Hace 19 años Manu Chao inundó un multitudinario Zócalo de acordes, rebeldía y esperanza. Fue un domingo mágico de una primavera que irrumpió -desde el corazón de los más jóvenes- de la época. Cuando a las chavas y chavos les llamaban “tribus urbanas”, en referencia a su carácter de depositarios de las más tradicionales o disruptivas identidades juveniles de la ciudad de ciudades. Ahí estaban los rockeros, chavos banda, darketos, skatos, fresas, rupestres, chavos disco, charangueros, sonideros, metaleros, bluseros, y un largo e interminable etcétera. Tiempo de híbridos.
Era el 26 de marzo de 2006. Las “tribus urbanas” dieron tregua a la esperanza, que en esas horas no se encontraba en los partidos políticos, en los gobiernos ni en el sistema; si no en el mirarse despiertos y desafiantes unos a otros hasta formar un mosaico de anhelos contra el resentimiento, un antídoto de un par de horas de libertad ante la deriva de las crisis económicas interminables, un bálsamo en una ciudad que también apenas resurgía. Más de 200 mil chavos se conectaron en un indomable encoré en la Plaza de la Constitución, que esa noche tuvo como única legalidad el simple derecho de sus hijos a existir.
En el descrédito habían naufragado las viejas instituciones de “atención a la juventud” como el CREA, y también había quedado atrás la prohibición de conciertos al aire libre del último e inefable regente priista que tuvo la capital: Oscar Espinoza Villareal (1997-2000). Gozaba la ciudad un proyecto alternativo a todo eso que habían vivido los chavos desde los años ochenta: la bestia del neoliberalismo jineteada por elites políticas y corruptas del PRIAN al servicio de mafias y poderes fácticos que para el pueblo solo ofrecía privatizaciones, devaluaciones e inflación.
Otro ambiente se respiraba en la Ciudad de México aquel atardecer de marzo de 2006, la banda libre de razias y apañones se hacía presente sin temores. Las plazas públicas para la cultura, volvía a considerarse una premisa de sentido común para un gobierno democrático.
Por ello, no fue coincidencia que el incomodo interlocutor -frente al que decenas de miles de jóvenes se plantaron y apuntaron con el puño izquierdo limpio y la fuerza del indómito coro de la canción “Asesinos” del abridor Panteón Rococo-, fue el edificio del Palacio Nacional, ocupado entonces por un títere más del entreguismo, el inefable ex gerente de la Coca- Cola y “vaquero” de pacotilla Vicente Fox Quesada. Y vaya que se cimbró el Zócalo con esa rola y las decenas de miles de miradas frescas que se postraron firmes e irredentas ante el balcón presidencial reiterando la furia del pueblo contra las políticas económicas, el abandono de la educación pública, el desprecio y la represión a los pueblos indígenas, la persecución a los movimientos sociales, y la entrega de recursos propiedad de la Nación a manos privadas y extranjeras.
Manu Chao ya había colmado el Zócalo capitalino el año 2000 en los tiempos del movimiento estudiantil que paralizó la UNAM en defensa de su vocación pública y gratuita; pero esta vez el contexto social de la emergencia de un movimiento amplio que desde el desafuero de AMLO en 2004-2005 comenzaba un amplio despertar ciudadano en dimensiones no vistas desde 1988, y la voluntad de volver a las calles de los jóvenes algunos simpatizantes zapatistas, otros apartidistas, anarquistas, militantes de “La otra campaña”, o simplemente libre prensadores, dieron al momento una connotación de ágora política, donde no había unanimidad ni pensamiento homogéneo, pero si la sensación compartida de que algo más grande estaba por venir.
En el plano de la música como instrumento para el poder, la reseña de Tania Molina en La Jornada retrata el momento:
“Y, al menos por un instante, se reconocieron entre sí. Todos los solos y los perdidos, aunque sea por esta noche, no lo estuvieron. Y, como las tristezas y las nostalgias y las melancolías hay que festejarlas, Radio Bemba entonó Merry blues (el Blues alegre), y todos celebraron, desde los chavos banda, los niños fresa, las jovencitas en hombros de sus compañeros, hasta pequeños y señores ya grandes. Algunos prefirieron no adentrarse en los fondos slameros y, desde la periferia, armaron grupitos de baile o simplemente observaron. Inclusive la terraza del Hotel Majestic desde hace días tenía todas las mesas reservadas. Los clientes se asomaban desde los cuartos. Manu Chao, quien se opone a las fronteras entre naciones, rompió las fronteras entre géneros musicales (fue uno de los pioneros en hacerlo).”
Casi 20 años después la semilla de Manu sigue abriendo brechas en los cambios culturales. Romper fronteras y abrir mentalidades es un reto colectivo de todos los días; recuperemos la sonrisa de aquella noche interminable y la música contra el poder: “Yo vengo del hoyoyoyo/ Esa es mi cantera/ Yo vengo del hoyoyoyo/ De la gran ciudad”.
https://www.jornada.com.mx/2006/03/28/index.php?section=espectaculos&article=a11n1esp

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