Categoría: Carlos Bortoni

  • Explotémonos los unos a los otros

    Explotémonos los unos a los otros

    Resulta envidiable el liderazgo con el que Milei arranca en Argentina. Envidiable tener un líder capaz de hacer enardecer a las masas, de hacerlas celebrar un ajuste que profundizará sus malestares y los potenciará a máximos históricos que rebasarán por mucho los máximos históricos que la Argentina ha conocido. Un líder de un liderazgo tal que voltea a ver al pasado, para meter en una misma bolsa todo lo que ha sucedido en Argentina durante los últimos 100 años, y afirma que se trata de una herencia maldita con la cual no se puede romper, una herencia maldita que no habrá de transformarse, una herencia maldita cuyos efectos perdurarán y seguirán afectando a los argentinos.

    Un líder que se ha encumbrado bajo el discurso de terminar con una era con la cual no puede terminar y cuyo principal talento es el de conseguir que se le aplauda por ello. Escucharlos, a quienes escuchaban en vivo el discurso de Milei, corear “¡No hay plata! ¡No hay plata! ¡No hay plata!”, enchina la piel de quienes no entienden que no entienden y arranca sonrisas de los discípulos de Pavlov, amantes del condicionamiento social y la enajenación que consigue enajenar al sujeto del sujeto mismo y sus necesidades inmediatas.

    Escuchar a esa cabellera con patas hacer un recuento de la herencia que han dejado los últimos 100 años en Argentina supera las emociones más emocionadas que puedan emocionar a cualquiera. Todo empezó cuando Argentina decidió dar la espalda al hiperindividualismo libertario y empezó a ser aquejada por ese terrible malestar que son las “ideas empobrecedoras del colectivismo”, por ayudar al otro, por intentar que todos vivieran dignamente y negar la libertad fundamental del capitalismo, la de dejar a cada uno morir de hambre como mejor le convenga. Ese malestar es tal que “ningún gobierno ha recibido una herencia peor” que la que está recibiendo el gobierno de Milei, una herencia de 100 años de fracaso y “100 años de fracaso no se deshacen en un día”, ni en dos, ni en tres, ni quien sabe cuándo.

    Milei no solo comete la genialidad de hacer un recuento reduccionista de la historia argentina, también tiene la osada osadía de sostener osadamente que no hay remedio más que el de seguir “pagando el desmadre del gobierno saliente”, pagar la inflación, que podría ser del 15,000% anual, pagar el cepo cambiario —que es una pesadilla. Con un estoicismo heroico y propio de quienes no se verán afectados por la consecuencia de sus actos, afirmó que evitar la catástrofe llevaría la pobreza por encima del 90% y la indigencia por encima del 50%, sostiene que los planes contra la pobreza generan más pobreza, y que la única forma de salir de la pobreza es con más libertad ¡Genial! ¿Cómo nadie se había dado cuenta antes? Basta con abrazar el viejo y rancio adagio echaleganista: querer es poder, y Milei le dará la libertad a cualquiera que quiera de poder salir de la pobreza, si no sale es porque no quiere, si no sale es porque le gusta se pobre, si no sale que no culpe al entorno social, es culpa suya, culpa suya, culpa suya y de nadie más. Basta de responsabilizar a los demás por nuestra situación, miren el ejemplo del presidente argentino, ¿acaso él responsabiliza a los gobiernos anteriores de las dificultades que el suyo enfrentará? ¡Desde luego que sí!

    Pero no termina ahí, el prócer de la libertad libertadora le pide a los argentinos que tengan el temple de dar un último mal trago, que se preparen para el ajuste —que ajustará a todos (caerá sobre el Estado) menos al sacrosanto sector privado que solo vela por aumentar su plusvalía para poder dejar caer más migas de su mesa al suelo donde pacientemente esperan las huestes hambrientas— que naturalmente “impactará de modo negativo sobre el nivel de actividad, el empleo, los salarios reales, la cantidad de pobres e indigentes”, el shock que generará “estanflación, es cierto, pero no es algo muy distinto de lo que ha pasado en los últimos 12 años”, en otras palabras, en su infinita sabiduría, el amo y señor de la extrema derecha extremadamente capitalista apela a la acostumbrada costumbre argentina de saber pasarla mal y les pide que no se quejen por ello. La situación empeorará, pronostica con un cinismo vulgar que avergonzaría a Salinas de Gortari y haría ver como un alma caritativa a Felipe Calderón, pero, “la verdadera fortaleza de un pueblo se mide en como enfrenta los desafíos cuando se presentan. Y cada vez que creemos que nuestra capacidad ha sido alcanzada, miramos al cielo y recordamos que esa capacidad bien podría ser ilimitada”, concluye Milei en una apelación sin parangón a que el pueblo argentino siga tragando mierda sin hacer gestos y sin afectar la libertaria libertad del enriquecimiento personal de quienes pueden enriquecerse ilimitadamente.

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    Para concluir con esta celebración de la fiesta argentina que ha elevado la libertad de morir de hambre a única posibilidad para las mayorías, vale la pena recordar las palabras de Gabriel Quadri, ese ideólogo del vaciamiento ideológico, quien, embriagado por la alegría de ver a Milei en su toma de protesta, deseo en un tuit “suerte a Milei” y declaró que lo que sigue es una “tarea tiránica [la de] reconstruir un gran país”. Que diferencia poder festejar el triunfo de un líder que recurre a la memoria histórica no para justificar su esfuerzo transformador y amenazar con ello el status quo de quienes disfrutan del status quo, sino que lo hace para explicar porque todo habrá de mantenerse exactamente igual, salvo la injusta injusticia de esperar que los que más tienen y mayor provecho sacan de la inversión del Estado y la mano de obra del pueblo, retribuyan de alguna manera al Estado y al pueblo. ¡Viva la libertad de seguir explotando a los seres humanos, carajo!

    • Carlos Bortoni es escritor. Su última novela es Historia mínima del desempleo.
  • Por una periferia que nunca deje de ser periférica

    Por una periferia que nunca deje de ser periférica

    Hace no muchos días, apareció en los medios un joven, que se presenta como oaxaqueño y activista de la comunidad LGBTIQA+, anunciando su registro como aspirante a precandidato por Movimiento Ciudadano, por la diputación federal del Distrito 12, en la Ciudad de México. Su sola presencia fue suficiente para que las mejores consciencias del espectro político y social nacional más estoicamente rancio y anquilosado, manifestaran su indignación por la irrupción de la periferia en el centro del quehacer político nacional.

    Más allá de las credenciales que el sujeto en cuestión, Enrique Vives, tenga para aspirar a un cargo de representación popular, y sin exagerar sus posibles méritos o demeritar sus aparentes deméritos, lo que en el fondo indigna, a quienes suelen indignarse a la menor provocación y ante la más insignificante posibilidad de que exista una posibilidad de que el frágil orden que han construido a su alrededor se vea amenazado, es que cualquiera pueda aspirar a un cargo de representación popular ¿De qué se trata? ¿Acaso vivimos en una democracia donde todo ciudadano puede votar y ser votado? ¿Qué sigue? ¿Una dictadura progresista comunista? ¿Candidatos que busquen representar los intereses de la población y no los de los grupos privilegiados? ¡El horror!

    La principal molestia que la crema y nata de la crema y nata del conservadurismo rancio y obsoleto manifestó y no sin injustificada razón, fue que Enrique Vives es demasiado joven, falto de experiencia y méritos para aspirar a ser precandidato de lo que sea. Sin embargo, eso solo toca la superficie de los problemas que el registro a la precandidatura de Vives saca a la luz, Enrique no solo es joven, también es oaxaqueño y pertenece a la comunidad LGBTIQA+ (asunto que en sí mismo pone en entredicho la delicada honorabilidad falo centrista de los representantes populares en México) es decir, no es parte del heteropatriarcado centralista. Y todos sabemos que, a nuestra heroica clase conservadora, que es heroica más por su resistencia al devenir histórico que por cualquier otra cosa, no le interesa que nadie que se encuentre en la periferia, los márgenes, las orillas de la sociedad, forme parte de la privilegiada clase dirigente de los destinos del país y de la elite responsable de la preservación de los privilegiados derechos de sus patrones. El fondo de la indignación radica en que la posible candidatura de Enrique, como la de cualquier representante genuino de los pueblos indígenas, las mujeres, y todos los desclasados en general, conlleva la posible elección en Enrique. Es decir, permite que sea la ciudadanía —con todos los asegunes que ello conlleva— quien decida quien habrá de representarla y eso, como bien advertía Don Porfirio Díaz, prócer de la regulación de la democracia en beneficio del pueblo que no sabe qué hacer con la democracia, y santo patrono de buena parte de la derecha nacional vendepatrias, termina por soltar al tigre y perder el control sobre él.

    Parece que hay quienes, alentados por el terrible efecto López Obrador, quien desde la periférica periferia de las periferias, Tepetitán, en el municipio de Macuspana, en Tabasco, conquistó el centro de nuestra nación, no se han enterado que el centro —a pesar de estar rodeado por la periferia y a pesar de poder ser asfixiado por la periferia sin problema alguno— debe ser quien mande y domine sobre la periferia. El centro, ajeno a los problemas de las periferias que son más bastas y complejas que lo que desde el centro se alcanza a ver, debe imponerse a las periferias por el bien de las periferias mismas ¿Qué sería de ellas si dejaran de gravitar alrededor del centro? Sufrirían como sufren las clases bajas cuando mentes perversas y maquiavélicas las convencen de que podrían vivir mejor decidiendo por sí mismas que siguiendo los designios de la clase privilegiada. Sufrían el mismo destino sufrido que sufre México desde que a un grupo de revoltosos insurrectos se les ocurrió independizar este territorio de la Madre Patria. Sufrirían como sufre cualquiera que tiene que hacerse responsable de su propio destino. Aprenderían —eso sí— lo difícil que es ser centro, ser privilegiado, ser invasor, decidir sobre la vida de otros. Sin embargo, su aprendizaje sería doloroso y el centro no puede permitir que sus vasallos padezcan ningún dolor que el centro no decida que deben padecer.

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    Al final del día, el problema de Enrique Vives —más allá de sus méritos o deméritos— no es el de ser joven, oaxaqueño y miembro de la comunidad LGBTIQA+. No. Su problema es ser joven, oaxaqueño, miembro de la comunidad LGBTIQA+ sin la bendición del centro, ser un sujeto periférico no aprobado por el hombre blanco heterosexual de mediana edad. Su problema es buscar el voto de la ciudadanía, pensando que la ciudadanía debe votar libremente por cualquier candidato que le parezca puede representarla. Su problema es creer que vivimos en una democracia donde es el pueblo el que decide sin consideración alguna de los interesados intereses de la clase privilegiadamente privilegiada. Su problema es, en pocas palabras, no entender que para tener el derecho a posiblemente ser candidato para ocupar un puesto de representación popular se necesita garantizar que en el posible ejercicio de ese puesto de representación popular no habrá de cuestionarse —ni por accidente— el sensible entramado social que garantiza la preservación de los injustificados privilegios de la clase privilegiada.

    • Carlos Bortoni es escritor. Su última novela es Historia mínima del desempleo.
  • Libertarismo, fase superior del neoliberalismo

    Libertarismo, fase superior del neoliberalismo

    Durante los últimos años, sobre todo después del innegable fracaso del neoliberalismo, los comentócratas económicos, así como los políticos de países desarrollados y países en vías de desarrollo, han consagrado una atención creciente al concepto del “libertarismo” para defender la permanencia de un sistema político social que ha demostrado su enorme capacidad para empobrecer y mantener empobrecida a la mayoría de la población. El incremento de la desigualdad social y el proceso voraz de concentración de la riqueza en cada vez menos manos, constituyen una de las particularidades más características del capitalismo.

    Para garantizar su necesaria supervivencia y la continuidad del continuo saqueo del grueso de la población para beneficio de unos cuantos, se vuelve necesario pasar de un capitalismo neoliberal, a un capitalismo libertario que acreciente la distancia entre los más ricos y el resto de la población e incremente los privilegios de las clases privilegiadas. Un capitalismo libertario que —haciendo frente a todos sus complejos— renuncie a cargar con todo aquello que sea ajeno a la explotación privada de todo aquello que pueda explotarse privadamente.

    Argentina es sólo la punta de lanza, el triunfo de Milei es un primer paso para hacer de todo territorio devastado por la triunfante estrategia de devastación neoliberal, un territorio postapocalíptico donde el libertarismo pueda liberar a quienes merecen y tienen el derecho de vivir en libertad del lastre social que representa el resto de la población. Población que, si sobrevive, habrá de hacerlo exclusivamente en calidad de mano obrera y masa consumista. Nada más. El súbdito del régimen libertario tendrá la libertad de rascarse con sus propias uñas para garantizar su supervivencia, salud, educación y protección en contra del libre mercado, al mismo tiempo que será libre de consumir solamente aquello por lo que pueda pagar. Por su parte, quienes tengan los recursos necesarios para explotar todo aquello que sea explotable —que, por divino designio del capital, cada vez son menos— tendrán absoluta libertado para explotar lo explotable y cobrar por ello a quienes lo necesiten, sea salud, educación, servicios básicos o cualquier otro tema que permita acrecentar las diferencias sociales que hoy por hoy son inmensas. El Estado libertario, en su magnificencia, se limitará a garantizar —mediante el uso de la fuerza si es necesario— que la sacrosanta libertad de privatizar los privatizable a través del libre mercado, no se vea amenazada.

    El libertarismo, como fase superior del neoliberalismo permite el fin de la decadencia, recrudeciendo aquellas políticas que nos han llevado a la decadencia. El “ajuste de shock”, del que hoy habla Milei, es un ajuste que ajustará al mundo entero para aniquilar ese modelo que limita el crecimiento infinito de la economía de unos cuantos al obligarlos a pagar impuestos ridículos para aplicar políticas paliativas en contra de la desigualdad social y a favor del bien común. Un ajuste que, eliminando las trabas que enfrenta el gran capital para ser más grande, acabe con la obra pública para ponerla en manos de inversionistas privados, quienes vivan en lugares que resulten con poco o nulo atractivo para los inversionistas pueden ir pensando en mudarse, el capital no se equivoca, ni hace negocio donde no hay negocio. Un shock que elimine la salud pública y donde todo aquel que, en ejercicio de su libertad, decida enfermarse, padecer un mal crónico, nacer con algún padecimiento congénito y/o necesitar cualquier servicio de salud, tenga que pagar por ello, y si no puede pagar por ello, podrá endeudarse para pagarlo a crédito si es que alguien le da crédito, o morir en el intento. Un ajuste de shock que transforme en el mismo sentido el sistema educativo y los derechos laborales, haciéndolos accesibles solo a quienes puedan pagarlos. El libertarismo es tan claro como el agua, la ciudadanía va de la mano con el poder adquisitivo, sólo serán ciudadanos en pleno derecho quienes puedan pagar por una ciudadanía plena, los demás, ni siquiera serán declarados parias, simplemente vivirán sin alternativa alguna que la de juntar algo de dinero que les permita morir.

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    La libertaria defensa de la libertad de privatizar todo aquello que alguien no haya privatizado antes, en nombre de la libertad libertaria, que es libertad para algunos y lo contrario para la mayoría que —por designio divino— no merecen ser libres, habrá de negar el cambio climático porque asumir el cambio climático es poner trabas a la libertad de quienes, privatizando el aire, la tierra y las aguas, llenan sus arcas contaminando las aguas, la tierra y el aire. Habrá de oponerse al aborto porque el aborto niega la libertad de la Iglesia y cualquier otro grupo heteropatriarcal de privatizar el cuerpo de la mujer y decidir por ellas. Y buscará desregular la venta y posesión de armas porque regular la venta y posesión de armas limita la libertad de la clase privilegiada de decidir, en el momento que le venga en gana, quien puede seguir viviendo y quien necesita —libremente— morir.

    • Carlos Bortoni es escritor. Su última novela es Historia mínima del desempleo.
  • Por una democrática abolición de la democracia

    Por una democrática abolición de la democracia

    Resulta evidentemente obvio para todo aquel que tenga capacidad de notar lo evidentemente obvio, que la democracia se ve constantemente amenazada por todos aquellos que indignadamente se indignan por ser tratados indignamente, aquellos que —como bien señaló ese amasijo de sensibilidad social que es Andrés Calamaro— están encaminando al mundo a una “dictadura progresista comunista”, signifique ello lo que signifique resulta, resolviendo el oxímoron que permite la coexistencia del extremo individualismo identitario con el anteponer el bien común a todo individuo, amenazadoramente amenazante.

    Los tolerantes y cultos, los privilegiados y educados, la gente de bien —en pocas palabras— vive asechada por los vagos, resentidos, equivocados e hipócritas, que creen en Internet y la televisión, que son un meme y no son hombres (nuevamente, tan virtuosas palabras, son de Calamaro). Los tolerantes y cultos atestiguan como, día con día, la democracia desaparece secuestrada por el demos, por la mayoría que antidemocráticamente pretende imponer su voluntad de forma democrática, esa mayoría que inconsciente de su vulgaridad, lucha por arrebatar el control a una minoría que no por ser minoría es menos mayoría que la mayoría, y no por ser minoría está dispuesta a perder el democrático derecho de oligárquicamente imponer su razón, su forma de entender el mundo y sus intereses.

    Ante tal afrenta, no queda más que abolir la democracia para defender la democracia del ejercicio democrático. A todas luces la democracia ha traído un descontrol al permitirle a las huestes —medianamente— decidir su futuro. El cantautor argentino no es el único que se ha dado cuenta del engaño tiránico que se esconde detrás de la democracia y sus herramientas, son muchos los intelectuales y demás esbirros que siguiendo el credo vargasllosiano están convencidos de que no hay peor enemigo para la democracia que la democracia misma, están convencidos de que la única manera de preservar la democracia es meterla dentro de una caja de cristal —no se olvide que son partidarios de la transparencia— donde a vista de todos podamos ver a unos cuantos elegido (elegidos por ellos mismos), ejercer el sacrosanto derecho a votar y ser votado, unos cuantos que, estableciendo una tiranía culta y tolerante, protejan a los resentidos, a los equivocados, a los hipócritas, a quienes somos un meme, a los vulgares, de los resentidos, los equivocados, los hipócritas, los que somos un meme, los vulgares. En pocas palabras, es necesario consolidar una oligarquía que proteja al pueblo del pueblo, que sea la poseedora exclusiva de los derechos democráticos para democráticamente poder decidir por los demás, los de más.

    Son pocos los rebeldes de sofá, los libertarios libres de sodio, los defensores deslactosados que se dan cuenta del afán totalitario de las mayorías. Son pocos los que no se dejan engañar por la decisión popular y pueden ver que la decisión popular es opuesta al verdadero interés popular que no consigue manifestarse no por que el pueblo sea manipulado —¿eso que tiene de malo— sino porque el pueblo no tiene capacidad para pensar, decidir y actuar por si mismo. El pueblo, por definición clasista, es limitado y sus límites son más limitados aún. Otorgarle al pueblo la capacidad de determinar el derrotero político deviene en la afectación de los intereses de las clases privilegiadas, así sea que único interés que se ve afectado sea el interés de diferenciarse del pueblo para poder despreciarlo. Y resulta claro que nada afecta más al pueblo, a esa horda defensora de la dictadura progresista comunista, que anteponer sus intereses a los interesas de la minoría privilegiada.

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    Si no empezamos desde ya a trabajar para democráticamente abolir la democracia, el día de mañana no habrá democracia alguna que defender, se habrá consolidado una dictadora totalitaria, antidemocrática y tiránica, elegida democráticamente en las urnas y respaldada por una abrumadora mayoría. El engaño en el que la democracia ha caído nos hace creer que con más democracia se defiende la democracia, no hay nada más lejano de ello, más democracia sólo dará más poder a la gente y reducirá —en algún nivel— el control que las minorías tienen sobre la vida del grueso de la población. Más democracia generará un cáncer democrático, del cual ya empezamos a ver los primeros síntomas, que acabará por condenar la democracia a una muerte larga y dolorosa. El ejercicio democrático es la distancia más corta a la tiranía de la mayoría. La única manera en la que podemos salvar la democracia es limitando la democracia y estableciendo un sistema que simulando ser democrático, plagado de organismo autónomos controlados por gente no electa democráticamente, decida por la mayoría lo que la mayoría necesita.

    • Carlos Bortoni es escritor. Su última novela es Historia mínima del desempleo.
  •  ¡Aspiracionistas de todo México, uníos!

     ¡Aspiracionistas de todo México, uníos!

    Para Daniel Casados.

    No es un fantasma el que recorre México, bendito sea el Señor, se trata de un muerto viviente, tan vivo como muerto, el muerto viviente del aspiracionismo. Todas las potencias potenciales del chairismo se han confabulado en populista jauría contra este muerto viviente. Es hora ya de que los aspiracionistas den a conocer al mundo, abiertamente, su modo de pensar enajenado, sus fines consumistas enfocados en abrazar un estilo de vida que no pueden pagar, y sus tendencias a seguir instrucciones que se disfrazan de libertad de elección; que se oponga a la fábula del muerto viviente del aspiracionismo, un manifiesto del libre consumo.

    La historia de toda sociedad hasta nuestros días, es la historia del consumo. Dónde no hay consumo, no hay sociedad ¿Cómo podría haberla? Si consumimos y luego somos, si lo que consumimos nos define, no existen seres humanos libres y esclavos, patricios y plebeyos, barones y siervos, en una palabra, opresores y oprimidos; existen quienes pueden consumir y quienes no pueden, quienes tienen el poder económico de no preocuparse por el precio de la existencia, quienes pueden pagarlo a meses sin intereses y viven toda su vida pagando, y quienes ni siquiera tienen una línea de crédito.

    Convertirse en un simple apéndice de la máquina, en su aparato digestivo que trabaja para poder consumir y consume para seguir trabajando, lejos de entenderse como una condena que aliena y degrada al sujeto, debe asumirse como el privilegio de poder participar del proceso digestivo mientras se es digerido. En otras palabras, el privilegio de no ser solo digerido y desechado, sino de poder digerir y desechar mientras se es digerido y desechado, aspirar a ser la maquinaria cuando se es un mero apéndice que será desechado como cualquier otro.

    En un mundo donde todo el aire se condensa en lo sólido, donde la verdadera libertad no existe, los sujetos deben conformarse con que la libertad signifique libertad de comercio, libertad de comprar y vender, nada más. Aspirar a una verdadera libertad es caer en el totalitarismo de la libertad, en la condena y angustia de la libertad existencialista donde el sujeto no encuentra el consuelo que le brinda consumir un McTrío mediano de McPollo con helado por $99.99. El sujeto aspiracionista, debe ser un sujeto que aspire a consumir cada vez más, pero no a contar con una personalidad —que no sea aquella que dictan los escaparates y anuncios— ni a tener iniciativa que no sea la iniciativa de obedecer, alinearse y mantenerse formado en esa fila sin principio ni fin que promete una vida llena de lujos y placeres para quienes recorran toda la fila, la cual —como se ha dicho— más que infinita, resulta eterna.

    En el neoliberalismo, como fase superior de la fase superior del capitalismo, lo que el obrero aspiracionista adquiere y/o consume no es sólo lo que estrictamente necesita para seguir viviendo y trabajando, sino todo aquello que estrictamente le resulta innecesario para seguir viviendo y trabajando, pero que lo mantiene encerrado en una rueda de hámster que no le permite más que seguir consumiendo mientras vive y trabaja. Arrastrando —libremente— su existencia a una esclavitud que creen voluntaria que los haga sentir culpables de sentirse frustrados y frustrados por sentirse culpables.

    El trabajo acumulado de la masa obrera aspiracionista no debe ser más que un medio para ampliar, enriquecer y privilegiar más a las clases privilegiadas, para que sus vidas resulten más fáciles y cómodas, no debe ser más que un medio para profundizar las diferencias en nuestra ya profundamente desigual sociedad. Lo que caracteriza al aspiracionismo no es la defensa de la propiedad y el consumo en general, sino la defensa del régimen de propiedad y consumo del capitalismo neoliberal. Frente a la perspectiva de una revolución aspiracionista, las clases privilegiadas no tienen nada que perder, por el contrario, reafirman sus privilegios y conjuran la amenaza de la igualdad social, se consolidan en su consolidada posición de dueños del mundo.

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    Los aspiracionistas son pues, prácticamente, la parte más decidida, el acicate siempre endeudado de todos los partidos liberales del mundo. El capital es un producto colectivo y no puede ponerse en marcha más que por la cooperación de muchos individuos, y aún cabría decir que, en rigor, esta cooperación abarca la actividad común de todos los individuos de la sociedad. El aspiracionismo es ese catalizador que permite que el capital se mantenga perpetua e incuestionadamente funcionando, que la maquinaria, el algoritmo contemporáneo, no se detenga en el proceso de digerir a los individuos que la mantienen en operación.

    • Carlos Bortoni es escritor. Su última novela es Historia mínima del desempleo.
  • Aprovechar la desgracia y a los desgraciados

    Aprovechar la desgracia y a los desgraciados

    Para Alejandro Bortoni, con un inevitable cariño.

    A estas alturas nadie debería mostrarse sorprendido del uso político que la humanista oposición —que sólo califica como seres humanos a quienes se parecen a ellos y se alinean bajo del credo del padre González Guajardo— hace de las desgracias, se trate de la acontecida en el elevador de un hospital del IMSS, de las caravanas migrantes o de la destrucción que a su paso dejó Otis en el estado de Guerrero. Lo que sorprende es que no lo hagan más seguido y no lucren más con ello. Ellos, que son expertos en melodramas y cursilería, ellos que saben cómo nadie administrar la miseria, ellos que dominan el arte de hacer de la catástrofe ajena una oportunidad de la cual pueden salir con mayores privilegios, expandiendo las diferencias en México y llenado sus bolsillos, los que —sorprendentemente— parecieran no tener fondo.

    La desgracia no es otra cosa que un área de oportunidad, un espacio para ensanchar lo que pareciera no puede ensancharse más, una bendición que, sacrificando a algunos, los más, recompensa a otros, los mismos menos de siempre, los que nunca se ven afectados, los que, por derecho divino, de ese dios que se oculta detrás de los billetes, merecen lo que el resto no puede ni soñar. Dejar pasar la oportunidad de lucrar con la desgracia ajena es —para que lo entiendan aquellos que mueren por ser guanabis y viven pagando las tarjetas de crédito para mantener el estilo de vida que les han dicho que deben mantener— como dejar pasar una ganga a meses sin intereses.

    Difundir notas falsas es sólo el principio y la continuidad de una estrategia que debe ir más allá, que debe explotar la creatividad más hermosamente ruin y mezquina de los ruines y mezquinos esbirros al servicio de los intereses de la clase privilegiada. No es suficiente con difundir elementos detallados de la catástrofe cuando no había forma de establecer contacto con nadie en Acapulco. No, es urgente que esas notas falsas hagan parecer los trabajos previos de Lord Montajes como producciones amateurs realizadas por un estudiante de preparatoria y grabadas con un teléfono inteligente de gama baja. No es suficiente con retratar la devastación de la bahía, hoteles, centros comerciales y zonas populares. No. Queremos ver la Bahía de Acapulco partida por la mitad, que los siempre honestos medios de comunicación hegemónicos muestren que donde antes había una sola bahía ahora —tras el paso de Otis— hay dos o tres. Queremos ver buques de la Marina Nacional encallados en el CiCi. Queremos una nota de gente que habiéndose resguardado en su casa cuando inició el huracán, salió de ella —en cuanto reinó la calma— para darse cuenta que el huracán los había trasladado, con todo y casa, al puerto de Veracruz. Urge una nueva generación de periodistas infodemicos, formados por las películas de Marvel y DC, que no tengan miedo de replicar lo que vieron en la pantalla grande como nota de noticiero en horario estelar.

    Pero la nota falsa no es suficiente, hay que criticar todo aquello que el gobierno, municipal, estatal o federal haga, y todo lo que deje de hacer. Es más, si se presenta la oportunidad criticar si hace algo mal y criticar si lo corrige. La guía deben ser esos maravillosos comentarios que condenaban el saqueo de las tiendas y tres doritos después lamentaban la presencia del ejército en las calles. Hay que criticar que no se hubiera previsto lo que no se podía prever, que no se actuara antes de tiempo evacuando a la población entera del estado por una tormenta tropical ¡Que digo evacuar! Se le debe exigir al gobierno que hubiera reubicado a la población entera de Guerrero en otro estado. Urge que tengamos un presidente y un gobierno con capacidades psíquicas y sobrehumanas que les permitan anticipar lo que sucederá incluso cuando la información, los datos y las proyecciones que se tengan no permitan concluir que aquello que proféticamente se anticipa.

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    Explotar las pasiones de las víctimas y los damnificados por el huracán no es lo correcto. Y desde luego que no hablo en términos morales. No. No es lo correcto porque se queda corto, porque si bien puede conmover, no sorprende que los afectados estén enojados y demanden respuestas inmediatas del gobierno. No importa si se trata de testimonios reales o de testimonios inducidos. Hay que inventar que un poblado entero desapareció luego del paso de Otis, que no dejó huella alguna de él, ni de sus pobladores, ni de su historia, ni de nada de nada de nada. Que Otis barrio incluso con los registros documentales que demostraban la existencia de ese pueblo que jamás existió. Hay que sacudir al perro para que parezca que mueve la cola, contar la historia de los habitantes de ese lugar, dedicar una sería escrita por los guionistas de la Rosa de Guadalupe para mostrar que Otis y la incapacidad del gobierno de la CuatroTe, por prever lo que era imposible prever, nos arrancó un pedazo de nuestra historia y de nuestra identidad.

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  • Soltar balazos para que haya abrazos y no balazos

    Soltar balazos para que haya abrazos y no balazos

    El panorama se antojaba desalentador. La opositora oposición que no se opone a sí misma porque no se ha dado cuenta que está en contra de todo aquello contra lo que se opone, no parece tener un candidato que tenga lo que hace falta para ganar la gubernatura de la Ciudad de México, bastión del progresismo buena onda y el pensamiento de izquierda conservadora y defensora del sistema de privilegios.

    Sin embargo, la candidatura de Omar Hamid García Harfuch se ha convertido en la esperanza de todas las esperanzas para que desde un gobierno de izquierda se empodere la derecha en la capital nacional, al constituirse como esa alternativa que puede aglutinar todas las alternativas y acabar con ellas. Harfuch tiene la virtud de representar lo peor de la derecha con un discurso que, aunque se esfuerza por ser de izquierda no consigue mantener oculto el franco conservadurismo que destila y garantiza que todo se mantenga como debe mantenerse, intocado. Y que incluso, pareciera prometer que remediara aquello que el gobierno anterior consiguió modificar.

    Al grito de “sin seguridad difícilmente hay un desarrollo económico y hay un bienestar social en general”, Harfuch da una vuelta de tuerca tal, que desarticula el discurso sexenal de Andrés Manuel López Obrador que se resumió en la frase de “abrazos no balazos”. Al poner la seguridad como condición sine qua non del desarrollo económico y el bienestar social, el otrora Secretario de Seguridad Ciudadana de la Ciudad de México, manda al traste esa espantosa insistencia obradorista de hacer que el Estado asuma como su responsabilidad la transformación de las condiciones materiales de la ciudadanía, para que a partir del bienestar social se incentive el desarrollo económico y se sienten las condiciones para vivir de manera segura. Nada de eso, sostiene con sabiduría policiaca Harfuch, lo primero es garantizar la seguridad, no importa el salario de la gente, lo prioritario es que vivíamos seguros, no reparar en si la gente tiene trabajo o no, lo fundamental es la seguridad, no esas tonterías de comer tres veces al día o tener donde vivir dignamente. Lo verdaderamente importante es el respeto a la ley, no que la ley respete y proteja al pueblo.

    Sin darse cuenta, lo que Harfuch resuelve al sostener —en el mejor estilo de Felipe Calderón— que la ley es un fin en sí mismo y no un medio, no es sólo el problema del discurso en torno a la seguridad, como podría pensarlo en su policiaco cerebro, Harfuch zanja, con su candidatura y su priorizar la seguridad, esa polarización, sobre la cual el obradorismo no ha hecho más que arrojar luz, que nace del miedo que las clases privilegiadas tienen de perder sus privilegios a manos de las clases bajas que tienden a empoderarse con el bienestar social, miedo a perder el privilegio de ser privilegiado en un país en el que reina la carencia y la desigualdad, miedo más imaginario que real, frente a ese otro que puede convertirse en una amenaza que nos despoje de todo, y miedo más real que imaginario frente a ese otro que amenaza con dejar de admirar el privilegiado estilo de vida de los privilegiados, porque ha visto mejorado su propio estilo de vida, miedo a perder —en pocas palabras— el statu quo que da una línea de crédito que se paga a meses sin intereses. Y de paso, García Harfuch propone enterrar el obradorismo hasta que la población —temerosa de la ley— se olvide de él.

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    Por si todo ello fuera poco, por si fuera poco que desde el obradorismo se conjure el peligro que el obradorismo representa para los privilegios de quienes privilegiadamente viven con privilegios, el peligro de perderlos por un lado, y el peligro de vivir sin poder admirar a los privilegiados por el otro, Omar Hamid García Harfuch abandera la esperanza de tener un Nayib Bukele mexicano, un hombre con nervios de acero y una inseguridad tal que no dude en establecer un régimen de excepción y suspender las libertades y los derechos civiles para garantizar el complimiento de la ley que orilla a la violación de la ley. Harfuch tiene todo lo que este país necesita para seguir lso pasos de El Salvador y eliminar los derechos humanos y tratar a los criminales —y a todo aquel que viole o piense en violar la ley— como, con esa lerda sabiduría, sugería Arturo Montiel, padrino de Peña Nieto: como ratas. Ratas a las que se envenena, se aniquila y se tira a la basura.

    • Carlos Bortoni es escritor. Su última novela es Historia mínima del desempleo.
  • El país no estaba tan mal

    El país no estaba tan mal

    Con el valor que hace falta para para manifestarse vulgarmente cínico, la todavía no candidata indígena, impulsada por la ciudadanía y frenteamplista Xóchitl Gálvez, que ni es indígena, ni es impulsada por la ciudadanía y forma parte de un frente bastante estrecho, reducido y corto de miras, afirmó que con los gobiernos de los partidos Revolucionario Institucional (PRI) y Acción Nacional (PAN) “el país no estaba tan mal”. Así, simple y sencillamente.

    Es decir, el país estaba mal, pero no estaba tan mal. En otras palabras, lo que la mujer X, cuya candidatura ilusiona a todos aquellos que sabiamente no hacen más que mirarse el ombligo, sostiene, es que el sistema de privilegios que privilegiadamente privilegiaba a quienes ya eran privilegiados y dejaba en el abandono a quienes no quedaba más que abandonarlos, no estaba tan mal, y que el problema radica en haber permitido a un puñado de mexicanos —30 millones, el 53% de quienes votaron en 2018— imponer una narrativa que considera al saqueo como algo negativo y ve en el apoyo a los que menos tienen algo positivo. Esa esa narrativa y no la realidad la que nos ha llevado a pensar que con los gobiernos PRIANISTAS el país estaba mal.

    Se necesita tener los pies en la tierra y no estar tonto para pensar que la destrucción del sistema de salud, de PEMEX, la aniquilación de la autonomía energética y alimentaria, es igual a estar mal. Para nada, nada más lejos de ello. Los 30 años del experimento neoliberal no trajeron más que bienestar y libertad a la ciudadanía mexicana, el bienestar de no poder estar peor y la libertad de elegir la forma que cada quien prefiriera de morir de hambre, por eso se concesionó un porcentaje importante del territorio a las mineras, para que los mexicanos no tuvieran que cargar con el peso y dolor de explotar su propia tierra, por eso desaparecieron Conasupo y Barural, para que los campesinos tuvieran la libertad de elegir con quien malbaratar el fruto de su trabajo, o si lo malbaratan o lo tiran a la basura. Eso es el neoliberalismo, eso es el no “estar tan mal” de Xóchitl, el dar libertad absoluta a la gente, tanta que la gente no solo no sepa qué hacer con ella, sino que no pueda hacer nada con ella, liberarla maniatándola al darle un sinfín de opciones que les resulten inaccesibles. Por eso se realizó el FOBAPROA, para liberar a la ciudadanía de sus responsabilidades crediticias, al volverlas impagables, y de paso liberarlos de todo bien material. Pero no sólo eso, el FOBAPROA creó un sentido de identificación y pertenencia para todos los mexicanos, los unió con una deuda que cada uno tiene, incluso los no nacidos, para que se pueda pagar el noble rescate bancario que rescató a los bancos de la difícil tarea de prestarse dinero ellos mismos y mantener los privilegios de la clase privilegiada. En fin, el listado podría alargarse mucho más, pero el objetivo no es hacer un repaso histórico del encogimiento salarial, la desaparición de empleos, el aumento de la pobreza, la privatización de recursos naturales, los desplazamientos y matanzas que acompañaron a la guerra contra el narcotráfico en manos de un narcotraficante como García Luna, etc. No. Lo importante es que se entienda que todo eso era un bien estar para extender las libertades de la ciudadanía y que se logró gracias al neoliberalismo que ahora se condena desde una narrativa que tramposamente busca poner el acento en las necesidades de las personas y la dignidad de las mismas.

    Una narrativa que desde Palacio Nacional condena la condonación de impuestos a las empresas más ricas del país, que ve mal que entre Calderón y Peña perdonaran el pago de 366 mil millones de pesos a estas empresas, y que le parece corrupto que, a cambio de esos pesos condonados, las empresas invirtieran, perdón, financiaran, las campañas político-electorales de los PRIANISTAS. Una narrativa que prefiere crear programas sociales, peor aún, que ha elevado los programas sociales a rango constitucional, para apoyar a quienes más lo necesitan de forma directa, evitando intermediarios. Narrativa que ha sacado a nueve millones de mexicanos de la pobreza, que ha reducido la desigualdad entre los más ricos y los más pobres, que entrega becas a estudiantes (sin importar su promedio académico) para que puedan estudiar y puedan hacerlo garantizando el mínimo de sus necesidades, una narrativa que utiliza obras del Estado para contribuir significativamente al desarrollo de regiones históricamente abandonadas porque no son rentables para hacer negocios en ellas. Una narrativa, en resumidas cuentas, que hace a las personas dependientes de que el Estado desempeñe sus funciones y responsabilidades.

    Entrados en gastos

    Si permitimos que esa narrativa destructora de privilegios se expanda, consolide y siga sentando sus reales en el imaginario colectivo, engañándo con la falsa idea de que es preferible vivir mejor que vivir peor, con el maniqueo concepto de que todos tienen derecho a la vida digna, esa narrativa que apoyándose en la realidad ha modificado la forma en la que la gente ve las cosas, si no defendemos la defensa de los privilegios de los privilegiados, tendremos un país donde las clases explotadas querrán trabajar menos horas. Afortunadamente, esa gran prócer de la desigualdad y defensora de los privilegios y el derecho a vivir mal, Xóchitl Gálvez, se ha manifestado en contra de la reducción de la jornada laboral, “aún no es tiempo”, ha dicho con la sabiduría de quien sabe que hay cosas para las que jamás será tiempo. Aún no es tiempo, y nunca lo será, de eliminar los privilegios de las clases que tienen clase. Aún no es tiempo y nunca lo será de acabar con un sistema inhumano que permite que algunos vivan con excesos excesivos mientras el grueso de la población muere de hambre. Las clases explotadas deben entender que no están tan mal y aún no es tiempo de que estén bien.

    • Carlos Bortoni es escritor. Su última novela es Historia mínima del desempleo.
  • Democratizar la violencia

    Democratizar la violencia

    El principal problema que aqueja a nuestras sociedades es la desigualdad, pareciera que nadie lo duda. Sin embargo, cuando alguien intenta contrarrestar la desigualdad —tarde o temprano, normalmente más temprano que tarde— surgen voces que se oponen a ello. La más reciente muestra de lo que digo, ha surgido a raíz del reciente re-estallido del perpetuo conflicto entre Israel y Palestina, que es conflicto porque los palestinos insisten en la libre autodeterminación de los pueblos y su derecho inalienable a no vivir bajo la eterna invasión de su territorio, quizá piensen que son Ucrania como para que la comunidad internacional los apoye en algo tan descabellado.

    En fin, regresando al tema, a raíz del ataque y las incursiones de Hamás a territorio israelí, y la respuesta siempre controladamente desbordada, siempre mesuradamente exagerada, siempre comedidamente desmedida, por parte del Estado de Israel, que no está dispuesto a dejar pasar ninguna oportunidad para afianzar su afianzada presencia en el territorio palestino y justificar la invasión del mismo, no han faltado quienes insisten en que la población civil no debe ser castigada por los actos de Hamás, no han faltado quienes insisten en que una reacción sin miramientos, que no establezca diferencias entre palestinos militantes de Hamás y palestinos no militantes de Hamás, es un acto de barbarie injustificado ¿Quién los entiende?

    Dejemos de lado el hecho innegable de que Hamás es una organización palestina y la población palestina es palestina. No nos detengamos en ello, vayamos al punto nodal, al tema de acabar con la inequidad en el mundo ¿De verdad van a salir ahora, los defensores de la igualdad social, con que un palestino de Hamás debe ser tratado diferente a cualquier otro palestino? No hay forma de justificarlo, La población civil es responsable y debe vivir las consecuencias de los actos cometidos por sus gobiernos, fuerzas armadas, o grupos terroristas, sin importar si están de acuerdo con ellos o no, sin importar si fueron electos democráticamente o si se han impuesto por la fuerza al resto de la sociedad, sin importar si los representa o representan a sus propios intereses. Al final del día, del mismo modo que el ideario echaleganista reza e indica indicativamente que el pobre es pobre porque quiere, el bombardeado es bombardeado porque quiere. No hay más ¿Quién parió a los miembros de Hamás? ¿Mujeres de Hamás o mujeres que forman parte de la sociedad civil? ¿Quién cultiva / produce los alimentos que consume Hamás? ¿Hombres y mujeres de Hamás u hombres y mujeres de la sociedad civil? ¿Quiénes serán los futuros miembros de Hamás? ¿Niños de Hamás o niños de la sociedad civil? Estas preguntas resultan fundamentales para entender la necesaria necesidad de democratizar la represión, la violencia, las políticas inhumanas en pos de luchar por un mundo más injustamente justo, más miserablemente humano.

    Lo mismo sucede del otro lado, lo mismo, pero en menor escala, los dioses siempre apoyan al lado erróneamente adecuado con un mayor poder armamentico y capacidad de creadora destrucción. Quien debe pagar por las políticas de Israel en contra de la población palestina es la sociedad civil israelí ¿Cuál sería la razón de sólo atacar objetivos militares de uno u otro lado? ¿Qué beneficio obtendría el extremismo islámico o la ultraderecha israelí si no se afecta a la sociedad civil? Es justo y necesario para mantener el execrable orden de las cosas que Netanyahu haga gala de la musculatura irracional de los ultras, que uno de los 20 ejércitos más poderosos del mundo despliegue todo su poder en contra no solo de Hamás sino de una población civil desarmada y terriblemente vulnerable, para que al mismo tiempo que se fortalece a la ultraderecha entre la opinión pública israelí y mundial, Hamás gane adeptos al interior de la Franja de Gaza y Cisjordania. Es la única manera en la que el orden seguirá ordenado y nada se moverá de su lugar. Si el combate se reduce al enfrentamiento de grupos armados, sería más insignificante que el devenir de un enfrentamiento entre dos equipos de hockey en monociclo.

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    Como suele decirse no sin infundada razón, a veces uno sabe de qué lado estar, simplemente viendo quienes están del otro lado. Basta ver quienes aplauden el recrudecimiento de los continuos actos de barbarie que comete el Estado de Israel en contra de la población palestina, para darse cuenta de que sin lugar a duda uno debe vergonzosamente sumarse a esos aplausos y pedir que se recrudezca el recrudecimiento. Si potencias imperialistas como Estados Unidos, Alemania, Gran Bretaña, España, que a lo largo de su historia han mostrado una ética intachable y un respeto ejemplar por el otro, están del lado de Israel, queda claro que todos debemos estar del lado de Israel y celebrar el sitio que dejará a la Franja de Gaza —y sus habitantes— sin luz, comida, ni agua y que la someterá a un intenso bombardeo. Finalmente, cuando se ve al otro como un animal en contra del cual se lucha, se debe actuar en consecuencia, como ha dicho el ministro de Defensa israelí. No hay lugar para tratar a los seres humanos como seres humanos, de lo contrario, el día de mañana, las clases oprimidas del mundo, los pueblos oprimidos del mundo, exigirán un trato igualitario que arriesgaría el delicado equilibrio de privilegios e intereses que sostiene al orden mundial en ese punto de eterna putrefacción. Lo único que debe democratizarse es la violencia y la represión en contra de quienes, no formando parte de la clase privilegiada, tienen el privilegio de vivir continuamente asediados por ella.

    • Carlos Bortoni es escritor. Su última novela es Dar las gracias no es suficiente.
  • Esperando el derrame

    Esperando el derrame

    A Miguelángel Díaz Monges

    El debate parece ser el único debate posible sin importar el lugar del mundo en el que uno se encuentre. La discusión se centra entre la defensa del siempre noble y humanamente deshumano neoliberalismo y el ataque a dicho sistema económico, político y social, por parte de las hordas de salvajes que —incapaces de entender que no entienden que no pueden entender— se lanzan en su contra por la sola razón de no tener forma de comprar una casa, pagar los servicios básicos de salud, o comer adecuadamente.

    Pareciera que la culpa de su desgracia económica radica en la fortuna de quienes si pueden pagar para vivir bajo de un techo, que digo bajo de un techo, pagar por más de una propiedad en distintos lugares del mundo; que la culpa es de quienes teniendo seguro médico privado han cabildeado y legislado para desaparecer o llevar a la ruina a las instituciones públicas de salud; que la culpa es de quienes tienen la capacidad de pagar precios excesivos por alimentos que terminarán desperdiciando porque cuando se paga excesivamente por algo es necesario comprarlo en exceso. Todo indica que para buena parte de la población —los que menos tienen— es más sencillo culpar a quienes más tienen que esforzarse arduamente (así dejen la vida en el camino) por emular a aquellos e intentar tener algo, lo que sea.

    Está tan arraigado el resentimiento social en quienes difícilmente pueden darse el lujo de estar resentidos mientras intentan mantenerse a flote, que hay quienes desean acabar con esa bonita tradición, que prácticamente lleva 40 años, neoliberal de aumentar la concentración de la riqueza en unas cuantas manos y sacrificar a todos aquellos que son incapaces de, generar riqueza a través de la explotación del otro. El egoísmo de las clases bajas es tal que han llegado al punto de exigir una redistribución de la riqueza que acabe con la desigualdad ¿En qué se ha convertido la humanidad? Resulta increíble que la gente esté más preocupada en su bienestar que en el bien vivir de las clases privilegiadas que son las únicas que tienen clase. Los desclasados no entienden que es más importante la generación de riqueza que la disminución de la desigualdad, piensan que si todos tenemos las mismas oportunidades e igualdad de condiciones todos podremos vivir mejor. Resulta irrisorio, imaginen a quienes no son Carlos Slim, ni Ricardo Salinas, ni mucho menos Elon Musk, intentando ser Carlos Slim, Ricardo Salinas o Elon Musk, el mundo se convertiría en una fiesta de disfraces mal hechos donde la gente no sabría qué hacer con la igualdad de oportunidades y condiciones y derrocharía recursos en nombre de la redistribución de la riqueza, lo que sólo terminaría con la riqueza.

    Estamos hablando de personas que no entiende por qué es necesario que anualmente se desperdicie más de 931 millones de toneladas de alimento, o la importancia del fast fashion para la economía mundial y la urgencia de que esta ropa se deseche a pesar de encontrarse en buenas condiciones y sin ser reciclada. Estamos hablando de gente tan egoísta que piensa que la sostenibilidad es un asunto importante. Gente tan mezquina que solo se preocupa por el aumento del salario mínimo para poder vivir mejor. Gente que no está dispuesta a seguirse sacrificando para que otros —muy pocos— tengan viviendas donde el despilfarro es la constante. Gente que no piensa en los demás y antepone sus necesidades por encima de los privilegios de la clase privilegiada que no sabe vivir sin dilapidar —a diferencia de la mayoría de la población. Gente terriblemente ruin que encuentra molesto que se desechen alrededor de 5,000 millones de dispositivos móviles al año. Gente que por pensar en que todos vivamos mejor, vivamos dignamente, están dispuestos a poner en riesgo la existencia de quienes deben —por derecho divino, racial, científico, de clase, o como quieran llamarlo— vivir por encima de toda dignidad humana.

    Entrados en gastos

    Quienes se oponen al neoliberalismo y su esfuerzo por liberar al ser humano del lastre de la pobreza, incluso si ello significa que algunos —miles de millones— mueran en el camino, no son capaces de apreciar la bonhomía de las clases privilegiadas que al concentrar la riqueza en unas cuantas manos, cada vez menores y cada vez más ricas, realizan un esfuerzo sobrehumano por retener, preservar y acaparar esa riqueza dentro de inmensos contenedores, un esfuerzo sobrehumano para que esos contenedores sean cada vez más grandes de tal suerte que cuando dichos valdes de opulencia no puedan seguir conteniendo la desmedida riqueza, de quienes sabiendo explotar al otro, saben enriquecerse, acontezca un derrame de migajas de tal naturaleza que permita alimentar a las huestes de salvajes para que sobrevivan y puedan seguir siendo explotadas para mantener vivo el ciclo de concentración de la riqueza y derrame de migajas.

    • Carlos Bortoni es escritor. Su última novela es Dar las gracias no es suficiente.