Trudeau -primer ministro canadiense- dejaron un mensaje de fraternidad, colaboración y entendimiento entre los mandatarios norteamericanos, y cuando AMLO visitó Estados Unidos fue de la misma manera. Dos grandes amigos abrazándose por el progreso y el fortalecimiento del otrora bloque económico más grande del mundo.

    Pero una cosa es la retórica, la imagen y las relaciones institucionales; y otra cosa muy diferente son los hechos y acciones de política pública. 

    En el ámbito migratorio y según cifras del Instituto Nacional de Migración, el número de deportados hacia México se ha incrementado en 18% en el mandato de Biden respecto al de Trump, es decir, aunque Biden se muestra más “amable”, deporta más que Trump. Ambos han sido duros y han exigido a México servir de muro de contención ante la migración ilegal, pero en términos estrictamente numéricos, el gobierno de Biden ha sido peor para los mexicanos.

    En el ámbito energético, Trump aceptó que Estados Unidos asumieran parte de la disminución en la producción petrolera que le correspondía a México acordada ante la OPEP, y también permitió que durante la firma del T-MEC, México decidiera sobre su política energética, algo que no se había acordado en las negociaciones iniciales (con el equipo entreguista de Peña Nieto) y que se vino a corregir durante el gobierno de la 4T por órdenes del presidente López Obrador.

    Y finalmente, algo que puede parecer increíble pero es cierto: Trump, a pesar de su discurso agresivo y directo, es de los pocos presidentes que no ha iniciado una guerra que afecte indirectamente a México y al mundo. De acuerdo a un informe del  Ministerio de Exteriores de China, Estados Unidos es el país más beligerante de la historia mundial. De sus 240 años de historia, solo ha estado en paz en 16, y Trump forma parte de ello.

    La guerra en Ucrania, donde claramente Estados Unidos y la OTAN juegan en contra de Rusia y China, ha dejado, entre otros saldos, inflación generalizada en países occidentales y gran inestabilidad económica. México, gracias a la responsabilidad del Banco de México y al subsidio a gasolinas para proteger a las clases bajas y medias, no se ha visto tan afectada como otros países, pero si se tratase de un gobierno neoliberal, habría peores consecuencias en término macroeconómicos, sin duda.

    En conclusión, aunque México se vio discursiva y socialmente muy afectado por el gobierno de Trump debido a la exaltación del sentimiento antimexicano, de la supremacía blanca, del neoproteccionismo económico y de los antivalores propios del fascismo; el gobierno de Biden, en los números, ha representado peores cosas para los mexicanos si consideramos, sobre todo, las consecuencias indirectas de la guerra y la cuestión migratoria. Se reafirma la máxima de que Estados Unidos no tiene amigos, sino intereses, y que su objetivo es, sobre todo, seguir manteniendo su hegemonía a costa de todo y de todos, incluido y principalmente México.

  • Deconstrucción del pensamiento occidental

    Deconstrucción del pensamiento occidental

    El filósofo francés Jaques Derrida afirmaba que la deconstrucción podría entenderse como un modo de pensamiento para reorganizar las ideas occidentales, las cuales y en principio estaban llenas contradicciones y desigualdades. 

    Deconstruir es un acto permanente de cuestionamiento y no conformidad, y su ejercicio debe aplicarse especialmente en los lugares, ideas y verdades que normalmente son aceptados por la mayoría, y defendidos con prepotencia o ignorancia por algunos.

    Por ejemplo, en Occidente prima la idea de superioridad respecto al mundo, pero al mismo tiempo se promueven valores cristianos y el supuesto amor al prójimo; se habla de tolerancia en la democracia como la mejor forma de gobierno, pero no se acepta que otros piensen diferente e incluso “les llevan la democracia” a fuerza; se habla, en el discurso, de igualdad para todos, pero de facto el sistema es excluyente para las grandes mayorías; se admira a personajes superfluos, vacíos o estridentes; pero se les llama populistas a líderes que realmente quieren hacer el bien para sus pueblos; se habla de procurar y mantener la paz; pero se mantienen guerras innecesarias a costa del sufrimiento y de la vida de muchos; se habla de aceptación y sana convivencia, pero se vive en permanente racismo y clasismo, y es que Occidente, entendido como las ideas y valores adoptados por el grupo de países desarrollados (liderados por Estados Unidos) y que someten al mundo, representa, en muchos sentidos, hipocresía y doble moral.

    Entonces, es tiempo de cuestionar si realmente lo que recibimos como inputs son o no ideas contradictorias y subversivas, y más importante: ¿cómo ejercer autonomía desde nuestro propio ser y hacia los que nos rodean? Esto podría implicar un ejercicio filosófico profundo y la utilización de herramientas hermenéuticas para, desde la teoría, desarrollar una disertación pertinente y útil para la realidad del día a día, tal como suele hacerse en los centros de pensamiento (dígase Universidades), sin embargo, hay acciones sencillas que pueden aplicarse en la cotidianidad para intentar ejercer dicha autonomía, o al menos, no contaminarse tanto por el entorno más inmediato. A continuación, se explican algunas acciones para ello:

    • – Apagar la televisión comercial y cuidar mucho los contenidos audiovisuales: la televisión ha representado un medio de manipulación de masas y de distracción mediática. Es el instrumento de comunicación de la derecha y de los grandes capitales y oligarcas. Ejemplos sobran y no vale la pena ahondar en ello, lo que sí es conveniente es cuidar la calidad de los contenidos audiovisuales que se consumen de forma personal o en familia. Ello determina los intereses, el diálogo, la convivencia y la inversión de recursos para actividades que moldean la personalidad y el pensamiento.
    • – Convivir con personas con ideas diferentes, pero capaces de generar diálogo constructivo: una idea común y repetida pero difícilmente ejercida. El cerebro humano tiende a estar más cómodo con la repetición y reafirmación de ideas, sin embargo, en un espacio de complacencia es difícil detectar el sesgo o la radicalización. En este sentido, se vuelve necesaria la convivencia con personas con ideas diferentes, pero que sean tolerantes, abiertas al diálogo y sin afanes impositivos. 
    • – Intentar romper el algoritmo de redes sociales: de nuevo, al cerebro le gusta la comodidad y complacencia de la repetición, sin embargo, el hacer uso de redes sociales para buscar nuevas ideas, constructos y paradigmas, implica intentar cambiar contenidos, búsquedas, filtros y fuentes. La apuesta mayor es en Twitter al ser una red social con perfil eminentemente político y ideológico, pero bien puede aplicarse a los contenidos de cualquiera. 
    • – Tomar alteridad en situaciones cotidianas y hacer análisis profundo: en las ciencias sociales, específicamente en la investigación cualitativa, la alteridad implica tomar distancia de la situación observada o vivida para analizara desde otro lugar que no sea el propio. Relaciones, interacciones, creencias, procesos, comportamientos, actitudes y todo lo que sea observable es sujeto de análisis desde la alteridad para su posible deconstrucción

    En general, las personas deberían creer menos lo que ven, oyen y reciben; y cuestionar desde la honestidad, la suspicacia y la curiosidad, especialmente en el mundo Occidental.