Esta semana, la conferencia matutina vuelve a ser tema central de la discusión pública en México, desde que un grupito de opositores, pero con muchos micrófonos a la mano, declaran que “ante la degradación” del discurso público que estamos padeciendo, una solución es acabar con las mañeras del presidente, porque desde ese “púlpito” “se atizan los agravios preexistentes y se crean enemigos a conveniencia”.
Esta fue parte un diálogo sostenido entre una periodista y una analista política, en un foro público donde dejaron salir un largo lamento y, entre frase y frase —“se crean enemigos existenciales”, “no se puede hablar con los seducidos” y etc—, tal vez no han sido conscientes que, desde la elección de las palabras con las que formularon sus argumentos, dejaron al descubierto su soberbia, el sesgo y el desprecio que sienten por todos aquellos con quienes ya no pueden interactuar, debido a las diferencias ideológicas que “se promueven desde La mañanera”. Dicho en palabras simples: ya no pueden dialogar con quienes piensan diferente.
Desde su perspectiva, ese México que las acostumbró a que todos callaban mientras ellas formulaban tesis, sentencias, juicios y opiniones —porque eso es un “especialista”, por supuesto— está desapareciendo y su público, antes sumiso y obsequioso, ahora pone en duda sus teorías.
Radicalización, crispación, polarización es como algunos tratan de describir el tono de la discusión pública. Es curioso que, con excepción de Ricardo Monreal, quienes recurren a estos términos son mayormente los opositores. Son ellos los que quieren reconciliar el clima político a través de conversaciones civilizadas con los “seducidos”, antes denominados perros, borregos, adoctrinados y un largo etc.
Para ello, también involucran el tono de la discusión en redes sociales, donde, en efecto, el tono es altamente tóxico. Sin embargo, la fenomenología de las redes es un asunto que conviene analizarlo por separado, pues arropa otros factores que no afectan exclusivamente a la política, pero como argumento para apuntalar su desamparo discursivo, les resulta válido.
México ha experimentado un cambio profundo, en el que la sociedad se involucra, opina, se informa y participa. Llegar a este punto de ebullición social empezó por quitarnos el esparadrapo de encima, pagar caro la indiferencia política y creer a ciegas en lo que decían los expertos y especialistas. Y sí, también hemos tenido que reprimir el asco al conocer todo lo que hizo la clase política —en la que encajan a la perfección la prensa y la opinocracia pagada—en lo oscurito.
Ser opositor requiere mucho más aplomo y gracia que el demostrado en ese foro. Ser demócrata requiere mucha más tolerancia. Ser opinador profesional requiere mucha más congruencia. Ser figura pública requiere de una piel más gruesa. Buscar la reconciliación empieza por la autocrítica, la humildad y el respeto, de otro modo, sólo son estrategias políticas fallidas o los lamentos gemebundos de los perdedores.
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