La semana pasada la doctorante Sandra Cuevas ha arremetido contra el presidente Andrés Manuel López Obrador por no tener un título de posgrado. Haciendo alarde de que ella tiene, incluso, dos maestrías. Llama la atención que la “señora alcaldesa de la Cuauhtémoc, Sandra Cuevas”, como le gusta que la llamen, sea tan déspota y considere que existe una diferencia entre alguien que tiene un posgrado y cualquier otro ente que se haya visto privado de la oportunidad de tener un título de grado académico. Como si sólo ese hecho dotara al ser humano que lo porta de una superioridad instantánea, del modo: tengo título, luego existo.
Hablo de colocar a los demás que son diferentes en la categoría de entes, porque parece que la señora despoja a toda persona de su condición humana para lanzarlos a un limbo social. Sobre todo, a la figura presidencial, sobre la cual desborda abiertamente su dicho que sustenta su superioridad por tener más grados académicos que aquel. Lo cual nos habla de su calidad como persona y hace viva aquella frase de corredor de pasillo en las universidades que dice que el doctorado no te quita lo pen…
Martin Buber, teórico y pedagogo, más conocido por su teoría del diálogo. Afirma que en la relación entre una persona y el exterior sólo pueden existir dos “palabras primordiales”, las cuales no son sino binomios de palabras que representan tipos de relaciones. La palabra primordial Yo-Tú, conforma una relación dialógica entre dos entes diferentes, pero que en esa diferencia encuentran algo que les permita ser transformados por la relación que surge ahí. Por lo tanto, sólo en ella puede haber diálogo, ya sea que te relaciones con una persona, cosa o animal, la posibilidad de transformación existe en tanto haya un encuentro.
La palabra primordial Yo-Ello, destaca la cerrazón de la persona para evitar a toda costa modificar su estructura, la relación que se produce sólo podrá ser un monólogo, donde el otro queda de lado y no importa quién es, cómo es, o cuáles son sus características, diferencias o esencia. No poner atención a quien te interpela, que te externa sus necesidades, implica la imposibilidad de empatía con el ser que llama tu atención. Por ejemplo, una planta, que se pone triste y comienza a palidecer por falta de agua, su “lenguaje” te pide sin hablar y espera tu actuar. El ejemplo claro de una relación monológica es Sandra Cuevas, esa persona que se interesa por ella misma a pesar de desempeñar un cargo en donde es indispensable estar en diálogo con el mundo.
Un profesor, por ejemplo, es un actor social que necesariamente busca el encuentro. ¿Qué sería de esa labor sin la disposición de dialogo? Lo lamentable es que sí hemos podido ver caminando por los pasillos de las universidades personajes que emulan la necesidad de diferenciación que Sandra Cuevas coloca en la mesa de discusión. Muchas veces se desata su envilecimiento porque las personas de sus alrededores les llaman por su nombre de pila o por el apelativo genérico que se usa en su trabajo: profesor. Porque, al parecer, no todos somos iguales, habemos unos más iguales que otros, claro está y eres rechazado de mi círculo social o académico porque no tienes los grados que te hacen digno. Habrá quien argumente que esa organización social está bien, para cumplir con la convención del respeto al sabio; que aún ahora se guarda en muchas comunidades indígenas, aunque tenga que ver con la acumulación de experiencia que es proporcional a los años vividos, nada que ver con un título.
Personalmente me gusta más pensar que el criterio de distinción entre sujetos tendría que ser sostenido sobre la calidad humana de cada uno. Recuerdo con gratitud y amor a cada profesor que de forma amable y respetuosa nos hablaba a todos los estudiantes, sin distinción a aquellos compañeros de clase que al puro estilo Sandra Cuevas eran arrogantes o déspotas. También recuerdo con agrado a aquellos doctores que fueron cordiales en el tiempo en que yo trabajaba como ayudante de investigación, era grato saber que consideraban valiosa mi labor sin importar mi título. Siempre relacionándonos desde el diálogo, transformándonos mutuamente.
Aunque guardo en mi memoria un recuerdo que, además de compartir, me guía constantemente porque nos habla de la condición cotidiana de una profesión que parece de élite o que se tiene la idea que es de élite, ser profesor universitario. Decía el finado René Avilés Fabila que él tenía dos Doctorados Honoris Causa y creo que todos debemos doctorarnos en eso que nos hace felices, a él le gustaba la fiesta. A Sandra Cuevas le encanta la violencia y considero que puede alcanzar bien un par de doctorados en amedrentamiento y uno honoris Sandra.
Hacemos comunicación al servicio de la Nación y si así no lo hiciéramos, que el chat nos lo demande.
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