A Gabriel Quadri, incansable paradigma de la zafiedadque es incapaz de avergonzarse de sí misma.
A todas luces, sobre todo a aquellas luces que no alumbrando nada concreto deslumbran a todos al punto de cegarlos, los subsidios, apoyos, becas, programas sociales y demás perversiones que el gobierno de la CuatroTe ha promovido para ayudar a nadie ─porque, seamos honestos, ninguno de los beneficiados tiene relevancia alguna en el escenario global que es el único que importa─ y afectar los privilegios de quienes privilegiadamente se beneficiaban del erario y los negocios que el Estado permitía se realizaran a sus costillas, ponen una zancadilla al incremento de los indicadores macroeconómicos mexicanos, que tanto crecieron durante los sacrosantos gobiernos neoliberales, y que tanto ayudaron al bienestar de quienes están acostumbrados a vivir en bienestar, manteniendo relegados a quienes se debe mantener relegados, y amenazan con destruir la desigualdad que durante más de 500 años se ha trabajado para consolidar en este territorio, aniquilando con ello la esperanza de la clase aspiracionista de vivir a base de un echaleganismo que les permita acariciar las mieles de las que goza la clase privilegiada; al mismo tiempo que consiguen que los trabajadores ya no quieran trabajar.
El sentido común ─y las lecciones de los guetos y campos de exterminio nazis─ indica que, mientras más cerca se mantenga a la población de la amenaza de morir de hambre, sin ninguna clase de apoyo, más sencillo será orillarlos a trabajar a cambio de un salario miserable e incrementar con ello la plusvalía que empresas y empresarios merecen.
No importa si esos apoyos se tratan de pensiones para adultos mayores o becas para estudiantes, toda clase de apoyo pone en riesgo la democrática desigualdad de nuestro sistema político social y, al hacerlo, afecta la posibilidad de que la derrama económica sea derramada encima de quienes debe derramarse, sin salpicar a aquellos que ni siquiera saben lo que es no tener hambre y deben trabajar bajo condiciones inhumanas por un mendrugo de pan.
Desde luego que, no faltarán las personas ─si cabe llamarles personas a quienes no se detienen a considerar a ese otro que tiene la necesidad de preservar sus innecesarias necesidades intactas─ que sostendrán que resolver el problema de la desigualdad es más importante que el crecimiento económico, personas que piensan que es imposible sostener el crecimiento económico si la desigualdad es alta, gente tan mezquina que es capaz de sostener que el aumento en el salario mínimo genera un incremento en la productividad, individuos que ─en resumen─ no entienden que no entienden que no hay porque ayudar a quienes no entienden que deberían conformarse con contemplar el espectáculo de las clases privilegiadas ¿Para que creen que se exhiben las revistas ¡Hola! y ¿Quién? ¿En los puestos de periódicos?
Seguro no es para que las compren, se tratan de ventanas para que contemplen lo que debe motivarlos, esa zanahoria inalcanzable que deben perseguir de forma incansable.
No entender que la desigualdad es un incentivo para que las personas se esfuercen y trabajen más y mejor, que la inflación es una herramienta de control social, y lanzar subsidios a diestra y siniestra para cuestiones tan banales como gasolina, energía eléctrica, alimentos, siembra de árboles, pequeños agricultores ─¿de verdad la palabra “pequeños” no les deja claro que hay que ignorarlos?─, fertilizantes, peajes en autopistas, etc. pone en riesgo el principal incentivo que tiene cualquier ser humano para despertar todos los días y hacer lo que tiene que hacer: el incentivo de saber que hay alguien debajo de él que vive una situación mucho pero que la suya y a quien puede pisar libremente.
No sólo se afecta a los dueños del capital y sus hordas de cortesanos y esbirros. No. Se afecta también a esa clase media ─sin importar si es clase media o solo cree que es clase media─ que ve amenazada esa posición pseudo privilegiada que ha conquistado con el sudor de su frente y un alto nivel de estrés, manejando un buen historial crediticio o endeudándose para pagar deudas, esa clase aspiracionista que desborda los centros comerciales los fines de semana para ver en los escaparates como podría ser su vida con unos cuantos meses sin intereses más en su tarjeta, esa clase que sabe que hablar ingles es mejor que hablar español y que teme perder su línea de crédito, su departamento en renta o el coche que manejan gracias al esquema de leasing que les permite pagarlo mensualmente y renovarlo un par de años después.
Entrados en gastos:
La amenaza de los subsidios es tan grande y pone tanto en juego, que nadie debería sorprenderse de que el grupo parlamentario del PAN en el Senado pidiera a la Suprema Corte de Justicia de la Nación (SCJN) que destituya al presidente Andrés Manuel López Obrador, que se le exhorte respetuosamente a iniciar el procedimiento… para destituir de su encargo al Presidente de la República, al Secretario de Gobernación, Adán Augusto López Hernández, al Secretario de la Defensa Nacional, Luis Crescencio Sandoval González, y al Secretario de Marina, José Rafael Ojeda Durán.
Lo que debe sorprendernos e indignarnos es que luego de hacerlo recularan y dijeran que no era lo que querían decir, que se trató de un error ¿Dónde están los sinarquistas y yunquistas cuando el pueblo de México los necesita? ¡Despierta ultraderecha tradicionalmente moderna y acaba con este reino del terror que busca reducir las desigualdades, apoyar a quienes necesitan apoyo y dejar de privilegiar a quienes no saben vivir sin privilegios! Si desde el Poder Ejecutivo se propone que a los ministros se les elija democráticamente, no estaría mal que desde el Poder Judicial se determine que a los representantes populares, presidente de la República incluido, electos por voto libre y secreto, sean designados por un consejo de sabios que sepa ─como no lo sabe la gente─ lo que la gente necesita.
- Carlos Bortoni es escritor. Su última novela es Dar las gracias no es suficiente.
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