A propósito de la guerra comercial que protagonizan China y Estados Unidos y que, en términos mediáticos ha quedado delegada a segundo término debido al conflicto entre Rusia y Ucrania, se menciona en análisis políticos y económicos que el gran beneficiario del choque entre las dos mayores potencias económicas del mundo es México, ello debido a que la deslocalización que habían hecho originalmente empresas norteamericanas y europeas en suelo oriental buscaría un nuevo destino que ofrezca ventajas logísticas, de costos laborales, de certidumbre política y, sobre todo, que esté alineado con el bando occidental que dirige Washington, y el mejor candidato sin duda es México.
La algarabía de los analistas que prospectan una inversión extranjera de miles de millones de dólares hacia nuestro país es motivo suficiente para ser optimista en los cálculos macroeconómicos con miras a la próxima década, sin embargo, la historia nos ha enseñado que no todo lo que brilla es oro.
El periodo neoliberal se caracterizó por tener posturas claras en diferentes esferas de la vida pública. En la esfera geopolítica, significó subordinación del interés nacional al interés hegemónico de Estados Unidos a través de la entrega de recursos estratégicos (principalmente el petróleo) y de la intromisión en asuntos nacionales en materia de seguridad y soberanía alimentaria, entre otras; en la esfera de política nacional, significó el debilitamiento del Estado Mexicano a través de la creación de “organismos autónomos” en manos de la “sociedad civil”, y de la aprobación de un paquete de reformas estructurales (salud, educación energía y derechos laborales las más ominosas) y modificaciones a la constitución que, básicamente, favorecían el interés de las minorías, en contra de las grandes mayorías; en la esfera social, el neoliberalismo implicó una desvalorización de la cultura mexicana, aumento de la violencia y la corrupción, así como falta de liderazgos con visión nacional y humana; y en términos económicos, significó un aperturismo sin control con la consigna de inflar el PIB a toda costa, principalmente con la firma del TLCAN, pero también permitiendo inversiones en sectores estratégicos como la banca y energía, y tuvo como bandera principal a la privatización. De esta última esfera, interesa hacer un análisis más profundo por la oportunidad que representa el “nearshoring” respecto a Estados Unidos.
El resultado de mucha de la inversión que se dio durante el periodo neoliberal no es del todo positivo. Atrajo a empresas de manufactura de bajo valor añadido o extractivista; empresas que pagaban sueldos de miseria a los trabajadores y cuya ventaja competitiva no se apoyaba en la innovación o diferenciación del todo, sino en costos laborales bajos; empresas a las que les fueron condonados millones de pesos; empresas que sometían autoridades y en contubernio con ellas tenían prácticas mafiosas a favor de sus propios intereses; y perfectamente se pueden correlacionar estos fenómenos con aumento de la desigualdad y la violencia por el descontento social que todo ello genera.
Lo que ha enseñado la historia es que ninguna nación se ha desarrollado sin proteccionismo adecuado, ya que la trampa del neoliberalismo en su esfera económica consistía en permitir la inversión extranjera a diestra y siniestra, sin intervención del Estado y contra las PyMES mexicanas, y el resultado fue desastroso. Si la inversión extranjera no genera encadenamientos productivos y transferencia tecnológica, si no se compromete a pagar sueldos dignos a todos los niveles, si no se compromete a cuidar los recursos y el ambiente, si no paga los impuestos que debe o busca evadirlos, es mucho mejor prescindir de ella y no acudir al pragmatismo destructor que tanto daño ha hecho por intentar generar empleo.
México es un país respetado en el mundo y se sabe que la política nacional ha cambiado, pasando de un entreguismo subordinado de bajo coste a una política de mucha dignidad, humanismo, en favor de la inversión inteligente y con énfasis en la justicia y redistribución de la riqueza.
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