Gigantes empresariales dejan de pie a sus trabajadores a pesar de la “Ley Silla”.
La salud de miles de empleados es sacrificada en el altar de la “imagen profesional” y la avaricia de las grandes cadenas comerciales.
Las multas son un costo menor para empresas que, en el último de los casos, prefieren pagar estas sanciones económicas antes que dignificar a sus empleados.
A poco más de una semana de haber entrado en vigor, la “Ley Silla”, esta legislación está enfrentando un auténtico muro de resistencia por parte de grandes corporativos y la cúpula empresarial.
Cabe destacar que esta disposición busca dignificar las condiciones laborales garantizando el derecho de trabajadoras y trabajadores a que, cada determinado tiempo, gocen de un merecido descanso, sentados.
Lo que se vislumbraba como un paso disruptor en la cultura laboral mexicana, se ha convertido, en la práctica, en una aplicación a medias o, francamente, inexistente.
Recorridos por pasillos de cadenas departamentales como Walmart, Coppel, Elektra y El Palacio de Hierro nos revelan una estampa desoladora: empleados que superan las ocho horas diarias de jornada continúan trabajando de pie.
Las sillas ergonómicas, que la ley ya obliga a proporcionar, brillan por su ausencia o, en el mejor de los casos, son meros adornos para simular un cumplimiento que dista mucho de la realidad.
La llamada “Ley Silla”, impulsada por los senadores Ricardo Monreal y Patricia Mercado, de los partidos MORENA y Movimiento Ciudadano, respectivamente, establece descansos mínimos de cinco minutos por cada hora laborada y obliga a empresas del sector privado –incluyendo farmacias, supermercados, restaurantes y tiendas de conveniencia– a ofrecer sillas con respaldo, especialmente para jornadas mayores a seis horas.
Sin embargo, la intención de acatar la norma parece ser exigua. Algunas empresas han llegado, incluso, al extremo de prohibir el uso de celulares durante los escasos “descansos” o de restringir que los empleados tomen asiento para “cuidar la imagen profesional” ante los clientes, lo cual revela una desconexión total con el espíritu de la ley.
Aunque esta ley establece un plazo de 180 días naturales para su total implementación, la falta de voluntad es palpable.
Empresas como El Palacio de Hierro, de Alejandro Baillères (Grupo BAL), o Elektra, propiedad de Ricardo Salinas Pliego, operan bajo el arcaico precepto de “a más horas, mejor trabajo”, donde, lamentablemente, los descansos son vistos como concesiones o consentimientos inadmisibles.
Lizbeth Villegas León, médico familiar del Instituto Mexicano del Seguro Social (IMSS), nos asegura que permanecer de pie de manera excesiva, puede provocar múltiples dolencias, como problemas en la columna vertebral, caderas, rodillas y pies. La especialista en medicina familiar nos asegura que “es indignante que las grandes empresas abusen de su autoridad para que sus empleados trabajen en bipedestación prolongada, que es permanece de pie por más de ocho horas”.
Pero “la Ley silla no está en contra de los empresarios. Está en contra de la ignorancia, de la inconciencia y de la falta de empatía de las áreas de recursos humanos, salud laboral y finanzas”

nos asegura la psicóloga y consultora Josefa Galván. La Ley silla, de acuerdo con esta explicación, sería “un símbolo de justicia, de dignidad y de cuidado de la gente”. Galván, quien también es coach y empresaria, explica que la gente es el recurso principal de las empresas”. Y subraya: “Si no hay gente, no hay empresa”.
En lo que parece ser una estrategia para sortear las multas –que oscilan entre 250 y 2 mil 500 UMAs–, algunas marcas de lujo, como Pandora, han implementado medidas pírricas: boletines internos especificando descansos de 10 minutos cada dos horas y la “concesión” de tapetes masajeadores de pies.
Además, la práctica de colocar una sola silla para plantillas de tres a diez trabajadores es una burla a la normativa.
Farmacia Guadalajara, que forma parte del Corporativo Fragua, S.A.B. de C.V., difundió un comunicado interno entre sus empleados donde asegura, con total indolencia, que por ahora no dará sillas a sus trabajadores y esperará hasta el 15 de diciembre para cumplir con lo que exige la Secretaría del Trabajo y Previsión Social.
Pero la resistencia no es solo empresarial; miembros del Consejo Coordinador Empresarial y de la CONCANACO Servytur se han pronunciado en contra de la “Ley Silla”, evidenciando una postura que prioriza la rentabilidad sobre la salud y el bienestar de los trabajadores.
Mientras la PROFEDET y la Secretaría del Trabajo prometen vigilar el cumplimiento, la realidad es que miles de trabajadores están expuestos a problemas musculoesqueléticos y circulatorios.
Molay Maza Ontiveros, especialista en temas históricos y sociológicos, nos explica que hay una “falta de respeto de las empresas nacionales y extranjeras a la legislación y a la Ley Silla”, porque “el capital está acostumbrado, históricamente, a subordinar a los trabajadores, y a su fuerza de trabajo, a sus ganancias, a sus intereses y a maximizar la explotación”.
Lo cierto es que, hasta el momento, la “Ley Silla”, diseñada para proteger la salud laboral, se encuentra en un limbo, atrapada entre la necesidad de los trabajadores y la inercia de un modelo empresarial anacrónico que sigue concibiendo el control y la supervisión directa como sinónimos de producción, a costa del cuerpo y la dignidad de sus empleados.
Es importante destacar que la existencia de “sillas de adorno” o la provisión de una única silla para múltiples trabajadores (3 a 10) demuestra una táctica de simulación para evadir la ley sin una verdadera intención de cumplirla.
Por si fuera poco, la prohibición del uso de celulares durante el breve “descanso” y la exigencia de que las sillas no sean visibles a los clientes para “cuidar la imagen profesional” son indicativos de una mentalidad que prioriza la apariencia y el control sobre el bienestar de los empleados.
La idea de que “el control y la supervisión directa se traducen en producción” denota una cultura empresarial de enorme desconfianza hacia el trabajador.
El derecho a sentarse, o incluso a trabajar de forma remota, es percibido entre muchas empresas como una pérdida de control por parte de los empleadores.
Sociológicamente, esto puede interpretarse como un mecanismo para mantener la jerarquía y el poder, donde el cuerpo del trabajador es un recurso a ser gestionado y no un sujeto con derechos y necesidades.
En el fondo, no es una silla lo que los grandes corporativos están negando, es el reconocimiento de un ser humano con derechos y necesidades.

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