Patria, te doy de tu dicha la clave:
Ramón López Velarde, Suave Patria.
sé siempre igual, fiel a tu espejo diario…
Desconozco si en las suyas también, pero en mi memoria zumban y retumban todavía los ecos de las Fiestas Patrias…, y no es para menos. 213 años después del arranque de la gesta insurgente, el estado de ánimo social que cundió desde el corazón simbólico de este país, el Zócalo de la Ciudad de México, merece memoria, reflexión y encomio.
A lo largo de la tarde-noche del pasado viernes 15 de septiembre tuve la oportunidad de disfrutar del espectáculo que la Secretaría de Cultura del gobierno federal montó como preámbulo a la ceremonia del Grito de la Independencia. Aquello terminó siendo una ventana por la cual cualquiera con ojos, orejas y un poco de buena voluntad pudo constatar que este país está cambiando, radicalmente y para bien.
Fernando Rivera Calderón y Nora Huerta condujeron el programa. Resultó un deleite oír el Huapango de Moncayo interpretado por la orquesta de la Escuela Carlos Chávez. Regina Orozco fue un agasajo; además, antes de comenzar a cantar, concisa y certera nos regaló un oportuno aserto, que digo un aserto, un asertazo: El futuro va a ser muchísimo mejor, dijo, porque el arte es amor. Lo que vimos y escuchamos no fue ni el folklor inerte de monografía ni un rosario de piezas de museo ni una aburrida exhibición de bailables típicos de ceremonia acartonada, no: vimos y escuchamos una poderosa muestra de la cultura viva y diversa que compartimos unos 130 millones de seres humanos a lo largo y ancho de dos millones de kilómetros cuadrados, y también del otro lado, con otros 40 millones o más de paisanos avecindados allende del Bravo.
Ya entrada la noche, cuando de nuevo Tláloc dejó caer la lluvia, un chubasco travieso que poco antes, siendo aguacero, no había podido correr a casi nadie ni espantaría a ninguno después, el ambiente se animó más todavía con sones jarochos bien versados y zapateados con alegría y orgullo por una muchachada que difícilmente olvidará su presencia ese día en el ombligo del ombligo de la Luna. Y luego, ¡cómo no!, Frágil, con Yahritza y su Esencia, es decir, los tres hermanos Martínez, llegados directito desde Yakima, Washington, nada más a unos cuatro mil quinientos kilómetros al noroeste de la Ciudad de México. Lejísimos y tan cerca de ese nosotros nacional congregado. Más tarde, de antología, la atrevida interpretación de la Canción Mixteca que el flautista Horacio Franco realizó acompañado de los casi 150 músicos del Semillero Banda Nacional Comunitaria y de las 120 voces del Coro Nacional Comunitario, dirigidos todos por la maestra Guadalupe Barreda; una formidable reapropiación estética de una tradición centenaria, la puesta al día…, a la noche en este caso, del tema que mejor engarza la nostalgia con uno de los cantos más definidos de la mexicaneidad, la dimensión territorial de la Patria: ¡Oh Tierra del Sol! Suspiro por verte / Ahora que lejos yo vivo sin luz, sin amor… Con todo, estoy seguro de que lo más destacable del evento fue el conjunto de cuadros artísticos de danza, música, artes escénicas, poesía coral y mariachi que interpretaron más de 850 niñas, niños y jóvenes de los Semilleros Creativos de todo el país —actualmente, existen 428 a nivel nacional, en 290 municipios de los 32 entidades federativas del país, donde participan más de 14 mil niñas, niños y jóvenes, ubicados principalmente en municipios de atención prioritaria y en colaboración con los programas de Justicia del Gobierno de México—.
Así que de buenas a primeras tuvimos ahí al maestro Arturo Márquez dirigiendo a cientos de escuincles y jovencitas provenientes de toda la geografía mexicana para loar a la activista pakistaní Malala Yousafzai, a Alejandra Robles “La Morena” apapachando con su voz y su ritmo a la comunidad afromexicana, a un aguerrido comando de chamacos trovadores bajo la mirada de Hidalgo y Morelos interpretando Mi lengua es resistencia en ocho distintos idiomas indígenas, y sí, también, refrescante y sorprendente, a un montón de chavitos rapeando en contra de Monsanto, jovencitas pidiendo a coro “un mundo en donde sea un orgullo ser mujer” y en donde “nadie necesite ser indocumentado”, niños y niñas rapeando en maya en el espléndido escenario montado en medio de la plaza de la Constitución. ¿Y así dudan aún algunos despistados de que estamos viviendo una revolución de las conciencias?
Todo esto ocurrió mucho antes de que, en el lado oriente de la plaza de la Constitución, el presidente López Obrador saliera al balcón central de Palacio Nacional a dar el Grito. Aún faltaba que el grupo texano Frontera saliera al escenario para demostrar la guanguez de la frontera, lo permeable que es no sólo a la gente sino también y tal vez más a la música, al lenguaje, la historia común y los sentimientos compartidos. Y aquí fue cuando me dije, ¡caray!, la conciencia histórica sirve hoy para saberse afortunado. ¡Qué suerte que nos tocó vivir estos tiempos extraordinarios, vivirlos y estar del lado correcto! Agraciados somos.
- @gcastroibarra
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