4 de mayo de 2012. Andrés Manuel López Obrador está en campaña por la Presidencia de la República. Faltan solo dos días para el debate y tal vez ya ha pensado qué hará si se le acerca mucho el candidato del PAN: guardará su cartera. Como siempre, recibe una andanada de críticas por su manera de hablar, pero él se defiende: “Es como el habla de cada uno de nosotros, yo no voy a cambiar mi hablar, mi hablar y expresar mi cultura; me siento orgulloso de eso. No voy a ir nunca a un taller, a una escuela de dicción, no voy a ir tampoco a risoterapia. ¿Cómo? Pues no. No queda” –dice, y finge una sonrisa petrificada.
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Cuando habla –es verdad–, Andrés Manuel se come unas eses y aumenta otras. Dice “de que” en vez de “que” y “que” en vez de “de que”. Utiliza figuras populares, como “me canso ganso”, cuando podría decir “estoy seguro”. De hecho, a veces les presume algún éxito a sus malquerientes con un demoledor “tengan para que aprendan”. Cuando el presidente habla –y vaya que habla–, enloquece a los conservadores, que lo tildan de ser un aldeano ignorante.
Ellos, que en su mayoría son corruptos, animales heridos que llevan cinco años sin recibir del gobierno fabulosas concesiones y prebendas millonarias, perciben la forma de hablar de Andrés Manuel como un crimen de Estado.
Lo que no ven, o no quieren ver, es que AMLO pone su corazón en cada una de sus palabras, su conocimiento, su amor por el pueblo, y que es vasta su cultura a pesar de que ponga una ese al final de “dijiste”.
Y no lo ven, o no lo quieren ver, porque esos críticos son analistas, empresarios, comentaristas o académicos, casi todos reaccionarios y algunos que se dicen izquierdosos, pero que gustan de vivir del privilegio y que han adquirido el modo de hablar y escribir que se fue construyendo a lo largo de siete lustros de neoliberalismo.
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En México hay diversas formas de hablar el idioma español y están vivas 68 lenguas nacionales que en orden alfabético empiezan con el akateko y terminan con el tsotsil (ambas son variantes lingüísticas del maya). Los hablantes de estos dos idiomas tienen un acento hermoso, monosilábico, como el de Yucatán. Pero en el norte se habla más cantado, aunque no cantadito como en algunas regiones populares de la Ciudad de México.
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9 de diciembre de 2003. Tengo en mis manos dos libros: Helguera, caricaturista (Sexto Piso, 2023) y Ternuritas. El linchamiento lingüístico de AMLO (David Bak Geler, 2023). La portada del primero deja ver dos bocetos: un Salinas con sombrero y un Zedillo como lo que es: un bufón. Abajo, en fila india, Fox, Calderón y Peña, desnudos, caminan hacia el basurero de la historia representado como la involución: el primero, encorvado y con botas; el segundo, con las manos ensangrentadas, y el tercero, con cola y cuerpo de simio.
En Ternuritas hay un tiro al blanco en cuyo centro está la cara de Amlito, la figura inconfundible a la que el INE dio vida y censuró; tres dardos que en realidad son plumas fuente bordean el dibujo con la cara risueña del presidente.
Con el sello de la editorial El Chamuco y los Hijos de Averno, este libro no tiene desperdicio. Reproduzco el primer párrafo: “Con ganas de exagerar, pero sólo lo suficiente, podemos decir que allí donde hay dos personas, hay dos lenguajes. En cuanto alguien se echa a hablar se mezclan en su voz todos los lugares donde ha pasado la vida. Cada persona trae a la conversación su propio acento, los dichos que aprendió con su familia y las palabras que su profesión le dicta –ya sea albañil o abogada, campesino o médica, filósofo o cocinera–. La escuela a la que asistimos y la clase social a la que pertenecemos quedan impresas en nuestro lenguaje. Entre nuestras palabras se cuelan las letras de las canciones que escuchamos y los libros que leemos. En breve, podemos decir que el lenguaje de cada quien es como un resumen de su vida, el compendio siempre cambiante de nuestra experiencia”.
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El joven filósofo David Bak Geler ha nombrado a los detractores del habla de AMLO como “los agentes del lenguaje único”. Nunca mejor dicho. Para mi gusto, son personajes kafkianos que visten de negro y vigilan el más pequeño “yerro” que, según ellos, sale de la boca del presidente, de su “neolengua”, de su “pejeñol”.
De acuerdo con la lingüista Violeta Vázquez Rojas, “no hay normas correctas o incorrectas de hablar”. En los nuevos libros de texto gratuitos –afirma– se nombran las variedades del habla, con lo que se normaliza la existencia de múltiples lenguas en este país y se reconoce su diversidad lingüística. La crítica a estos libros –asegura– tiene que ver más con el hecho de que, antes, la industria editorial privada estaba a cargo de ellos, y eso les redituaba más o menos la mitad de sus ganancias.
En opinión de Julio Serrano, otro lingüista, el presidente ha puesto de moda muchas expresiones y frases ante millones de personas, y eso lo convierte en un tipo de líder lingüístico.
Quienes critican la manera popular de hablar quizá no lo saben, pero siguen el modelo estándar de la lengua. Está bien, pero también es correcto hablar de la forma en la que lo aprendimos en la casa, en la escuela, en la calle. Lo malo es que entre esos críticos hay un clasismo, un racismo, que no les permite entender que el español es un idioma vivo y que Chava Flores está más cerca de la gente que Octavio Paz.
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18 de diciembre de 2023. La conferencia matutina, como muchas otras, se ha alargado. El presidente habla de Regeneración, el periódico oficial de Morena, y asegura que no tiene “nada de la jeringonza esa tecnocrática. No le íbamos a poner resiliencia. ¿Qué es esto?”. Dice también que no hay que usar tecnicismos para hablarle al pueblo. “Ustedes escuchan a un político tecnócrata y les aseguro que no le entienden nada […]. Necesita uno un traductor, pero él se siente un gran orador parlamentario, experto, porque no les interesaba el pueblo y a nosotros sí. Con el pueblo, todo; sin el pueblo, nada”.
Hacemos comunicación al servicio de la Nación y si así no lo hiciéramos, que el chat nos lo demande.
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