Categoría: Daniel Cervantes

  • Charlie Kirk y la condena de derecha

    Charlie Kirk y la condena de derecha

    El día 10 de septiembre del año presente, durante un evento en la Universidad del Valle de Utah, el “activista” conservador, Charlie Kirk fue herido de muerte tras recibir un impacto de bala en el cuello. Este suceso tuvo gran relevancia en la vida pública de nuestro vecino del norte debido a la cercanía de este personaje con el actual gobierno ultraderechista que se encuentra en la Casa Blanca. 

    Kirk era conocido por defender posturas supremacistas (y demás “istas” éticamente negativos que existen) y retrogradas bajo el respaldo del movimiento MAGA; ocupando el argumento de que solo eran ideas en el debate público. Para ser más preciso, Charlie Kirk comulgaba con todas y cada uno de los posicionamientos neoconservadores y postneoliberales del sector más derechista del trumpismo (proarmas, antiderechos, antimigrantes, un gran creyente de la teoría del gran remplazo, etc).

    Si con el anterior perfil del personaje no basta para condenar al aludido, me permito citar algunas de sus frases para el conocimiento y contextualizar al lector:

    • “Creo que vale pagar el precio, por desgracia, de algunas muertes por arma de fuego cada año para que podamos tener la Segunda Enmienda para proteger nuestros otros derechos otorgados por dios”
    • “Si veo un piloto negro, pienso ¡Ojalá esté cualificado”
    • “En la comunidad negra es aceptable que el varón, siendo menor de edad, deje embarazada a una mujer y la abandone; ese es un problema cultural en la comunidad negra”
    • En 2023, hablando de varias mujeres negras exitosas (entre ellas Michelle Obama), Kirk sostuvo “no tienen la capacidad de procesamiento mental necesaria para ser tomadas realmente en serio… había que robarle el espacio a una persona blanca para que se las tomara algo en serio”
    • “¿Les parece bien que tanto Londres como Nueva York tengan alcaldes musulmanes? Lo siento, creo que deberíamos ser un poco cautelosos con eso. No me parece correcto”
    • “Ya que amas tanto México, vamos a regresarte con mucho gusto”
    • “Nadie ama tanto México como la gente que se niega a vivir ahí”
    • “¿Ustedes creen que México le declara la guerra a los cárteles por Estados Unidos? Creo que estamos tan concentrados en Rusia, Rusia, Rusia y Rusia. La relación económica de México de una naturaleza parásita. ¿Cuándo será el día que Estados Unidos mande sus drones a México para acabar con los cárteles…?”

    Kirk era conocido en pocas palabras, por su odio contra todos menos a la comunidad blanca, heterosexual y acomodada dentro de los Estados Unidos y Europa (y de este último todavía habría que desmenuzar). Sin embargo, tras su muerte la derecha mundial se lanzó en una campaña de desinformación en redes sociales y medios de comunicación. 

    Ellos daban por hecho que fue asesinado por un izquierdista, afirmaban que la izquierda se había quedado sin argumentos y que siempre que esto pasaba se recurría a la violencia. También, decían que celebrar la muerte de una persona por pensar diferente era incorrecto (de la nada se volvieron los más humanistas y defensores de los Derechos humanos) y sostenían sin embargo que esto era natural de la izquierda. No sé si calificarlos de ignorantes o hipócritas, parece que olvidaron la historia moderna de la derecha occidental; desde Hitler a Trump, pasando por Pinochet. 

    Además, recordemos que lo que sostenía no sólo eran ideas, sino se trataba de un discurso de odio proto fascista contextualizado en una época histórica de un modelo de capitalismo en crisis (neoliberalismo) y, por ende, regreso de los fascismos. Empero, esto no detuvo a la derecha mundial para culpar a la izquierda, empatizar con la muerte de Kirk y condenar cualquier ovación derivada del suceso.

    Incluso en México, uno de los países a los que más va dirigido el odio que expulsa por todos sus poros el movimiento MAGA (uno de sus miembros Charlie Kirk), la derecha nacional manifestó su tristeza por el asesinato. Me permito citar algunos de los posicionamientos: 

    • Senadora Lilly Téllez: “Qué tristeza tan grande. Charlie Kirk, un joven activista conservador, esposo y padre de familia de apenas 31 años, fue cobardemente asesinado en un debate público, en una universidad de los Estados Unidos. Su delito, expresar sus ideas sin restricciones y enfrentar el debate público con valentía”
    • Chumel Torres “Mataron a una persona por opinar cosas. Váyanse pero muchísisisisisimo a la verga. Tengan el ángulo que tengan”.
    • Salinas Pliego: “La izquierda asesina ataca de nuevo, esta vez intentan silenciar una voz que defiende los ideales de derecha, pro-vida y anti-woke!!!
    • Entre otros…

    Debió ser una sorpresa para todos ellos que el asesino de Kirk fuera un gran simpatizante del movimiento MAGA, de la segunda enmienda y de todo lo referente a la extrema derecha de Estados Unidos. Además, los derechistas mexicanos mostraron su ignorancia y fascismo al defender la muerte de un simpatizante férreo de Donald Trump y gran enemigo de todos los mexicanos; mientras al mismo tiempo guardan silencio mientras mueren miles de niños inocentes en Gaza.

  • De Iturbide a Lilly Téllez: Entreguismo Conservador

    De Iturbide a Lilly Téllez: Entreguismo Conservador

    Desde tiempos muy tempranos en la historia mexicana el cuerpo del conservador fue poseído por el espíritu del entreguismo y la sumisión al extranjero. La afirmación de la necesidad de ayuda externa para erradicar los problemas internos es tan vieja como la existencia de la patria misma. Lo extraño es que ellos no han aprendido nada de sus experiencias previas y siguen quedando a ojos de nosotros los contemporáneos como traidores a la nación.

    Desde la independencia los conservadores han postulado la necesidad de intervención extranjera para poder contener y hacer gobernable nuestro país. Consta por ejemplo en el Plan de Iguala (redactado por la facción conservadora de los independentistas) en donde se lee en el artículo cuarto: 

    “4. Fernando VII, y en sus casos los de su dinastía o de otra reinante, serán los emperadores, para hallarnos con un monarca ya hecho y precaver los atentados funestos de la ambición”.

    Así, aunque el país independiente, se buscaba que un monarca extranjero fuera el soberano por nuestro país, explicitándose al final de dicho artículo que cuanto menos era difícil que los mexicanos de entonces se pusieran de acuerdo para la creación de un gobierno nacional debido a la “ambición”.  

    Sin embargo, debido a la imposibilidad de encontrar un monarca europeo y a las presiones del bloque liberal, fue imposible que se concretara dicho artículo y se coronó a Agustín I de México como soberano del Imperio Mexicano. Este proceso histórico “concluyó” con la caída del emperador y la implementación de la primera república (después del triunfo liberal). 

    Más adelante y tras las pugnas dignas de un naciente país multicultural y el injerencismo extranjero (ej. guerra de reconquista española, guerra de los pasteles, guerra contra los EUA), los conservadores a la cabeza de Lucas Alamán vieron como única opción para la supervivencia de la nación mexicana el ceder la soberanía nuevamente a un europeo. 

    Dicho pensamiento culminó en el ofrecimiento de la Corona de México a Maximiliano de Habsburgo en 1864 mientras el ejército francés de Napoleón III invadía territorio nacional. Los conservadores hicieron esta traición debido nuevamente al pensamiento añejo sobre la imposibilidad de les mexicanos para autogobernarse y supuestamente asegurar la existencia de México frente a los intereses de los Estados Unidos. Todo ello concluyó con la victoria liberal y el fusilamiento del monarca en el cerro de las campanas en 1867, esto tras una guerra intensa de los mexicanos (principalmente la “chinaca”) al mando de Benito Juárez contra el ejército francés. 

    Con el paso de los años, la muerte de Juárez y la creciente división dentro del propio bloque liberal, un general de nombre Porfirio Diaz dio un golpe de estado bajo la bandera de la no reelección, quien tras quitar al gobierno de Lerdo de Tejada instituyó una dictadura en la que con el lema positivista comtiano de “orden y progreso” reprimió al pueblo de México mientras los capitales europeos y norteamericanos saqueaban a la nación, nuevamente con el argumento de la necesidad de fuera para el desarrollo y orden de la nación. 

    Los hechos descritos concluyeron en el levantamiento del pueblo de México contra el estado de las cosas, sin olvidar el golpe de estado conservador de Victoriano Huerta con la coordinación de la embajada de los Estados Unidos para evitar que esto sucediera. 

    Con el paso del tiempo y los conservadores moral y políticamente derrotados, nace el “partido emanado de la revolución”, quienes en etapas tempranas nacionalizaron el sector petrolero, llevaron a cabo un reparto agrario y construyeron el actual Estado Mexicano. Sin embargo, “a toda acción, hay una reacción” y en 1937 y 1939, nace el movimiento sinarquista y el Partido Acción Nacional; organizaciones hermanas de derecha que se oponían a las reformas sociales del gobierno, simpatizaban con el risible panhispanismo franquista y por ende también con el nacionalsocialismo alemán. 

    El PRI con el tiempo se hizo más autoritario y represor, sin embargo, mantuvo hasta el gobierno de López Portillo un enforque benefactor en el que reconocía su papel para el desarrollo nacional, protegía empresas mexicanas y el propio estado asumía un papel central en la vida de la sociedad. 

    Empero, con el giro neoliberal a la derecha (1982) y la creación del PRIAN con el fraude del 88, el gobierno fue haciéndose a un lado y dando paso a los intereses particulares sobre los colectivos, de los individuos antes de la sociedad. De nuevo, el pensamiento añejo de la derecha mexicana de creer a los imperios como amigos de los mexicanos para el desarrollo o conservación de la seguridad se hizo eco con la firma del Tratado de Libre Comercio en 1994.

    Vivimos poco más de 30 años bajo gobiernos de derecha, tuvimos políticos que beneficiaron a los grandes capitales internacionales para “crear empleos”, nuevamente reinó la retórica de vender la soberanía para obtener morusas a cambio. 

    Empero, en 2018 después de 2 fraudes electorales volvió la izquierda al poder con una aplastante mayoría en ambas cámaras gracias al voto de los ciudadanos. El enfoque del gobierno volvió a cambiar hacia una posición social y nacionalista, donde el interés nacional volvió a ser prioridad para el gobierno; traiciones como el Plan Mérida o el Operativo Rápido y Furioso quedaron en el pasado. 

    En ese contexto, la derecha volvió a “sacar el cobre”, lanzaron una narrativa de narcoestado (cuando lo más cercano a ello lo tuvimos con el presidente Felipe Calderón y su secretario de Seguridad, Genaro García Luna) y fueron a acusarnos con el Rey de España, el secretario general de la OEA e incluso firmaron la Carta de Madrid impulsada por el partido hispanista Vox. 

    Tras terminar el primer sexenio de izquierda y empezar el segundo, la retórica de narcoestado fue tomando mas fuerza en la derecha mexicana, siempre con ayuda del gobierno fascista de Estados Unidos. Las principales voces de la derecha nuevamente se convirtieron en voceros de un gobierno extranjero, compraron la versión de los republicanos y su supuesta necesidad de intervenir en México para “salvarnos”. 

    Incluso, ahora la senadora plurinominal por el PAN, Lilly Tellez salió en el medio conservador Fox News implorando que el gobierno de su país intervenga en el nuestra para salvarnos del supuesto narcoestado.

    En suma, el entreguismo conservador en México no es un fenómeno nuevo ni aislado, sino una constante histórica que, desde Iturbide hasta figuras contemporáneas como Lilly Téllez, ha buscado justificar la cesión de soberanía bajo el argumento de la incapacidad nacional para autogobernarse. Detrás de cada episodio (ya sea la invitación a monarcas extranjeros, la imposición de dictaduras bajo el cobijo del capital foráneo, o la actual narrativa de “narcoestado” promovida desde Washington) se revela la misma lógica de subordinación y desprecio por la voluntad popular.

    Frente a ello, el pueblo mexicano ha demostrado una y otra vez su capacidad de resistencia y de reafirmar su derecho a un proyecto de nación propio, independiente y solidario, desnudando con ello la verdadera esencia de la derecha: un bloque históricamente dispuesto a traicionar a México en nombre de intereses ajenos.

    Nota: Soy consciente de los brincos en la historicidad de los hechos y el reduccionismo, sin embargo, fueron necesarios para la comprensión de lo ocurrido al estilo de una Columna de Opinión. 

  • Austeridad republicana

    Austeridad republicana

    En el debate público, la austeridad suele confundirse con una cruzada moral obligatoria. No lo es. En el gobierno de la Cuarta Transformación, la austeridad presupuestal es una política: recortar gastos innecesarios, ajustar privilegios, reasignar recursos hacia programas prioritarios. Es el Estado, no las personas, el que debe apretarse el cinturón.

    Ahora bien, la frugalidad de cada uno es harina de otro costal. Nadie puede ordenarla por ley ni exigirla. El presidente Andrés Manuel López Obrador optó por llevarla a cabo a su modo: sin excesos, sin irse de gira por el mundo, sin vestimentas de marca, con una forma de vida denominada “la justa medianía juarista” Se trata más bien de un credo personal, no de una regla plasmada en papel.

    Y ahí está la diferencia: un funcionario puede, perfectamente, cumplir con todas las reglas de austeridad presupuestal y, con su salario legalmente ganado, vivir como prefiera. Comprar un buen auto, viajar, invertir o incluso gastar en lo que otros considerarían un lujo. El problema viene cuando se pretende fundir ambas cosas: creer que todo servidor público debe copiar el estilo de vida del presidente para ser coherente. No. La coherencia se mide en el manejo de los recursos públicos, no en la cantidad de zapatos que hay en el clóset.

    En la 4T, la austeridad republicana es política de Estado; la “justa medianía” es una elección personal. Una cosa evita que el dinero del erario se desperdicie; la otra es un gesto ético que, aunque respetable, no es obligatoria. Pretender que todos vivan igual sería tan absurdo como imponer un código de vestimenta moral.

    En un país democrático, el servidor público cumple si gasta bien el dinero que no es suyo. Lo que haga con el que sí lo es, le pertenece por completo. Y así debe seguir siendo.

    Sin embargo, esta distinción, aunque legítima, puede tener un costo político. En el terreno del debate público, la coherencia no siempre se mide con criterios jurídicos, sino con percepciones. Un funcionario que cumple a cabalidad con la austeridad presupuestal, pero mantiene un estilo de vida costoso no incurre en falta alguna, aunque esa imagen puede convertirse en argumento para cuestionar su congruencia. En un ambiente político polarizado, esa brecha entre norma y apariencia se vuelve terreno fértil para la crítica.

    Esto no necesariamente impacta en la operatividad del gobierno, pero sí puede afectar la búsqueda de respaldo electoral y la legitimidad ante la opinión pública. El contraste entre un discurso que exalta la sobriedad y una vida personal que proyecta abundancia puede ser aprovechado para debilitar liderazgos, incluso cuando no haya irregularidades. En política, la credibilidad es tan frágil como estratégica, y se construye no solo con la correcta administración del dinero público, sino también con la percepción que se proyecta.

  • Woke: Alessandra Rojo de la Vega

    Woke: Alessandra Rojo de la Vega

    La llegada de Alessandra Rojo de la Vega a la alcaldía Cuauhtémoc no implica un quiebre con las viejas prácticas, sino una especie de reinvención en la forma de verlas. Su éxito en las urnas no es precisamente una victoria del feminismo que nace del pueblo ni de las batallas sociales más esenciales. Más bien, simboliza el triunfo de un progresismo que no se preocupa por las diferencias de clase, uno que simplifica los problemas sociales a meras charlas motivacionales, campañas llamativas y acciones que procuran no incomodar las causas profundas de la inequidad.

    Rojo de la Vega se muestra como una luchadora, una protectora de los derechos femeninos, una madre fuerte y una ciudadana audaz. Sin embargo, su camino recorrido evidencia que su activismo ha servido más para destacar su propia figura que para impulsar un cambio real. En vez de fortalecer la unión para pelear por los derechos, ha fortalecido su propia imagen. Y en vez de cuestionar los intereses económicos o las bases del poder, los maneja con soltura

    Su gestión comenzó con un acto cargado de símbolos: el retiro de las estatuas de Fidel Castro y el Che Guevara. Lo vendió como una victoria “vecinal”, pero no fue más que una operación mediática para deslegitimar cualquier rastro de memoria revolucionaria en el espacio público. “Llévenselas de decoración a sus casas”, dijo, como si la historia pudiera subastarse, como si la política fuera solo una escenografía. Así funciona el woke: se apropia de las formas del disenso, pero elimina su contenido transformador.

    Esta lógica no es nueva, pero sí peligrosa. Bajo la bandera de lo woke, los proyectos neoliberales se pintan de morado, se disfrazan de derechos humanos, se suben al tren del empoderamiento… mientras privatizan servicios, criminalizan la protesta y entregan el espacio urbano al capital inmobiliario. Rojo de la Vega no es una excepción, es un ejemplo paradigmático.

    Su coalición con los partidos de derecha (PAN, PRI y PRD) deja claro que actúa como un engranaje más en el sistema para frenar cualquier transformación real. Lo que realmente propone no es una sociedad más justa, sino un modelo neoliberal maquillado para que parezca menos duro. En sus palabras hay espacio para las mujeres, pero se olvidan de las que trabajan. Habla de derechos, pero no de los que defienden los sindicatos. Se acuerda de las víctimas, pero ignora a los grupos que se organizan desde la gente. Todo tiene cabida, eso sí, siempre que no se ponga en duda cómo está repartido el poder, la riqueza y las clases sociales.

    Porque eso es el woke: un simulacro de progresismo que exalta la diversidad mientras niega la desigualdad; que abraza las causas más mediáticas pero desprecia las más profundas; que se maquilla de justicia, pero actúa con la lógica del mercado.

  • ¿Qué es “clase media” en México hoy?

    ¿Qué es “clase media” en México hoy?

    En el México contemporáneo, decir “clase media” es invocar una ilusión. No tanto una categoría económica precisa, sino un imaginario: el del ascenso, el esfuerzo personal, el éxito posible. En su núcleo, habita el mito meritocrático que ha servido para justificar desigualdades estructurales mientras mantiene encendida la esperanza de movilidad. Pero ¿qué tan reales son esas promesas? ¿Y a quién le sirven?

    Por mucho tiempo, los grupos que se creen de la “clase media” han servido de contención ideológica para el sistema establecido. Con sus sueños de grandeza, su individualismo extremo y su férrea defensa del “mérito”, han adoptado un discurso que los lleva a despreciar a quienes tienen menos y a envidiar a los más afortunados. Tal vez sus sueldos alcancen justo para alquilar un pequeño piso en la Benito Juárez o para vivir ahogados en deudas tratando de mantener ese nivel de vida que creen merecer; al final, lo esencial es aparentar, no necesariamente tener.

    La presentación de la meritocracia — “si sudas la camiseta, alcanzarás tu meta” — es la leyenda fundadora del neoliberalismo. Sin embargo, en México eso cohabita con un estado de las cosas brutal: el 90% de aquellos que surgen de los deciles más bajos no llegan a escapar de esa condición perniciosa. No es que falten talentos o que la gente no se esfuerce, sino que hay una maquinaria social para la construcción de la desigualdad. Bajo ese panorama, la “clase media” es, más que una clase arraigada, un modo inestable, quebradizo, siempre al acecho del camino a la caída.

    Curiosamente, esa misma vulnerabilidad es lo que, en potencia, alimenta los discursos de odio contra los de abajo y de servilismo hacia los de arriba. Por eso vemos el clasismo del día a día, esa manía por no parecerse al “naco”, al “mantenido”, al que le dan ayudas del gobierno. Esa idea equivocada de la clase social se manifiesta en posturas políticas conservadoras: el de clase media está en contra de los programas sociales, aunque nunca ha tenido seguridad social de verdad; vota por los partidos de derecha porque se imagina que, quién sabe, algún día él también vivirá como rico.

    Lo cierto es que la mayoría de esta llamada “clase media” no tiene patrimonio, vive al día, y su estabilidad depende de condiciones laborales cada vez más precarias. No son los herederos del capital, ni los dueños de los medios de producción. Son trabajadores asalariados, profesionistas con títulos que se devalúan, burócratas sobreexigidos, freelancers sin derechos laborales. Son clase trabajadora encubierta por un discurso que les promete lo que el sistema no puede cumplir.

    La transformación que está atravesando o sufriendo México, ha puesto el dedo en la llaga, porque cuando se habla de redistribución, de justicia fiscal, de bienestar colectivo, lo que está presente en los interioridades de los clasemedieros es el temor a perder sus “privilegios” (o sus beneficios), sin percatarse de que esos “privilegios” son migajas. Su indignación es intensa pero está mal canalizada; no contra los monopolios que les exprimen, no contra las élites que han capturado al Estado, sino contra los pobres, contra los “ninis”, contra las personas que reciben los programas sociales.

    Desmontar el mito de la meritocracia es urgente, no como gesto académico, sino como necesidad política. Solo cuando quienes se piensan como “clase media” comprendan que su destino está ligado al de las mayorías trabajadoras, será posible construir una sociedad más justa. Mientras tanto, seguirán siendo carne de cañón para las élites, votando contra sus propios intereses, defendiendo un orden que los oprime, y soñando con un ascenso que nunca llega.

  • La gentrificación no tiene pasaporte

    La gentrificación no tiene pasaporte

    “Es una invitación para que todos los trabajadores remotos del mundo entero vengan a la Ciudad de México a vivir esta ciudad que lo tiene todo”

    – Claudia Sheinbaum en 2022

    En los últimos años, la palabra “gentrificación” ha ganado terreno en las conversaciones públicas de la Ciudad de México, especialmente en colonias como Roma, Condesa, Juárez, San Rafael o Santa María la Ribera. La imagen mediática más recurrente es la del “gringo” recién llegado, con su laptop en una cafetería de especialidad, pagando rentas que duplican lo que un local puede costear. Y aunque es verdad que el auge de los nómadas digitales ha acelerado el proceso, culpar únicamente a los extranjeros es quedarse corto ante una problemática mucho más estructural.

    La gentrificación no es un fenómeno reciente ni importado de los Estados Unidos. Es un proceso urbano realmente global, estrechamente relacionado con la especulación inmobiliaria, la desregulación del mercado de la vivienda, la turistificación, y las decisiones o cómplices de los gobiernos locales, pero, al mismo tiempo, esencialmente un proceso de desplazamiento. Los residentes históricos, que no pueden permitirse las nuevas rentas, nueva vida cotidiana, nuevos servicios o el “movimiento”, a menudo, son desplazados gradualmente en el nombre de “renovación” o “progreso”.

    Reducir la gentrificación a una cuestión de nacionalidad, o en la idea peculiarmente argentina del malvinero, es peligroso y simplista. La cuestión, a mi parecer, reside en una visión de la ciudad que pone la inversión y el consumismo por delante del derecho a habitar, donde el espacio público se vuelve mercancía y la vivienda no es un derecho sino un activo financiero. ¿Quién construyó los edificios de lujo sin consultar a los vecinos? ¿Quién permite que departamentos enteros se renten por Airbnb sin regulación? ¿Quién promueve desarrollos como Reforma 222 o Ciudad Verde en Azcapotzalco como “ejemplos de modernidad”? No fueron los extranjeros: fueron inmobiliarias, autoridades y legisladores nacionales.

    Se puede argumentar que sí, que los recién llegados forman parte del engranaje, pero no son los diseñadores. Algunos ni siquiera saben que están contribuyendo a una cadena de despojo. Están listos para olvidarse del hecho de que se enriquecen con el dinero robado a familias desalojadas como saben poco sobre el sistema, y es poco probable que les importe. Pero, nuevamente, el enfoque no debería dirigirse al individuo que alquila la propiedad de Airbnb en sí. La clave es el sistema que lo ha convertido en una decisión beneficioso desalojar a una familia de una casa para convertirla en una suite turística.

    Y ahí es donde debemos ser críticos con quienes tienen el poder real de frenar o acelerar la gentrificación: los gobiernos que flexibilizan el uso de suelo, que subsidian desarrollos de lujo, que ignoran el crecimiento desordenado, y que prefieren las inversiones extranjeras a garantizar vivienda social. La ciudad que se nos escapa de las manos no es solo una ciudad “invadida” por extranjeros. Es, sobre todo, una ciudad abandonada por quienes deberían protegerla.

  • La oposición sigue igual: sin proyecto, sin pueblo y sin vergüenza

    La oposición sigue igual: sin proyecto, sin pueblo y sin vergüenza

    Después de las elecciones, todo sigue igual. La oposición en México, esa mezcla de intereses empresariales, nostalgias del pasado y oportunismo sin una verdadera ideología, parece no aprender nada. Ya han perdido por tercera vez consecutiva de forma clara, y su respuesta sigue siendo la misma: negar la realidad, encerrarse en su propia burbuja mediática y llamar ignorantes a todos aquellos que no votan como ellos quieren.

    No entienden, o no quieren entender, que el problema no es el INE, ni las “narrativas populistas”, ni el “clientelismo”, ni mucho menos una “dictadura”. El problema es que no tienen proyecto de nación. No tienen una propuesta real de futuro para las mayorías, no hablan de salario, de vivienda, de seguridad, de derechos. Hablan entre ellos, para ellos, desde los mismos foros, con los mismos voceros y con el mismo clasismo de siempre. En sus discursos, México empieza en Polanco y termina en San Pedro Garza García.

    Mientras tanto, los liderazgos de la oposición se reciclan una y otra vez en un espectáculo de decadencia política. Los mismos tipos que endeudaron al país, privatizando el agua, reprimiendo al pueblo o, directamente, vendiendo el patrimonio nacional, hoy se hacen llamar “defensores de la democracia”. La hipocresía no conoce límites, por ejemplo, cuando los que funcionaron en moratoria legislativa ahora exigen “equilibrio de poderes”. ¿Equilibrio de qué? Si siempre que tuvieron mayoría la usaron, ya fuera para proteger privilegios o para blindarse con impunidad.

    El Frente Amplio no fue más que una simulación: un parche ideológico que undió lo que nunca debió juntarse. PRI, PAN y PRD: los responsables del desastre que heredó este gobierno, hoy quieren erigirse como alternativa. Pero la gente no olvida. No olvidan la violencia, la corrupción, la pobreza, el abandono. No olvidan que no olvidan. No olvidan que cuando gobernaban, lo hacían para unos cuantos, y al resto le ofrecían promesas rotas y desprecio.

    Hoy la oposición se limita a impugnar, a judicializar la política, a llorar en medios internacionales. No hay autocrítica, no hay renovación, no hay calle. Siguen creyendo que un grupo de opinadores puede más que millones de votos. Siguen despreciando la conciencia popular, y eso les va a seguir costando derrotas.

    México vive un proceso profundo de transformación. ¿Perfecto? No. Pero sí respaldado por una mayoría que exige justicia, dignidad y un país para todos. Mientras la oposición siga igual, atrapada en su arrogancia, su desconexión y su clasismo, seguirá siendo eso: una nota al pie en la historia de un pueblo que ya despertó.

  • El incendio que amenaza con consumir al mundo: Irán vs. Israel

    El incendio que amenaza con consumir al mundo: Irán vs. Israel

    La historia no se repite, pero rima. La actual escalada bélica entre Irán e Israel va más allá de ser solo una disputa regional; es el inicio de un conflicto que podría arrastrar a las potencias globales hacia una guerra con consecuencias impredecibles. Aunque la tensión entre estos dos países se ha acumulado durante décadas, el momento que vivimos ahora marca un verdadero punto de quiebre. Nunca antes se habían cruzado las líneas rojas de manera tan abierta.

    Desde el 7 de octubre de 2023, cuando Hamás lanzó un ataque sin precedentes contra Israel, la región ha caído en una espiral de violencia que se vuelve cada vez más difícil de controlar. La respuesta de Israel en Gaza fue devastadora, con miles de civiles muertos, y el conflicto se ha extendido hacia el sur del Líbano, Siria, Irak y Yemen. A lo largo de estos meses, Irán ha estado operando en las sombras a través de sus grupos aliados —lo que se conoce como el “Eje de la Resistencia”—, pero las reglas no escritas de la guerra indirecta han comenzado a desdibujarse. El ataque directo con misiles y drones iraníes contra territorio israelí, junto con la respuesta israelí bombardeando objetivos en Isfahán, marcan un nuevo paradigma: el paso de la guerra por delegación a una confrontación directa.

    Este no es únicamente un conflicto en el que se enfrentan dos naciones. La guerra Irán-Israel encapsula una pugna más lejana: la pugna que enfrentan dos visiones geopolíticas del orden de la región. Para Irán, la hegemonía israelí en Oriente Medio – avalada y financiada por Washington – supone una ofensa a su soberanía, además de una amenaza a su influencia. Para Israel, la presencia militar que tiene Irán en sus fronteras – unida a su programa nuclear – representa una amenaza existencial.

    Pero lo que realmente hace peligroso este escenario es la inevitable internacionalización del conflicto. Estados Unidos no puede – ni quiere – mantenerse al margen y ha aumentado su presencia militar en la región. Rusia, por su parte, si bien está distrida por la guerra en Ucrania, sigue con interés cómo se desestabiliza otro frente en el que puede debilitar el poder occidental. China, que ha apostado por una diplomacia económica en Oriente Medio, ve tambalear sus inversiones estratégicas si la región estalla del todo.

    Nos encontramos, por lo tanto, ante una guerra que podría cambiar el orden mundial. No porque lo quiera Irán o Israel, sino porque los hilos de las alianzas, los intereses energéticos, los nacionalismos religiosos y las luchas de poder ya no pueden ser mantenidos al margen. En este sentido, cualquier error de cálculo puede derivar en un gran incendio. Un ataque desproporcionado sobre instalaciones nucleares. Una intervención masiva de EEUU. Un gesto intempestivo de Hezbollah. El margen de maniobra disminuye año tras año.

    La comunidad internacional ha demostrado, por otra parte, una pasividad cómplice. Occidente, con su doble rasero, es capaz de tolerar crímenes de guerra si son producto de su aliado, y publica los de su adversario a una escala de atrocidad; y los organismos multilaterales están, por el contrario, atascados en vetos y luchas de poder. La única salida posible es la diplomática, pero implica algo que hoy en día escasea: voluntad política, empatía humana y visión estratégica.

    El conflicto entre Irán e Israel no es solo el drama de los dos pueblos presos de sus gobiernos y de su historia sino que es el espejo de ese mundo que sigue pensando que se puede resolver el conflicto sólo con fuego. Y si no logramos apagar a tiempo este fuego, puede ser que pronto todos nosotros estemos respirando el humo.

  • La Oposición Paralizada: Reforma Judicial

    La Oposición Paralizada: Reforma Judicial

    La elección judicial fue una respuesta a la podredumbre que había dentro del tercer poder mexicano; realmente poca gente (incluyendo a la derecha) sostenía que existía/existe justicia en nuestro país. Una reforma al poder judicial era necesaria y esto era un posicionamiento común entre ambos lados del espectro político 

    Sin embargo, en lo que consistía dicho cambio era en lo que contrastaban las distintas posturas políticas; es una obviedad que el Partido Acción Nacional no tenia en mente un cambio tan profundo y hacia la dirección que se hizo gracias al gobierno emanado del MOvimiento de REgeneración NAcional.

    Sin embargo, tras la reforma, la oposición no hizo nada, pareciera que se paralizó, su respuesta única fue acusar al partido en el poder de estar encaminando a México en dirección a una dictadura y ya al momento de la elección llamar a no votar, así dejando todo el terreno para el poder en turno.

    Ellos decían hace unos meses que el INE no se toca, que esa institución era democrática e incorruptible, salieron a las calles exigiendo que no se reformara esta institución porque para ellos representaba uno de los grandes pilares de la democracia mexicana; sin embargo, se negaron a acudir a las urnas este primero de junio mientras gritaban que iba a ser una elección fraudulenta (así fuera hecha por el INE) y amañada. 

    La oposición se paralizó, no hizo nada mas que injuriar, sin proponer, dejando que las cosas pasaran mientras ellos hacían gritos histriónicos, cual si fueran Lilly Téllez en el senado. Ellos tenían la posibilidad de proponer y difundir su visión de justicia durante la reforma y no lo hicieron; pudieron haber apoyado a sus candidatos y tampoco se dignaron. 

    La oposición no se movió mas que para descalificar y gritar, sin propuestas ni movimientos estratégicos, fueron un sujeto pasivo mientras sucedía la vida publica de México. Ahora solo queda esperar a que en México nazca una oposición de verdad.

  • Israel y Ucrania: hipocresía y contraste

    Israel y Ucrania: hipocresía y contraste

    Trump llegó a la presidencia de Estados Unidos con la promesa de acabar con la guerra en Ucrania, esto lo hacia no por humanidad ni por los miles de vidas perdidas en las distintas batallas; lo que a el nuevo jefe de Estado le importaba era en realidad los millones de dólares gastados destinados para el armamento y de la nación invadida. Esto se ha hecho explicito en los primeros meses de su presidencia, cuando le ha echado en cara a Volodímir Zelenski las ayudas que recibió del su gobierno antecesor. 

    Donald Trump hizo que su homologo ucraniano comprometiera recursos de su país a cambio de la continuación de ayudas y suministros, amenazó que, de no hacerse un acuerdo, Estados Unidos dejaría sola a Ucrania. Zelenski, acorralado por la falta de alternativas, accedió a renegociar los términos del apoyo militar, aunque a sabiendas de que eso implicaría ceder en frentes estratégicos cruciales. En paralelo, Trump reactivó el diálogo con Rusia, apelando a un pragmatismo geopolítico que enmascaraba una rendición velada de los intereses ucranianos. Moscú, viendo debilitada la voluntad de resistencia occidental, intensificó sus avances en el este ucraniano.

    Mientras tanto, en Medio Oriente, Israel, bajo el nuevo escenario internacional, encontró una vía libre para intensificar sus operaciones militares en Gaza y Cisjordania. La Administración Trump, desinteresada en los derechos humanos o en el equilibrio diplomático, retiró cualquier freno a las acciones del gobierno de Netanyahu. La ONU protestó. Europa se mostró dividida. Pero la Casa Blanca simplemente ignoró las críticas.

    La diferencia entre el apoyo hacia Ucrania y el apoyo incondicional hacia Israel pone en evidencia la hipocresía estructural de la política exterior de Estados Unidos bajo Trump. A Ucrania se le exigían concesiones, compromisos financieros y esfuerzos medibles para continuar recibiendo apoyo, mientras que a Israel se le daba carta blanca, sin condiciones, a pesar de que las cifras de fallecimientos palestinos entre los ciudadanos alcanzaban niveles muy altos.

    Las imágenes de barrios enteros en Gaza reducidos a escombros eran el contrasentido de las reuniones bilaterales entre Trump y Netanyahu, donde intercambiaban los elogios e incluso llegaban a firmar acuerdos en materia armamentista. Amparados en la “seguridad nacional”, Israel recibía armamento de última generación, municiciones y cobertura diplomática mientras que cualquier crítica interna o del exterior era fácilmente tildada de antisemitismo o de traición a los valores occidentales.

    En Washington, las cámaras del Congreso debatían prolongadamente cada paquete de ayuda a Ucrania, pero aprobaban sin titubeos los fondos multimillonarios para Israel. Se hablaba de austeridad con Europa del Este y de generosidad con Medio Oriente, aunque ambas guerras costaban vidas, desplazamientos masivos y profundos traumas colectivos.

    La doble moral no era la primera vez que aparecía; de hecho, se hizo mucho más visible. Trump no estaba reformando la política exterior de EEUU; estaba haciendo una política exterior a partir de transacciones en donde lo único que fungía como criterio para sus decisiones era la rentabilidad que se podía obtener con cada jugada.

    Ucrania, a la vista de la Casa Blanca, era una mala inversión. Israel, en cambio, continuaba siendo la mejor inversión de la pizarra geopolítica.

    En este nuevo orden, las democracias solo valen si son aliadas incondicionales. Las vidas humanas, si no sirven a intereses estratégicos, son simplemente colaterales. Y los derechos, cuando no coinciden con la agenda imperial, se convierten en obstáculos.